Relato erótico

Las matematicas a veces fallan

Charo
16 de noviembre del 2018

Ellos eran tres y ellas también. Nuestros amigos estaban en la costa pasando unos días y conocieron a las tres chicas alemanas. Lo que cuenta es que al final de la noche, nadie se quedó sin su ración de sexo.

Eduardo – MADRID
Yo, amiga Charo, estaba pasando mis vacaciones en un conocido pueblo turístico de la costa catalana cuando me sucedió lo que a continuación tengo el gusto de narrar, aunque más gusto pasé en su día viviéndolo.
Nos encontrábamos un par de colegas y yo tomando unas copichuelas en un bar del paseo marítimo, que transcurría paralelo a la playa. Estábamos comentando, entre trago y trago, las tetas y los culos de las mujeres que pasaban por delante de nosotros, comentarios en ocasiones un tanto obscenos e hirientes hacia la figura femenina. En realidad, dichos comentarios eran tan solo una especie de válvula de escape para nuestras hormonas, ya que en la semana que llevábamos de vacaciones, no habíamos sido capaces de comernos una rosca, y las esperanzas de meterla en caliente cada vez estaban más lejos.
Sucedió entonces que apareció un pequeño grupito de guiris, las típicas turistas europeas, de melenas rubias, piel blanca como la cal y curvas despampanantes. Como también suele pasar, acompañaban sus cuerpos de escándalo con una ropa cercana al escándalo público. Pedro, uno de mis colegas y yo, Eduardo, lo vimos claro. Las cuentas salían a la perfección. Nosotros éramos tres, ellas eran tres, nosotros nos íbamos al hotel a hacernos una paja y ellas se iban a follar con tres jóvenes afortunados. Pero Felipe, el otro de mis colegas, nunca fue muy bueno con las matemáticas, y a él las cuentas no le salían exactamente igual que a nosotros. De modo que comenzó a trabajarse a las guiris.
Alrededor de una hora más tarde estábamos en otro garito, bailando y bebiendo en compañía de los tres ángeles del norte de Europa, de Alemania, más concretamente. Hasta el momento, los roces, caricias y sobeteos varios habían sido bastante numerosos. Las chicas, lejos de las frías tierras de su país, no se cortaban un pelo a la hora de frotar sus perfectos traseros contra nosotros, y doy fe de que nosotros tampoco nos cortábamos un pelo a la hora de acariciar sus benditas curvas. Pero la cosa comenzó a torcerse.
Una de las chicas se colgó del cuello de un stripper del local en el que nos encontrábamos. Eso estropeaba ligeramente nuestras cuentas, ya que quedaban dos mujeres para tres hombres. Algo fallaba, estaba claro. Cuando a los veinte minutos otra de las chicas desaparece de escena, no teníamos ya ninguna duda de que el tema no iba nada bien. Entonces, Pedro se lanzó con la que quedaba, de nombre Utta, la cual accedió de buen grado a comerle la boca. Felipe y yo no dábamos crédito.
Llegado el momento, sabíamos perfectamente que sobrábamos, pero antes de plantearnos marcharnos al hotel, una mano femenina se posó en mi paquete. Tras superar la sorpresa inicial de que me agarraran las bolas, observé estupefacto que aquella mano era de Utta.

Mientras se morreaba con mi colega, me tocaba la verga sobre los pantalones. Cuando está enrollándose con una piba, por lo general no es capaz de pensar en otra cosa. No sé, tal vez sea algo estructural, la sangre abandona el cerebro para rellenar otras partes corporales, aunque no hay estudios que lo demuestren a ciencia cierta, pero suele pasar. A pesar de ello, hay ciertas necesidades que siguen estando presentes, y después de tomarse cerca de una decena de cubatas, ni el calentón más bestial impedirá que tengas que desalojar líquidos. Yo acompañé a Pedro, dudando entre comentarle lo sucedido o no. Finalmente, decidí decírselo.
– No me extraña, la zorra lleva un pedal muy majo. Si se tiene en pie es porque yo la sujetaba.
– Joder, pero es un poco fuerte, ¿no?
– No sé, supongo que no se habrá dado cuenta.
– ¿Estás de coña, o qué? ¿Cómo no va a darse cuenta de que me estaba sobando las pelotas?
No había terminado prácticamente de decir las últimas palabras cuando, abandonando el asqueroso retrete, vimos a Felipe enrollándose con la alemana. Si a mí me dejó de piedra, no quiero ni imaginar lo que le pasaría a Pedro por la cabeza, aunque tampoco hizo falta, me lo dijo directamente:
– Sinvergüenza
– Pedro, tío, tranquilízate…
– ¿Pero cómo puede ser tan sinvergüenza?
– Tú mismo has dicho que la tía esta va ciega.
– No, si está claro que es una zorra, pero Felipe es un puto cabronazo.
– Bueno, déjalo, da igual, vamos a tomarnos una copa.
– Ni de coña.
– Venga, tío, no merece la pena.
– O todos follamos, o la puta al río.
Y se dirigió directo hacia la guiri, apartó a mi otro colega y le plantó un morreo increíble. La alemana ni se inmutó. Instantes después, mientras era yo el que le metía la lengua hasta la garganta a Utta, mis colegas dialogaban y resolvían sus diferencias. Algo más tarde salíamos del local dirección al hotel, para follarnos a aquella rubiaza. A medio camino, salió escopetada hacia la playa, tropezando, dando gritos y rebozándose varias veces en la arena, hasta que finalmente, con más pena que gloria, llegó al agua.
Se metió de lleno entre las olas, sin siquiera quitarse la ropa. Estaba completamente desatada y no paraba de animarnos a que nos metiéramos con ella.

Verla toda mojada, con aquella ropa ajustada empapada por completo, transparentando aquello que aún no habíamos podido admirar, fue sin duda un factor importante para que comenzáramos a quitarnos los zapatos y la ropa y nos metiéramos en el agua detrás de la hermosa alemana.
El agua del mar estaba ligeramente fría, pero no era algo que nos importara demasiado. El calentón que llevábamos encima lo contrarrestaba bastante bien. Rodeamos a Utta en un abrir y cerrar de ojos. Nuestras manos comenzaron a tocarla por todas partes, sin dejar un solo centímetro de piel sin explorar. En cuestión de minutos, sus tetas se mostraban firmes a la luz de la luna y sus bragas flotaban hacia la orilla mientras nuestras manos palpaban con impaciencia su chochito rubio. Para entonces, nuestras vergas flotaban libres en la mar, deseando introducirse en grutas más cálidas, lo cual tuvimos que hacer con cierta organización, obviamente, y sin saltar ningún turno.
Ante el caos de las olas rompiendo contra nuestros culos, era difícil mantener el equilibrio y el ritmo del polvo, así que nos fuimos dirigiendo hacia la playa de nuevo. Utta estaba completamente salida y sus manos no soltaban nuestras vergas ni por casualidad. Ya en la orilla, y a cuatro patas, comenzamos a follarla. Yo fui el primer afortunado en introducirle la polla lo más profundo que pude. Comencé a culear a un ritmo endiablado, con una rabia que no cabía en mí. Entre tanto, Utta se dedicaba, por turnos, a chupar las pollas de mis colegas con una maestría notable.
Yo tenía la cabeza absolutamente ida, no era capaz de pensar en nada. Mi pelvis se agitaba de atrás adelante cada vez a mayor velocidad y mis manos se aferraban a sus nalgas blanquitas con fiereza. Estaba siendo el polvo de mi vida, sin ningún lugar a dudas. Su coño jugoso y caliente se ajustaba a la perfección con mi verga, dura como nunca. Inmerso en tal estado de calentura, me corrí brutalmente en su interior. Yo gemí y ella gritó, ambos liberando toda la lujuria acumulada en nuestros cuerpos. Cuando mi verga emergió del interior de su vagina, pequeños regueros de esperma fluyeron hacia el exterior.
Casi inmediatamente, uno de mis colegas ocupó mi lugar. Apenas prestando atención a los grumos que salían de aquel agujerito tan suculento, ensartó su polla de un solo golpe hasta llegar al fondo. La garganta de Utta, ocupada en aquel preciso instante por la verga de Felipe, emitió un sonido gutural al sentir como la rellenaban como a un pavo.
Me quedé sentado en la arena, escuchando las voces de mis compañeros de aventura y el arrullo de las olas del mar, tratando de recuperar el aliento y con el miembro encogiendo progresivamente después de realizar su trabajo. Los jadeos de Utta y de mis colegas evitaron que me quedara dormido, y con el paso de los minutos, comencé a recuperar la excitación y empecé a tocarme la polla fláccida para que recuperara rápidamente su esplendor.

Una de las manos de Utta agarró mi verga aún morcillona, haciéndola crecer todavía más rápido. Cuando estaba a punto de introducírsela en la boca, se derrumbó presa de un terrible orgasmo, el cual produjo una especie de reacción en cadena que hizo que Pedro se corriera al mismo tiempo. El coñito rubio de la muchacha alemana rezumaba semen, el cual iba a parar a la arena, goteando poco a poco. Felipe, que se negaba a meter su miembro ahí, no tuvo una mejor idea que metérsela por el culo. Yo alucinaba al verle intentar meter su polla en el agujero trasero de aquella guiri, pero con paciencia fue entrando.
La alemana no se quejó en ningún instante de los forzados intentos de penetración anal, más bien al contrario. Parecía disfrutarlo enormemente, con la cabeza apoyada en la arena y respirando de forma agitada. Cada centímetro que entraba en su interior, su gesto se desencajaba un poco más. Cuando comenzó el traqueteo y los movimientos de vaivén, de su boca no dejaron de salir gemidos en ningún momento. Su boca abierta y babeante era un excelente cobijo para nuestras vergas, que todavía necesitaban una buena limpieza. Cambiando de una a otra a ratos o incluso intentando meterse las dos vergas a la vez en la boca, Utta se ocupó afanosa de la limpieza de sables oportuna.
Sus dotes de succión, a la altura de su cuerpo diez, hizo que me corriera por segunda vez, esta vez en su mejilla y de forma menos abundante. No se preocupó por la leche que escurría por su cara y continuó mamando la otra verga que le quedaba. Entre tanto, Felipe seguía enculándola con vicio.
Yo, que ya me había desfogado a gusto, me di cuenta de la situación. A nuestro alrededor se había congregado una pequeña multitud. Grupos tanto de chicos como de chicas observaban atónitos la fuerte escena sexual. Mis colegas, por su parte, que tampoco se habían percatado de los mirones, siguieron a lo suyo. Pedro también se corrió en la cara de la zorrilla alemana, que no hizo ademán de tragarse el esperma pero tampoco de limpiárselo. Era como si nada hubiera pasado. En ese momento me fijé en la presencia de sus dos amigas, las cuales sonreían ante la escenita. Unos minutos más tarde, Felipe se corrió en el interior de su culo, rellenando con semen el último orificio que quedaba por rellenar.

Al término de la función, y tras vestirnos de nuevo, las dos alemanas se llevaron casi a rastras a su amiguita cachonda, que apenas se tenía en pie, no sé si por los polvos recibidos o porque estaba borracha como una cuba.
Saludos y hasta otra.

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