Relato erótico
Le di… lo que necesitaba
Su compañera de trabajo se quejaba de que su marido ni se fijaba en ella. La invitó a tomar un café y le propuso que, si quería, él podría “ayudarla” con su problema.
Héctor – MADRID
Amiga Charo, Eugenia, una compañera de trabajo, me decía con bastante frecuencia:
– Mi marido siempre está encerrado en si mismo, siempre pensando en sus cosas, no se daría ni cuenta si le pusiera los cuernos con otro delante de sus narices.
Pero yo no me había percatado de ello hasta que otro compañero me lo hizo notar diciéndome:
– Tío, menuda invitación te está lanzando la tía esa y tú ni te enteras.
– ¿Qué me dices? – contesté intrigado.
– Venga no te hagas el despistado y dale una satisfacción.
A partir de ese momento comencé a mirar a Eugenia de otra manera. Realmente era una mujer guapa, muy guapa, con un cuerpo de lujo, con curvas allí donde son necesarias, realmente muy hermosa, ¿Cómo no lo vi hasta ahora? Al día siguiente le saqué el tema “marido” y me volvió a repetir las mismas frases de siempre, pero esta vez yo seguí ahondando con mis preguntas.
– ¿Acaso no te tiene satisfecha?
– ¿A qué te refieres? – me preguntó.
– Chica a que va a ser…
– ¿No me estarás preguntando por mis relaciones íntimas? No esperaba eso de ti, me has decepcionado…
– Vamos Eugenia, era una pregunta inocente, pero si te ha molestado la retiro.
– No es que la retires, pero no me gusta hablar de temas íntimos y menos con un hombre.
– Vale, está bien, retirada la cuestión. No se hable más del asunto – añadí.
– No es eso, no es eso, pero comprenderás…
– Vale, te invito a un café y volvemos a ser amigos.
– De acuerdo – aceptó.
No hablamos más del asunto aquel día pero por la tarde le recordé la invitación al café, diciéndome que no podía y que lo dejáramos para mañana.
Hoy era ya el “mañana” de ayer, así que a la hora del descanso la invité a que saliéramos a tomar un café juntos. Ella aceptó cuando faltaban cinco minutos para salir. Por fin eran las once, hora del descanso, solo media hora. Eugenia vino hacia mí. Se había quitado la bata de trabajo. Nunca la había visto tan guapa, llevaba una camiseta roja muy ajustada con unos tirantes muy finos y un escote muy bajo. Sus pechos parecían muy sueltos y se le movían al caminar. Llevaba una falda larga de esas de varias capas, como volantes y unas sandalias doradas de tacón alto. Se había soltado el pelo que siempre llevaba recogido. ¡Vaya hembra! ¿Dónde había estado hasta ahora?
Fuimos no a la cafetería que esta junto al trabajo, sino a otra un poco más alejada, nos sentamos en un rinconcito apartados de las miradas indiscretas, pedimos nuestros cafés, los sirvieron y Eugenia me dijo:
– Contestando a tu pregunta de ayer, no, no me tiene nada satisfecha.
– ¿Nada, nada?
– Nada.
– Me gustaría poder ayudarte en ello.
– ¿Ah sí… cómo?
– Verás Eugenia, nunca me había fijado en ti atentamente, pero eres una mujer guapísima y me tienes muy nervioso, no sé si voy a pasarme de la raya y meter la pata para siempre o si por el contrario me voy a quedar corto y quedar también mal contigo.
– A ver dime en que estás pensando.
– Pues eso que si tú quieres, puedo darte eso que te falta, vamos que estoy dispuesto, que me encantaría… – le dije y al ver que sonreía, añadí – ¿De que te ríes?
– No eres para nada un gigoló.
– ¿Quieres que te ayude?
– Se dice, me gustaría acostarme contigo. También se puede decir de una forma más enfática, pero aún es pronto para ello.
– Cierto Eugenia, me encantaría, estoy deseando acostarme contigo. Si quieres esta tarde podemos, me han hablado de un motel especial….
– ¡Ajá, todo preparado hombre astuto y tímido! ¿Y lo demás también lo tienes preparado?
– Lo demás aún no, pero dime que sí y esta tarde tendrás la sorpresa de tu vida.
– Adelante, sorpréndeme – dijo al fin.
Salimos del trabajo, había quedado con Eugenia en la cafetería de la mañana y cuando llegué ella ya estaba allí. Subimos a mi coche y me dirigí al motel.
– ¿Hasta que hora tienes libre? – le pregunté.
– Hasta que me canse o te canses – replicó.
– Eso suena a mucho tiempo, tal vez hasta mañana e incluso más.
Llegamos al hotel y le pedí a Eugenia que cerrase los ojos. Abrí la puerta y la empujé suavemente para que entrase, cerré la puerta y le pedí que abriera los ojos. Eugenia lanzó un gritito de sorpresa. Música suave, luces atenuadas, temperatura de 24º, globos en forma de corazones llenando la sala y la hice pasar al baño. La bañera estaba llena de agua caliente donde flotaban pétalos de rosas, velas perfumadas y una botella de champán en una cubitera con hielo. Dos copas en el filo de la bañera.
La llevé de la mano al baño, eché al agua aceites aromáticos y tomándola por la cintura le di un beso en los labios.
Ella aún no reaccionaba, pero no se retiraba, volví a besarla, esta vez más sensualmente, mojé sus labios con mi lengua y cuando ella abrió ligeramente la boca, metí mi lengua dentro y ella ahora sí reaccionó. Nos besamos con pasión, pasión contenida y acumulada que brotaba a borbotones. Le quité la camiseta, le quité el sujetador y sus tetas se derramaron en mis manos. Eran grandes, calientes, duras, más hermosas de lo que podría imaginarme. Sus pezones, muy oscuros, eran largos y era un placer chuparlos. Solté su falda que cayó al suelo y solo llevaba un pequeño tanga de color rojo. Se separó de mí, se volvió de espaldas, se quitó su tanga y se metió en el agua espumosa.
Me desnudé rápidamente, entré en el agua con ella y puse en marcha el sistema de burbujas. Eugenia se echó hacia atrás, colocó sus piernas sobre las mías y sus pechos flotaban sobre la espuma. Le acaricié los pies, los tobillos, las pantorrillas, las rodillas, los muslos. Eugenia tenía los ojos cerrados y estaba abandonada a mí. ¡Que delicia acariciar su piel suavizada por las burbujas y los aceites! Sus muslos eran lisos, suaves y por fin mi exploración alcanzó su sexo. Tenía un pelito suave, que aún no había visto, le acaricié sus labios y poco a poco los fui abriendo hasta meter un dedo un poco más adentro. Era muy suave y al encontrar su clítoris comencé a masajearlo en un movimiento circular, sin tocar su cúspide. Su vientre comenzó a agitarse con pequeños tics al principio que adquerían intensidad a medida que mis caricias iban surtiendo su efecto.
Salimos del baño y nos fuimos a la habitación. Me metí en la cama junto a ella y comencé a acariciarla, a explorar su cuerpo, a sentir la delicadeza de su piel, la tersura de sus pechos, sus pezones eran bien largos y estaban duros. Exploré su vientre y al fin mi mano encontró su sexo que acaricié, lenta, suavemente. Ella me pidió que apagase la luz, quedando solo una ligera penumbra. Entonces levanté las sábanas y ahora mi boca acompañaba a las manos en su tarea exploradora. Cuando chupé aquellos largos pezones, ella gimió y se convulsionó de placer. Si a la vez tocaba su sexo, era como si estuviera sometida a una continuada descarga de electricidad.
Pasamos horas explorándonos mutuamente, boca, lengua, manos, el cuerpo entero, sirven como pincel para dibujar el cuerpo del otro. Sus jugos y mis jugos se mezclaban y su olor nos enervaba aún más si cabe, y así tuvimos largos e intensos orgasmos. En uno de ellos no pude reprimirme y eyaculé sobre su pecho, entre sus tetas. Ella untó sus pechos con mi semen y volvió a convulsionarse de placer. Esta mujer tenía unos orgasmos increíbles y me decía que nunca disfrutó así y que todo lo más lograba un orgasmo. Hoy ya había perdido la cuenta de los que llevaba. Entonces dijo:
– Héctor, aún no me has follado, ¿a que esperas para hacerlo?
La puse a cuatro patas y de un golpe le metí mi polla hasta el fondo de su coño, empezando a meter y sacar a un ritmo que ya no me esperaba capaz de hacerlo. Ella gemía, gritaba, mordía las sábanas de placer y así conseguí provocarle un par de orgasmos más. Mientras, unté generosamente su ano con gel lubricante y dos dedos me los aceptó sin problema. Había llegado el momento. Saqué mi polla de su coño y la metí en su ano. Ella se sobresaltó, trató de cerrar el esfínter, pero le di una palmada en las nalgas y le ordené que se abriera. Resultó, el camino estaba libre y pude encularla a placer mientras ella gemía y gritaba de dolor y gozo. Cuando no pude aguantar más, la inundé de mi leche caliente que se derramaba a borbotones por su culo.
Caímos rendidos. Mi polla estaba enrojecida y su coño y su ano también lo estaban. Llevábamos horas follando sin parar. Nunca había sentido tanto placer durante tanto tiempo. Nos quedamos dormidos, agotados. A la mañana siguiente me desperté pronto, pero ella ya no estaba en la cama. La oí en el baño. Me levanté y me acerqué a ella. Estaba orinando. Le pedí que parase y me metí en la bañera, invitándola a meterse allí y que se orinase sobre mí. Ella reía pero me complació, se abrió de piernas sobre mí y tuve una visión espectacular de su coño, que se abría y de él manaba un chorro potente de orina caliente que bañaba mi cuerpo, empinándome la polla de inmediato. Eugenia aprovechó la situación y se sentó sobre mi miembro erecto introduciéndoselo hasta las bolas. Me cabalgó con movimientos tan rápidos que me hizo eyacular antes de lo que me hubiera gustado hacerlo.
Por fin, nos vestimos y abandonamos aquel delicioso lugar. Había que trabajar y nadie debía sospechar nada. La acerqué hasta su coche, aparcado cerca de la oficina. La besé por última vez en su ardiente boca y prometimos repetir la experiencia tan pronto como fuera posible.
Hasta otra y ya os contaré lo que ocurra.