Relato erótico

La terapia me lo confirmó

Charo
2 de julio del 2019

Estaba pasando unos momentos difíciles y pensó que ir a un psicólogo podría ayudarla. Su hermano le comentó que una compañera de universidad iba a una y que era muy buena profesional.

Sara – Barcelona

Nada de lo que sucedió fue inesperado, es más, estuve esperándolo desde que por primera vez tuve sesión de terapia con ella. Si me preguntáis qué me llevo hasta su consultorio, podría deciros que solamente la necesidad de ver cosas de mi vida de forma más Natalia, sabiendo que sin la palabra de alguien neutral, nunca lo lograría. Así llegue a pedir una cita con la psicóloga, la llamaré Natalia, porque una compañera de universidad de mi hermano se visitaba con ella y me había comentado que era una de las mejores psicóloga que había en ese momento. Llegué a las ocho menos cinco de la tarde y a las ocho en punto me hizo pasar a su consultorio. Me encontré con una mujer morena, de ojos pardos, de un metro setenta más o menos, cabello color azabache y un físico realmente bien proporcionado.
En cuanto la vi, pensé que si Álvaro (mi pareja en aquellos momentos) la pudiera ver, se moriría de placer porque era casi su tipo de mujer ideal. Se sentó detrás de su escritorio y me senté en un sillón muy mullido de cuero frente a ella. Hablamos de las cosas típicas de la primera sesión: como me llevaba con la familia, si estaba en pareja, cuantos años tenía y brevemente qué me había llevado hasta allí. Después de los consabidos y religiosos cincuenta minutos de sesión, nos levantamos y me fui, no sin antes despedirme hasta el viernes de la misma semana, a la misma hora. Al llegar a casa, Álvaro me preguntó como me había ido, le comente lo sucedido y sobre todo, le detallé las características físicas de mi nueva terapeuta con minuciosidad, cosa que después me quedé asombradísima de mi misma porque indicaba que la había observado hasta en los más mínimos movimientos.
Desde ese lunes hasta el viernes, no pude quitarme de la cabeza a mi terapeuta y en las ganas que tenía de que llegara la próxima sesión.
Durante casi dos meses asistí puntualmente a cada una de las consultas y notaba, no sin cierta extrañeza, como cada vez me interesaba más y más en los ojos de Natalia, en su ropa, en sus piernas y en sus pechos…
En más de una ocasión me sorprendía mirándolos y descubriendo que ella me miraba a los ojos, siguiendo la línea de mi mirada, sabiendo entonces a donde se dirigía la misma, pero jamás hizo ademán alguno de sentirse incómoda o de detener aquello.
En una de las sesiones me propuso dejar aquel cómodo sillón y como una etapa más de la terapia, a usar el diván. Acepte encantada, sobre todo porque eso evitaría que mis ojos siguieran escapándose hacia ella en forma tan evidente; recostándome en el diván, la tendría ubicada a mis espaldas.
Desde que me tumbaba en el diván, nos dedicamos a analizar los sueños que tenía y, a decir verdad, la mayoría de ellos eran muy eróticos y con marcadas escenas de bisexualidad (condición personal que intuía pero nunca había podido confirmar).

Estaba en una de esas sesiones oníricas detallándole uno de los sueños, cuando sentí que lentamente Natalia se levantaba de su lugar y se acercaba al diván, sin dejar de hacerme preguntas sobre lo soñado ni de darme pautas el sueño. Estaba tan compenetrada en esta tarea que casi no me di cuenta de que Natalia se había parado en la cabecera del diván, hasta que sus manos se apoyaron sobre mis hombros, suave pero firmemente, presionando un poco y comenzando a acariciarlos en círculos. Nunca dejé vislumbrar la sorpresa que esos masajes me causaban, sencillamente seguí narrando mi sueño.
De los hombros, las manos de Natalia siguieron su camino por mi cuello y rodearon el borde de mi camisa hasta llegar al primer botón que estaba abrochado. A esta altura de las cosas era inevitable darse cuenta de que mi respiración se había acelerado y que no era el único signo de la excitación que se estaba apoderando de mí. Por encima de mi camisa, comenzaron a hacerse notar mis pezones endurecidos por el calor que esas manos me estaban dando y mis piernas estaban comenzando a separarse lentamente. La boca de Natalia se había acercado a mis oídos y se detenía en cada uno para que yo pudiera sentir allí su aliento caliente y sus palabras suaves:
– Relájate y sigue, esto es solo el principio, la única manera que tienes de recordar ese sueño por completo, es reviviendo el goce que te produjo.
Siempre ubicada a mis espaldas, sus manos lograron desabrochar la blusa y meterse entre mi sujetador y mis pechos, lo que me ocasionó un gemido involuntario al sentir sus frías manos sobre ellos. Los envolvió delicadamente con sus dedos, los presionó y se dedicó a pellizcar levemente mis pezones, para después pasarle sus largas uñas alrededor y dejarlos duros como rocas.
Me importaba poco recordar el sueño, solo quería que ese que estaba viviendo con ella continuara, que no me abandonara así, que me diera más y más, que sus manos siguieran su camino por todo mi cuerpo. Sin poder soportar más esas caricias teniéndola lejos, la tomé de las muñecas y la coloqué frente a mí, quería ver sus ojos, quería que viera los míos, quería que viera mi boca mojada, mis ojos llenos de deseo.
Se sentó al borde del diván y acercó su boca a la mía y comenzó una fiesta de besos. Nuestras lenguas se encontraron duras, calientes, movedizas; la suya recorrió cada parte de mi boca, mi paladar, mis dientes, las paredes internas de mis mejillas y la mía se dedicó a sus labios, a mojárselos incesantemente, a lamerle los lóbulos de las orejas, a buscar la suya nuevamente para establecer esa batalla tan deliciosa que teníamos. Sus manos nunca dejaron mis pechos, siguieron pellizcando y estirando mis pezones hasta que con las mías le ubiqué su boca en ellos. Natalia lamió mis pechos con esa lengua maravillosa, los dejó mojadísimos con su exquisita saliva y se dedicó a mordisquear mis pezones, que no podían más, que no albergaban más dureza que la ya acumulada.
Cogió cada pezón entre sus labios, succionándolo, haciéndome sentir esa extraña mezcla de placer y dolor infinito que no termina, prácticamente me los mamó, como si fuera una criatura de pocos meses tratando de obtener su alimento diario. Al mismo tiempo que su boca descendía por mi cuerpo, sus manos iban quitándome la ropa en forma precisa, sacando la camisa fuera de mis pantalones e intentando desabrocharlos con premura.

– No, por favor -le pedí con la voz entrecortada. – Acaríciame sobre la tela, quiero sentir como tus manos me acarician la vulva, como me calientas a través de la ropa, como me voy mojando despacio.
Así lo hizo, abrí mis piernas para que trabajara con más comodidad y comenzó a acariciarme sobre la entrepierna de mis pantalones. Su palma abierta subía y bajaba por toda la extensión de mi chocho, presionaba despacito justo en la unión de los labios de mi vagina y simulaba meterme un dedo, rozando así el centro de mi vagina, dejándome casi desmayada, mientras seguíamos besándonos. Subió su mano y la metió entre mis braguitas, llegando a mi chocho.
– Me encanta que lo tengas rasuradito, está muy suave… ¿Quieres más caricias o me dejas meterte los deditos? -me dijo ella con una voz muy sensual.
Esas palabras bastaron para que yo misma me sacara los pantalones, me bajara las braguitas y me quedara desnuda frente a ella. Una de mis piernas quedó sobre el diván, mientras que la otra quedó colgando, con mi pie izquierdo apoyado sobre el suelo. Natalia se arrodilló frente a mis piernas abiertas y sus manos se dedicaron a mi coñito, transportándome a otro mundo.
– ¡Estas tan mojada! -repetía sin poder creerlo- Nunca vi un coñito tan mojado y cremoso.
– Quiero que me metas los dedos, los mojes y esparzas todo mi flujo por todos los labios de mi coño -le contesté con voz de hembra en celo.
– ¿Así te gusta?
Me preguntó mientras me metía dos dedos hasta el fondo, les daba media vuelta dentro de mí y los sacaba empapados, para lubricarme.
-¡Más, dame más, dame tu lengua, chúpame despacito!
Y la lengua de Natalia se dedicó a lamerme, a recoger mi flujo desde mi interior para repartirlo de adelante hacia atrás, hasta llegar al agujero de mi culo, que a esa hora ardía como todo mi cuerpo completo.
– Quiero comerte entera, me encanta tu flujo – decía Natalia.
De pronto sentí que un dedo de Natalia se metía en mi coño, al mismo tiempo que otro dedo se metía en el agujerito de mi culo y presionaban en el medio, como queriendo juntar las paredes de ambos lados en el centro, haciéndome dar un salto de placer, elevando mis caderas hacia sus dedos. Estaba sintiendo como lenguas de fuego que me atravesaban y era consciente de mis gemidos.

En ese momento Natalia acercó su cara a mi clítoris y con su lengua comenzó a lamerlo, primero en círculos, llenándolo de flujo, para después subir y bajar endureciéndolo y cuando estaba duro y salido, lo cogió entre sus dedos, lo estiró y lo pellizcó para después morderlo delicadamente.
– Te gusta, ¿verdad? ¡Pídeme más!
– ¡Quiero más, no me dejes, dame más, hazme lo que quieras!
Entonces me dio la vuelta, me lamió el culo sin descanso. Sentía que estaba llena de mi propio flujo por todos lados. El consultorio estaba inundado de olor a sexo y ella seguía, metiéndome un dedo en el agujero caliente del culo mientras que la otra mano no dejaba de arrastrarse a lo largo de mi coño.
– Méteme los dedos hasta el fondo, ¡métemelos!
Le pedí ansiosa de poder llegar al orgasmo con sus dedos dentro de mí.
– ¿Así? ¿Esto es lo que quieres?
Me preguntaba mientras metía y sacaba sus dedos de mi coño. En ese momento, se levantó y se acercó a su escritorio, sacando de un cajón un enorme vibrador y enseñándomelo mientras me dijo:
– ¿Te apetece sentirlo dentro?
Yo estaba deseosa de más y tenía una calentura irrefrenable, a lo que le contesté:
– Estoy deseándolo…
Se acercó y dándome un beso húmedo, empezó a introducir ese aparato dentro de mí. Mientras iba entrando despacio y con delicadeza, iba tocándome las tetas.
Entonces la hice parar, me levanté, la ayudé a desnudarse, tenía un cuerpo impresionante, necesitaba sentir el calor de su piel. Le pedí que se acostara, poniéndome yo encima, pero del revés, de rodillas, a la altura de su apetecible coño y empezando a comérmelo y saborearlo plenamente.
– ¡Vuelve a meterme esa cosa! ¡Métemela hasta el fondo!
Así lo hizo, me lo metió hasta el fondo, mientras con la otra mano iba frotando mi clítoris y yo aprovechaba todo mi calentón para chuparle sin parar ese botón apetitoso, mientras le metía también los dedos en sus agujeros, sin control se los metía y sacaba, haciéndola disfrutar y gemir fuertemente, mientras esa cosa me estaba provocando llegar a un orgasmo y compartirlo con Natalia, que elevó su cadera, estallando ambas en un tremendo orgasmo, pocas veces sentido por mí.
Estuvimos recuperándonos un buen rato acostadas una encima de la otra, hasta que Natalia se dio cuenta que se había hecho tarde y tenía un cliente esperando. Natalia me miró fijo a los ojos y me dijo:
– La sesión ha terminado, el viernes a la misma hora te espero.
Y así fue como descubrí el sexo con otra mujer y lo que me hizo darme cuenta que la relación con mi novio había sido una farsa.

Todo mi problema era ese, no quería reconocer mi gusto por las mujeres, pero desde que lo descubrí, soy una persona más feliz y totalmente plena. Por supuesto sigo yendo a las sesiones con Natalia, pero ahora ya son diferentes, ahora son sesiones de sexo…
Besos y abrazos

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