Relato erótico

La zorra y la gatita

Charo
16 de octubre del 2018

Una idea del profesor de biología de identificar a los compañeros de clase con un animal. Se generó un problemilla entre dos chicas y acabó con el experimento. Quedó con una de ellas para hacer un trabajo y nos cuenta como le fue.

Marcos – Salamanca
Sonó el despertador. Eran las siete y media de la mañana, hora de levantarse y prepararse para afrontar una vez más un nuevo curso, en una ciudad nueva. Por motivos de trabajo de mi padre, desafortunadamente nos tenemos que mudar constantemente de ciudad y empezar de cero cada curso escolar ya es una rutina para mí. Sin más demora me preparé para triunfar en este instituto.
Había un gran bullicio en la entrada debido a los reencuentros de los que no se vieron durante todo el verano y los nervios por los profesores que darían cada materia, la dificultad de las nuevas asignaturas y por saber si el chico o la chica guapa de curso te tocará de compañero este año. Empecé a mirar a mí alrededor, intentando alegrar la vista con algún que otro tanga bien marcado o ese par de pechos descomunales que luchan por salir de sus diminutos escotes. Alguna que otra chica también se fijaba en el chico nuevo, o sea en mí, y con pequeñas sonrisas y cuchicheos se giraba y comentaba algo al grupo de amigas.
Finalmente entramos a las clases asignadas. Era un aula bastante pequeña, con apenas 30 alumnos donde la población femenina abundaba bastante y ni decir tiene que ya le había echado el ojo a un par de chicas apenas crucé la puerta. Poco después entraba en la clase el profesor, un tipo de unos 50 años de altura media, calvo, con barba y gafas. Prototipo de profesor de Biología que era la primera asignatura en el horario.
– Bien, chicos, ya vale, sentaos por ahí. Vamos a empezar – dijo sin demasiada convicción de ser obedecido.
La gente fue sentándose y poco a poco guardó silencio.
– Buenos días a todos. Yo soy Carlos, y este año seré vuestro profesor de Biología.
La mayoría de los alumnos ya le conocían de años previos y ya se empezaban a oír murmullos sobre el “palo” de profesor que era y de lo duro que empezaba el año.
– Veo muchas caras nuevas – dijo sonriente – así que ¿por qué no hacemos una pequeña presentación? Quiero que cada uno escriba en un papel el nombre de un compañero y lo identifique con un animal, para que los nuevos puedan ir conociéndose.
¡Vaya, esto si que es nuevo, un juego de presentaciones con animales! Las presentaciones fueron haciéndose, la mayoría describiendo características físicas bastante obvias, así si Pedro era muy alto le asociaban con una jirafa, si Elena era muy rápida le asignaron el guepardo y así sucesivamente.

Era el turno de una de las chicas en las que me había fijado, Sonia, se llamaba. Una chica sonriente, con ojos color miel y tirabuzones en el cabello. Tenía unos pechos grandes y redondos acompañados por un culo respingón nada despreciable tampoco. Una cara angelical para un cuerpo de pecado.
– Yo he elegido a Natalia – dijo – y es una gatita.
Esa era la otra chica que llamaba la atención, morena de pelo largo con unos ojos negros penetrantes. Tenían algo menos de pecho pero unas piernas, que enseñaba gracias a su mini falda, que harían enloquecer a cualquiera
Hubo silbidos y alguna que otra carcajada picarona, pero el profesor puso orden y Sonia siguió hablando:
– Es una gatita porque es una chica muy cariñosa y mimosota.
– Vaya, que casualidad, yo te he cogido a ti Sonia y para mí eres una zorra – replicó Natalia levantándose.
La clase enmudeció. Pues si que había dado su juego esto de las presentaciones, pensaba yo.
– Pienso que eres una zorra porque eres una chica muy astuta y siempre logras lo que quieres – puntualizó Natalia.
Al menos se había calmado un poco el ambiente, lo que Carlos aprovechó para poner fin al juego de los animales que no había sido como esperaba.
Estaba ya finalizando la clase cuando nos mandó hacer un proyecto en grupo, asignando los grupos al azar. A mí me tocó con Juan y Sonia, con quien me reuní después de clase para ver cómo lo hacíamos.
– Está bien, el viernes a las 4 en mi casa – dijo Sonia, a lo que accedimos sin más.
Estuve toda la semana esperando a que llegara el viernes y así poder conocerla un poco mejor. Sonia vivía a las afueras de la ciudad en un precioso chalet. A las 4 en punto llamé a su puerta. Cuando Sonia me abrió, me quedé un poco cortado, pues llevaba un pequeño pantaloncito de deporte y una camiseta sin sujetador, que marcaba unos pezones grandes bajo la tela.
– ¡Eh, esto hola! ¿He llegado demasiado pronto? – le dije por decir algo
– No, Juan aún no ha llegado, pasa – me dijo sonriente – ¿Te gusta mi casa? – y al decirle yo que sí, añadió – Está muy bien, pero un poco lejos del centro, lo cual no es muy cómodo.

¿Qué te parece si subimos a la buhardilla? Allí es donde tengo la mesa de estudio y los libros.
– Me parece bien, así vamos haciendo algo para cuando llegue Juan.
Subimos a la buhardilla, que parecía una gran oficina, con su enorme mesa, un sofá de cuero contra la pared y estanterías por todos lados. Puse los libros sobre la mesa y al darme la vuelta Sonia estaba tumbada en el sofá.
– ¿Por qué no te sientas aquí un poco conmigo? – me dijo.
Dude un poco y me senté en el borde.
– Vaya roce que tuvisteis en clase el otro día Natalia y tú con lo de los animales, ¿no? ¿Siempre os lleváis tan mal? – le dije.
– ¿Por qué dices eso, solo porque me llamó zorra? Lo que pasa es que tiene envidia de que yo me haya liado con algún chico más que ella. Pero es buena chica – replicó.
– No, si yo eso no lo dudo, pero estuvo un poco fuera de lugar la “gatita”
– Vamos a hacer una cosa, no hablamos más del tema y te hago una mamada – me dijo de pronto y antes de que me diera cuenta ya había bajado mi cremallera y agarraba firme mi pene erecto y comenzaba a acariciarlo.
Empezó a mover su mano de arriba abajo mientras me quitaba la camiseta y acariciaba mi pecho.
– ¿Es qué no vas a ayudarme? Tengo mucho que darte – me susurró al oído mientras me mordía el lóbulo de la oreja.
Natalia no mentía. Sonia era una zorra. Una buena zorra.
Le quité los pantalones y la camiseta, dejándola en tanga. Apenas tapaba el vello aquel minúsculo tanga blanco. Ella se agachó y comenzó a lamer mi pene desde la base sin soltarlo, hasta que se la metió entera en la boca y comenzó a succionar, cada vez con más fuerza. Vaya forma de chupar que tenía la muy zorra, notaba mi polla fuera de sí, a punto de reventar. Si seguía así iba a correrme sin remedio en su boca y no quería. Por lo menos aun no.
La tumbé en el sofá y comencé a comerle aquellas enormes tetas y mordisquear sus pezones mientras ella seguía masturbándome. Poco a poco fui descendiendo hasta apartar su tanga y comenzar a lamer su coño húmedo y salado. Mi lengua se movía por todas las cavidades de su almeja y mordisqueaba su clítoris haciéndola gemir sin cesar de placer.
– ¡Vamos, no pares ahora cabrón, quiero correrme, no me dejes así! – exclamaba.
Poco después mi boca se llenó de un cálido y delicioso fluido que no pude desperdiciar.
– Me has puesto a cien, cabrón. Ahora quiero follarte yo – me soltó.

Diciendo esto me empujó sobre el sofá y de un empujón se metió toda mi verga dentro del coño y comenzó a cabalgarme sin piedad. Yo me agarraba y succionaba aquellos pezones desorbitados. Aquella chica de clase que apenas conocía, me estaba follando. Y me estaba follando bien.
– ¡Para, quiero correrme en tu boca! ¡Quiero que te tragues hasta la última gota de mi leche! – le grité.
– Perdona chaval, pero la leche es para los gatos – y diciendo esto entró Natalia en la habitación a la que yo no había visto.
– ¿Leche para la gatita? Ven aquí precioso que te voy a dejar seco – me dijo mientras empezaba a comerme la polla.
Mientras, Sonia empezó a lamerle el coño a Natalia, con lo que ya no pude más y empecé a echar chorros de semen directamente a la garganta de Natalia hasta quedar exhausto y cuando Natalia se apartó, comenzaron a tocarse entre sí las dos. En apenas dos minutos mi polla volvía a estar erecta y buscaba mas, así que me acerqué a Natalia por detrás y puse mi polla en su culo y empujé despacio mientras su ano se iba abriendo sin dificultad.
– Mira Sonia, me descuido y este cabrón ya me está dando por el culo – dijo
Comencé a darle con fuerza mientras ella lamía el coño de Sonia y se frotaba el clítoris con fuerza. Mis pelotas rebotaban con fuerza contra su culo una y otra vez, cada vez con más fuerza. Natalia gritaba ya con tal fuerza que debían estar oyéndola hasta en el jardín. Finalmente se corrió y yo retiré mi polla de su culo y me masturbé sobre Sonia que ahora sí recibió mi semen sin objeción sobre sus tetas, que poco después la gatita relamió hasta dejarla limpia.
– Vaya con la zorra y la gatita – dije apoyándome en una silla.
Espero que nos toque hacer muchos trabajos más juntos.
Besos.

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