Relato erótico

La rutina cambió

Charo
5 de marzo del 2019

Por fin llegaron las vacaciones y como hacia los últimos años fue a Marbella a casa de sus tíos. Le esperaban unos días de relax, playa, sol y alguna “cosa” más que no se esperaba.

Eduardo – LA RIOJA
Lo que voy a relatarles a continuación es una experiencia 100% real que me ocurrió hace un par de veranos. Me había desplazado de vacaciones a Marbella para olvidarme del estrés de La Rioja, y disfrutar de la playa. A la vez que aprovechaba para visitar a mis tíos.
Me alojaron como es costumbre en su casa. Los dos primeros días fueron de lo más tranquilos, alegría por ver a mis tíos, jornadas intensivas de playa y un poco de pachangueo por las tardes. Me llamo Martín, tengo 30 años, practico varios deportes y para ser fiel a la historia me veo obligado a ser presumido admitiendo que físicamente estoy bastante bien.
Una vez presentado prosigo con mi experiencia que empezó en la mañana del tercer día de vacaciones. Preparé como de costumbre lo necesario para pasar una buena jornada de playa. En el portal del edificio coincidí con una señora cuarentona acompañada de un muchacho joven, equipados también con aperos playeros. Tuve suerte consiguiendo aparcar en un sitio con sombra, y más aún hallando un lugar espacioso libre en la arena de la abarrotada playa. Apenas había tenido tiempo de instalarme cómodamente y darme mi primer chapuzón cuando de regreso a mi sombrilla veo que la mujer y el chico, que apenas hacía una hora había saludado, estaban poniendo sus esterillas junto a la mía. En cierta forma no era casual pues era como dije antes el único sitio vacío que quedaba a esas horas.
La mujer me reconoció también y me ofrecí galantemente para montar su sombrilla. Rápidamente el chico se marchó a nadar, y yo me quedé conversando con Victoria, pues este era su nombre. Me contó que era viuda desde hacía cinco años, que vivían en Bilbao y que era el primer año que veraneaban en Marbella. Por su conversación supe que me encontraba ante una mujer correcta, agradable y un poco chapada a la antigua. Cosa que me confirmó cuando se decidió a quitarse la blusa mostrando un traje de baño bastante anticuado y recatado. A pesar de lo cual no pudo evitar que se adivinase un cuerpo con unas formas generosas bajo la tela. Enseguida intuí los enormes pechos y el rotundo culo de Victoria. Pero por sus modos la valoré de una forma fría y no me despertó el morbo. Por ello no miento si digo que realmente fue la cortesía lo que me llevó a ofrecerles mi coche para regresar a casa. Incluso la convencí para llevarla por la mañana al día siguiente, no sin reticencias por su parte.
Al día siguiente, tal como habíamos convenido, llegamos todos juntos a la playa. Yo había notado que el chico, que yo creía era hijo de Victoria, era un poco introvertido, incluso a veces tenía la sensación de que me observaba mientras tomaba el sol.
– Este chico me tiene realmente preocupada -me confesó una de las veces Victoria, aprovechando que Enrique se hallaba en el agua – Es el hijo de unos amigos míos, ya muy mayores, que me pidieron lo tuviera conmigo durante las vacaciones ya que ellos no se ven con fuerza para hacerlas.

– ¿Por qué dice que la tiene preocupada, Victoria? – le pregunté.
Entonces me confesó que llevaba tiempo observando al chico comportarse de forma extraña, vamos que tenía la terrible sospecha de que Enrique podía sentirse atraído por los hombres. Por supuesto que mi primera intención era la de haberle dicho que no se preocupará por ello que la sexualidad de Enrique podía ser igualmente satisfactoria siendo gay o siendo hétero, que formaba parte de su libertad.
Como ya tenía calada la manera de pensar de Victoria me contuve y me limité a consolarla diciendo que no lo sabía seguro, que quizás se equivocaba. Además mi sexto sentido me decía que siendo astuto podría conseguir algo de la preocupación de aquella mujer. Me bastó un chapuzón a solas para tramar mi plan. Me volví a sentar a su lado y comencé a trazar mi red.
– ¿Sabe, Victoria? creo que antes de tomar alguna medida, necesitaría cerciorarse sobre si realmente esas son las inclinaciones del chico – le comenté.
Ella estuvo completamente de acuerdo con esta apreciación mía, pero se lamentaba de que no se le ocurría ninguna forma de averiguarlo.
– A mí sí – le dije.
Ella me miró expectante. Le comenté que era un plan algo descabellado que se me había ocurrido, que mejor lo olvidase. Tras mucho insistirme le hice ver que lo mejor era observar la reacción de Enrique al ponerlo en contacto con la belleza de una mujer. Si la naturaleza cumplía su función debería excitarse. Tan solo necesitábamos una voluntaria que intentase provocar los instintos del chico.
– Y, ¿cómo vamos a encontrar a una chica que se preste a nuestro plan? Eso es casi imposible – se lamentó ella.
– No si la voluntaria es usted misma. Tan solo tiene que mostrarse un poco más sexy de lo normal. Enseguida veremos la reacción del chico.
Después de muchos razonamientos conseguí convencer a Victoria para ir a comprar esa misma tarde un bikini algo más sugerente para ella y para que no sintiese vergüenza, al día siguiente iríamos una cala alejada de curiosos para llevar a cabo nuestro experimento. Solo estaría ella y el chico, y por supuesto yo también, pero simplemente como un amigo dispuesto a ayudarla con sus preocupaciones. Tal como habíamos quedado, por la tarde la llevé a una tienda de trajes de baño. Le gustó un conjunto bastante clásico, pero enseguida le hice ver que era necesario elegir algo bastante más insinuante, que por el bien del chico dejara por una vez de lado su recato. Tras muchas pruebas elegimos un bikini amarillo con poquita tela. Aunque lo cierto es que en la tienda los había mucho más subiditos de tono. Pero no quise forzarla más por miedo a que se echase para atrás. Me daba por contento con haberla podido ver en el mostrador luciendo un cuerpo mucho más jamón de lo que había podido imaginar hasta entonces, además aún le guardaba otra jugada que ella ignoraba. Pero justo después de dejarla en su casa, volví a la tienda y cambié el modelo por el mismo, pero con dos tallas menos. Ahora sí que le quedaría como el más atrevido de todos y ella no sospecharía de mi celada.

A la mañana siguiente le dijimos a Enrique, ya en el coche, que pensábamos ir un poco más lejos para probar aguas más limpias lejos de la ciudad. Llegamos a una cala preciosa y solitaria. El chico y yo llevábamos ya puestos nuestros bermudas, así que saqué la bolsa con el bikini del maletero y le dije a Victoria que podía cambiarse en el coche mientras nosotros íbamos instalándonos en la orilla. A los 15 minutos llegó Victoria con una camiseta holgada y una toalla alrededor de la cintura.
– La verdad no sé como pudimos escoger este bikini ayer, me sienta realmente pequeño – me dijo.
Yo puse cara de circunstancias y le dije que no empezase de nuevo, que era la oportunidad de apartar las dudas que la embargaban, y que se quitase la camisa y la toalla.
– Pero es que me da muchísima vergüenza – se excusaba.
– Si ya te vi ayer con él puesto – le recordé.
Éste era un argumento que traía preparado. Dado que pensó que era cierto y además que no disponía de otra cosa para ponerse, terminó quitándose la camiseta. ¡Aquellos pequeños triangulitos de tela apenas le tapaban los pezones, y aún así parte de sus aureolas quedaban al descubierto cuando se movía!
– Vamos, Victoria, ahora la toalla, no seas tan tímida, ¿no ves que estamos solos en la playa?
Aquella parte, sin ser un tanga, acababa forzosamente incrustándose entre sus nalgas, haciendo el mismo efecto, mientras que por delante guedejas de pelo de su enorme coño quedaban expuestas a la vista. Yo fingí una naturalidad e indiferencia falsa, pues lo cierto es que había conseguido una erección espantosa que a duras penas lograba disimular con mis amplias bermudas. Le hice notar la debilidad de la piel expuesta por primera vez al sol, para lo que me apresure a prestarle mi crema protectora de alta graduación. Tras aplicársela ella misma por delante le advertí que su espalda también lo necesitaba. Se puso boca a bajo y yo, por primera vez, toque las formas generosas de aquel cuerpo.
Conforme iba masajeando su cuerpo pude notar la incomodidad de Victoria y cuando le tocó el turno a sus nalgas se puso completamente colorada. Entonces Enrique salió del agua y vino a por sus gafas de buceo. Apenas prestó atención a su amiga y creo que el chico era en realidad gay, cogió sus gafas y regresó al mar.
– ¿Lo ve usted, Eduardo? Ni siquiera se ha fijado, y lo cierto es que… ¡estoy vestida como una auténtica zorra!
Yo le dije que quizás necesitase un poco más de estímulo y como el chico estaba cerca de nosotros y podía verla perfectamente, que lo mejor era que me permitiese darle más crema de una forma insinuante. Se volvió a poner de espaldas y esta vez me centré sin reparos en su culazo, mientras Victoria miraba de soslayo hacía el muchacho para ver si reaccionaba ante el sobeo que yo le propinaba.

Animado, pues parecía que Victoria por fin se había tomada en serio su papel, le pedí que contonease un poco el trasero al ritmo de mi masaje. Así lo hizo, ofreciéndome no solo la visión de sus reales posaderas sino también su suave tacto. Me atreví a apartar con una mano la tirilla que cubría su ojete y lo comencé a untar con crema, siguiendo un recorrido hasta su chocho que sorprendentemente hallé mojado.
– ¡Vaya, Victoria, parece que se ha tomado usted su papel en serio! – le dije.
Ella no respondió, se limitó a seguir contoneándose, y para entonces yo había introducido un dedo en su ano. Ella protestó pero se calló cuando le indiqué que mirase con disimulo hacia la playa pues Enrique por fin nos observaba excitado por el espectáculo que dábamos.
– Creo que es hora de que le demos una lección práctica de sexo, ¿no estas de acuerdo conmigo Victoria? -le dije.
Antes de darle tiempo a reaccionar ya me había quitado las bermudas y apunte mi polla hacia su coño. La penetré desde atrás, pues seguía bocabajo. No me costó metérsela de un solo envite, pues se hallaba lubricado por la loción solar y por sus propios jugos. La agarré fuerte de las muñecas y comencé un metisaca violento hasta que Victoria empezó a gemir, a balbucear. Tras notar su primer orgasmo saqué mi polla y la encañone esta vez hacia ese culo que me obsesionaba.
– No, por favor, nunca lo hice antes por detrás – suplicó.
Con esta confesión, lógicamente, no solo no me hizo cambiar de intenciones sino que me motivó aun más. Conseguí introducir laboriosamente la cabeza, provocando quejidos de Victoria y luego me dejé caer y con mi propio peso, la polla se hundió imparable hasta tocar con los huevos en su coño. Victoria dio un grito que debió oírse en las calas vecinas, pero a los pocos minutos mi polla entraba y salía de aquel agujero como el pistón de un motor engrasado y cuando Victoria comenzó a gemir de nuevo, le dije:
– ¿Sigues queriendo que saque mi polla de tu culo, Victoria?
– ¡No, por favor no pares ahora, es realmente delicioso lo que se siente! – contestó.
– Está bien, seguiré dándote por el culo solo si te pones a cuatro patas como la perra que eres y me pides que te rompa el culo – le dije a la vez que me salía de tan delicioso lugar y la dejaba suelta.
Victoria, con la cara desencajada por el placer, se limitó a ponerse a cuatro patas y me dijo:
– ¡Por favor, rómpeme el culo, te lo ruego!

Era una situación absolutamente excitante. Una señora respetable de 42 años, a cuatro patas en la arena de una cala suplicándome que le diera caña por el culo, mientras el chico nos contemplaba atónito a apenas 20 metros de nosotros. Y todo esto lo había conseguido con un poco de astucia y decisión.
– ¡Prepárate, zorra! – le dije mientras le daba unos azotes fuertes en el culo antes de volver a penetrarla de un golpe.
Continuamos la enculada salvajemente hasta que, notando que me iba a correr, se la saqué del culo, la cogí del pelo y la obligué a tragarse toda la leche. En el camino de regreso tras un silencio de plomo Victoria le preguntó al muchacho:
– ¿Te gustó lo que viste, Enrique?
– Sí….mucho.
El rostro de Victoria se desembarazó de una tensión acumulada. Las duchas de la playa pasaban veloces por la ventanilla. El mar comenzaba a teñirse de melancolía tardía. El sol se estaba ahogando. Miré a Victoria, sus grandes pechos casi desnudos a dos colores, ella me sonrió y su sonrisa me pareció otra ola más…
Saludos a todos los lectores.

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