Relato erótico
La primera vez
Solían pasar las vacaciones en la provincia de Tarragona e iban a playas nudistas. A nuestra amiga le gustan los hombres pero, no pudo evitar sentir un cosquilleo cuando vio a aquella chica.
Pilar – Zaragoza
Hola a todos, me llamo Pilar, tengo 47 años y la historia que voy a contaros me sucedió este verano en una playa naturista cerca de Tarragona. A pesar de mi edad conservo un buen cuerpo y mucha gente piensa que tengo 5 ó 6 años menos. Soy delgada, rubia, pecho duro y redondito, pero sobre todo soy muy natural y alegre. Me gustan las playas nudistas pues pienso que son una mezcla de libertad y morbo que me hacen sentir libre a la vez que cachonda. Siempre me fijo en las pollas y en los cuerpos de los hombres y una polla grande en un cuerpo bien formado me hace mojar a tope, pero también me agrada mirar a las mujeres. Reconozco que un cuerpo bonito de mujer es muy atractivo.
Todo comenzó el domingo siete de agosto de este verano pasado en que mi marido y yo fuimos a la playa naturista de Hospitalet del Infante. Yo me había puesto un vestido corto sin nada debajo y así montamos en el coche y nos dirigimos a la playa. Por el camino mi marido ya me iba metiendo mano en el coño, que llevo siempre afeitado, y con los manoseos estaba ya chorreante.
El día era bueno y cuando llegamos a las 11,30 ya había mucha gente en pelotas tomando el sol y como mi marido me dejó elegir el sitio para colocarnos vi una zona que me gustó. Teníamos a nuestro lado una familia de alemanes y tres parejas más. Pusimos las toallas y mientras tomábamos el sol hablaba con mi marido de los cuerpos que teníamos alrededor, sobre todo de una pareja de unos cuarenta años. El tenía un trabucazo enorme y cada vez que se levantaba y veía como se le balanceaba, me daba un respingo en el coño. La mujer estaba muy buena y tenía el coño completamente depilado, como yo.
A mí me gusta exhibirme un poco, tengo ese puntillo morboso y me gusta estar con las piernas bien abiertas y como además tengo los labios menores muy grandes me sobresalen mucho al estar en esa postura y cuando la gente se acerca paseando a mi lado siempre se quedan mirándome el coño.
Fue transcurriendo el día y yo estaba como una fragua. En dos ocasiones hemos realizado un intercambio con otras parejas pues mi marido es más lanzado que yo y además siempre tiene el pollón con ganas de guerra.
El día fue pasado entre una cosa y otra, comimos los bocadillos que habíamos llevado, mi marido me tocó el coño infinidad de veces y nos bañamos en tres ocasiones. En una de estas nos metimos hasta donde nos cubría el agua al cuello, abracé con las piernas la cintura de mi marido y él me clavó su pollón en el coño. Creo que la gente de la arena se daba cuenta de lo que estaba sucediendo, pero nadie nos miró mal al salir.
José se corrió dentro de mí pero yo estaba tan nerviosa que no pude correrme así que mi recalentón fue a más y ahora tenía el coño como una plancha. Me lavé, para no gotear al salir y con el coño hinchadísimo por lo caliente que estaba, fuimos andando hacia la toalla. Aseguro que me hubiera hecho una paja allí mismo.
El día de sol y playa era precioso y a eso de las cinco y media de la tarde llegó una chica de veintipocos años, rubita, delgada, con un pecho duro y firme precioso, culito respingón, pero pequeño, y el coño todo depilado y con dos anillos de piercing en los labios. Yo nunca había sentido una atracción sexual por las mujeres aunque sí me fijaba en la belleza de su cuerpo, pero no para mantener una relación sexual. Pero la cuestión es que me estaba poniendo aún más cachonda mirándomela. Y así se lo comenté a José.
– A ver si ahora te vas a convertir en una viciosilla bisex – me dijo él – Pero la verdad es que esto me da mucho morbo.
Yo no paraba de mirarla, era algo que no podía evitar y en una de estas ocasiones coincidieron nuestras miradas y ella, de repente, llevó la mano a su coño y yo, como un acto reflejo, al mío. Nos mirábamos y la vez nos estábamos acariciando. Cuando yo más caliente estaba, ella se levantó y vino hacia nosotros. Yo separé la mano de mi coño y le dije a José:
– Creo que la chica viene hacia nosotros, si me dice algo, ¿qué hago?
– Tu misma, la chica es una preciosidad, un auténtico bombón – dijo José, riendo – Si te apetece os coméis el coño pero, por favor, déjame verlo.
– No seas tonto, José, pero aunque yo no me he comido nunca un coño te juro que deseo ahora más el cuerpo de esta chica que el pollón del morenazo de la toalla verde – le confesé.
La chica se acercó a nosotros, se puso a mi lado y nos dijo:
– Perdonen, ¿me pueden guardar la ropa? Quiero andar por la playa y me da miedo dejar esto aquí solo.
– Sí – le dije yo con la voz entrecortada – No te preocupes, le echaremos el ojo a tus cosas.
Entonces el gracioso de José comentó:
– Bueno, Pilar ya te ha echado el ojo a ti, ahora se lo echará a tus cosas, vete tranquila.
Yo me quedé muda, sin saber que decir, ella se rió y se marchó moviendo bien el culito, redondito, perfecto, pequeñito pero respingón que daban ganas de darle un besazo en los dos cachetes y José, que me tocaba el coño mientras ella se iba, me comentó:
– Voy a disfrutar viendo un buen bollo y además con las dos tías que mejor cuerpo tienen en la playa. Me parece que las dos sois unos zorrones de mucho cuidado.
– Calla. José – le contesté – si hubiera querido algo me lo hubiera pedido ahora pero lo único que me ha pedido es que le guarde la ropa – y añadí – Que chasco, con lo buena que está no me hubiera importado iniciarme con ella.
Seguimos tomando el sol comentando lo sucedido, y sobre la gente de alrededor y todas las personas que paseaban por la orilla de la playa hasta que, a los tres cuartos de hora, poco más o menos, volvió nuestra amiga y nos dijo:
– Gracias por vigilar mis cosas.
José le contestó que no había representado ningún esfuerzo y yo, acelerada, añadí:
– Si necesitas alguna cosa más nos lo dices.
Tenía acento argentino, que la hacía más melosa y sensual. Y José, sin previo aviso y con más soltura que yo, le dijo:
– Si quieres sentarte con nosotros pon la toalla junto a Pilar, a nosotros no nos incomoda y así podríamos hablar los tres juntos.
Ella asintió con la cabeza y dijo:
– Pues bien, ahora acerco mi toalla a la vuestra y me llamo Eugenia.
En ese momento se levantó José, le dio dos besos, le dijo su nombre y yo, con las piernas temblorosas como nunca me había producido un hombre, me incorporé y le dije mi nombre, y nos dimos dos besos a la vez que yo, con una mano, tocaba su hombro y ella mi cintura. En el acto acercó su toalla y su bolsa y sin sentarse, aún de pie y con su coño a un palmo de mi cara, me dijo:
– Pilar, ¿vienes a darte un baño? Yo estoy ardiendo y José se puede quedar a cuidar las cosas mientras nos refrescamos.
José enseguida dijo que se quedaba y con cara de picaruelo, me dijo que fuera.
– Bueno, Eugenia – reconocí – La verdad es que estoy ardiendo también.
Sin decir nada más, me cogió de la mano y así agarradas entramos en el agua. Reíamos y a la vez, en nuestras miradas, se notaba que algo más podía pasar. En el primer contacto con el agua, resbalé lo que hizo que me agarrase a su cintura con fuerza y ella, sin reparos, me dijo:
– ¿Me estás metiendo mano o es que me lo parece a mí?
En este momento me debí poner muy colorada y no dije nada pero me quedé mirándola fijamente a los ojos y ella, entonces, sin decir nada, me dio un beso en la boca.
– No seas tan tímida conmigo Pilar – me dijo – La dos nos estamos deseando, ¿no es así?
– Te deseo como nunca he deseado a un tío – confesé – Es la primera vez que deseo a una mujer
– Ven, tonta, vamos a disfrutar como locas – añadió ella sonriendo.
Nos zambullimos en el agua, nadamos para alejarnos un poco de la orilla y sin decir nada, nos comimos la boca con deseo, como dos fieras que atacan a su presa. Nuestras lenguas se retorcían y yo, casi sin aire, sentía un placer nunca conocido. Luego, ya con más calma, empezamos a tocarnos los pechos sintiendo como nuestros pezones estaban endurecidos. Era complicado con el movimiento de las olas, pero tenía su gracia y además, al estar allí en medio, le daba un punto más morboso.
Agarrando la cintura una de la otra, bajamos la mano hasta llegar cada una al coño de la otra y nos hicimos una paja impresionante, acariciando y metiendo los dedos. Al final rompimos las dos en un fuerte orgasmo y nos besamos como locas. Nunca hubiera pensado que una mujer pudiese darme ese placer. Luego estuvimos un rato nadando y toqueteándonos todo el cuerpo hasta que, contentas y satisfechas de lo sucedido, salimos a las toallas y mi marido preguntó:
– ¿Os ha gustado? Tenéis las dos una cara de felicidad…
– Cariño, nos hemos hecho una paja en el agua que me ha vuelto loca – le confesé.
– Bueno José, ¿me dejarás de vez en cuando gozar de Pilar? Es un volcán – le pidió ella a mi marido, añadiendo – Si eres bueno, puede que te dejemos participar.
Serían ya las siete de la tarde y llevábamos muchas horas de sol así que invitamos a Eugenia a cenar con nosotros y a dormir en nuestra casa. Ella aceptó gustosa, nos vestimos y ella nos siguió con su coche. Ya en el apartamento y delante de mi marido, nos desnudamos la una a la otra y nos fundimos en un besazo. José, atónito a lo que veía, se quedó de espectador. Entonces fuimos, casi sin soltarnos, a la cama y disfruté de mi primer 69 con una mujer. Eugenia se puso sobre mi y yo le acariciaba el culo, abría su coño con los dedos mientras mi lengua recorría desde su ano hasta la pipa y a la vez notaba su lengua, caliente y húmeda, en mi coño y a veces en el ojete de mi culo. Incluso llegó a meterme cuatro dedos en el coño mientras me lo comía y yo le introducía dos dedos hasta que, al rato, entre lamidas, chupadas y toqueteos, le dije:
– Espera, voy a traer unos juguetes.
Aparecí con cuatro consoladores que me compró José y de los cuales dos son enormes. Uno de ellos suele hacerme daño y no dejo nunca a José que me lo meta, pero esa vez precisamente fui yo la que le pedí a Eugenia que me lo clavase hasta dentro. Tomé el otro grande, aunque menos que el mío, y haciendo de nuevo el 69 pero ahora tumbadas de costado, nos seguimos comiendo con los consoladores metidos en el coño y así tuvimos un orgasmo tremendo.
Con lo caliente que estaba, no había notado que José, frente a nosotras y con la polla en la mano, se había corrido. Entonces tomé su verga con la boca y se la limpié entera. Luego nos fuimos los tres a cenar y como es lógico, durante y después de la cena, surgió todo.
Disfruté de Eugenia seis días, hasta que se tuvo que marchar a su país pero fue bonito mientras duró. En los seis días hicimos de todo, pero eso os lo contaré en otro relato.
Un besazo.