Relato erótico
Las delicias de la madurez
Nunca se hubiese imaginado que aquel fin de semana en un balneario, con sus padres, iba a descubrir las delicias de “jugar” con un hombre maduro.
Diana – Barcelona
Os voy a contar, la experiencia que tuve un fin de semana. A mi padre, un cliente suyo le regaló un fin de semana en un balneario cercano a Barcelona. Yo ese fin de semana no tenía pensado hacer nada, así que me dispuse a pasar un relajante fin de semana. Contemplé los bañadores y bikinis que tenía. Siempre escojo mis bañadores los más excitantes, los bikinis muy pequeños y los bañadores, o blancos o les quito el forro para que se transparenten, pero era evidente que no podía llevarme ninguno de ellos ya que iba con mis padres. Opté por uno azul, con estrellitas plateadas y unos volantitos en las caderas… el único problema era que me lo había comprado hacia unos años y de culo se me había quedado un poco pequeño por lo que se me metía por entre las nalgas. Pero bueno, era una manera encubierta de excitar al personal. Salimos el viernes por la tarde. Ya esa noche tuve que masturbarme a base de bien en el cuarto de baño para aplacar mi calor. No me había llevado ningún vibrador así que empleé los cinco dedos de mi mano, no parando hasta que tuve que taparme la boca para acallar mis gritos y mi mano quedó pringada de flujo mucoso. Mal asunto, pensé, como me diera todos los días un calentón así.
El sábado se hizo más pasable con los baños y los masajes, por un día me olvidé del sexo, completamente relajada, una delicia. El domingo me desperté tarde y encontré en la mesa una nota. Mis padres habían ido a visitar a un amigo que vivía en una urbanización cercana y me decían que volverían después de comer. Me dedicaré al jacuzzi, me dije.
Me duché, me puse el bañador que, como siempre, se me metió por el culo y con el albornoz, bajé a la piscina termal. Llegué y vi que no había nadie… bueno, miento. Había un señor, de unos 65 años sentado en la piscina muy cerca de la escalerilla de bajada. Durante un rato pensé si me metía o no pero al final decidí quedarme. Me despojé del albornoz y de espaldas a la piscina, me fui introduciendo lentamente.
Una vez dentro, me giré. El abuelete tenía la mirada clavada en mí. No me extrañaba pues le había ofrecido una visión gloriosa de mi culo. Sonreí y me senté pensando en si había ligado con un hombre que podía ser mi abuelo. Volví a sonreír y estirando los brazos a lo largo del borde de la piscina, apoyé la cabeza y me puse a mirar el techo. El calor y el burbujeo me fueron adormilando, el calentón de la mañana se iba pasando, comencé a cerrar los ojos, cerrar los ojos…
– ¿Perdona, bonita, te importa que me siente a tu lado?
Abrí los ojos y miré a mi izquierda. El señor se había acercado hasta mi y se había sentado ya a mi lado. Me desperté por completo. Como ya se había sentado, le dije que como no, pero me hizo gracia. El señor me preguntó que de donde era.
– De Barcelona – le contesté.
Él me dijo que era de las Canarias y que estaba haciendo un viaje de placer por la península y de repente apoyó su mano en mi muslo, bajo el agua. No le di mayor importancia y dejé que se apoyara sin más problema. El señor me empezó a preguntar por mi edad y cuando le dije que tenía 24 años me dijo que una nieta suya tenía esa edad y comenzó a hablarme de su nieta. Mientras me la describía, su mano comenzó a deslizarse muy lentamente hacia mi nalga. Así, cuando terminaba de describirme los muslos de su nieta, su mano ya descansaba en mi nalga y mientras me contaba los lugares donde su nieta salía, comenzó a amasarme el culo. Yo le miré muy seriamente, a ver si se daba por aludido y dejaba los toqueteos, pero él seguía y a mi comenzaba a hervirme dentro de mi algo muy, muy conocido.
– ¿Cómo voy a hacérmelo con un viejo? – pensaba, y cuanto más pensaba en ello, más me excitaba.
Le miré a los ojos, por si se retiraba, pero mis ganas de que se retirara habían disminuido. Estaba entregada a él por completo. Entonces comenzó a hablar de la ropa tan, tan ajustada que se ponía su nieta y su mano comenzó a ascender por mi cadera hasta que fue descendiendo por mi pubis hasta mi entrepierna. Abrí mis piernas y comenzó a deslizar arriba y abajo su mano por mi coño, tapado por el bañador. Ya no sabía de que me hablaba, yo había echado la cabeza hacia detrás, había cerrado los ojos, entregada cien por cien a los toqueteos del “abuelo”.
Entonces retiró con suavidad la tela de mi bañador y suavemente, sin dejar de hablar, introdujo un dedo en mi ya palpitante vagina. Resople, gemí un poco y el arreció en el metisaca de su dedo, al tiempo que acariciaba mi clítoris con su dedo gordo. Yo me mordía el labio inferior de desesperación por no poder gritar de placer. Me estaba provocando un orgasmo bestial el vejete y yo no podía hacer otra cosa que resoplar y arañar las baldosas de la piscina termal. Finalmente, el orgasmo me llegó de manera rápida. Agité mis piernas en el agua y él notó lo que me pasaba porque hundió su dedo en mi sexo hasta el nudillo. Me relamí de gusto mientras las convulsiones me dejaban exhausta. Finalmente me relajé y él, al notar mi laxitud, sacó su dedo y para finalizar su discurso, me dijo:
– Ah, las chicas de ahora, vosotras sí que sabéis disfrutar de la vida… si me hubierais pillado de joven…
Vaya, pensé, si lo pillo de joven, me saca el dedo por la boca. Me quedé descansando, anonadada y mirándole. El sonreía. Finalmente dijo:
– ¿Te gustaría ver alguna foto de mi nieta? Tengo en mi habitación unas cuantas.
Me lo pensé una milésima de segundo y acepté. Salimos de la piscina, aunque me tuve que arreglar el bañador pues me había quedado con el vello púbico al aire. Nos pusimos los albornoces y nos dirigimos al ascensor. Entramos en él y le dio al botón de su planta. Mientras subíamos, me fijé en su entrepierna. El albornoz no podía ocultar un bulto descomunal. Cada vez alucinaba más con el “abuelo”.
Yo respiraba entrecortadamente mientras avanzábamos por el pasillo a su habitación, el corazón me latía con fuerza a la vez que los labios de mi almeja.
Por fin llegamos, abrió la puerta y galantemente, me dejó pasar primero. Mientras el ponía en la puerta el cartel de no molesten, yo abrí el albornoz y lo dejé caer al suelo. Mis pezones estaban erizados en el húmedo bañador. El se quedó mirándome y acercándose, lentamente, comenzó a retirar un tirante. Cuando lo retiró, comenzó con el siguiente. Finalmente, tiro del bañador hasta la cintura, quedando mis tetas al aire. Me miró un rato a la cara y de repente se inclinó sobre mi y se metió un pezón en la boca. Me agarré a él para no caerme. ¡Que gustazo! Chupaba con fuerza mientras me amasaba la otra y yo jadeaba. Estaba cachondísima y no aguantaba más así que le separé de un empujón y me quité el bañador, que había quedado en mi cintura. Me acerqué a él. Mi pezón estaba durísimo y su saliva había dejado un reguero en mi teta. Me puse en cuclillas, le abrí el albornoz y de un golpe, le bajé el bañador hasta los tobillos. Mujer más sorprendida en el mundo no ha habido otra pues, de repente, apareció un cacharro de unos 23 cm en toda su gloria. Si mi coño estaba ya mojado, al ver tamaña polla parecía un grifo de flujo.
Me quedé boquiabierta, sin saber que hacer hasta que me decidí y comencé a lamerle el cipote, pero nada de lentamente, sino como una loca. Comencé por los huevos, comiéndomelos con gusto y luego pasé al obús que apenas me cabía en la boca. Era tremendo. El viejo jadeaba y me agarraba del pelo. Estuve un buen rato chupando aquel trozo de hierro, pero mi coño era un volcán y quería ser empalada ya mismo por el “abuelo”, así que me levanté y me tumbé encima de la cama, abriendo al máximo mis piernas. Notaba el calor de mi flujo, escurriéndose de mi coño y resbalando entre mis nalgas. Solo era capaz de articular una palabra:
– ¡Fóllame… fóllame… fóllame…!.
El abuelete no necesito más, se puso de rodillas delante de mí, levantó mis piernas y lentamente comenzó a meter su cipote en mi coño, lentamente, muy lentamente. Mi vagina empezaba a recibir al monstruo. Nada más meterla, me vino un orgasmo delicioso que me recorrió todo el cuerpo, hasta el último pelo de mi cuerpo. Era increíble. Un hombre mayor me estaba llevando a unos orgasmos nunca conocidos por mi.
Continuaba su bestial avance en mi cuerpo, hasta que mi coño se dilató al máximo y la punta de su rabo llego hasta el fondo de mi chocho. A partir de ese momento comenzó el metisaca más bestial de mi vida. Me follaba de una manera salvaje. Solo se oían mis sollozos, el chapoteo de su rabo en mi almeja. Mientras me alcanzaba en cuarto y quinto orgasmo y enroscaba mis piernas alrededor de su cintura, hundió su polla hasta casi traspasarme el vientre.
Entonces comencé a sentir un calor dentro de mí. Se había corrido. Se quedó encima de mi un rato, jadeando y respirando, luego se desacopló y se tumbó boca arriba en la cama, a mi lado. Yo dejé caer las piernas mientras notaba como la mezcla de flujo y esperma se deslizaba en mi coñito, pugnando por salir al exterior.
Respiraba profundamente, mirando al techo y analizando lo que me había pasado, cuando el abuelo volvió a la carga. En un par de minutos se le había vuelto a empinar. Me agarró de la cintura y me puso de costado. Comenzó a pasar su resbaladiza viga por mis nalgas y de un golpe la volvió a introducir en mi almeja. Sonó como cuando tiras una piedra al agua y otra vez con el metisaca, mientras, sus manos habían hecho presa en mis tetas y me las amasaba como si su salvación fuera en ello. Perdí la cuenta de los orgasmos, solo recuerdo que tuve que hundir mi cara en el colchón porque me puse a gritar como una desesperada. Gritaba y gritaba intentando ahogar mis aullidos hasta que creo que dejé de gritar y me puse a llorar de puro gozo. Ni siquiera me di cuenta de que se volvía a correr salvajemente. Lo siguiente que recuerdo es de él, tumbado a mi lado diciéndome:
– Pobrecita, pobrecita… – acariciando mi pelo.
Miré mi entrepierna y descubrí un emplasto mucoso y viscoso que se escapaba de mis labios para caer en la cama. Menuda manguera tenía. Mire a su entrepierna y lo que vi ya no pudo dejarme indiferente. ¡De nuevo estaba empalmado! Sin palabras volvió a montarme. La humedad era tal en mi coño que apenas había fricción y cada embestida era respondida por un golpe sonoro. Mi chocho era un puro orgasmo y se convulsionaba tanto que parecía que me iba a salir por el ombligo. Como ahora estaba encima de mi, aprovechaba para chuparme a base de bien los pezones, que estaban durísimos, tan duros que casi me dolían. Me encontraba con la boca abierta, incapaz de emitir nada más que débiles gemidos cada vez que el abuelo se hundía en mis profundidades. De nuevo y por tercera vez se hundió hasta que su punta golpeó con la pared de mi chocho.
Comencé a notar los chorros a presión inundar mi vagina. Se tiró casi un minuto eyaculando a golpes intermitentes. Al final se desacopló de mi con todo su cacharro pringado de crema. Mi coño estaba abierto al máximo, derramando la mezcla de su lefa y mis jugos.
Como me folle otra vez… pensé. Le volví a mirar y claro está. ! De nuevo
empalmado! Esta vez no me pude callar:
– ¡Pero oiga! ¿No habrá tomado viagra?
– Nada de viagra, hija mía, todo natural, a mi difunta mujer la tenía por la calle de la amargura…
Aquí dejo mi relato pero, tranquilos, lo voy a continuar muy pronto…
Un abrazo