Relato erótico

La lluvia influyó

Charo
27 de marzo del 2020

Llovía a mares y llegaron a casa completamente mojados. Se dieron una ducha, se cambiaron de ropa y se metieron en la cama. Pasó lo que tenía que pasar.

Noelia – La Coruña

Entramos en casa completamente mojados, de la cabeza a los pies, por causa del tremendo aguacero que ese día caía en la ciudad. Agitados, pero felices por el pequeño trote que habíamos tenido que hacer unas manzanas atrás, comenzamos a despojarnos de nuestra ropa. Ya en la habitación cerramos las cortinas, no había necesidad de palabras, para ambos el mejor plan en una tarde como aquella era pasar un rato bajo las sábanas y ya estando desnudos ¿qué otra cosa podíamos hacer? El sexo es el entretenimiento más barato y además se queman calorías.
Me sequé un poco el cabello con una toalla mientras él me ofrecía los brazos desde la cama. Me hundí en ellos y me envolví con las sábanas para calentarme. Se dio inicio entonces a un festín de besos, caricias y arrumacos, suaves al principio e intensos después. Entonces me dijo Jaime, mi marido:
– Me debes una apuesta, ¿qué tal si me la pagas de una vez?
Haber perdido la apuesta no era para nada grave pues consistía en una mamada record, en una mamada de aquellas que según él solo le doy una vez al año. Para darle la razón miré mi reloj y le dije:
– Vale, solo dentro de un año repetiré esta súper mamada que voy a darte, ojalá tengas buena memoria.
Diciendo esto me arrodillé frente a su verga y comencé a lamerla suavemente desde el capullo hasta las bolas. Posteriormente me la metí en la boca por completo saboreándola y frotándola a conciencia con labios y lengua. Estando ya húmeda, la froté con una mano mientras con la otra acariciaba sus bolas suavemente. Repetí esta operación varias veces con algunas variantes y sin exceso de emoción, pues tampoco pensaba pasarme en el pago de mi apuesta. Aún así no hice tan mal mi trabajo pues alcancé a tragarme una buena cantidad de fluidos pre seminales y le arranqué un par de gemidos. Él, mientras tanto, tiraba de mis pezones como podía, deteniéndose demasiado a menudo cuando se concentraba mucho en su placer. Froté entonces su verga contra mis tetas y la pasé por el canal entre ellas.

– Cuando vaya a correrme te aviso y tú decides si te lo tragas o no – me dijo él al rato.
– Nada de eso – contesté yo – me acostaré a tu lado y ya te diré qué hacer, ha sido suficiente mamada por hoy. Me has puesto muy caliente con esa sobada de tetas.
Él, aunque desilusionado, no protestó y comenzó a masturbarme y a chupar mis tetas con avidez, haciéndome exclamar:
– Que bien, cuando estás así excitado haces mejor tu trabajo.
A pesar de disfrutar de lo lindo sentí pena por su verga a punto de estallar y decidí sentarme sobre ella para no desperdiciarla. Me coloqué sobre el metiéndome su verga en el coño para luego pegar mi boca a la suya y fundirnos en un apasionado beso.
Al rato, levantándome un poco, le ofrecí una de mis tetas para que me la chupara como si me la quisiera arrancar.
– Date la vuelta -me dijo de pronto mi marido.
Me di la vuelta entonces para darle gusto, clavándome de nuevo en su polla, pero dándole la espalda, cosa que el aprovechó para acariciar mis nalgas y meter un dedo en mi coño haciéndole compañía a la polla. Esta posición es deliciosa para frotar mi clítoris con sus pelotas, si me inclino lo suficiente hacia delante, cosa que por supuesto hice.
Pocos minutos después me anunció que el momento culminante llegaba. Yo ya sabía qué hacer y me detuve un poco para luego moverme de nuevo, pero más lentamente hasta el final.
Nos acostamos uno al lado del otro y él, como consciente del trabajo que le esperaba, dirigió su mano hacia mi cueva y comenzó a masajearme para que me corriera en ella. No tardé mucho en hacerlo y para cuando esto ocurrió él ya estaba dormido.
Aprovechando esto y viéndome aún con ganas, me puse de pie y me dirigí hacia el armario. Del cajón de la ropa interior saqué una bolsa y regresé a la cama. Me senté en ella y saqué los dos objetos que guardaba en ella cuidadosamente. El primero, un frasquito de glicerina, un lubricante que me habían recomendado por efectivo y económico. El segundo un consolador que había comprado hacía pocos días especialmente para una cita muy importante, pero eso es otra historia.

Dejé aparte la glicerina pues no la necesitaría debido a los abundantes flujos que se mezclaban con el semen de mi marido y salían a borbotones por mi chocho.
Me acosté de nuevo a su lado y comencé a masturbarme introduciéndome con una mano el falo de goma mientras la otra jugueteaba aquí y allá, ya fuera pellizcando mis pezones o mi clítoris. De vez en cuando sacaba la seudo verga y la frotaba por mis labios vaginales, la dejaba resbalar por ellos y por mi clítoris para luego dejarla entrar de nuevo sin demora por mi caliente cueva.
De repente y como si fuera la eterna historia de mi vida el ser descubierta, me di cuenta que mi marido me miraba lascivamente cuando yo apenas comenzaba a disfrutar. Me asusté un poco, pero no me detuve, continué metiendo y sacando a mi gran amigo el consolador mientras veía como la verga de mi marido comenzaba de nuevo a endurecerse.
– ¿Te ayudo? – me preguntó.
– Si quieres…
Sin demora se arrodilló entre mis piernas y tomó, con una de sus manos la punta que sobresalía del consolador que estaba bien metido en mi chocho, lo hundió más aún y lo dejó un rato allí para dedicarse simplemente a observar mi almeja abierta, con un objeto dentro, completamente húmeda, tanto que las gotas caían hasta mi culo y de allí a las sábanas. Comenzó entonces a meter y sacar el falo para divertirse con el espectáculo de verme retorcer y levantar mi cadera para ayudar a devorármelo.
– Hazlo tú sola otra vez y yo te miro -me dijo al rato.
Lo cogí de nuevo y reanudé los juegos del principio, metiéndolo y sacándolo, a veces un pedacito y a veces todo, para meter de nuevo solo la punta, poco a poco, trozo a trozo sin dejar de masajear mi clítoris que en ese instante ya estaba completamente tieso de nuevo, mirando al techo.
– ¿Qué tal si ahora te lo metes por detrás? -me dijo de pronto.
Lo miré un poco asombrada, pues él nunca me había pedido algo así, pero supuse que mis ganas de probar cositas nuevas lo habían contagiado. Decidí complacerlo pues el pobre suponía que mi culo era aún virgen, así que me puse a cuatro patas mientras él se recostaba en un lugar de la cama desde donde podía ver todo a sus anchas.

En ese momento recurrí a mi amiga la glicerina la cual unté en mis manos que luego buscaron el orificio de mi ano. Froté mi culo concienzudamente con mis dedos y comencé a tantear el estrecho pasaje con uno de ellos. Después de un rato unté la punta del consolador con el lubricante para comenzar con mi labor. Encaminé el aparato hacia mi culo y comencé a empujar, relajando mis piernas lo más posible, apoyando mi cara en la almohada para equilibrarme.
Comencé a sudar, pues no era nada fácil y dirigí una mirada a mi marido que seguía acostado a mi lado completamente extasiado con mi pequeño show. Él, como entendiendo mi mirada de auxilio, se situó detrás de mí y me quitó el consolador de la mano, diciéndome:
– Apóyate bien porque lo que es hoy te voy a romper el culo – sus palabras me excitaron y asustaron a la vez y cerré los ojos cuando añadió – Pero no te tenses, relájate y verás lo fácil que entra.
Procuré relajarme y aún así no fue una entrada sencilla. Después de varios intentos, retrocesos, sacadas, metidas y vueltas a sacar lo logramos. El consolador entró hasta más de la mitad, aunque me arrancó más de un grito de dolor. En ese punto él no solo comenzó a sacarlo y meterlo sino que metió su propia verga por mi coño, de golpe y sin previo aviso, cosa que no me molestó en lo más mínimo pues estaba bastante lubricada. Era lo más parecido que había hecho a una penetración doble y fue increíble sentirme completamente invadida por dos vergas aunque una fuera de mentira.
El continuó moviendo el consolador sin tregua torciéndolo dentro de mí, haciéndolo girar en círculos, metiéndolo y sacándolo. A veces lo sacaba por completo e introducía dos dedos en su reemplazo los cuales hurgaban dentro de mí sin contemplaciones. Yo no paraba de gemir agarrada a las sábanas, arrugándolas y tratando de sostenerme con mi propia cara contra los almohadones.
Cuando él sacaba el consolador yo lograba moverme un poco hacia delante y hacia atrás para meterme su verga yo misma, pero estos momentos duraban poco pues él, inmisericorde, hundía de nuevo ya fuera sus dedos o el falo en mis entrañas una y otra vez hasta que se corrió de nuevo envuelto en intensos jadeos.

En el momento de correrse dejó el consolador dentro de mí y con ambas manos me agarró las nalgas fuertemente, tan fuerte que me hizo gritar, pero también lo disfruté, me moví con él acompasadamente para aumentar la fricción y por consiguiente el placer.
Con su polla de nuevo flácida, él se acostó completamente agotado y yo me acosté a su lado con el consolador aún clavado en mi culo, ya que más daba sacármelo o dejarlo allí. Al fin me decidí por esto último, para que el culo se fuera acostumbrando a estas visitas, pues en ese momento decidí que practicaría a diario el sexo anal con mi consolador y así estar preparada para una verga de carne de 17 cm que tengo en el punto de mira, pero esto es otro tema.
Besos

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