Relato erótico

La pareja ideal

Charo
11 de mayo del 2019

Su vida matrimonial funciona bien y el sexo, también. Pero hay algo que tiene pendiente, le gustaría montar un intercambio de pareja, pero nunca se ha atrevido a comentárselo a su mujer. El dependiente del sex shop al que solía ir a alquilar alguna película fue el que le solucionó la papeleta.

Francisco L. – BARCELONA

Amigos de Clima, me llamo Francisco, tengo 38 años, y estoy casado desde hace cuatro. Físicamente me considero una persona normal: no muy alto, 1,72, pero delgado, más bien fuerte, proporcionado y con una forma de ser simpática y abierta que, en palabras de las mujeres, me hace bastante atractivo. Aunque me inicié en el sexo no muy joven a partir de ese momento nunca he tenido grandes dificultades para conquistar a las mujeres que de verdad me han interesado. El caso es que por aquel entonces yo pensaba que si quería hacer realidad mis deseos tendría que ser “fuera de casa”. Sin embargo, los inevitables tabúes y prejuicios siempre me habían impedido aventurarme en el mundo del intercambio. Por otra parte, era consciente de que para un hombre solo no es fácil contactar con parejas interesadas en el sexo compartido, ya que suelen preferir mujeres u otras parejas.

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De vez en cuando y para dar algo de salsa a mi vida sexual, acudía a algún sex-shop para adquirir alguna película porno, normalmente de tríos. El dependiente, que se llamaba Luís, me preguntó si me interesaba el mundo de los tríos ya que conocía un matrimonio de unos 40 años. Me comento que tenían buena presencia y que podrían estar interesados en incluir a un chico en su juegos y que el creía que yo daba el perfil. Después de desechar las últimas dudas, le di mi número de teléfono móvil para que se lo pasase a los interesados.

Pasaron unas dos semanas sin recibir noticias de mis anónimos amigos, y ya casi me había olvidado del incidente cuando recibí la ansiada llamada. Al otro lado del teléfono habló la voz de un hombre agradable, aunque un poco seria.

– Hola, me llamo Marcos., me ha dado tu número Luís, ya sabes el del sex-shop. Me ha dicho que podrías tener interés en conocernos a mi mujer y a mí.

– Sí, aunque tengo que advertirte que no tengo experiencia en estas lides – le contesté.

No importa, si de verdad te apetece probar con nosotros, podemos conocernos personalmente y sin compromiso…. ver si encajamos, ya sabes, se trata de que todos estamos cómodos-. ¿Te parece bien? Me ha contado Luís que eres una persona correcta y agradable y que pareces de fiar. No te molestes si te digo que nos gustaría verificarlo en persona antes de intentar otras cosas.

– Me parece perfecto, a mi tampoco me atrae “el aquí te pillo, aquí te mato”. ¿Cómo quedamos para conocernos?

Nos vimos por primera vez en un pub de la misma ciudad del sex-shop donde había conocido a Luís. Un ambiente tranquilo y agradable, ideal para conversar. Cuando me dirigía en el coche hacia allí iba como un flan, me sentía igual que en mi primera cita con una chica, temblándome las piernas y con un nudo en el estómago. Experimentaba una mezcla de excitación y temor ante la perspectiva de ese primer encuentro con dos desconocidos con los que, si todo iba bien, podía acabar follando.

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Yo llegué primero, con un retraso de tan solo los cinco minutos de cortesía. Unos diez minutos más tarde, que a mi me parecieron eternos, llegaron Marcos y Susana, que así se llamaban. Ella era una morena espléndida de unos treinta y bastantes años, pero bien conservada, que realzaba su atractivo con un atuendo súper sexi pero muy elegante, un traje minifalda que se ceñía al cuerpo marcando unas formas voluptuosas y macizas, quizás algo voluminosas, pero sin llegar ni mucho menos a ser gruesas. Llevaba unas sandalias de tiras con algo de tacón, dejando al descubierto una generosa porción de unas piernas bronceadas y bien torneadas.

El marido era un tipo normal, más bien alto, que tendría unos cuarenta y pocos años. Se notaba que hacía deporte, pues sin ser el típico musculitos no tenía para nada la consabida “curva de la felicidad”. Se notaba en los pequeños detalles que eran una pareja acomodada, aunque en absoluto hortera ni ostentosa.

Trás esa primera exitosa toma de contacto quedamos para otro día, esta vez sí, con la intención no explícita aunque bastante evidente de pasar a mayores. Nos citamos en su casa. Después de una ligera pero estupenda cena a base de picoteo en la que pude degustar los magníficos platos preparados por Susana, pasamos a un pequeño salón enmoquetado donde el espacio estaba casi totalmente ocupado por un par de amplios sofás y una pequeña mesa central. Tomamos asiento, ellos en uno y yo en el otro, acto seguido y para ambientarnos, pusieron en el CD una música cadenciosa, brasileña o portuguesa, y nos servimos unas copas.

Tras unos minutos de conversación intrascendente pues todos teníamos ya la mente puesta en lo que se avecinaba, Marcos decidió dar el primer paso y me invitó a que bailase un poco con su mujer. Aunque no soy muy buen bailarín no me hice de rogar, ya que sabía que esa noche no me iban a evaluar precisamente por eso. Cogí a Susana de la cintura y comenzamos a movernos al ritmo de la música. Apenas habían sonado los primeros compases de la pieza, cuando ella apoyó su mejilla en la mía y al tiempo que me estrechaba más firmemente y me hacía sentir el cálido aliento de su boca sobre mi oído, me susurraba:

Me gustas mucho y me tienes muy caliente. Estoy deseando que me la metas.

– Tú también me tienes a mil, estás buenísima – le respondí con la voz ronca por el deseo.

Es difícil describir la mezcla de excitación y nervios que me embargaba en aquellos momentos. Mientras Susana y yo continuábamos nuestro baile de precalentamiento, su marido nos miraba atentamente desde el sofá esbozando una media sonrisa en los labios y si estaba celoso sin duda lo disimulaba muy bien, pues aparentemente estaba encantado con lo que estaba sucediendo.

Susana, ante mi receptividad no se anduvo con más preámbulos y posando sus labios sobre los míos su lengua empezó buscar la mía, primero tímidamente, para luego enzarzarse en un movimiento frenético, mi boca y alrededores pronto estuvieron totalmente mojados por nuestras salivas. Entretanto, perdida mi timidez, mis manos se dirigieron a su culo, que comencé a magrear sin contemplaciones. Ella, que no quería ser menos, colocó una de sus manos en mi paquete y comenzó a sobar sin reparos el creciente bulto.

Vamos para el sofá, quiero que me comas el coño y me hagas correr un par de veces antes de metérmela – me dijo Susana.

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Nos quitamos la ropa precipitadamente, ella se sentó en el sofá y yo, temblando de excitación, le subí falda para dejar al descubierto su entrepierna. La visión de su coño, apenas cubierto por una estrechas bragas negras, apretadas sobre unos protuberantes labios vaginales, casi me dejaron sin habla.

– Es el coño más sexy que he visto en mi vida, estás buenísima – apenas pude balbucear.

¡Chúpamelo todo, que estoy que reviento de deseo! – me contestó ella.

Me dediqué a lamer con fruición los pliegues de su vagina, combinando la succión con suaves lengüetazos en el clítoris. Susana, como muchas mujeres, era muy sensible en ese órgano tan delicado, por lo que procuré evitar los estímulos demasiado directos. Era una delicia contemplar como la rosa de su trasero, un pequeño orificio marrón encuadrado en las enormes masas redondas de sus pálidas nalgas, se encogía asustado ante el contacto con mi lengua y mis dedos.

– ¡Aaah… sí… sigue… cómeme toda… lo haces muy bien… eso es, méteme la lengua en el culo, pero antes ábremelo con el dedo…!

Susana se estaba revelando como un auténtica guarra. Quien lo iba a decir con lo educadita que parecía. Su marido, que hasta entonces había permanecido como mero espectador de nuestro excitante numerito, decidió pasar a la acción, se despojó apresuradamente de toda su ropa y con una notable erección se acercó a nosotros. Se sentó en el sofá al lado de Susana y mientras yo continuaba chupándole el coño, el se dedicó a morrearse con ella y a masajearle las tetas.

¿Estás disfrutando cariño… te gusta el semental que te he buscado… a que estás deseando follártelo, eh, guarra? – le decía a su mujer que, sin proferir palabra, se limitaba a devolverle una mirada de viciosa depravada llena de asentimiento.

Susana estaba en la gloria. ¿Qué mujer mínimamente caliente no lo estaría ante las atenciones que le profesábamos dos machos totalmente entregados a darle placer?. Sus gemidos se oían en toda la habitación y pronto su intensidad y frecuencia anunciaron el primer orgasmo de aquella espléndida hembra.

– ¡Aaaah… oooh… sí, no dejes de chuparme… sí, sigue… que bueno… que gusto de corrida!

Apenas se había recuperado del mismo, cuando tomó nuevamente la iniciativa y nos anunció sus planes inmediatos.. pero lo que sigue ya os lo contaré en una próxima carta.

Saludos.

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