Relato erótico

La mujer de mi vida

Charo
3 de enero del 2019

Había invitado a una amiga que, según él, era la mujer de su vida. Ella solo quería que fueran amigos, pero tanto insistió que acabaron echando un polvo bestial, pero…

Manuel – Toledo
Había quedado con Mireia, la mujer que más quiero en la vida, para que viniera a comer a casa. Yo había intentado hacerla mía pero, hasta el momento, sin ningún resultado. Para confirmar su asistencia, cogí el teléfono y la llamé.
-Hola, como estás Manuel, ¡que milagro que me llamas! – contestó, con un leve tono de burla.
-Oye, no te burles de tu más ferviente admirador – contesté desde el otro lado de la línea – Te llamo para confirmarte la comida que tenemos para hoy. Toda la mañana he estado preparándola, no me vayas a dejar plantado.
– No querido, a las tres y media estoy en tu casa, espero que hayas hecho algo rico de comer porque, solo voy a comer y me vuelvo.
-No me hagas eso – le contesté – Bueno, tu sabes que me gustas mucho, y la invitación es para agasajarle y pasar un rato agradable juntos y…
-No te imagines cosas, mi querido Manuel, voy a ir a comer a tu casa pero ya sabes que no tengo compromiso contigo, así que… ¡Pero, qué te pasa! – me contestó – ¿No puedes estar hablando con una mujer como amigos? A las tres y media, Mireia tocó el timbre de mi casa. Me dio un beso en la mejilla mientras su brazo derecho rodeaba mi cintura.
– Me encanta que hayas venido – le dije mientras le pasaba el brazo por los hombros, la semi abrazaba y la conducía al interior de mi casa.
-¿Qué hiciste de comer? Tengo un apetito feroz -dijo
– Una sorpresa – respondí – Te va a encantar. Es comida francesa.
La comida transcurrió de forma agradable. Una deliciosa comida que decidimos acompañar con sendas botellas de cava, con una conversación coloquial, salpicada de comentarios jocosos sobre las actividades profesionales de ambos y que culminó con aromáticas tazas de café acompañadas de un licor.
Una vez en la sala, se acomodó en el mullido sofá, encogió las piernas y se quitó los zapatos, lo que permitió que su falda se subiera y dejara al descubierto una porción de sus apetecibles muslos enfundados en unas medias negras y que, inclusive, permitía ver el inicio del liguero que las sostenía.
– Me ha gustado la comida, eres un estupendo cocinero – me dijo.
-Gracias – contesté mientras ponía un disco compacto con música romántica – Me alegra que te haya gustado, espero convencerte de que te convengo.
-No empieces – me cortó sonriendo – ¿Por qué no quieres que seamos amigos? Ya te he dicho que yo no quiero comprometerme seriamente… Mejor, no digas nada y siéntate a mi lado para disfrutar la música – le dije en voz baja, mientras ella entrecerraba los ojos y se relajaba sobre el sofá.
Me senté a su lado, le pasé el brazo sobre los hombros, le acaricié suavemente el pelo y recosté la cabeza de Mireia sobre mi pecho.

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-Te quiero, me gustas mucho, me vuelves loco – le susurré al oído mientras aspiraba el perfume que, mezclado con su olor natural, emanaba de Mireia.
-No digas nada, vamos a disfrutar de este momento – susurró
Alentado por la actitud de abandono y disposición de Mireia, acerqué mi boca a la de ella. Primero rocé sus labios y empecé a besar sus mejillas. Besé su boca y lentamente introduje mi lengua. Mireia respondió a mi beso. En un instante estábamos intercambiando labios y lengua. Así seguimos un buen rato y aunque Mireia respondía a mis besos, mantenía una actitud distante con los ojos cerrados y el cuerpo relajado. Mi mano se posó en la base del cuello y se introdujo en su blusa, entró por debajo del delgado sujetador y tomé uno sus senos. Se estremeció pero se mantuvo callada, con los ojos cerrados y como ausente. Seguí acariciándole un pecho y sentí en mi mano como el pezón respondía y se endurecía.
-Manuel, Manuel… – suspiró Mireia -Estate quieto, déjame por favor, me tengo que ir…
Cogió mi cabeza, acarició suavemente mi pelo y la hizo a un lado, se incorporó para quedar sentada en el sofá, se colocó los pechos dentro del sujetador y empezó a abrocharse la blusa dejando libres los primeros botones, lo que dejaba semi cubierto el nacimiento de sus senos.
-Me tengo que ir – insistió -Tengo que regresar a la oficina, además yo solo vine a comer contigo, a comer.
– No seas así, tú sabes que estoy loco por ti, te deseo, te quiero, te adoro. ¿Por qué no me quieres? ¿Por qué me desprecias? – le dije y sin poder ocultar la excitación que se traducía en una vigorosa erección que sobresalía en me entrepierna – No te vayas, déjame hacerte el amor.
-¿Qué quieres… hacerme el amor? – preguntó secamente y continuó con un tono serio que, en el fondo, era de burla – Bien, vamos a hacer el amor, pero quiero que estemos desnudos completamente desde el principio, quiero verte desnudo y que me veas desnuda. Vete a la habitación, quítate la ropa y acuéstate sin taparte. Cuando estés listo me llamas y estoy contigo. Yo voy a hacer lo mismo en el baño, a solas.
Me dirigí a mi habitación, ella se dirigió al baño y cerró la puerta con seguro. Mientras tanto, yo me quitaba rápidamente la ropa y me acosté. Así, acostado cuan largo soy, sin taparme y mostrando abiertamente mi excitación y deseo en una franca erección, llamé a Mireia. Esta, abrió la puerta del baño y salió completamente desnuda, me echó una mirada, mirada que se detuvo un instante preciso para registrar mi erección y me dijo:
– ¡Manuel, te voy a quitar esas ganas que me tienes!
Se abalanzó sobre mí. Tomó mi cabeza entre sus manos y me besó suave y largamente los labios. Despacio, introduciendo su lengua y dejando que yo la tomara entre mis labios y la chupara mientras ella también hacía lo mismo. Nos besamos largamente hasta que me separé y me hice a un lado diciéndole:

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-He esperado tanto este momento… te amo Mireia, déjame contemplarte.
Ella lo hizo lánguidamente, luciendo todo su encanto, sabiéndose observada y deseada. Por primera vez, yo despertaba en ella el deseo. Empecé a acariciar con mis manos su esbelta espalda, recorriéndola a todo lo largo por el centro y los costados, acaricié delicadamente las redondas y bien formadas nalgas y toqué suavemente la línea que las separaba, seguí con sus muslos y piernas. Después, cambié mis manos por mi boca y con mis labios y lengua fui recorriendo suave y delicadamente cada tramo de su piel, desde los pies hasta el cuello. Cuando reaccionó, yo le había separado las piernas y le estaba lamiendo el rosado botón del culo. Mireia no pudo reprimir un grito de placer y empezó a moverse voluptuosamente, abriendo más las piernas y ayudándome a penetrar con mi lengua más profundamente al abrirse las nalgas con sus dos manos. Seguí lamiendo y besando aquel estrecho conducto y empecé a recorrer con mi lengua también la piel que separaba el ano de la ya para entonces hinchada y mojada vagina.
En un momento, mi lengua se deslizó hasta lamer su chocho y ella, en un rápido movimiento, atrapó mi cabeza entre sus piernas y se giró ofreciendo a mi boca toda su henchida rajita para que la devorara. Chupé con voracidad a todo lo largo aquel manjar que se me ofrecía y delicadamente llegué hasta su terminación y tomé delicadamente entre mis labios su erecto clítoris y mamé suavemente. Aquello terminó de enloquecerla, que gritaba y gemía diciéndome:
-¡Que gusto mes das, Manuel… me gusta mucho… qué bien lo haces… sigue… sigue…!
Dejé de chupar su coño, me situé entre sus piernas y dirigí la punta de mi verga a la roja hendidura, la coloqué delicadamente y de una sola embestida se la introduje totalmente. Empecé a moverme dentro de ella con un ritmo frenético al que ella respondió de inmediato y pronto nos acompasamos en una fricción que nos hacía gemir, gritar y besarnos apasionadamente en la boca. Poco después, el ritmo se hizo más intenso hasta que no pudimos aguantar más y los dos nos corrimos al mismo tiempo, entre convulsiones y oleadas de placer. Tras descansar un rato, empecé a decirle a Mireia que la amaba y que la quería para mí solamente. Que me aceptara como novio, compañero, amante, todo. Ella, solo sonrió y me dijo que no era el momento para hablar de eso, que estábamos pasando un momento placentero y eso era lo importante.
– Disfruta el ahora y aquí querido Manuel, después quien sabe que pasará.
Mientras me lo decía, empezó a acariciarme la verga que empezó a reaccionar y a endurecerse.
– Manuel – me susurró – te voy a hacer un regalo para que no te olvides de mí.
– Si antes no te podía olvidar – contesté – después de lo que ha pasado y lo que vaya a pasar, menos.
Dicho esto, inclinó su cabeza y tomó delicadamente entre sus labios la punta de mi verga y la cubrió con ellos. Poco a poco se la fue introduciendo en la boca hasta que la tuvo toda adentro. Ahí empezó a subir y bajar su boca cubriéndomela y descubriéndola totalmente, con una soberbia mamada como nunca yo había recibido. Aquello me volvió a calentar en un instante y me llevó al límite de mi resistencia.
– ¡Espera, me vuelves loco y estoy a punto de correrme!

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Mireia soltó un instante mi verga, que tenía en su boca, y me dijo:
-Eso quiero Manuel, quiero que te corras en mi boca, quiero que termines en mi boca y saciarme con tus jugos.
Aquella declaración terminó con mi escasa resistencia y exploté dentro de su boca, quien tragó hasta la última gota del jugo caliente y viscoso que expulsaba mi polla. Al terminar, Mireia solo dijo:
-Me ha encantado follar contigo, y espero que no me olvides nunca, pero solo vamos a ser amigos.
Nunca la he olvidado, pero también nunca más he conseguido follármela.
Un beso para todos.

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