Relato erótico

La venganza es un plato que se sirve frío

Charo
13 de marzo del 2020

Tenía 20 años y un compañero en la universidad que se convirtió en su mayor “enemigo”. Se reía de él, porque para ayudarse a pagar la carrera, hacía de modelo e incluso había desfilado alguna vez. No sabía cómo podía vengarse, hasta que se enteró, que su “enemigo” estaba locamente enamorado de su novia.

Oscar – MADRID
Amiga Charo, soy lector de tu revista desde hace ya varios años pero hasta ahora no me había atrevido a contarte una experiencia que me ocurrió cuando tenía 20 años. Era mi segundo año de universidad y, hubieran sido unos años felices, si no fuera por la presencia de un odioso e insoportable compañero que era mi peor enemigo y no me dejaba en paz, burlándose de mí siempre que podía.
Yo trabajaba como modelo de fotos publicitarias para sacarme algún dinero. Me ayudaba a pagar los estudios y algún que otro caprichito. Lo hacía de vez en cuando, sobre todo en las vacaciones de invierno. Y también, de tanto en tanto, iba a algún desfile de modelos. Eso le pareció, al tipejo que comento, motivo bastante para reírse de mi.
– Rubio, guapito, medio hombre…-me insultaba- creyendo, en su pequeño cerebro, que por ser modelo, tenía que ser homosexual.
Tanto insistió que, pasado algún tiempo se sumaron a sus insultos varios amiguetes suyos, festejándole los chistes y las burlas con risitas y ellos también se burlaban. Según ellos, además, yo tenía un culo redondo y levantado como el de las mujeres y el de los homos. Me hacían bromas todo el tiempo.
Pero, en la vida de este odioso sujeto había algo que hacía que, de vez en cuando, se olvidara de sus ganas continuas de molestarme y era que, aunque parezca poco creíble en alguien como él. El tío estaba enamoradísimo de su novia, una tal Noelia. Y para colmo del ridículo les preguntaba a sus amigos si ellos creían que ella lo seguía queriendo. Una vez le oí decir:
– Ella es tan frágil, necesita protección, que alguien la ayude…
Su enamoramiento, era lo único que lo distraía de su actividad preferida: molestar al resto del personal. Nos molestaba a mi, al que llamaba “el rubito”, a Jorge, el mejor alumno de clase, y a Martín, pero sobre todo me molestaba a mi.
– Defiéndete si no eres un cobarde -me decía- ¿Tienes miedo de pelearnos y que te rompa esa cara bonita que tienes?
Le divertía que yo tuviera los músculos marcados por las pesas y que fuera alto y que, aún así, no aceptara pelear con él. Decía que yo era un rubito afeminado y todos sus amigos se lo festejaban. Confieso que lo odiaba. Pero la suerte se puso de mi parte.
Mi hermana es profesora de matemáticas y ocurrió que la casualidad hizo que Noelia, la novia de mi enemigo, iba al estudio de la parte de atrás de mi casa donde mi hermana le daba clases. Algunas veces ella venia más temprano y a mi se me ocurrió desplegar mis artes para excitarla. Me vestía con ropas ajustadas para que se tensara la tela y se notaran mis músculos. Y con cualquier excusa intentaba tocarla.

– ¿Tienes el compás? – le decía por ejemplo y con la excusa le acariciaba suavemente la espalda.
Algunas veces venía a buscarla a casa su novio, mi enemigo. Yo me encerraba entonces en mi habitación para que no me viera. Si él se enteraba que era una hermana mía quien le daba las clases particulares a su novia, con lo celoso que era, al día siguiente, me iba a atormentar muchísimo más.
En el jardín de mi casa había una pequeña piscina desmontable y yo me bañaba en ella, solo con el slip de baño para pasearme delante de Noelia. Iba por el jardín hasta donde estaba y me secaba cerca de ella para que me viera acariciándome la espalda lentamente y los músculos de los brazos. Una vez, en la piscina, me excité solo y cuando salí del agua estaba con mi polla dura, levantando mi traje de baño.
Al salir del agua fingí tropezar, caí encima de ella y así le hice sentir todos los músculos de mi cuerpo sobre su cuerpecito frágil. Pasaron algunos segundos y no me levanté. Era ese día o nunca. Yo sabía que justamente ese día mi hermana no iba a venir.
Ella no hacía nada. Parecía gustarle el contacto. Era ese día o nunca, me repetí mentalmente. Hice que sintiera la polla del “guapito”, como decía su novio, y la sintió apoyada en sus muslos.
Mi polla estaba ya durísima y levantaba todo el traje de baño rozándose contra la tela de la falda que ella llevaba. Entonces la abracé para apoyarle mejor mi polla contra sus muslos y empecé a acariciarle la espalda hasta que, con las dos piernas, atrapé las suyas presionándolas. Cuando le mordí el cuello ella se quiso soltar pero yo hice mucha fuerza con mis brazos y la acaricié desde el cuello hasta los hombros y desde los hombros al cuello con las manos.
Vamos, que ya está caliente, vamos, ahora, vamos… que sea mía, me repetía yo mentalmente. Le metí la mano bajo la falda sin dejar de acariciarle la espalda mientras mis piernas la sujetaban con fuerza como garras, rozándole las rodillas.
Mi mano iba y venía desde su cuello hasta su espalda, apretando los músculos de mi cuerpo contra la piel frágil de ella y me gustaba la diferencia de tamaño. La abrazaba y la envolvía toda con mi cuerpo.
Cada centímetro de mi cuerpo intentaba calentarla, como en una gran trampa. Mi mano, bajo la falda, buscó su coño y mi dedo índice, junto al anular, frotaron con movimientos lentos, toda su raja mientras le metía el dedo de la otra mano en el agujero del culo. Entonces la agarré con los dos brazos para bajarla suavemente de la silla hacia la alfombra, ella se inclinó hacia atrás y le saqué la falda tirándola hacia abajo, acariciándole lentamente los hombros con la mano libre y también las tetas que estaban duras. Y la cabeza y el cuello y de nuevo las tetas y su chocho que ya estaba todo mojado.
Le mordí el cuello suavemente, le acaricié los pezones de sus duras tetas, le abrí las piernas con las dos manos para follármela, me acomodé apartando la mesa y la silla, mis piernas la sujetaron y le froté nerviosamente el coño con mis manos. Lo tenía muy peludo.

Me saqué la polla fuera del traje de baño, endurecido a tope, mi dedo índice le tocaba el agujero del culo y la palma de la mano se apretaba contra los pelos de su chocho mientras ella, con la cabeza caída hacia atrás, me miraba de reojo. Entonces llegó lo mejor. La penetré. Ella emitió un gritito de dolor, jadeó y después, cuando empecé a bombear, levantó la cabeza y poniendo cara de “no entiendo lo que me pasa”, con un jadeo muy agudo y cortito, gritó:
– ¡Aaaah…!.
– ¿Disfrutas, cariño? -le pregunté-
– ¡Oh, sí… me gusta… sí…!.
Mientras me la follaba, le chupaba los hombros recorriéndoselos con la lengua y de ahí bajaba a las tetas y luego seguía por los brazos. Estaba quieta y el que se movía para atrás y para adelante era yo con las manos apoyadas contra la alfombra.
– Te voy a hacer gritar de placer -le decía yo- ¡Sí, vas a gritar, nadie te va a follar como yo…!.
Le acariciaba los pezones, se los lamía, me gustaba sentir mi polla dentro de ella, dentro de su carne, frotándola. La abracé con violencia para que me sintiera. Me gustaba el calor de su coño y le decía:
– Mira como te toco… mira la polla que tienes dentro y que te folla… siéntala, siente esta verga…
Ella gemía con un tono más alto con la cabeza para atrás. A mi ya me estaba viniendo el placer pero me contuve con toda la furia y el odio para que después nadie la hiciera sentir como yo. De pronto ella empezó a gritar:
– ¡Rómpeme de placer, más, sí, sí, sí… aaah, no pares, me muero, oooh…!.
Nos corrimos a la vez lanzándole toda mi leche en sus entrañas, saboreando el intenso placer que ella me había dado pero también el dulce sabor de mi venganza contra su hermano. Tras tranquilizarnos ella me dijo que nunca más íbamos a hacer eso, que fue un accidente. Debíamos mantener una distancia prudencial. Al acabar su discurso le dije:
– Ya no que no vamos a follar nunca más hagámoslo una vez más ahora para sacarnos las ganas y poder después resistir más fácilmente.
Al ver que se reía, me abalancé sobre ella y no tardamos nada en volver a follar. Y por supuesto esa no fue la última vez ya que acordamos seguir viéndonos y follábamos todas las tardes.

Su odioso novio continuó torturándome y atormentándome durante las horas de clase, pero ya no era lo mismo. Mientras él me decía que yo era un homosexual por las fotos publicitarias y los desfiles yo, interiormente, le replicaba que él era un cornudo todas las tardes al tirarme a su novia.
Saludos para todos.

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