Relato erótico
La nieve ¿calienta o…no?
Su pareja le puso los cuernos con su mejor amiga. Se los encontró en su propia cama. El disgusto fue grande, pero el cabreo, más. Necesitaba desconectar y pensó que ir a esquiar la ayudaría a relajarse.
Ana – Granada
Acababa de terminar una relación de cuatro años, mi pareja, el que yo creyera el hombre de mi vida, se ve que no tenía suficiente conmigo, y había decidido compartir sus “favores” con mi amiga Elena, y no solamente compartía su enorme polla, que hasta este momento yo consideraba en exclusiva, sino que además había decidido que nuestra cama era el sitio ideal para sus revolcones, y como dice el refrán “tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe”. Y menos mal que solo se le rompió el cántaro, porque cuando les pillé en mi cama, jodiendo como descosidos, a punto estuve de romperles la cabeza.
Sintiendo un odio feroz hacia todos los hombres, decidí tomarme unas vacaciones y realizar todas aquellas actividades que hasta este momento no habían llamado mi atención. Iba a ir a la montaña, a la nieve, a ver si el frío de la montaña lograba aplacar el fuego y la rabia que sentía en el corazón. Llegué un viernes por la tarde. El servicio meteorológico anunciaba nieves para todo el fin de semana, pero no me importaba, a ver si se me congelaba el corazón y dejaba de sentirme tan mal.
Ya en el hotel, coloqué mi ropa, me puse el todavía sin estrenar traje de esquí, me probé mi gorrito para la nieve y pensé que vestida de esa manera parecía un payasito. Primero daría una vuelta para conocer el ambiente, luego ya decidiría. Me volví a cambiar de ropa y me puse un jersey blanco y unos pantalones de lana verde botella. El ambiente era agradable, se notaba que la calefacción funcionaba a tope, porque en la calle se veía una cantidad de nieve que ponía los pelos de punta.
Bajé a recepción y allí me indicaron donde podría alquilar unos esquíes. Nunca los había usado, pero había visto como lo hacían por televisión, y no parecía tan difícil y yo, desde luego tonta no era. Si otros los usaban no sé porque no los podía utilizar yo.
Era la hora de la cena y tal como iba me dispuse a bajar al comedor. Mientras esperaba el ascensor se acercó un hombre de unos 30 años, alto, delgado, moreno, con un cortito cabello rizado, al acercarse me fijé en sus preciosos ojos azules. Yo estaba agotada, y lo único que quería era cenar y volver a la habitación a dormir toda la noche. Luego lo vi sentado en una mesa apartada, era guapo, pero tampoco parecía tener muchas ganas de conversación, por lo tanto cené y me fui a dormir.
A la mañana siguiente, estaba todo negro, parecía que iba a descargar la nevada del siglo. Me vestí con “mi uniforme de payasita”, cogí mis esquís y bajé al comedor para tomar un desayuno rápido antes de subir a las pistas.
Hacía muchísimo frío y cuando llegué al telesilla, el joven de la noche anterior estaba también esperando y muy amable él, se puso a mi lado para que yo subiese primero, y de verdad que lo intenté, pero no sabía como, me sobraban los esquís, me sobraban los guantes, me encontraba agarrotada dentro del traje, me sobraba hasta el gorro… No sabía cómo ponerme y el joven me miró interrogante.
– Perdona, es la primera vez que vengo, no tengo ni idea de cómo subir cargada con estos trastos – confesé.
– ¿Si me permites?- dijo cogiendo los esquís – Deja, yo te ayudo.
Yo soy una patosa. Nunca como ese día me había dado tanta cuenta. Al final el joven, con los esquíes bajo el brazo, tuvo que ayudarme a subir a la silla y al pasar los brazos por detrás para auparme, rozó mis pechos. Vamos, que tampoco es que sintiese mucho. El traje de esquiar es doble y se siente poco a través de él, pero yo debía estar muy sensible, porque sentí un escalofrío por toda la espalda y mis mejillas se tiñeron de rojo.
Al final consiguió sentarme, él lo hizo a mi lado y se hizo cargo de los esquíes por miedo a que yo los soltase durante el trayecto.
Hablamos durante toda la remontada, él me contó que hacía tiempo había tenido un desengaño y ahora no buscaba una relación seria, solo ligues que a lo más le duraban una semana. Yo le expliqué el problema con mi pareja y descubrimos, que los dos llevábamos más de quince días a “dos velas” o sea que nuestros aparatos sexuales necesitaban rápido un poco de actividad o terminarían oxidados.
Entre nosotros se estaba formando un cálido clima de camaradería, pero eso era lo único cálido del ambiente, porque cada vez estaba más oscuro, y de golpe comenzó una ventisca terrible. Manuel, que así se llamaba mi circunstancial compañero, recordó que cerca de donde estábamos había una cabaña.
– Podemos refugiarnos en ella – dijo – seguro que habrá un buen fuego para entrar en calor. ¡La que está cayendo! Creo que no hicimos bien en subir, si te fijas, muy poca gente ha subido,
-Tienes razón, corre antes de que sea tarde, vamos a la cabaña – dije.
Llegamos a la cabaña y descubrimos que no éramos los únicos asustados por la ventisca, el refugio ya estaba ocupado pero entramos decididos. Manuel sabía que esta cabaña era propiedad oficial y la utilizaban como refugio los excursionistas de la zona, por lo tanto el rubio inquilino, estaba tan perdido como nosotros. Lo saludamos, nos miró con una mezcla de sorpresa e incomprensión y balbuceó unas palabras totalmente incomprensibles. Por la forma de hablar pensé que debería ser alemán. Además, tan alto, tan rubio, y tan blanco, seguro que era alemán. Bueno, no entenderíamos lo que nos decía, pero tampoco nos importaba mucho, hacía demasiado frío para estar fuera, y no era cuestión de empezar a buscar otro refugio, además la nieve cada vez estaba cayendo con más fuerza.
El fuego estaba encendido y en un rincón había suficiente leña para pasar más de una semana. El alemán, por señas, nos indicó un banco delante de la chimenea y nos ofreció una taza de café.
Nosotros se lo agradecimos con una sonrisa y ocupamos el asiento que nos indicaba hasta que, al poco tiempo, empezó a sobrarnos la ropa. Ellos lo tienen fácil, el alemán ya estaba en camiseta cuando llegamos y Manuel, enseguida se quedó igual que él, pero yo solo llevaba debajo una camiseta y el sujetador, y me resistía a quitarme la ropa, por lo que empecé a sudar, y aunque me separé lo más posible del fuego seguía teniendo un calor terrible.
Manuel se enfadó, diciendo que así lo único que conseguiría era pillar una pulmonía, que la ropa que llevábamos era para salir a la calle y que dentro nos la teníamos que quitar, o después al salir el cambio de temperatura sería excesivo. El alemán escuchaba nuestra conversación, y por los gestos parecía comprender lo que Manuel quería pues se sentó a mi lado y por gestos me pedía que me quitase la ropa.
Para darme ánimos, se desnudó él primero, llevaba un jersey de punto irlandés atado a la cintura, y unos pantalones como plastificados por fuera, pero forrados de lana por dentro, y debajo solamente llevaba un tanga negro, que le marcaba un paquetón, y un culito alto y respingón que era una delicia. Manuel también se quitó los pantalones, y se quedó con un calzoncillo de rayas grises muy, pero que muy sexy.
Animada al ver lo tranquilos que estaban ellos, intenté quitarme el traje, pero me quedaba muy ajustado y al estirar los brazos para sacarlos, se quedaron enganchados y por más saltos que daba, no había manera de que se soltasen. Por la cremallera abierta se veía el sujetador por el escote de la camiseta, y el alemán no me quitaba los ojos de encima hasta que se levantó y vino a auxiliarme, me ayudó, pero no le quitaba los ojos de encima a Manuel pues aunque llegamos juntos, no conocía la clase de relación que teníamos.
Manuel seguía delante del fuego, a la expectativa. La situación era muy morbosa y yo me daba cuenta que el alemán se estaba excitando. Como estaba de espaldas al fuego, Manuel no podía ver lo que él estaba haciendo y al bajar el traje, aprovechó para acariciarme los pechos, cosa que a mi no me disgustó nada, al contrario, me excitó muchísimo. El chico estaba riquísimo y yo llevaba demasiados días sin sexo.
Le dejé que terminase de bajarme el traje, y me quedé con una camisetita y un minúsculo tanga negro. Manuel se acercó y sin decir palabra, cogió mi cara y me besó apasionadamente en la boca, como intentando marcar territorio, como diciendo esta mujer vino conmigo y es mía.
Me gustó su beso, pero no consiento que nadie me considere de su propiedad, por eso después de responder con toda la pasión de que era capaz, me volví al alemán y lo besé de igual forma, para darles a entender que yo controlaba la situación y que no pertenecía a nadie.
Manuel volvió a acercarse mientras besaba al alemán y su mano se introdujo en mi tanga. A estas alturas, ya me imaginaba lo que iba a suceder, y no solo no me importaba, ¡lo estaba deseando! Con las manos dentro fue bajando el tanga lentamente, atento a mis reacciones, por miedo a que me tirase atrás, pero yo ya estaba lo suficiente caliente, y con unas ganas locas de sentirlo dentro de mi, me giré hacia él para facilitarle la labor, mientras el alemán se arrodillaba detrás mío, y comenzó a pasar la lengua por mis nalgas, muy despacio.
Me giré nuevamente y su lengua se apoderó de mi sexo, lamiéndolo con deleite mientras Manuel se frotaba en mi culito y besaba mi cuello. Su polla caliente se apretaba en mi culo y yo, ya empezaba a marearme de tanto dar vueltas. No sabía a cuál de los dos atender primero, me encantaba sentir la lengua del alemán en mi sexo, pero estaba desesperada, por comprobar con mis propios ojos la consistencia de ese aparato que amenazaba con taladrar mi culo.
Estiré mis brazos hacia atrás e hice bajar el calzoncillo de Manuel y ahora, sin barreras, sentía su cálido miembro entre mis piernas mientras observaba el bulto del alemán, que parecía querer romper el tanga. Lo empujé hasta que se colocó al lado de Manuel y con los dientes mordí la goma de su tanga y lo hice bajar hasta sus rodillas. Su empinada verga quedó a la altura de mi boca, puse las manos en sus fuertes y duras nalgas y lo atraje hacia mí para lamer la rica y apetitosa verga. Estaban los dos ante mí, con las pollas duras y tiesas.
– ¡Que maravilla! – grité, en mí vida había visto dos pollas tan grandes juntas – ¡No sé por cual empezar, se me antojan las dos!
– Por la que más te guste – dijo Manuel-
– Empezaré por la tuya, al fin y al cabo llegamos juntos – le contesté.
Comencé a hacerle una rica mamada, despacito, pasando la lengua por el capullo y continuando por toda la verga, hasta llegar a los testículos. Me puse el derecho totalmente dentro de la boca y lo paladeé mientras el gemía de satisfacción, luego el izquierdo y miré su cara para observar como ponía los ojos en blanco. Pronto cogió mi cabeza entre sus manos y me apretó fuertemente contra él mientras acariciaba mi pelo.
Mientras tanto el alemán no se estaba quieto, se puso detrás de mí y comenzó a restregarse en mis nalgas intentando abrirse camino y yo abrí mis piernas para facilitarle la entrada. Manuel se tumbó en el banco boca arriba. Le encantaba la mamada que le estaba haciendo y pretendía que yo me sintiese más cómoda. Estaba riquísimo, mi boca se entretenía en su glande, acariciando con la lengua el agujerito que ya se humedecía con las primeras gotas pre orgásmicas mientras mis manos masajeaban la polla.
El alemán no estaba perdiendo el tiempo, al estar yo a cuatro patas, aprovechó para introducir su pene en mi rajita y al sentirme penetrada, aceleré los movimientos de mi boca, dentro, fuera, dentro, afuera, estaba riquísimo. Manuel agarraba mi cabeza y la movía frenéticamente mientras gemía próximo ya a la eyaculación. Entonces me dijo que le cabalgase, el alemán me ayudó a colocarme sobre él, abrí las piernas y las coloqué una a cada lado del banco, empalándome en su empinada polla, sus manos acariciaban mis pezones, que estaban tiesos y duros como piedras, al rato me tumbé sobre él y el alemán desde atrás intentó introducir su pene en mi culo. Era muy grande y aunque él insistía y volvía a insistir, al sentir mis quejas se levantó y se acercó a la sartén donde había preparado la comida, untó sus dedos con aceite y volvió donde estábamos para introducir un dedo en mi culete. Lo movía en círculos dilatando la abertura y repitió la operación varias veces, primero dos dedos luego tres, hasta que consideró que la abertura era suficiente.
Yo seguía moviéndome sobre la polla, cuando noté que se introducía de un solo golpe el enorme pollón en mi orificio anal, sintiéndome completamente atravesada por dos fantásticos palos. Manuel en mi coño, mientras sus manos pellizcaban mis pezones, y el alemán por el ano, agarrándome las nalgas y haciéndome saltar como si fuese de goma.
Los tres empezamos a movernos acompasadamente, el alemán lamía mi espalda y besaba mis orejas y cuello mientras Manuel, mordía y sorbía mis pezones. Yo gritaba como una posesa. Hacía tiempo que no tenía un orgasmo tan espléndido, mis músculos vaginales se contrajeron oprimiendo el pene de Manuel, eso hizo que el roce fuese tan fuerte, que ya no pudo aguantar más y se corrió dentro de mí. Su cálida leche llenó mi vagina, pero el alemán seguía moviendo mis caderas y en los botes, la leche salía a borbotones mojando nuestros cuerpos.
De pronto sentí lo mismo dentro del ano, el alemán gritando palabras ininteligibles y moviéndose como un loco, estaba soltando litros de leche, que yo sentía correr por los muslos. Quedamos satisfechos y yo rebozada en leche.
Manuel se levantó y me besó en la boca, nos acercamos los tres al fuego, abrazados, muy pero que muy satisfechos. Desde luego frío no teníamos y yo dudaba mucho que lo fuésemos a tener mientras estuviésemos en la cabaña. El alemán nos miraba agradecido, no se podía creer la suerte que había tenido. Empezaba a creer que esa noche era “Noche Buena” y que “Papa Noel” le había traído su regalo.
Besos.