Relato erótico

La pareja ideal

Charo
26 de junio del 2019

Llevan doce años casados y todos lo que les conocen dicen que forman una pareja ideal. La verdad, es que no saben lo que ocurre en aquella casa cuando están solos y se “aman”.

Álvaro – Bilbao

Para todos somos una pareja normal, llevamos 12 años de casados y tenemos dos hijos de 5 y 8 años. Mi mujer Lorena es abogada y tiene un estudio en el que trabajan cinco empleados. Yo no soy profesional, tengo un cómodo y aburrido empleo en el ayuntamiento local. Nuestra vida social es por lo demás activa, todos nos tienen como una pareja feliz, y lo somos, aunque ellos no conozcan ciertas tendencias que mantenemos en secreto. Lorena es una mujer de carácter fuerte; esa personalidad la forjó desde su adolescencia cuando tuvo que hacerse cargo de su casa porque su padre las abandonó a ella y a su madre. Trabajó y estudió, y nada pudo detenerla para que lograra su objetivo de ser abogada. La rondaron, y la rondan, muchos pretendientes porque es una mujer muy atractiva; mide un 1’70m, pelo castaño, hermosas piernas e imponentes tetas; las dos maternidades no hicieron más que hacer su figura más atractiva. Como dije, siempre la pretendieron muchos hombres. Entonces, ¿por qué me eligió a mí? Mi carácter siempre fue tranquilo y nunca tuve problemas, me estaba bien que los demás decidan por mí.
Es verdad que dicen que tengo una buena figura, pero Lorena me eligió como marido porque ella siempre tuvo en claro que necesitaba de los hombres. Desde la primer vez que tuvimos relaciones, cuando éramos novios, quedó bien claro que era ella la que mandaba en la cama. Lo hacíamos cuando y como ella quería. Generalmente le gustaba montarme y duraba lo que ella deseaba. Siempre tuvo ese poder sobre mí: hacerme acabar cuando ella quisiera. Antes de ella, todas mis relaciones habían sido normales, pero cuando empecé a acostarme con Lorena, todo cambió para mí. Ser totalmente pasivo fue lo que me volvió preso de sus encantos y ya no pude salir de su embrujo. Lo que pasaba en la cama, aquella dominación aún light, por llamarla de alguna manera, se trasladó, en cierta manera, a nuestra vida cotidiana. Lorena decidió la fecha de nuestro matrimonio y después quedó embarazada cuando quiso. Nunca me alentó a que yo progresara en mi vida laboral, al contrario, siempre encontró cierto placer nunca expresado, en que fuera ella la que aportara la mayor parte del dinero que ingresaba a casa.
Gracias a su carácter tenaz, logró ser una respetable profesional. Mientras, el ritmo de nuestras relaciones sexuales fue acomodándose a las tendencias de Lorena. Yo aceptaba gustoso y cada vez más dependiente este rumbo. De aquellas insinuaciones surgidas en nuestros encuentros cuando éramos novios, pasamos a verdaderos rituales nunca pactados previamente.
No vale la pena comentar como evolucionamos, basta citar como ejemplo a que punto habíamos llegado un año atrás, momento en que se produjo un hecho que profundizó aún más las características dentro de las cuales hacíamos (me hacía) el amor con Lorena. Por aquel entonces, si luego de acostar a los niños, ella entraba a la habitación y cerraba con llave la puerta, significaba que yo debía prepararme. Esto quería decir que debía quitarme la ropa y quedarme en calzoncillos.

Entonces, debía ir hasta ella, que generalmente me aguardaba con los brazos en jarra, recostada contra una de las paredes del cuarto. Lentamente debía quitarle la ropa, hasta que quedara solamente en tanga, medias y zapatos de tacón.
Entonces, yo comenzaba a adorarla, la besaba, rozaba cada parte de su cuerpo, su cuello, (su boca me está vedada) sus hombros, sus pechos, las piernas, sus pies. Llegado a este punto, Lorena se daba la vuelta y permitía que le besara largamente el culo y la espalda. Una vez finalizado esto, debía esperar. Por lo general, debía seguirla de rodillas hasta un sillón que está ubicado en un rincón del cuarto. Una vez allí, debía sacarle lentamente las medias, besarle las piernas, los muslos hasta llegar a sus pies. La descalzaba y le masajeaba cada dedo. Después me hacía una seña (bastaba eso, que me hiciera una seña, rara vez me hablaba) entonces, recorría el camino inverso, volvía a subir con mi boca por sus piernas. Entonces, ella me agarraba de los pelos y me mantenía largos minutos a escasos centímetros de su sexo, haciéndome desear con locura lo que yo más quiero en el mundo. Por fin, dejaba que mi lengua hurgara entre sus pliegues, con suavidad primero, con mayor frenesí más tarde hasta que Lorena estallaba en su primer orgasmo.
Era el momento de seguirla, siempre de rodillas, hasta el baño que está dentro de nuestro cuarto. Allí Lorena tomaba un largo baño; yo permanecía de rodillas esperando con la toalla en la mano a que ella terminase. Cuando acababa, yo la secaba, luego calzaba sus pies en unas sandalias de tacón. A continuación, me retiraba y la tenía que esperar al costado de nuestra cama, y ahí empezaba el verdadero juego de Lorena, lo que más le agradaba hacer.
Muchas veces me vendaba los ojos, entonces la oía andar a mi alrededor, se detenía de pronto y comenzaba a acariciarme el rabo durante uno o dos minutos, al tiempo que me besaba largamente. Me dejaba para situarse detrás de mi espalda y sentir sus pechos en ella, mientras con su mano me apretaba fuertemente las nalgas. Volvía a agarrarme de la polla y me conducía al sillón, me obligaba a sentarme. Allí me sometía a todo tipo de dulces tormentos. Me pisaba la polla con sus sandalias y yo le tenía que besar la rodilla que quedaba a la altura de mi boca. Después se sentaba a horcajadas y se contorneaba, aunque ignoraba mi verga enhiesta lo que me enloquecía aún más.
También podía suceder que tomara mi polla con sus manos y simulara introducirla en su sexo, pero mi glande apenas si rozaba sus labios vaginales. Más tarde se dedicaba a una larga succión, aunque al mismo tiempo apretaba la base de mi pene, lo que dejaba muy lejos la posibilidad de correrme; me refregaba sus pechos en la cara; me ofrecía su culo aunque apenas lo rozaba con mi boca. Después, me llevaba por fin hasta la cama. Allí debía esperarla acostado boca arriba. Lorena se trepaba y se paraba con las piernas al lado de mi cuerpo.

Comenzaba a bajar lentamente hasta que su sexo se depositaba en mi boca, yo lo besaba con pasión. Podía suceder también que Lorena me regalara con un 69, que me volvía más loco, porque ella tenía un terrible orgasmo, pero yo no. Cuando Lorena acababa se echaba rendida a un costado, entonces yo le preguntaba si podía correrme, si ella me autorizaba, podía besarle el cuerpo, acariciarla, pero ella no hacía gesto alguno. Yo tampoco podía tocarme, debía correrme solamente adorando su cuerpo.
En el caso que Lorena no me permitiera correrme, debía esperar hasta la próxima ocasión, o descargarme solitariamente en el baño cuando se dormía. Así eran por lo general, nuestras relaciones sexuales.
Debo aclarar que no había violencia física ni verbal. Fuera de nuestra intimidad, éramos una pareja normal. Pero hace un año sucedió un hecho que conmovió nuestra existencia y que puso las cosas en el lugar en que hoy se encuentran.
Una tarde de verano yo había vuelto del trabajo y estaba solo. Sonó el timbre y cuando abrí la puerta me encontré con un mensajero que me entregó un paquete que estaba dirigido a mí. Era un cd de vídeo. Intrigado lo coloqué inmediatamente en el ordenador y me dispuse a verlo. Era una filmación en el estudio de Lorena. Apareció ella y le sonrió a la cama, luego se sentó detrás del escritorio. Enseguida apareció uno de los empleados que trabaja con ella, era un muchacho joven, alto y delgado, se llama Nacho y era el último que había entrado a trabajar con mi mujer. Él se paró al lado del sillón giratorio de Lorena, que lo miró sonriéndole.
Luego, sin preámbulos, Lorena le desabrochó los botones de la bragueta y extrajo su miembro. Era una polla imponente el cual mi mujer comenzó a masturbar lentamente y cada tanto se lo llevaba a la boca. Nacho no hacía nada, tenía los brazos colgados al costado del cuerpo, pero no atinaba a nada, solo disfrutaba. Al cabo de un rato, él se puso de rodillas, entonces, mi mujer se abrió de piernas, dejó que él le quitara las medias y el tanga, se sumergió en su sexo y comenzó a lamerla. Se veía que Lorena gozaba, ella se incorporó, dio la vuelta al escritorio, quedando más cerca de la cámara, él la siguió de rodillas, hasta que se tumbó boca arriba delante de ella. Lorena comenzó a pisotearlo con sus zapatos de tacón y le restregó varias veces la suela por la cara, hasta que se cansó. Entonces ella le ordenó que se desvistiera, Nacho la obedeció. Cuando quedó desnudo, volvió a acostarse boca arriba. Mi mujer se puso detrás de su cabeza, se agachó, cogió con su mano derecha su rabo y comenzó a tirar. Nacho sufría, Lorena sin compasión estiraba su polla lo que hacía que él levantase sus espaldas varios centímetros del suelo. Por fin Lorena lo dejó en paz.
Se ubicó encima de él y se introdujo el miembro, lo cabalgó un rato y después se quedó un rato quieta mirándolo fijamente. Eso provocaba que él se revolcara pidiéndole que siguiera moviéndose, pero ella no le hacía caso, le acercaba los pechos hasta el rostro que pugnaba por besarlos, pero no lo conseguía. Lorena se reía.

Hubo un momento que pareció que quería sacarse la verga, pero la punta del glande quedaba la borde de sus labios, hasta que se lo volvía a introducir. Al fin se irguió como una diosa, se movió unos minutos más y estalló en un orgasmo. Se derrumbó encima de él, recobró el aliento, se incorporó y él quedó tendido esperando. Lorena se tomó su tiempo, comenzó a patearle con suavidad la polla, originando que él se corriera lanzando una cantidad impresionante de leche. Después Lorena se acercó hasta la cámara y la apagó. Yo no pude creer lo que había visto. Por un lado, tenía una erección brutal; pero por otro, no pude contener las lágrimas. Nunca pude imaginar que mi mujer me pusiera los cuernos. Tampoco entendía por qué y quien me había mandado aquella cinta.
Me sentía ultrajado, triste porque creía que yo le había dado todo y no creía merecer que ella tuviera que relaciones con otros hombres. Cuando regresó esa noche del trabajo, no sabía cómo actuar. Luego de acostar los niños fui a nuestra habitación, Lorena leía en la cama. Me desvestí y me acosté al lado de ella, entonces, con voz entrecortada le dije lo que había visto en el vídeo. Ella cerró el libro, se colocó boca abajo, adoptando esa posición que tanto me gusta, con la cabeza escondida entre sus brazos. Me escuchó sin decir nada. Yo me desahogué, le dije de todo. Ella me dejó terminar. Cuando me callé, ella apoyó su cabeza en su mano derecha y me miró sonriendo. Con voz muy tranquila me dijo:
– El vídeo te lo mandé yo. Me pareció mejor que vieras con tus propios ojos como disfruto con Nacho. Vas a tener que decidir. No me quiero separar de ti porque te quiero, eres un buen padre y me gustas, pero tampoco quiero perder a Nacho. Ya viste lo bien dotado que está. Me encanta meterme ese tremendo pedazo, que no es por menospreciarte, pero no se puede comparar con el tuyo. Aparte él está loco conmigo, puedo obligarlo a hacer cosas que ni te imaginas. Entonces te doy esta alternativa: o nos separamos o te tragas tu orgullo y aceptas mi relación con Nacho. Además, podríamos pasarlo muy bien los tres juntos… Tú decides.
Dicho esto, se quitó la sábana que la cubría y volvió a quedar con la cabeza entre sus brazos. Mientras trataba de digerir lo que había escuchado, no podía quitar los ojos de su hermoso culo, de su espalda, de sus piernas. Aunque mi razón decía que debía irme inmediatamente de allí, me venció el hechizo que Lorena tenía sobre mí.
Sin poder controlarme me lancé sobre ella y como un perrito, llorando, comencé a besarle sus nalgas, su espalda y sus piernas. Escuché que ella sonreía y decía:
– Así me gusta… Yo sabía que ibas a entender.
Esa noche, como regalo a mi sumisión, a ser un cornudo, Lorena me obligó a ponerme en cuatro patas y me ordeñó como si fuera una vaca. Luego de aquel hecho, pasaron dos meses sin que sucediera nada. Aunque imaginaba que Lorena seguía manteniendo relaciones con Nacho, y esto me excitaba aún más, nada decía ella sobre su nuevo amor. Hasta que un viernes, me dijo:

– Ya he solucionado para que los niños se vayan a pasar el fin de semana con mis padres. Quiero darte una sorpresa.
El sábado por la tarde me dijo que me desnudara, que fuera a la habitación y que la esperara sentado en el sillón, que hasta ella no me lo ordenara no me moviera de allí. Le obedecí, nunca imaginé lo que me esperaba. Oí que tocaban el timbre y que Lorena recibía a una persona. Al poco tiempo entró a la habitación acompañada por Nacho.
– Bueno, creo que la vamos a pasar bien los tres juntos, ¿no? No quiero que habléis entre vosotros. Tendréis que hacer lo que yo quiera, ¿entendido?
Nacho no le contestó nada. Yo no podía creer lo que estaba sucediendo. Pero no me atreví a moverme. Aquel fin de semana fue una muestra de lo que sucedió muchas veces más. En realidad, los que disfrutaron fueron ellos, porque yo fui el último eslabón del triángulo. Lorena está hechizada con el terrible pene de Nacho, le encanta tenerlo entre sus manos, aplastarlo con sus pies, enloquecerlo con largas mamadas. Le controla tanto o más que a mí el orgasmo, muchas veces lo hace llorar suplicándole que le permita acabar. A mí me tiene como el sirviente de los dos. A veces deja que me masturbe mientras los veo follar, pero la mayoría de las ocasiones debo besarle los pies mientras ella está montada encima de él o permite que le bese el culo.
También me obligó a que me iniciara en la bisexualidad con Nacho. Pasamos encerrados días enteros sometidos Nacho y yo a los placeres de Lorena.

Yo ya me acostumbré y la verdad es que no imaginó la vida sin Lorena, aunque haya tenido que tirar a la basura mi orgullo de hombre y de marido…
Un saludo.

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