Las dos eran unas zorras

Compartía el piso con una chica y aunque le gustaba, no se atrevía a insinuarse hasta que una mañana, cuando llegaba después de haber estado de juerga con unos colegas, oyó lo que le contaba a una amiga.

Carlos – PALMA DE MALLORCA
Hola, me llamo Carlos y os voy a contar una pequeña historia que me sucedió no hace mucho tiempo.
Tengo 28 años, soy moreno, mido 1,76 m, tengo un cuerpo musculoso y una polla siempre dispuesta a disfrutar del sexo.
Era un domingo a la mañana cuando volvía a mi piso compartido después de una noche bastante infructuosa en lo referente a las mujeres. Al abrir la puerta, oí un par de voces. Una era la de Marivi, mi compañera de piso y la otra era de Leticia, una amiga suya que venía de vez en cuando.
– Hace meses que no pruebo una buena polla – decía Leticia – y hablando de pollas, Marivi, ¿cuando te vas a tirar a tu compañero de piso de una vez?
– No sé, pero a ver si es pronto porque cada vez que le veo me chorrea más el coño – contestó Marivi riendo – Pero creo que necesito un empujoncito.
Yo me quedé de piedra, no había intentado ningún acercamiento hacia ella porque pensaba que no sentía ninguna atracción hacia mí y no quería provocar mal rollo en la casa. De todas maneras, más de una paja había caído pensando en ella. Leticia seguía a lo suyo:
– No me hables, tía, que estoy cansada de hacerme dedos últimamente – decía Leticia, que seguía en lo suyo.
Aproveché el momento para asomarme al salón y saludarlas.
– Buenos días, chicas, ¿como estáis, además de impresionantes?
Las dos se rieron, pero la verdad era esa. Leticia estaba maravillosa con su melena rubia cayendo sobre un top ceñido, marcando sus gloriosa tetas y una falda larga, abierta por un lado, que permitía disfrutar de la largura de sus piernas que terminaban en un par de zapatos de tacón de aguja.
Por su parte, Marivi no le iba a la zaga. Es una pelirroja que tiene un cuerpo de infarto conseguido haciendo aeróbic, que ese día apenas cubría una camiseta de tirantes que dejaba al descubierto también su ombligo y una minifalda súper ceñida.
– Aquí, ya ves, de tertulia después de la juerga – dijo Marivi
– Bueno yo me voy a descansar un poco, hasta luego – dije.
Decidí darme una ducha y cuando estaba saliendo de la bañera, la puerta del baño que no había cerrado, se abrió y apareció Leticia. Justo me dio tiempo a cubrirme con una toalla, aunque la verdad es que me resultaba excitante que me viera desnudo.
– Oh, Javi, perdona – exclamó.

– Tranquila, mujer que ya he terminado.
– Venía a desmaquillarme un poco.
– Pues te lo dejo todo para ti.
Al pasar junto a ella para salir le rocé el culo y entre eso y lo cachondo que ya estaba no pude evitar que la toalla se elevara por la súper erección que estaba teniendo en ese momento. Ella lo notó y me dijo:
– Oye, si has oído lo que hablaba con Marivi, ¿no pensarás que soy ninfómana o algo así, no? – Y antes de darme tiempo a contestarle añadió – porque sí que lo soy y tienes la mejor verga que he visto en los últimos tiempos.
De un golpe me quitó la toalla dejando al descubierto mi gorda y enorme polla. Yo tampoco perdía el tiempo y empecé a meter mi mano por debajo de su falda y a acariciar sus muslos, dándome cuenta de que no llevaba bragas.
– ¿No tenías ganas de polla? – Le dije – Pues aquí tienes una.
Leticia estaba cachondísima, se agachó y empezó a recorrer mi verga con su lengua. Incluso se metió mis huevos en su boca de uno en uno mientras me masturbaba con la mano. Luego empezó a dar lametones a mi polla desde la base, recorriendo todo el tallo y recreándose haciendo círculos en mi glande, lo que me estaba haciendo estremecer. Al final se metió mi tranca en la boca y empezó a chupar, agarrando con sus manos mi culo mientras yo le ayudaba balanceando su cabeza. Chorros de flujo resbalaban por sus piernas.
Estaba abandonado al placer cuando, de reojo, vi a Marivi en la puerta. Estaba desnuda de cintura para abajo, con una mano frotándose el conejo con fruición y con la otra mano apretando su teta izquierda que colgaba fuera de la camiseta de tirantes.
– Leticia, venía a ver si querías desayunar, pero ya veo que tienes la boca ocupada – dijo.
– No te preocupes, Marivi – le dije- que tú no te vas a quedar sin tu ración.
Leticia chupaba con cada vez más fuerza hasta que logró que le llenara la boca con mi semen. Con mi líquido saliéndole por la comisura de los labios le cogí de la mano, agarré a Marivi por la cintura y nos fuimos los tres para la cocina. Mientras yo buscaba en la nevera ingredientes extras que aumentaran la diversión, las chicas no perdían el tiempo. Se morrearon hasta que Marivi le arrancó la falda a Leticia, la tumbó encima de la mesa y se puso a lamer su raja como una descosida.
Yo disfrutaba del espectáculo masajeando mi polla con mantequilla que había encontrado. Cuando alcanzó de nuevo la dureza del diamante no perdí el tiempo y se la ensarté por el culo a Marivi, que lanzó un grito de placer que se confundió con los gemidos de Leticia. La penetración fue sencilla gracias a la mantequilla. Estuvimos con el metisaca un rato hasta que le di la vuelta.
– Quiero que hagas tuyo mi coño – me dijo.

– Tus deseos son órdenes – le contesté
Leticia se levantó de la mesa y yo tumbé a Marivi. Era su turno. Nuestras lenguas hicieron que se unieran nuestras bocas. Mordisqueé su cuello y lamí sus hombros, luego le quité la camiseta para ver como los oscuros, redondos y pequeños pezones de aquellas enormes tetas se ponían duros como piedras.
Empecé a devorar sus pechos, sintiendo como se retorcía de placer. Seguí el juego metiéndole dos dedos en su mojada almeja. Bajé la lengua alrededor de su ombligo y se la metí en el conejo moviéndola como una batidora, estremeciéndola. Leticia observaba el show, cubriéndose el chocho de nata al tiempo que se masturbaba sin parar.
– ¡Métemela ya! – exclamó Marivi.
Empecé a rozar mi verga con su conejo acariciando sus empapados labios vaginales y se la metí de repente. Ella me pellizcaba los pezones y cuando la follada se hizo más intensa arañaba mi espalda. Estrujaba sus tetas al ritmo de las embestidas, que continuaron durante quince minutos más hasta que me corrí dentro de ella.
– Ahora me toca a mí – dijo Leticia.
Cogí a Leticia por la cintura, la subí a la encimera y le abrí las piernas para alcanzar su chumino lleno de nata. Le acariciaba sus muslos, lamiendo sus flujos. Pronto se quitó el top mostrando sus poderosas ubres para que acariciara sus puntiagudos pezones con las manos a la vez que hundía la cabeza en su cueva del placer lamiendo la nata y succionando su hinchado clítoris. Los gritos de placer de Leticia resonaban en toda la casa.
Luego me senté en una silla con la polla mirando al techo y ella se puso a horcajadas encima de mí para empezar una cabalgada sin cuartel, con sus tetas balanceándose en el aire en sus subidas y bajadas sobre mi pene, hasta que le agarré las tetas y las empecé a devorar, disfrutando de sus pezones, sintiendo sus numerosas contracciones que señalaban que estaba teniendo un orgasmo tras otro. Al fin saqué la tranca de su chumino para extender un chorretón de semen sobre sus tetas

– ¿Te apetece un poco más, Marivi? – pregunté.
– Me encantaría, pero te tendré que recuperar tu polla – contestó.
Agarró mi verga y se la puso entre sus tetas haciéndome sentir el tacto de terciopelo de su piel en mi polla, que estaba creciendo como nunca. Apretaba mi pene entre sus peras y cuando subía aprovechaba para meterse la punta en la boca y acariciar con su lengua mi glande. Al final se la metió entera y empezó a succionar como si le fuera la vida en ello. El placer me invadía hasta el punto de que me temblaban las piernas, preludio inequívoco de la gran cantidad de leche que descargué en la boca de mi compañera de piso.
– Con razón dicen que el desayuno es la comida más importante del día – sentenció Leticia, que seguía relamiendo mi semen de sus tetas.
No iba a ser yo el que le quitara la razón.
Saludos y hasta otra, si es que tengo algo que contar.