Relato erótico

La mejor paja de mi vida

Charo
13 de junio del 2019

Sus padres estaban separados y vivía unos meses con cada uno de ellos. Cuando estaba con su padre llevaba una buena vida y además se mataba a pajas pensando en su nueva pareja.

Marcos – Gerona
Tenía 19 años, mis padres estaban divorciados y yo vivía unos meses con cada uno de ellos. Mi padre, hombre de buena posición económica, convivía en una hermosa casa con su nueva pareja, una señora de unos 40 años.
Me lo pasaba muy bien con, es muy ostentoso y los meses que vivía con él, lo hacía como un rey. Pero mucho más disfruté cuando pasó lo que os voy a contar. Muchas noches mi padre, hombre de negocios, salía a cenar con su amante y a mí me gustaba mucho quedarme solo, eran momentos que aprovechaba para hacer lo que quería.
Lo primero que hacía era revisar la ropa interior de ella, llamémosla Belén, me encantaba tocarla, mirarla, ponérmela, me dirigía al baño a buscar alguna ropa interior colgada y finalmente me dirigía al cesto de ropa sucia, donde revisaba y revisaba, hasta encontrar el premio mayor, un tanguita sucio, con olor, manchado… ¡ah, sí… como gozaba! No podía dejar de olerla y tocarme al mismo tiempo, mi excitación era tal que llegaba a pasarle la lengua también, finalmente me corría y me tranquilizaba.
Era una rutina, después de correrme, dirigirme al baño, vestirme y a veces mirar un poco la TV, pero esa noche, sería por la hora, ya tarde, o por lo extenuado de la paja, me quedé dormido. Abrí los ojos, era sábado por la mañana, no tenía compromisos de estudio, miré la hora, las diez y cuarto, miré también hacia mi puerta y estaba cerrada, me observé y me quedé pálido, estaba desnudo con la prenda íntima de Belén a un costado de la almohada y su foto al lado de mi brazo. No podía ser posible pensé, me quedé dormido, la puerta estaba abierta, ya que siempre estoy solo cuando realizo mis pajas. Entonces sentí una tremenda vergüenza, era seguro que Belén había llegado tarde por la noche y me cerró la puerta para que no me despertase con ruidos.
Me levanté, abrí la puerta despacito y me dirigí rápidamente al baño. Cuando salí de él, lo único que pedía era que Belén hubiese salido a hacer las compras o lo que sea para no verla, pero no, estaba en la cocina haciendo sus tareas domésticas.
– ¡Buenos días! – me dijo, casi sin mirarme.
– Buenos días – le contesté con un hilito de voz que parecía de jardín de infancia.
Me hizo el desayuno y casi no cruzamos palabra, pero yo no podía dejar de pensar en eso, y a veces ese estado de vergüenza pasaba al de excitación desmedida al imaginarme la situación, ella observando mi cuerpo desnudo con sus prendas íntimas en mi cama, su foto, todos signos más que evidentes de que me masturbaba pensando en ella. ¿Qué habrá sentido? ¿Se habrá excitado? ¿Pensará que soy un pervertido? En fin, miles de interrogantes volaban por mi cabeza.

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El sábado prosiguió normalmente, por la tarde llegaron amigas de Belén a tomar el té y hablar de miles de cosas al mismo tiempo, y yo salí un rato a visitar amigos. Ya anocheciendo, regresé y Belén estaba en la cocina me preguntó si quería cenar, le contesté que sí, que tenía mucho apetito. Cenamos, me contó algunas cosas, nada importante y se fue a la habitación.
– Hasta mañana, que descanses – me dijo.
– Hasta mañana Belén – le contesté.
Me fui a mi habitación y casi después de una hora de pensar y pensar me dormí.
Sobre las once abrí los ojos. Me lavé, me cambié y me dirigí a la cocina donde, como casi siempre, ya estaba Belén haciendo tareas de la casa. Pasó la mañana sin trascendencia y almorzamos, hablando como siempre de cosas cotidianas. Después de almorzar y ella limpiar la cocina me dijo:
– Me voy a bañar.
– Bueno – le contesté, pero me quedé pensando el por qué me lo dijo.
Pasaron 15 minutos aproximadamente, yo estaba en el comedor mirando la TV, cuando ella se me acercó con solo la toalla puesta.
– ¿No sabes donde está la crema para el cuerpo? – me preguntó.
– No…no sé – le contesté tímidamente sin poder dejar de mirarla, intimidado por su cuerpo solo cubierto por una toalla.
– Ayúdame a buscarla porque la necesito y no la encuentro – me dijo.
Nos dirigimos hacia su habitación, ella caminaba delante de mí, estaba fascinado por sus piernas, la toalla que apenas tapaba el comienzo de su culo, sus hombros al descubierto… Ya en su habitación, comencé a revisar la parte alta del armario, mientras ella lo hacía en los cajones.
– No puede ser que no esté esa crema… la necesito.
– Por algún lado debe estar, además estás bien con crema o sin crema – no podía cree lo que le acababa de decir, y seguí revisando el armario sin atreverme a mirarla.
– ¡Aquí esta! – casi grité girándome hacia ella – ¡Aquí está, Belén! – repetí viéndola sentada en el borde de la cama mirándome seriamente y añadí – ¿Pasa algo?
– Si pasa, quiero saber que te pasa a tí conmigo.
Me quedé inmóvil, mudo, con la crema en la mano, sin saber qué decir o que hacer.
– No sé de qué hablas, Belén – solo atiné a decir esas palabras, sentándome junto a ella.
– Sé que te masturbas con mi ropa interior, con mis fotos, y quiero saber que te pasa, si es solo la edad o es por mí – me dijo mirándome a los ojos.
– No es así Belén… – intenté justificarme.

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– ¡Te vi! No quieras engañarte a ti mismo… además si esto sigue así voy a tener que hablar con tu padre…
Me puse pálido, bajé la cabeza y confesé diciéndole:
– Lo hago porque me gustas… no sé… – le dije sin mirarla a los ojos.
– ¿Te excito? – preguntó ella.
– Sí – le contesté.
Su mano acarició mi rostro. Parecía una caricia maternal y me preguntó con voz muy firme:
– ¿Te gustaría verme desnuda?
Levanté la cabeza, la miré a los ojos, mi cara seguro debería ser de caricatura porque volvió a preguntarme:
– ¿Quieres verme desnuda?
– Sí – contesté con una voz de canario.
Ella se levantó de la cama, se quedó frente a mí y dejó caer la toalla. No podía creer lo que estaba viendo. Sus tetas, que tantas veces intentaba ver por entre su blusa, eran hermosas para mí, su vientre, su coño, apenas cubierto por unos pocos pelitos… Ella se giró, mostrándome también su culo.
– ¿Te gusta lo que ves? – me dijo.
– No te imaginas cuanto – le contesté.
– Bueno… tócate… quiero ver como lo haces.
No terminó de pronunciar la última palabra que ya me estaba sacando los pantalones y el slip.
Mi polla estaba que explotaba y ella clavó su vista en mi erección descomunal. Comencé a tocarme, a subir y bajar mi mano, sin parar mis ojos de observar ese cuerpo desnudo a un metro de distancia. Ella solo me miraba, yo rogaba que se tocara o me tocara, pero nada de eso pasó… solo miraba como yo me pajeaba. No aguanté más y me corrí de una forma muy intensa. Mi semen salió fuertemente, manchando su barriga y ombligo y llenándome toda mi mano también. Por supuesto que seguía con una erección terrible, creo que en ese momento nada en el mundo podía bajar mi polla de ese estado. La miré y ella me sonrió, se acercó a mi cara, me dio un beso en la mejilla.
– Cariño… anda a limpiarte – me dijo y se dirigió a su baño.
Yo me dirigí al mío, sin darme cuenta todavía de lo que había ocurrido.

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Cenamos como si nada hubiera pasado, al menos por su parte, pero yo rezaba a todos los dioses posibles que me dijera algo de lo que había ocurrido o me pidiera otra vez algo así. Pero nunca más pasó. Yo seguí pajeándome con su ropa interior unos años más y todo terminó ahí.
Pero fue la paja más increíble de mi vida.
Saludos para todos.

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