Relato erótico
Las chicas del equipo
A veces iba a ver los entrenos de futbol sala del equipo en el que jugaba la novia de su mejor amigo. Ella y sus compañeras formaban un grupito de tías buenas. Fantaseaba con ellas, hasta que, las fantasías se realizaron pero no como él esperaba.
Luís – Navarra
Susana era la novia de mi amigo Oscar y la verdad, no es que esté muy buena, pero me ponía bastante cachondo. Es alta, delgada, con piernas estiradísimas que acaban en un culo duro. Ella jugaba a futbol sala y tenía unas compañeras de futbol que estaban muy buenas: Lola, de piel muy morena, parece india y de un fuerte carácter; Reme con unas tetas impresionantes y María con un cuerpo espectacular.
Últimamente me había acercado más a Susana y al resto de sus amigas. Supongo que por aquella época me sentía más femenino, no sé, me gustaba saber como pensaban las chicas y sobre todo, sus secretos. Poco a poco fui enterándome de qué les gustaba hacer cuando follaban y sus fantasías sexuales.
A veces iba a verlas entrenar y me esperaba a que salieran del vestuario para entrar y ver si se habían olvidado alguna cosa pieza de ropa (mejor interior) para quedármela, aunque no tenía suerte. Tanta importancia le di a la ropa interior femenina que me a compré unas braguitas y medias para masturbarme con ellas. Pensaba que era un hombre acosado por una tía buena y eso me ayudaba a meterme en el papel. La verdad es que la dominación femenina siempre ha sido mi debilidad en cuanto a fantasías sexuales.
Un día de tantos, bajé y me encontré en un rincón un tanga, me entró un escalofrío increíble. No dudé en cogerlo y disfrutar del aroma. Lo guardé en mi bolsillo y salí de allí. A partir de entonces me lo ponía cuando quedaba con ellas, era aproximarme más a las chicas que me ponían cachondo, me sentía tan vulnerable como ellas ante el sexo puesto que un tanga no cubre ni un poco las nalgas y era más incómodo que las braguitas. No obstante, cada vez que pensaba que lo llevaba puesto mi polla reaccionaba con un espasmo.
Un día subí a casa de Susana y me encontré a Lola pintándose las uñas:
– ¿Te gusta este color, Luis?- me dijo con voz muy suave.
– Sí, te pega con la camisa – llevaba un top ajustadísimo que evité mirar para que no pensara que sé lo buenísima que está.
– Es un top, tonto, mucho más estrecho que una camiseta.
Y en ese momento se acercó con su silla de ruedas hacia donde yo estaba y estiró del escote para que yo viese lo elástico que era. Me cambió la cara al ver sus enormes pechos y seguramente ella lo notó.
Me fui con Susana, que estaba eligiendo en su armario lo que ponerse esa noche para ir a cenar con Oscar. Me pidió que le ayudara a elegirlo ya que era muy importante ir muy guapa.
Como si fuéramos amigos de toda la vida, Susana se quedó en sujetador y bragas delante de mí mientras se iba probando uno a uno sus modelitos. Yo me quedé de piedra aunque intenté que no se notara actuando como si eso lo hiciera todos los días.
Al rato subieron María y Reme, la cual dijo:
– ¿Alguna cogió mi tanga rojo el jueves? Creo que me lo dejé en el vestuario.
Las palabras de Reme me hicieron estremecer un segundo pensando que lo tenía yo, pero aquello me ponía más cachondo aún. Nadie lo había visto y Reme se lamentó porque era su preferido.
Mientras Reme y María vestían a Susana, yo me fui con Lola:
– ¿Quieres que te pinte una uña?
– Sí, será divertido, a ver que tal me queda.
No me podía creer lo que estaba haciendo, pero ese ambiente femenino me impulsaba a hacer lo que ellas hacían. No tardé en pedirle a Lola que me pintara todas las uñas de manos y pies.
– La verdad es que nunca he podido hacer esto más que con las compañeras de equipo y menos con un chico. ¿Te pinto los labios?
– Si – contesté enseguida y sin dudar.
Cuando Lola acabó conmigo, me llevó ante el espejo y como tengo cara de niña me colocó una peluca rubia. Con los coloretes, las pinturas y los gestos que me hizo hacer ante el espejo parecía una auténtica putita pija. Acto seguido me llevó ante las demás a pesar de que yo no quería y que así le demostré:
– Vamos a que te vean las demás.
– No, no, no, que me da mucha vergüenza. Contigo vale porque tengo confianza pero Susana se reiría de mí y se lo diría a Oscar.
-Te sorprendería lo que hace Oscar – dejó caer eso como diciendo que Oscar también había estado en mi situación y aceptó. Además, reconoce que te está gustando, te gusta verte vestido de mujer, ¿a que si?
Lola abrió la puerta del dormitorio de Susana y yo me quedé detrás de ella sin que me vieran.
– Mirad lo que os he traído. Ya puedes entrar, Luis.
Asomé mi cabeza con la peluca. Reme se echó a reír mientras que Susana, muy seria, decía a Lola “bien hecho, uno más” y María se frotaba las manos. Me hicieron entrar y me sentaron en la cama. Empezó María:
– Así que te gusta vestirte de mujer, ¿eh Luis? Por eso nos acompañabas siempre a hacer cosas de chicas.
– En realidad solo sentía curiosidad por el maquillaje, no quiero vestirme como una tía.
Lola se quitó su top y me lo lanzó:
– ¡Vamos, póntelo! No te quedes pasmado mirándome.
Tenía razón, pero es que no podía evitar fijarme en esos pechos tan morenos y bien puestos. Me puse el top que marcaba mis pectorales y abdominales; casi no cabía en él.
– Me gusta como queda, vamos a sacarle ropa ajustada – dijo Reme mientras me quitaba el top de Lola. – ¿Qué es esto, calzoncillos rojos?
Yo me quedé pensando cuando me di cuenta de que el pantalón me estaba ancho y dejaba ver un poco mi/su tanga. Me subí rápidamente los pantalones, pero Reme me agarró fuertemente y me dijo:
– Venga, enséñanoslos, seguro que son muy bonitos – dijo inclinándose hacia mí para que viera sus pechos.
Yo no quería hacerlo, pero esa voz tan dulce y esa posición felina me hicieron cambiar de opinión. Me bajé los pantalones de un tirón y descubrí el tanga ante el asombro de todas mis amigas.
– ¡Qué ajustados te quedan, Luis! ¿Vas marcando paquete por ahí o qué? -dijo María ingenuamente.
Me di la vuelta y dejé ver el tanga al completo, con mis nalgas al aire y las florecitas de adorno.
– ¡Pero si es mi tanga! Tú fuiste el cerdo que me lo cogió cuando se me olvidó en la ducha.
– Lo siento mucho Reme, pero…- intentaba balbucear algo y ella me cortó enseguida.
– ¿Te gusta llevar tanga, eh? ¿Te sientes como una mujer?
Intentaba que no se notara mucho pero mi pene desmentía mis palabras.
– Solo quería probar si era cómodo, nada más.
– Eso es lo que te crees, pero la verdad es que te gustamos tanto que quieres sentirte como nosotras, eres una putita pija – dijo María.
Se desmanteló todo y me sentí humillado. Agaché la cabeza mientras Susana salía de la habitación. Probablemente todo el mundo se enterara de aquello y eso me daba miedo, pero ese rato con ellas fue lo mejor del mundo.
Cuando iba a subirme los pantalones para irme al aseo a cambiarme y darle el tanga a Reme, entró Susana con una bolsa en la mano diciendo:
– Si te sientes como una mujer, te gustará follar como una mujer, ¿verdad? A las putitas les gusta que les den por el culo. – dijo Lola con tono maléfico.
– Y les gusta comer rabos. Les gusta exhibirse delante de machos con pollas enormes y ser penetradas por ellos – añadió María.
Todo esto no era más que un juego para excitarme más y para que yo reconociera que aquella situación me gustaba. Así que decidí cortar por lo sano:
– Bueno, tengo que irme…
Aquello fue lo peor que pude decir ya que todas se abalanzaron sobre mí y me tiraron sobre la cama mientras Susana decía:
– ¿Te vas? ¿Y desperdiciar una erección como esa?
Tenía razón, estaba totalmente empalmado. El estar sujetado por mujeres atractivas en situación de inferioridad me hacía sentirme bien, en peligro sexual. Y Susana añadió:
– ¿No quieres ser una putita? Para eso debes follar como una putita y sentir lo que siente una putita cuando es follada. Para las mujeres el sexo es muy difícil, nos duele mucho cuando nos penetran y tú no sabes lo que es eso. ¿Quieres saberlo?
– No, grité yo asustado.
– Lo siento zorra, no te oigo. Ahora vas a ver lo que es ser una mujer follada.
Sacó de la bolsa instrumentos sadomasoquistas aunque, por fortuna, eran para asustarme ya que solo utilizó uno, el peor. Se quitó el vestido que se había puesto para cenar con Oscar y se quedó en ropa interior apareciendo ante mí como una diosa y se ató a su cintura un pene de goma de unos quince centímetros. Yo supliqué que aquello no, que de verdad lo sentía, que no quería ofenderles. Parece que esto le hizo pensar y se lo quitó, para mi alivio. Las demás me levantaron y me quitaron la ropa. En su lugar me pusieron unas medias que llegan hasta las rodillas y se enganchan en el tanga de Reme, que aún llevaba puesto, me colocaron un sujetador de Susana y me colocaron unos zapatos de tacón en los que apenas me cabían los pies.
Allí estaba con peluca y lencería femenina, otra vez me empalmé. Susana ordenó a las demás que me agarraron de pies y manos sin poner yo oposición alguna. Me lanzaron a la cama boca abajo y me ataron a la cabecera y a los pies. Me colocaron a cuatro patas con el culo en pompa. Susana se puso de nuevo el pene de goma mientras Reme apartaba el tanga de la raja de mi culo. Mi polla salía completamente erecta por un lado. Sentía unas ganas enormes de pajearme, pero no podía:
– Hacedme una paja, por favor os lo pido, voy a estallar.
– Cállate zorra – dijo Lola mientras me azotó tres veces las nalgas con su firme mano.
– Las putas no se corren, solo sirven para que los otros se diviertan – me susurró Susana al oído.
Mientras María se desnudaba exhibiendo su poderosísimo cuerpo ante mí para que mi excitación no cayera, Lola me acariciaba los huevos y tocaba de vez en cuando mi polla y Reme abría mis nalgas para dejar mi ano descubierto y me azotaba con su mano, Susana me enculaba sin que yo pudiera hacer nada. Aquel pene entró en mí muy fuerte y me hizo daño, aunque ya no distinguía entre el placer y el dolor. Todo aquello me encantaba hasta tal punto que cuando Susana sacó la polla de goma de mi culo:
– No pares por favor, sigue, no lo dejes a medias- no podía creer lo que decía.
-Tranquila zorrita que la enculada te la llevas seguro.
Ese vocabulario tan impropio de ella me hacía excitarme más, ya no cabía en mí.
Susana volvió a encularme, esta vez más fuerte, metiendo y sacando su polla artificial a gran velocidad y con gran dureza. Estaba prácticamente molido cuando de pronto me soltaron las cuerdas y me desengancharon de la cama. Me colocaron boca arriba, todo esto con el pene dentro de mí, y Susana siguió castigándome física y psicológicamente:
– ¿Qué pasa, te duele? No eres una buena putita. Eres una putita mimada que no aguanta ni una enculada, pensaba que ibas a aguantar más que Oscar.
De modo que era verdad, Oscar pasó por mi situación Dios sabe cuantas veces.
Me abrieron de patas mientras seguían masturbándome y enculándome. Susana se cogió a mis caderas para poder follarme mejor. Ahora la velocidad y dureza de la enculada era enorme. El clímax llegó cuando con su polla dentro de mi ano aún, Susana se inclinó hacia mí y pegó su cara contra la mía diciéndome:
– ¿Por qué no te resistes? No estás atado, podrías empujarme y salir corriendo, ¿por qué no lo haces? Ah, ya sé- dijo de forma ingenua pero sabiendo muy bien lo que hacía
– ¿Será porque estás disfrutando de la enculada, Luis? ¿Te gusta ser una putita? Venga, di que sí, sabemos que te está gustando.
– Claro que sí, me encanta- contesté.
– Muy bien, putita – dijo Susana pasándome la lengua por la cara y jugando con mi peluca en sus dedos.
– Creo que me has satisfecho bastante, córrete. Córrete, zorra, a ver cómo disfrutas.
Acto seguido mi cuerpo comenzó a dar espasmos con su pene aún dentro de mi culo y empecé a echar chorros de semen.
Al momento, Susana me susurró al oído:
– Lo has hecho muy bien putita, me has satisfecho más de lo que esperaba. Has superado con creces a Oscar. ¿Sabes qué? Voy a cortar con Oscar esta misma noche porque te quiero a ti como putita, ¿aceptas?
Un sí rotundo sonó en toda la habitación.
A partir de ese momento fui el muñeco sexual de Susana, María, Lola y Reme que, por cierto, me regaló su tanga. Tenía pensado follármelas una a una y al final fueron ellas quienes me follaron a mí de una en una.
Ya os iré contando nuestros calientes encuentros. Besos.