Relato erótico
La vendedora del año
Hace un tiempo que es vendedora de productos informáticos y reconoce que le va muy bien. Como todo vendedor tiene sus propias tácticas y hasta la fecha no le han fallado.
Carlota – Zaragoza
Hace unos tres años, me dedicaba a la venta de productos informáticos para empresas, por lo que tenía que hacer a diario visitas a fábricas, almacenes y oficinas. No es un trabajo especialmente agradable, ya que te pateas todas las empresas y la mayoría de los días, como se suele decir “no se vende una escoba”. Sin embargo, a veces se pueden utilizar trucos y tácticas de venta muy útiles como la persuasión, seducción, el “engaño”, etc. Dicen que todo vale a la hora de vender. Yo prefería por entonces utilizar mis armas de mujer, siempre me ha gustado llamar la atención a la hora de vestirme, pero además para este tipo de trabajo era un “buen gancho” el ponerse sexy.
Tenía 26 años, rubia, ojos verdes, boca sensual, buenas tetas, cintura estrecha, culo redondo… En esta ocasión, vestía una blusita con un buen escote, una faldita corta y unos zapatos de tacón. Me presenté a la secretaria, me acompañó hasta el despacho del jefe y allí esperé a que me atendiera un tal Sr. López.
Me hizo esperar más de una hora, al parecer estaba en una reunión. Me entretuve ojeando alguna revista, leyendo los diplomas que tenía colgados, observando la foto de su familia, y contando los adornos que tenía distribuidos por la habitación. El despacho era bastante amplio, me senté en uno de sofás. Al rato entró, era un hombre de unos 40 años o más, fuerte, alto, moreno y llevaba gafas. No era excesivamente atractivo, pero si interesante. Aquel hombre me atrajo desde el primer momento; yo también le atraía porque nada más verme se le iluminaron los ojos. También es verdad que la minifalda ayudaba bastante y su mirada fue más bien dirigida a mis piernas que mantenía entrecruzadas. Me levanté para saludarle. Su voz era cálida y agradable.
– Perdóname, he estado en una reunión y no he podido atenderte antes. Siéntate, por favor -me dijo señalando la silla que estaba frente a él.
Después de desnudarme con la mirada, se sentó en su sillón. Fuimos conversando de cosas sin importancia, me ofreció un refresco y al rato me pidió que fuera enseñando los productos de mi empresa. Me levanté, cogí mi cartera y me situé de pie a su lado. Nada más hacerlo, de reojo “inspeccionaba” toda mi silueta, deteniéndose en mi escote y piernas, las cuales movía sensualmente con intención de provocarle. Saqué los catálogos y empecé a enseñarle los productos, comentando sus características y precios, mientras seguía haciéndole algún movimiento sensual para poderle vender más cosas. Ya sé que esta táctica es un poco a traición, pero es efectiva, solo es cuestión de “echarle morro”.
– Si no te importa, me voy a sentar en la mesa para estar más cómoda, de pie es algo incómodo.
Así que me senté sobre la mesa frente a él, crucé las piernas a pocos centímetros de su cara, hice mis movimientos y le sonreí, pero ya podéis imaginaros la postura, sentada sobre su mesa al alcance de su mano, pudo más que él, y tan acalorado como estaba, no se pudo resistir más y me acarició una de las piernas. Le tenía en el bote.
– ¿Qué haces? – protesté yo enfadada mientras le retiraba la mano.
– Perdona… – se disculpó él – fue un arranque de locura.
Seguimos viendo fotos de los productos en sus distintas categorías y formas. De nuevo me miró las piernas y el escote y me preguntó:
– Tú te llevarás una buena comisión por todo esto ¿no?
– Bueno, depende del volumen de venta. – le contesté.
– Yo te haría un pedido, pero tus precios son más elevados que los de la competencia, si no me ofreces algún descuento o ventaja. -dijo con ironía.
Sin darse cuenta estaba cayendo en la trampa. Con cara de inocente dije:
– Descuento no puedo ofrecerte, ya que los precios son muy ajustados, y ventaja… no se me ocurre…
– Bien, – dijo él cortándome- yo tengo en la empresa unos 90 ó 100 equipos a los que les haría falta unos filtros protectores para monitores, sería un buen pedido ¿no crees?
– Por 90 ó 100 filtros ¿qué? – pregunté con impaciencia.
– Pues si me enseñarías tus braguitas… – dijo de repente.
Me hice un poco la remolona, pero seguí su juego que al fin y al cabo era el mío, total la cosa no podía acabar muy lejos, o al menos eso creía yo.
– ¡Está bien! Tomaré nota de 100 filtros -respondía yo mientras apuntaba el pedido en cuestión.
Ya no le hice esperar más y 100 filtros me parecía justo, así que me levanté de la mesa, me solté los botones de la falda, la bajé lentamente y me la saqué. Se quedó boquiabierto al verme con mis braguitas de encaje negro, con un lacito en el centro y lanzó sus manos hacia mis caderas.
– ¡Las manos quietas! -le increpé.
– Esta bien. Veo que me va a costar caro, ¿por 100 alfombrillas y 100 ratones nuevos podría ver tu sujetador?
Asentí con una sonrisa pícara, me solté los botones de mi blusa y a través de mi escote le enseñé el sujetador negro, igualmente sexy, ajustado y diminuto. No quise hacerle esperar más y me quité la blusa, quedándome en ropa interior frente a él, que se iba poniendo más nervioso.
– 100 alfombrillas y 100 ratones… – comentaba mientras tomaba nota.
Se quedó observándome de arriba a abajo durante un rato. Estaba claro que lo que más le interesaba era desnudarme más que la compra.
– ¿Te gusto? – le pregunté con carita de niña buena.
– Me encantas… Dime ¿Qué tengo que comprar por quitarte esa ropa?
Me quedé pensativa, intentando averiguar hasta donde llegaría todo. Lo cierto es que nunca me había lanzado tanto, pero la situación aparte de haber llegado bastante lejos me iba excitando cada vez más, me apetecía mucho darle ese gusto, además de cobrar una buena comisión…
– ¡Esta bien! – dije – El precio son 20 impresoras láser.
– Cariño, creo que te has pasado.
– No, no me he pasado. Ese es el precio para que me quites la ropa, así que tú mismo.
No lo dudó y asintiendo con la cabeza, dejó que tomara nota y nos colocamos de pie el uno frente al otro. Se pasó la lengua por los labios relamiéndose de gusto, preparado para despojarme del conjunto. Primero bajó los tirantes del sujetador y con maestría lo desató por completo. Mis tetas se le aparecieron redondas duras y con los pezones erectos.
Las admiró durante un rato como si fuera un pastel en un escaparate. Algo más nervioso, se arrodilló ante mí y metiendo sus manos en los elásticos de mis braguitas, fue bajando estas por mis muslos hasta sacármelas por completo, admirando mis piernas a medida que avanzaba hacia mis pies. Toda desnuda me quedé frente a él. Con sus ojos recorría mi cuerpo por entero y especialmente mi sexo rasurado.
– ¿Qué te parece si aumentamos el pedido en otras 20 impresoras? – le pregunté mientras me pasaba la lengua por los labios y acariciaba mis pechos, mi cintura y mis caderas con toda la sensualidad del mundo.
– ¿A cambio de qué? – preguntó intrigado
– Pues te desnudo yo a ti y dejaré que me acaricies. ¿Te parece caro?
– Me parece que estoy soñando. Toma nota y empieza – dijo muy excitado.
Le saqué la chaqueta y sus manos agarraron suavemente mi cintura, acariciaba mis caderas, luego le solté la corbata y me acarició la espalda, le solté el cinturón y los botones de la camisa mientras sus manos acariciaban mis pechos como si estuviera haciendo una masa de harina. Se le veía muy nervioso. Le quité la camisa y bajé los pantalones. Me arrodillé frente a él y despacito fui bajándole los calzoncillos, poniéndose frente a mi cara una gran polla tiesa. Le empujé hasta su sillón y se sentó, yo continuaba de rodillas y comencé a hacerle caricias por sus piernas, muslos, su ombligo, pecho, sus brazos, rozaba sus ingles… a cada una de mis caricias, su polla daba un bote deseoso de participar en el juego.
Pude observar cómo se concentraba en mi masaje y cerraba los ojos. Seguí acariciándole, tenía un cuerpo bonito, bien proporcionado y cuidado. Por otro lado, estaba muy bien dotado. Le agarré su erguida verga por la base y con una sonrisa malévola le pregunté.
– ¿Te gustaría que te comiera la polla?
Me sonrió.
– Te costará 25 ordenadores portátiles.
Ni siquiera discutió. Apunté el pedido, volví a arrodillarme frente a él , le agarré su tieso miembro y suavemente empecé a chuparle los huevos, con mi lengua fui subiendo por toda su polla, notando como brotaban sus primeras gotas por la punta, las relamí notando su dulce sabor. Aquella polla fue creciendo a medida que mi lengua la trabajaba, primero chupaba el glande por la base, luego metía la puntita en mi boca, le chupaba de nuevo todo el pene y volvía a la punta sin llegar a metérmela entera.
– ¡Cómemela ya! – gritaba desesperado.
Quise darle más gusto haciéndole desear ese momento de introducirme toda su polla en mi boca. Seguí acariciándole los muslos mientras mi lengua recorría su dura verga. Iba una y otra vez desde la punta hasta la base y viceversa recorriendo aquel pene con la punta de mi lengua. Él me acariciaba el pelo, las cejas, las mejillas. Su polla seguía emanando sus fluidos por el glande y yo los degustaba. Decidí no hacerle esperar más y me metí todo el glande en la boca. Su respiración paso de ser acelerada a casi fatigada. Apreté fuertemente los labios notando todo su perímetro entrando en mi boca. Empecé a bajar y a subir hasta la mitad del erguido falo, guardándome el resto para el final. Seguí apretando mis labios para ofrecerle el mayor placer posible. Seguí en mi labor de entrar y salir hasta la mitad de su miembro, pero noté como estaba a punto de eyacular y decidí entrar y salir más a fondo, como si fuera ganando terreno cada vez más.
Notaba como le producía un gusto enorme; por fin metí todo aquel trozo en mi boca, notando el glande en mi paladar y fue el momento en el que no pudo aguantar más y se corrió con fuerza en mi boca. Noté chocar todo su semen en mi garganta, dientes y lengua. Me relamí los labios por si pudiera quedar algún resquicio en ellos. Me incorporé de pie y abrí las piernas dejándole a la vista mi coño.
– ¿Completamos el lote y te como ese precioso coño? – dijo eufórico señalando a mi ardiente sexo.
– Apuntaré 10 ordenadores completos – comenté tomando nota en mi bloc.
Me tumbé sobre la mesa poniendo mi coño en el borde, mientras abría las piernas. Acercó su sillón y puso su cara a centímetros de mi húmedo sexo, se quedó mirándolo, observando cada centímetro, explorando cada curva, olisqueándome… Luego posó una mano y acaricio suavemente mi pubis, sentí un escalofrío. Mientras acariciaba mis zapatos de tacón negros como si fueran de cristal, con su lengua recorría lentamente una de mis piernas, desde el tobillo hasta el muslo, volviendo a bajar por la otra pierna en sentido contrario, volvía a la otra, haciéndome unas medias con su saliva, hasta llegar a mis ingles depiladas, donde yo no pude reprimir un gemido, que agradeció acariciando suavemente mis tetas con unas caricias que rodeaban los pezones que se endurecían entre sus dedos y mi sexo no dejaba de emanar líquidos, hasta que puso sus labios casi pegados en mi coño, de pronto pegó sus labios en mi rajita y con su lengua recogió el flujo, me miraba a los ojos con ternura y me sonreía, volvía una y otra vez con su lengua y yo sentía dentro de mí un placer intenso, notaba mis pulsaciones en el clítoris.
Con sus ardientes labios me comió literalmente todo el coño, moviendo la cabeza como si fuera un hambriento. Yo le agarré por la cabeza para sentirlo contra mí, su lengua empezó a acariciar mis labios vaginales de arriba a abajo, luego de abajo a arriba y cada vez más profundamente, introduciendo su lengua en mi vagina y notando todo su aliento sobre mi excitado clítoris que reaccionó y noté como mis pulsaciones se aceleraban y como todo mi cuerpo comenzaba a sudar hasta que llegué a un orgasmo que recorrió todo mi interior. Fue todo muy rápido, pero él no dejó de chuparme y de acariciarme por todo el cuerpo, sus manos pasaban por mis muslos, por mis tetas, por mis caderas y por mi cara, y al mismo tiempo no dejaba de lanzarme frases de admiración. Todo aquello provocó en mí un segundo orgasmo que, aunque con menos intensidad, fue también maravilloso. Me quedé con los ojos cerrados durante un rato.
– ¿Seguimos? – preguntó con ganas de completar la faena.
Yo sabía que aquello no se iba a quedar así, pero quise ponerle aún más cachondo y excitarle a tope.
– No. Creo que ha sido suficiente – le dije mientras me incorporaba e iba recogiendo mi ropa.
– ¡Vamos!, apunta lo que quieras, pero te tengo que follar.
– No, lo siento, yo solo dejo que me folle mi novio – le mentí.
Me dirigí hasta una de las sillas colocándome el sujetador, haciéndoselo desear de veras. Se abalanzó sobre mí y prácticamente me arrancó el sujetador llegando a romper los corchetes.
– ¡No me vas a dejar así! – me dijo
Yo gozaba viéndole fuera de sus casillas y me había dado tanto gusto al comerme el coño que estaba como loca porque me penetrara. Me agarró por las manos y las subió por encima de mi cabeza mientras su boca comenzó a morderme las tetas, dándome mucho gusto y al mismo tiempo algo de daño. Me sentó en una de las baldas de la librería que casualmente situaba a la misma altura nuestros chorreantes sexos. Me abrió las piernas. Yo seguía empujándole y arañándole sin apretar demasiado, cosa que le hizo enloquecer aún más, se agarró su duro pene por la base y colocó su punta en mi coño, al hacer esto sentí un gusto increíble humedeciéndome a tope. Entonces le agarré por el culo e hice que se metiera dentro de mí. Se coló sin problemas y yo notaba como la largura de aquella preciosa verga se introducía en mí. Los dos empezamos a gemir y a acariciar nuestros cuerpos, yo su espalda, su cuello, su culo, sus muslos y él mis caderas, mis tetas, mis piernas.
Permaneció unos segundos con toda su polla dentro de mí, tensando su musculatura. Comenzamos con un ritmo acompasado, primero lentamente y luego acelerado, volvíamos a frenar el “bamboleo” y luego volvíamos a acelerar. ¡Qué bien me estaba follando! Deseaba que aquello no acabara nunca. Nuestros cuerpos sudaban envueltos en un maravilloso polvo. Apreté los músculos para apretar ese falo en mi interior. Tuve un orgasmo fantástico que hizo que soltara gemidos y gritos como si fuera una gata en celo. Notaba como la boca se me quedaba seca, como los pezones se me endurecían, y como mi coñito se estremecía de placer. Mis gemidos hicieron que llegase al clímax. Sacó su pene de mi cueva y esparció la leche por mis muslos y pubis. Nos abrazamos y nos entregamos en un dulce y profundo beso que entrelazó nuestros labios y nuestras lenguas. Me quedé observándole y sonriendo le dije:
– No es necesario que hagas este pedido, he disfrutado como pocas veces, ha sido realmente excitante…
– De ninguna manera, ese pedido está hecho y te lo has ganado preciosa, tú sí que me has hecho gozar, follas de maravilla.
Nos vestimos, terminamos con otro ardiente beso y nos despedimos con un cordial apretón de manos. Aquella táctica de venta me sirvió para hacer una buena venta y al mismo tiempo para sentir una explosión de placer.
Besitos