Relato erótico
La tía de mi amigo
Su amigo le invito a las fiestas de su pueblo. Dormirían en casa de sus tíos y podrían salir cada noche de juerga. Llegaron y les recibió su tío, les dijo que dormirían en una casa que estaba frente a la suya, pero que comerían en su casa. Cuando conoció a la tía de su amigo, quedo “enamorado” de sus encantos.
Miguel – Madrid
Acabo de regresar de las vacaciones, las mejores que he tenido nunca y me gustaría contar lo sucedido. Todo empezó cuando un jueves me invitaron dos amigos al pueblo de uno de ellos, cercano a Madrid y donde vivían unos tíos suyos, para pasar las fiestas. No me pareció mala idea y acepté encantado para pasar unos días de descanso del trabajo y quizá de juerga. Nada más llegar nos estaba esperando el tío de David, este amigo del que hablaba, y que nos invitó a tomar algo.
-Tu tía está limpiando un poco la casa de los abuelos, donde vais a dormir – dijo el hombre a su sobrino mientras nos encontrábamos en el bar del pueblo – Aunque las comidas las haréis en casa, como es natural.
Cuando llegamos a la casa que iba a servirnos de dormitorio su tía ya se iba. Era una mujer más bien bajita, morena, de pelo corto y muy atractiva, al menos para mí. Nos saludó afablemente después de dar un beso a su sobrino.
– Os espero a la hora de comer – dijo dispuesta a marcharse.
Yo escogí una habitación en la parte superior de la casa cuya ventana daba al patio de atrás. Mirando por ella vi como Carmen, la tía de David, recogía un cubo y unos cepillos de barrer. Tendría entre 40 Y 45 años, como digo, muy bien puestos. Me escondí tras las cortinas pero me quedé mirándola cuando vi que giraba la cabeza a ambos lados como para averiguar si la veía alguien y al creer que estaba sola, se levantó la falda azul marino que llevaba hasta medio muslo y tiró de las medias.
Se me puso la carne de gallina al ver aquellos gordos muslos y sobre todo el contraste de las medias oscuras con la piel blanca y desnuda. Una vez arregladas las medias se metió la mano aun más arriba de la falda y pensé que se estaba rascando “eso”. Lleno de incontrolable deseo después de verle aquellos muslos, bajé la cremallera de mi pantalón, metí la mano en el hueco y sacándome la polla fuera, comencé a meneármela mientras ella continuaba moviéndose por el patio y sus tetas se movían también a cada paso que daba. Las tenía gordísimas. Después de un meneo cada vez más furioso y sin perder de vista a Carmen, me llegó el orgasmo y dejé que manara mi leche dando rienda suelta a toda mi imaginación. Pensé que me la estaba follando allí mismo, en la habitación, desnuda por completo, con sus gordas tetas en mi boca y mi polla en su coño que yo imaginaba profundo, caliente, lleno de pelos negros y rizados… Pero me devolvieron a la realidad las voces de mis amigos que me llamaban.
– Esta noche iremos a la disco – nos dijo David – Hay un ambiente cojonudo y quizá alguno de nosotros pueda llevarse a alguna de esas calentorras de mi pueblo a la cama.
A la hora convenida nos fuimos a comer a casa de sus tíos y me sentí nervioso al verla otra vez. Miré a la señora a la cara y para mi sorpresa, me echó una amplia sonrisa. Corté la mirada pero la bajé a sus tetas y vientre, para volver a mirarla otra vez a los ojos.
Carmen seguía sonriéndome, luego miró a su marido y seguidamente volvió a mirarme. Después se fue a la cocina. Desde donde yo estaba sentado podía verla moverse por la cocina y cada vez que pasaba por la puerta me miraba. Me pasé toda la comida nervioso y cachondo, con la polla dura como el cemento. Cuando ella servía la mesa notaba como me rozaba con los muslos el brazo derecho. Al acabar de comer los hombres nos tomamos el café y una copa sentados en el porche. Al despedirnos, fue ella la última en meterse en la casa y cuando volví la cabeza me levantó la mano.
Al llegar a casa, me metí en la habitación y pensé en todo eso tumbado en la cama hasta que acabé por sacarme la polla y hacerme una lenta paja dedicada a ella. Me desperté a las diez de la mañana por no haber bajado la persiana. Me coloqué el chándal y bajé la escalera. Hablamos un rato en la cocina mientras me preparaba el café con leche. La miraba casi con descaro entre los muslos, debajo del vientre, en el punto donde guardaba lo “suyo”.
-Bueno, espero que esta noche salgáis los tres a divertiros – me dijo – Esta noche será de mucho ambiente e incluso estoy por venir aquí a dormir ya que estaré mucho más tranquila sin ruidos y vosotros vendréis tarde. Donde trabaja mi marido, en el otro pueblo, luego hacen migas, chocolate, etc.
La miré a los ojos y, no sin gran esfuerzo, me atreví a decirle:
-Yo quizá venga algo más temprano o quizá me quede en el pueblo… ya veremos. No me apetece mucho acostarme tarde.
Hicimos lo del día anterior, es decir, comer con ellos en casa pero ahora los roces trataba de hacerlos yo. Al irnos y entrar yo para recoger el tabaco, dije en voz baja:
– Esta noche me quedaré en el pueblo. Seguro.
No me giré al salir para no ver qué cara ponía. Cuando regresé a la casa, pasadas las once de la noche, mis amigos se preparaban para salir y al preguntarme si yo les acompañaría les dije que no, que no me apetecía y prefería leer un poco e irme a dormir. Se quedaron sorprendidos por mi decisión e intentaron hacerme cambiar de parecer en vano.
– No te lo puedes perder, colega – me decía David – Esta noche seguro que mojamos en caliente. ¿De verdad te quedas?
Cuando me dejaron solo, me tumbé en la cama pensando en que lo de Carmen podía ser solo un sueño, un falso deseo pero, de pronto, me sobresaltó el ruido de la puerta. Salté de la cama rápidamente, con el corazón latiéndome a toda velocidad. Después de encenderse la luz del recibidor oí la voz de Carmen.
– Miguel… ¿estás ahí?… contesta…
Creo que tenía tan seca la garganta que me salió un gruñido solamente. Mi polla totalmente empalmada, hacía una tienda de campaña en mi chándal. La esperé al final de la escalera, al verme me sonrió y dijo:
– No me esperabas ¿verdad? Pues he pensado todo el día en ello… en ti y en mí, juntos…
Cuando llegó a mi altura me acarició la cara y sin dilación, juntó sus labios con los míos para después meter su lengua en mi boca hasta chocar con la mía. Mi polla se estrujaba contra ella haciéndome daño ante los continuos movimientos de su vientre.
– ¡Que dura está, que dura la tienes, cariño! – me decía con voz mimosa.
Yo acariciaba su espalda bajando y subiendo las manos hasta cogerle las enormes nalgas y apretarme fuertemente contra ella.
-¡Cariño… aaah… cariño, que gusto, aaah… siií… que día me has hecho pasar… y lo que vamos a gozar ahora!
Bajó su mano hasta cogerme la polla. Luego, sin dejar de besarme, me bajó el pantalón de golpe dejándomela salir como si tuviera un resorte. Después tiró de su falda hacia arriba desnudándose hasta la cintura. Mi mano se metió directamente entre sus muslos hasta llegar al bulto que le hacía el gordo coño.
-Espera – me dijo metiendo las manos y bajándose la braga hasta medio muslo -¡Tócalo, mira como lo tengo… está deseando que entres… tócame… tócame… tócame…!
Carmen apretaba su mano con la mía hacia su coño. Tenía toda la raja mojada y muy caliente, con una alfombra muy tupida de vello hasta el ombligo. Pero tal era mi calentura, tal mi deseo hacia ella que antes de que yo quisiera y con un gemido de desesperación comencé a derramar leche en su mano.
-¡Oh… te estás corriendo! Pero… ¿qué haces, que haces? – exclamaba con sorpresa y desilusión mirándome la polla como escupía el chorro espeso y le llenaba la palma.
Me quedé un poco jodido por lo que había pasado. Pero Carmen, al verme tan compungido me revolvió el cabello y sonriendo dulcemente me dijo:
– No pasa nada, cariño, verás como ahora disfrutamos tú y yo mucho más. Sin prisas.
Me hizo entrar en mi cuarto y lentamente comenzó a quitarse la ropa. Se sentó en la cama y se acurrucó en mi vientre besándome. Yo contemplaba su espalda y la forma de sus nalgas. Y de pronto sentí como me besaba el capullo que acabó por meterse en la boca. Luego empezó a mamar tragándose mi polla casi por entero.
Sabía cómo hacerlo. Notaba como era succionado por entero hacia su garganta, como mi polla era aun capaz de endurecerse más. Todo mi ser parecía a punto de explotar pero ella, dándose cuenta de que si no paraba aquello iba a terminar igual que antes, se la sacó de la boca y me dijo:
-Ya la tienes a punto, cariño, ahora será para mí, para mi coño… espera.
Se estiró en la cama abriendo los muslos lo que le fue posible y separándose los abultados labios con ambas manos, me dijo con los dientes apretados y una mirada llena de deseo:
– ¡Métemela cariño… házmela sentir muy adentro…!
Le besé los gordos y erizados pezones mientras ella me cogía la polla y me la llevaba hacia su coño. No tardé en sentir la sensación única del calor de un coño en la punta de mi capullo. Entré casi de golpe, ayudado por su abundante humedad y acompañado por un largo suspiro de Carmen:
-¡Te tengo dentro… aaah… no pares ahora, sí… sí… aaaah… como la siento… como me llena!
Cada penetración era seguida por un gemido. Ella me apretaba fuerte las nalgas con ambas manos diciéndome con voz suave:
– ¡Más… más… no te importe que me queje… es de gusto… de gusto… no pares… no…!
Cada vez me la follaba más aprisa y Carmen me apretaba mis muslos contra los suyos. De pronto, quizá entendiendo que yo me iba a correr, me gritó:
-¡No la saques, no la saques… échamela dentro… aaah… me corro, me corro mi vida… aaaah… dame tu leche ahora, dámela…!
Seguí moviéndome hasta que me quedé quieto, con todo el cuerpo endurecido y el culo apretado. Entonces Carmen, empezó a sentir mi leche en sus entrañas.
Caí completamente destrozado de tanto placer. Permanecimos así un rato hasta que, sacándosela, me tendí a su lado estrechamente abrazados y dándonos la lengua.
Al día siguiente todo volvió a la normalidad, como si no hubiera pasado nada. Aunque yo no podía dejar de pensar en la noche pasada. Había sido maravilloso. Lo que no sospechaba es que durante el resto de días que permanecimos allí, cada noche, mientras mis amigos se iban de juerga a otros pueblos, yo iba a seguir pasándomelo en grande con Carmen, sin llegar a levantar la menor sospecha.