Relato erótico

Las cosas cambian

Charo
29 de marzo del 2019

Nunca se hubiese imaginado que después de tanto años casados su vida cambiaria tanto. Su marido insistía en que le gustaría montar un trío con otra mujer y ella, por supuesto, decía que no.

Arantxa – San Sebastián
Éste es el proceso por el que me convertí en cornuda. Llevamos 16 años de casados y desde hace cuatro he ido aprendiendo a disfrutar de mi situación de cornuda y sumisa.
En aquella época, mi marido tenía 42 años y yo 48, y la fantasía de integrar a otra mujer en nuestra intimidad era lo que él más me pedía pero yo no aceptaba porque, en principio, me pareció humillante para mí.
Trabajábamos juntos en un negocio propio y durante muchos años lo hicimos solos pero en determinado momento fue necesario contratar a una persona. La elegida era una chica de 25 años, verdaderamente hermosa, una escultura, pero lo más atractivo era su carácter emprendedor, aunque era algo autoritaria y orgullosa, hecho por el cual, al poco tiempo de trabajar, comenzaron las discusiones entre ambas.
Con mi marido alternábamos el horario en el negocio, ya que uno u otro debíamos visitar clientes. Cuando coincidíamos los tres en el trabajo, comencé a notar que mi marido se la miraba de una manera muy “especial”, sobre todo sus grandes y redondas tetas erguidas. Sus pezones se endurecían ante la mirada de mi marido y observé que en aquellas situaciones, ella me miraba desafiante, lo cual me irritaba enormemente, lo que me llevaba a reñirla con más insistencia ante cualquier circunstancia, aunque noté que mi marido disfrutaba de ello, cosa que me enervaba aún más.
Mi marido comenzó a provocarme durante nuestros contactos sexuales. Cuando yo estaba excitada me hablaba de ella, de lo sabrosos que deberían ser sus largos pezones, me comentaba sobre esas grandes mamas bien formadas, de su culo salido y redondo… Progresivamente fue aumentando sus “exigencias. Me obligaba a mirarle las tetas, y me hacia tirar cosas al suelo para que ella las recogiera y así poder mirarle el culo, ya que la muy guarra llevaba faldas muy cortas.
Por la noche, cuando estábamos en la cama, recordaba la situación y se ponía caliente. Decía que se imaginaba que yo le estaba comiendo las tetas a Ester, que así se llamaba la chica. Como digo, esto lo ponía muy cerdo y mientras me daba por el culo la nombraba a ella y cerraba los ojos imaginando que era a ella a quien estaba enculando. Llegó al extremo de hacerme masturbar y en los instantes previos de mi orgasmo debía nombrarla y decirle que estaba caliente con ella. Al final noté que yo también disfrutaba de esta experiencia, me hacía feliz complacer a mi marido y el cambio en su actitud diaria hizo que accediera en compartir sus fantasías sin reprochárselo.
El problema se presentó cuando comenzó a insistir en acostarse con ella. Yo no quería pasar de la fantasía a la realidad, de manera que me resistí a seguir con el juego con el consiguiente enojo de mi marido, nuestra relación empezó a tensarse y paralelamente, mi odio hacia Ester fue en aumento.

Estuvimos sin sexo cerca de un mes, nunca habíamos estado tan separados, yo padecía mucho esa situación y en más de una oportunidad estuve por claudicar a sus deseos, pero no lo hice. Por su parte, él seguía en su trato amable con ella, y la calentura que le provocaba su cuerpazo no se podía ocultar a tal punto, que decidí no salir más a visitar a los clientes, para no darles la oportunidad de que quedaran solos en el comercio.
Yo me encontraba en una situación de inestabilidad absoluta, pero entendí que esa situación no podía prolongarse por más tiempo, debía elegir entre acceder a los deseos de mi marido o despedirla, con el riesgo de que se encontrara con ella cuando se ausentaba del comercio. Decidí correr el riesgo y opté por prescindir de sus servicios en una oportunidad en que él no estuviera, obviamente sin consultarlo, luego le diría que ella había renunciado al cargo. Estaba dispuesta a pagarle una indemnización especial para que no se resistiera al despido. Pero se resistió, no solo eso, sino que además se puso a llorar, no por la pena de perder el trabajo, sino por verse finalmente vencida por mí, hecho que me gratificó enormemente, pero inesperadamente, mi marido apareció antes de lo previsto y preguntó qué pasaba.
Ella, con su llanto, logró conmoverlo y mis palabras se diluyeron ante sus lágrimas. Mi marido le pidió que se calmara, me regañó por haberla hecho pasar el mal momento y halagó su desempeño en la empresa, desautorizándome cruelmente. Ante su inconsolable llanto, mi marido se sentó en el sofá y la tomó suavemente de la mano incitándola a que se sentara sobre él como una chiquilla, secaba sus lágrimas tiernamente mientras rodeaba su cintura con el otro brazo. Comenzó a calmarse poco a poco ante las palabras de mi marido, quien me miraba desafiante.
Entonces comenzó mi sesión de tortura, debí escuchar como la halagaba diciéndole lo bonita que era, mientras recorría su cuerpo con su mirada y poco a poco también con sus manos, mientras le aseguraba que no iba a perder su trabajo, que solo se trataba de una crisis de celos por mi parte ante tanta belleza, que yo no era una mujer tan mala como a ella le parecía, que era una mujer complaciente y que seguramente ya me estaba arrepintiendo de lo que le había hecho. Luego se dirigió a mí y me obligó a pedirle disculpas.

Conocía ese tono amenazante de manera que tragué mi bronca y lo hice, hizo que me acercara a ella y la besara en la frente como forma de reconciliación, y lo hice. Cuando estuve al lado de ellos, constaté la descomunal erección de mi marido y sentí el olor a hembra que despedía el cuerpo de mi rival, obviamente caliente ante las caricias y las palabras de mi marido, sumados a la excitación que le producía verme sometida ante ella.
Llegada a esa situación, mi marido le acariciaba la espalda y el vientre y seguía halagándola.
– ¿Verdad que es preciosa? – me preguntó, entendí que la respuesta debía ser afirmativa y lo acepté – Veinte años atrás, mi mujer era tan guapa como tú…
Ella se sentía ganadora y entendí en ese momento que había perdido mi lugar de exclusividad en su vida. Ester estaba visiblemente excitada ante esa situación y ante la presión de la polla de mi marido en su muslo. Los halagos de mi marido fueron en aumento, ante lo cual ella comenzó a sonreír y como acto de desagravio, él me pidió entonces que desabrochara su blusa para que yo pudiera apreciar la belleza de sus jóvenes, hermosas y grandes tetas, y contra mi voluntad lo hice. No llevaba sujetador y reconozco que eran realmente maravillosas.
– ¿Verdad que son divinas? – me preguntó mi marido.
Una vez más, mi respuesta fue afirmativa. Luego comenzó a acariciarlas, logrando que su piel se erizara completamente y sus pezones se afilaran inmediatamente. Entonces tomó mi mano derecha y la llevó a su teta izquierda, de manera que la acariciáramos los dos. Ella comenzó a gemir, mi marido acariciaba mi cabeza suavemente mientras me decía lo bien que lo hacía y que le hacía feliz ver que abandonaba mi orgullo en pos de una convivencia pacífica. Presionó sobre mi cabeza hasta hacer que mi boca quedara pegada a su pezón e instintivamente lo comencé a lamer con suavidad, mientras él le preguntaba a Ester si le gustaban los mimos que yo le prodigaba, y entre gemidos ella decía que sí. Seguidamente, mi marido me pidió que levantara su falda para que pudiera observar su entrepierna y él reventaba de calentura ante la visión de su monte de Venus cubierto apenas por un tanga negro.
Mi marido separó suavemente sus piernas y me indicó que apartara su tanga para poder apreciar su sexo totalmente desnudo, cosa que hice después de un rato de duda. Apareció ante nosotros una vulva hinchada, de labios rosados y a esta altura abiertos por la calentura.
– ¿Está mojadita? – me preguntó mi marido – Constátalo con tus propios deditos, amor.

Me resistí ante su pedido pero acabé haciéndolo, él me ayudó separando sus labios vaginales con suavidad y yo comencé a acariciar entre ellos notando una humedad que comenzaba a chorrear por sus piernas. Mientras mi marido acariciaba mi cabeza, me preguntó si olía bien, empujó nuevamente mi cabeza hacia su sexo para que pudiera sentirla mejor, y le contesté que sí. Tiró hacia arriba sus labios de manera que quedara al descubierto su hinchado clítoris y la orden fue inmediata:
– ¡Lámelo!
Llegado a ese punto, me resistí, pero la respuesta fue un “empujoncito”, y el acercamiento fue inevitable. Sin ninguna experiencia, comencé a lamer el clítoris con suavidad y en ese instante comprendí que ya no tenía retorno, me sentí vencida y mis lamidas fueron profundizándose más, hasta llegar a su vagina.
– ¿Te gusta la mamada que te hace mi mujer? – le preguntó, y ella apenas pudo balbucear un sí y dirigiéndose a mí, él añadió – Que bien mamás mi amor, ¿qué se siente el chupar el coño de una mujer?
Me sentía perdida, la humillación no podía ser mayor, ser denigrada ante ella, verme arrodillada ante el coño de la mujer que calentaba a mi marido, mamárselo y recibir sus jugos en mi cara ante su estrepitoso orgasmo. Pero la cosa aun fue a más cuando mi marido me ordeno muy secamente:
– ¡Desnúdate por completo!
No entendí su orden pero, con manos temblorosas, me fui sacando la ropa hasta quedar completamente desnuda ante mi marido y su nueva amante.
– Ahora sácame la verga, para que Ester pueda disfrutar lo que durante tanto tiempo fue tuyo – me ordenó mi marido.
Lo hice temblando y ella se aferró con desesperación a la inmensa polla de mi marido que ya goteaba de calentura.
– ¿Quieres chuparla? – le preguntó – Mi mujer te va a ayudar.
Diciendo esto, hizo que se arrodillara en el suelo y que yo condujera su cabeza hacia su descomunal erección. La muy perra chupaba desesperada ante mis ojos, lamía centímetro a centímetro el objeto de mi deseo y mi marido gruñía de placer sin dejar de mirarme.
– Mira cómo esta preciosidad me calienta, mi amor, pero no dejes de acariciar su coño, mantenla bien caliente hasta que pida polla a gritos.
La muy guarra empezó a pedir verga y mi marido me indicó que la sentara sobre él de espaldas, tomé su verga empalmada y la coloqué en la entrada de su hambrienta vagina y lentamente la fui sentando hasta que la tuvo completamente dentro de su coño.

Se confundían sus gemidos y sus jugos ante mis ojos llenos de odio y a esa altura también de calentura. Me subyugaba el poder que mi marido tenía sobre mí, no podía evitar excitarme ante la excitación de mi marido que como salvaje la penetraba mientras amasaba sus tetas oscilantes.
– ¡Que coño tienes, me tienes caliente desde el día que te vi!
Con su otra mano masajeaba su clítoris y se esforzaba en mirarme a los ojos para asegurarse que yo estaba atenta al placer de ellos.
– Te gusta ver gozar a tu macho con otra, ¿verdad? – me decía.
A esa altura yo había perdido por completo el control sobre mi persona y estaba ávida de presenciar el orgasmo que se avecinaba.
– ¡Chúpame los huevos y el coño de mi amante! – me ordenó.
Comencé a hacerlo, pero esta vez con una pasión desconocida en mí, quería sentir a esa zorra correrse con la verga de mi marido enterrada y lo sentí. Sus espasmos y sus gritos impregnaron mi vida e inmediatamente fue mi marido quien acabó entre gritos y jadeos.
En mi vida pensé que fuera a disfrutar de esa situación tan perversa, verlo desesperado follando a otra mujer en mi propia cara. Poco a poco se fueron calmando, la leche de mi marido comenzó a salir del coño que me había hecho cornuda y yo, sin que me lo pidiera, comencé a limpiarla con mi lengua.
A partir de ese momento, mi vida cambió, mi matrimonio cambió de signo ya que me convertí en la esclava sexual de los dos, recordándome él a diario lo bien que le hacía follarse a una mujer más joven que yo.
Claro, que no fue la única vez, fue solo el comienzo, pero lo que resta queda para otra oportunidad.
Besos húmedos para todos.

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