Relato erótico

La volvía a ver

Charo
21 de septiembre del 2018

Nuestro amigo y asiduo lector de la Revista Clima y Charo Medina, nos contó un encuentro que tuvo una noche cuando cogía el tren de regreso a su casa. En esta ocasión ha querido contarnos lo que ocurrió cuando volvió a viajar a la ciudad de ella.

Ión – PAMPLONA
Amiga Charo, soy Ión y ya te empecé a relatar esa experiencia que me ocurrió hace un tiempo, y que tú publicaste. Recuerdo que mi trabajo me llevó a Madrid a visitar a unos clientes y al regresar a Pamplona, en el andén de la estación y dispuesto a tomar el tren de las ocho de la tarde, una voz muy dulce me preguntó si ese tren la llevaría a Logroño. Le respondí afirmativamente, ya que así se leía en el cartel anunciador de esa vía. No le presté más atención a esto y me acomodé en mi asiento decidido a poner en orden mis papeles del maletín. Pero durante el viaje los dos entraron en un contacto más íntimo y acabaron follando en el lavabo del vagón.
Terminé mi relato diciendo que pasados unos días telefoneé a Silvia a las cinco de la tarde, bromeamos por teléfono y me confesó que su marido la tenía desatendida desde hacía algún tiempo y que se montaba encuentros con una vecina, pues las dos eran bisex, que hasta lo del tren hacía mucho que no tenía una buena polla a su disposición y que si alguna vez iba a Logroño, que la llamase. Quedamos de acuerdo en que si era su marido el que descolgase le teléfono le dijese que era de catering y que quería hablar con Silvia. La conversación duró un buen rato y ambos confesamos ser lectores de la revista “Charo Medina” y que nos masturbábamos con sus historias, pero que no estábamos por encuentros.
A finales de octubre me las arreglé para visitar un cliente de la Rioja y llamé a Silvia. Quedamos en su casa un jueves sobre las tres de la tarde. Tras llamar y abrirse la puerta, me encontré a Silvia con un pequeño sujetador y una braguita diminuta. La besé en la boca desesperadamente y acto seguido cerré la puerta y me arrodillé besando y lamiendo aquella braguita en la que se marcaban, con mi saliva, sus labios, a continuación me incorporé y la besé de nuevo en la boca. Luego me hizo pasar al salón, me senté en el sofá y me sirvió una copa devino blanco. Y mientras yo degustaba el vino me hablaba en susurros de lo mucho que me deseaba, de lo larga que había sido la espera y de lo bien que lo pasamos en el tren.
Cuando acabé la copa fue desabrochando mi camisa y acarició mi polla por encima del pantalón, aunque pronto noté como deslizaba su mano entre mi pene y el slip. No sé como pero, en un instante, me encontraba desnudo y con mi verga en su boca. Me la lamió despacio y con cariño y luego me invitó a ir a su dormitorio. De espaldas a la cama le desabroché el sujetador y me apasioné succionando sus pechos, recorriendo con mi lengua en círculos sus preciosos pezones. Después la tumbé en la cama, dejando sus piernas colgando, y me puse de rodillas, bajé sus braguitas, que ya estaban muy mojadas, y me deleité en comerle aquel precioso chochito lamiendo y golpeando con mi lengua el clítoris hasta que comenzó a gemir, a gritar, a retorcerse como una serpiente y me dio en la boca todos sus jugos, que tragué gustosamente.

Al tranquilizarse, hizo que me tumbase en la cama y me cabalgó como una buena amazona diciéndome que quería sentir el calor de mi leche en lo más profundo de su cuerpo. Mientras me follaba no dejaba de acariciar mi pecho y eso, además de las frases que me decía, dio como resultado una erección que no pude contener y descargué mi leche en su chochito. Estaba empapado de sudor y ambos quedamos tumbados en la cama, abrazados y besándonos sin parar.
Pasado un rato, se levantó y se fue a la sala, descolgó el teléfono y llamó a alguien. No entendí ni con quien ni qué hablaba, pero pronto se presentó de nuevo en la habitación con unas toallitas y un recipiente con agua. Comenzó a lavarme y secarme desde los pies a la cabeza, alternando las toallitas con besos pausados y sonoros en todas las partes de mi cuerpo, hasta que me pidió que me diese la vuelta e hizo lo mismo con mi espalda, culo y piernas.
Yo, que no quería romper la magia del momento, no me atrevía a preguntar por la llamada telefónica, pero al final mi curiosidad traicionó y le pregunté a quien había llamado. Se echó a reír y me dijo que era una sorpresa, que seguro que me gustaría. A los pocos minutos sonó el timbre, Silvia fue a la puerta y mi sorpresa fue muy grata. Era otra mujer, su vecinita. María era una mujer delgada, alta, no muy agraciada de cara pero con un tipazo que quitaba el sentido.
Lucía se sentó a mi lado e invitó a María a hacer lo mismo, me la presentó, me dijo que era su amante y que quería compartir con ella el macho que tenía en la cama pues María llevaba dos años separada y no recordaba lo que era un hombre. Poco a poco, entre Silvia y yo, fuimos desnudando a María, pero solo Silvia se atrevía a besarla y a acariciarla pues yo estaba un tanto cortado. Deduje, no obstante, que María estaba informada, no solo de lo ocurrido en el tren, sino de mi visita de esta tarde.
Poco a poco le fui tomando confianza y la acaricié respondiendo ella tomando mi polla y metiéndosela en la boca, al principio de forma torpe, pero luego como una maestra en el arte del mamar. Los minutos fueron pasando y yo que siempre trato de abandonarme cuando estoy con una buena mujer, lo hice por las dos. Me relajé y traté de dar placer a esas dos hembras calientes y gozar de ellas.
Tan pronto tenía los pechos de una en mi boca como el coño de la otra, una boca lamía mi glande y a la otra la buscaba yo para besarla apasionadamente, cuando no tenía las manos ocupadas en acariciar un clítoris, las tenía en el culo de la otra, si una boca se entretenía con mis huevos yo lamía el chocho de la otra.
Con sinceridad, no sé las veces que me corrí, no tengo la seguridad de en que agujero, pero estoy seguro de haberme puesto un condón y taladrar el estrecho culo de María.
Cuando lo estimaba oportuno dejaba que fueran ellas las que se acariciasen y se besasen, olvidando por momentos que yo estaba presente. Pero era pero, esto me ponía a cien y buscaba un sitio entre las dos lamiendo cualquier parte de sus cuerpos o las masturbaba a las dos a la vez.

Se hizo de noche. La luz que entraba por la ventana era la de las farolas de la calle. Supuse que sería tarde y que el marido de Silvia estaría al llegar y yo debería marcharme. Lo comenté de forma sutil y Silvia, mirándome a los ojos, me dijo de forma rotunda:
– Esta noche prepararé una buena cena para mi maridito, pues muy a su pesar de nuevo tengo un hombre que me satisface.
Me puse de pie y las dos al unísono, como lo hubiesen pactado, me pidieron algo para recordar esa tarde. Yo no entendí bien o acaso no esperaba nada de eso. Entonces María me dijo que le regalase el slip y así lo hice con la condición de que ellas me regalasen sus braguitas. Nos intercambiamos las prendas y después de vestirme nos dirigimos hacia la puerta, ellas me abrazaron y me besaron diciendo que no me olvidarían y yo respondí lo mismo.
Para su sorpresa les pedí que me dejasen despedirme de ellas con un beso en sus labios. Se miraron un tanto extrañadas, entonces me arrodillé y besé con cariño cada uno de sus coñitos. La dos se echaron a reír y Silvia dijo que era el tío más cachondo que había conocido.
Pasaron unas semanas y traté de telefonear a Silvia pero nadie contestaba al teléfono. Lo intenté muchas veces pero al final desistí pues no conseguía comunicarme con ella.
Un beso muy húmedo para todas y un cordial saludo a toda la redacción.

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