Relato erótico

Le fui infiel, pero…

Charo
30 de septiembre del 2019

Estaba de vacaciones con su marido en una maravillosa isla balear. Cada tarde solía ir a pasear hasta una playa en la que nunca había nadie, pero, aquel día tuvo compañía.

Cristina F. – Madrid
Ya había dormido la siesta. Hacía calor en la habitación del hotel y estaba nerviosa. Decidí dar un paseo por la playa. Besé a mi marido, que roncaba plácidamente y le dejé una notita para decírselo. Aunque no hacía falta él sabía de mi gran afición a los paseos playeros.
Animada ante la idea, me puse un bikini y el primer pareo que pillé y salí sin hacer ruido. La playa estaba bastante animada a esa hora y eso me disgustó. Decidí investigar por las calitas de los alrededores que deberían estar mucho menos transitadas. Mi curiosidad se impuso y decidí investigar que había al otro lado.
Cuando por fin llegué a la cima, la vista me dejó perpleja. Ante mí, se extendía una pequeña bahía completamente desierta. Contenta de haber llegado hasta allí, me dispuse a bajar hacia la playa deseando llegar a la orilla y darme un buen chapuzón. Cuando por fin llegué, me quité el pareo y sin pensarlo dos veces me quité también el bikini, al fin y al cabo estaba sola y no creía que nadie fuera a llegar hasta allí. Cuando estaba a punto de salir, me percaté que había llegado alguien y se había tumbado cerca de donde tenía mis cosas. Desde el agua no veía quien era, pero ya estaba sintiendo frío y tenía que salir. Finalmente, me armé de valor y deseé que quien quiera que fuera estuviera durmiendo.
A punto estaba de alcanzar mi ansiada ropa, cuando descubrí, que la figura que había visto era un hombre incorporándose asustado por el ruido de mis pisadas. Nos miramos asombrándonos de nuestra mutua presencia y discretamente apartó la mirada de mi cuerpo, aunque no tan rápido como yo hubiera deseado. Bastante molesta, alcancé por fin mi pareo y me envolví rápidamente. El desconocido al notar mi turbación y sin pensarlo dos veces, se quitó su bañador y se lanzó corriendo al agua, riendo y hablando en un idioma que no supe descifrar. No pude reprimir la carcajada que me produjo semejante reacción y mi enfado se disolvió al instante. Decidí sentarme en la arena y ser yo quien disfrutara de la escena a la inversa. Era divertido y curiosamente, el desconocido no me producía inquietud alguna.
Al cabo de un rato, el titubeante personaje salió del agua, y yo no aparté la mirada de su cuerpo, que por cierto era atlético, musculoso pero sin exceso de esteroides, más bien fibroso y muy bronceado. Su miembro era de proporciones considerables aunque el agua fría lo había dejado algo perjudicado.
Se sentó cerca de mí y empezó a hablar. Le pregunté si hablaba español sin resultado.

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Según entendí era de algún país eslavo. No entendía nada, pero por sus gestos me dio la sensación de que le pasaba algo, parecía triste y apenado. Como no estaba segura de que me entendiera, le hice un gesto con la mano de continuar, ya sabes, los típicos giros con la mano derecha mientras asentía con la cabeza y repetía el “sigue, venga, sigue.”
Esbozando la más triste sonrisa que jamás he visto, empezó a hablar de nuevo, ya más tranquila y suavemente como terminando la historia cuando por fin dejó de hablar lo sentía a mi lado roto, agotado física y sicológicamente.
Entonces y sin saber porqué empecé a contarle mis penas, hasta que acabe sollozando. Él, imitando claramente mis movimientos y palabras de minutos anteriores y con una voz cómicamente femenina me dijo “venga, venga, sigue, sigue”. No pude reprimir la carcajada ante semejante actuación y sí, seguí, me vacié y le conté todo lo que, a nadie, le había dicho hasta entonces.
Nuestras almas se habían comprendido, habían compartido el dolor y el sufrimiento. Siguiendo un impulso, le limpié sus lágrimas con el reverso de mi mano y él hizo lo mismo con las mías. Ese gesto de intimidad bastó para saber lo que iba a suceder a continuación. Los dos lo supimos.
Sus ojos no miraban, directamente me traspasaban. Y fue entonces cuando nuestros labios se rozaron, suave y levemente en una especie de tanteo, beso de conocimiento o reconocimiento. La presión de nuestros labios se fue intensificando hasta que nuestras bocas se abrieron y dejaron en libertad las lenguas que se enroscaron ansiosas. Me atrajo hacia él y pude notar claramente su erección contra mi cuerpo, con toda naturalidad me apartó el pareo y empezó a acariciarme los pechos mientras nuestras bocas no dejaban de besarse frenéticamente. Yo con un gesto rápido, me deshice del pareo para unirlo a su toalla y ampliar nuestro improvisado lecho. Le tumbé boca arriba y me recosté a su lado para dedicarme a la felación más excitante de toda mi vida.
Jamás he tenido la necesidad de chupar y succionar un miembro tan intensamente. Él se dejó hacer gimiendo suavemente hasta que llegó un momento en que se separó suavemente, supongo que para detener la inminente eyaculación.

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Despacio me tumbó boca arriba y me fue besando desde la boca hacia abajo deteniéndose en lugares que jamás hubiera imaginado sensibles. Fue bajando lentamente, hasta llegar a mi sexo que para entonces debía estar empapado. Me separó las piernas y me chupó con una pasión y una lujuria para mí desconocidas hasta entonces. Ignoro la técnica eslava que utilizaba para succionar mi clítoris, pero tuve el primer y más escandaloso orgasmo que recuerdo de aquella apasionada tarde. Estábamos muy acalorados y señalando el mar entendí su proposición de darnos un baño. Si hay algo que me guste más que bañarme desnuda en el mar es bañarme desnuda en el mar con la compañía adecuada. Me ayudó a levantarme y juntos nos zambullimos en las cristalinas aguas.
Yo pensaba que el agua fría relajaría su erección, pero me equivoqué. Dentro del agua me cogió en brazos y me penetró el coño tranquilamente mientras me besaba incansablemente. Al rato de estar follándome tuve que salir corriendo del agua pues no parecía que tuviera ninguna prisa en acabar con aquello, la tarde comenzaba a caer y yo soy de naturaleza friolera. Fuimos a la arena, seguimos follando hasta que nos corrimos al unísono.
Se estaba haciendo tarde y mi marido debía estar preocupado. Me despedí de él con un beso en la boca, con la certeza de que no volvería a verlo nunca. Era curioso que me hubiera sentido tan atraída por un hombre al que ni tan siquiera entendía, y al que además, el había contado mis miserias.
En cuanto llegué al hotel, efectivamente, mi marido estaba preocupado. Me dijo que era muy tarde y que temía que me hubiera pasado algo. Le quité importancia al tema y le dije que me había bañado y me quedé adormilada en la arena.
Me di un largo baño, nos vestimos y nos fuimos a cenar y a tomar unas copas, estuve toda la noche ausente y me costaba concentrarme en lo que me decía mi marido. Eran ya las tres de la madrugada y nos fuimos hacia el hotel, y nos acostamos.
Mi marido quiso tener sexo, pero le dije que estaba muy cansada, no le hizo mucha gracia, pero se durmió. No pude dormir pensando en lo que había hecho. Había follado con otro hombre y no tenía remordimientos, pero no habían sido unos “cuernos” por vicio y no sé si esto es peor.
Gracias por leerme, un beso para todos.

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