Relato erótico
La enemiga de todos
Aunque es joven, tiene mucha experiencia con los hombres. En la empresa donde trabaja las chicas le tiene manía por su éxito con los chicos. Una nueva jefa de personal llego a la empresa y, desde el principio, no hubo química entre ellas.
Marta – Madrid
Desde muy joven traté de aprender todo lo que pudiera sobre sexo, eso me hizo una excelente amante, conocí hombres que me educaron sexualmente, algunos me enseñaron lo que se debe hacer, y otros todo lo contrario, de esa manera los fui estudiando, conociéndolos, sabiendo cuales eran sus deseos, temores, ansiedades, fantasías prohibidas, aquellas que ni locos le contarían a un amigo.
Todo esto me llevó tiempo y mucha paciencia, pero los resultados fueron excelentes, porque hoy ellos casi no tienen secretos para mí. Esta “graduación” me llevó a atravesar muchas barreras que quizás otras chicas no se atreverían a pasar, el sexo oral fue una experiencia temprana y tal vez la barrera más sencilla de pasar, luego llegó el sexo anal, y aquí sí, marqué diferencias, ya que pocas se atreven y las que lo hacen, acceden por satisfacer a su hombre y no como una experiencia buscada y disfrutada. En cambio, yo siempre lo hice por puro placer. Fue justamente este deleite por el sexo anal, lo que me hizo tan solicitada por los hombres, y a medida que crecía mi cuerpo se fue tornando cada vez más imponente, mis pechos, bien desarrollados, eran muy llamativos y se convirtieron en el centro obligado de las miradas masculinas, y mi trasero, firme y bien modelado, era blanco de los piropos más osados.
Y yo consciente de mi belleza, potenciaba el efecto que producía mi paso, con blusas semitransparentes, pantalones de hilo súper ajustados, minifaldas cortas, o cualquier otra prenda que me permitiera provocar, y les juro que lo lograba, casi siempre usaba colores pasteles o blanco, para hacer resaltar mi negrísimo y largo cabello.
Por supuesto que esta actitud mía me trajo algunos problemas, porque los hombres me acosaban y no querían aceptar el NO tajante que les proporcionaba si no me gustaban.
La otra consecuencia fue el odio que me tenían las mujeres, que veían en mí al mismo demonio, una mujer que solo quería robarle a sus hombres, y esto sí que no lo hacía, jamás salí con un hombre casado, al menos no me enteré que lo fueran, pero mi fama jugaba en mi contra. Y sucedió que un día llegó a la empresa en la que trabajaba una chica de 29 años, 5 más que yo. Era muy atractiva, y pronto le tomé antipatía, quizás instigada por las demás chicas que veían en ella a la mujer que me destronaría como la más hermosa del lugar.
Muchas veces pasaban a mi lado y hablaban de la ropa de Raquel, el cabello, las piernas, la inteligencia, etc. y lo hacían con el solo objetivo de incomodarme y hacerme rabiar, cosa que consiguieron pero jamás demostré. La cuestión es que esta señorita me trataba bastante mal, además era jefa de personal, por lo que estaba bajo su mando (yo era secretaria), y cuando estábamos solas siempre me hacía referencias sobre un ex amante mío que en ese momento salía con ella y siempre remataba su comentario con una sonrisa burlona y mirada sobrada.
Esto siguió así casi un año, hasta que un día que estábamos solas en el ascensor, lo paró y me preguntó porque no me iba de la empresa ya que nadie me quería, y que les haría un gran favor a todos.
Me la quedé mirando algo asustada, ya que noté odio en su mirada, y no le contesté. Entonces ella siguió acercándose hasta quedar casi cara a cara conmigo, y me dijo que si no me iba, tenía maneras de hacerme renunciar.
Me sentía confundida y furiosa al mismo tiempo y no sabía cómo reaccionar, traté de mantener la calma, al menos exteriormente y creo que lo logré. Casi la cojo de los pelos, pero eso sería la excusa para echarme. Fue un instante en que no sabía cómo iba a reaccionar, yo estaba entre ella y la pared, casi pegadas, ella con su maldita sonrisa, sentí deseos de borrársela, pero no sabía cómo, pensé en insultarla, en amenazarla, pero no daría resultado, y casi sin pensarlo y sin saber por qué, le di un furioso beso en la boca.
Ella retrocedió confundida, como si no entendiera lo que había pasado, de hecho, yo tampoco lo entendí. Pulsó el ascensor, se quedó en un lado sin mirarme y eso para mí fue maravilloso. ¡Había borrado aquella sonrisa! Me sentí tan eufórica que en ese momento no había reparado en lo más obvio, por primera vez en mi vida había besado la boca de una mujer, y no me disgustó para nada. Antes de que se abrieran las puertas del ascensor miré a mi rival, que seguía con la mirada en el suelo, todavía confundida, y noté algo de lo que no me voy a olvidar nunca, debajo de su blusa, se marcaban nítidamente sus pezones, y entendí el motivo real de la confusión de Raquel, aquella mujer ¡estaba excitada! Y para mí fue como tocar el cielo, ¿sería posible que yo hubiera logrado vencer a mi enemiga de aquella manera?
– Por favor, no me persigas más, me pone de muy mal humor y cuando me enfado no sé cómo voy a reaccionar, ¿entiendes, mi amor?
Dejé caer con suavidad mirándola con aire de inocencia, y dicho esto salí del ascensor con toda tranquilidad. Raquel tardó mucho tiempo en volver a hablar conmigo y aparentemente nunca le contó a nadie lo que pasó, y yo guardo el mejor de los recuerdos de aquella tarde en que, por primera vez, tuve el primer contacto lésbico, que aunque inocente, ya que fue solo un beso, estuvo cargado de emoción. Y pensar que una vez un amante me propuso formar un trío con otra mujer y yo le respondí:
– ¡Yo no soy tortillera!, pero bueno a veces las cosas se dan así, sin proponérselo.
Después de aquel incidente con Raquel, mi cabeza se llenó de sensaciones que nunca había tenido, el hecho de haber besado en la boca a una mujer, no era algo fácil de digerir, y menos si antes no había tenido ninguna fantasía al respecto. Quizás la sensación más fuerte que me quedó fue la de la ternura de aquellos labios, me emborrachaba de placer al recordar la textura, la suavidad y la frescura de la boca de Raquel.
Poco a poco, fui tomando conciencia de que no había sido tan terrible lo que había hecho, y que no difería mucho de mi primer beso con un chico, de esa manera me fui haciendo a la idea de que besar a una mujer no me convertía en lesbiana, y quizás se me duplicarían las opciones a la hora del placer.
La otra sensación fuerte que me dejó, fue de qué manera sorprendí a aquella mujer, que parecía tan segura y arrogante, y que después de mi beso, me evitaba la mirada y trataba de hablar conmigo lo menos posible, solo lo imprescindible entre una jefa y su empleada, pero más de una vez la sorprendí mirándome mientras escribía o realizaba algún trabajo y esas miradas no eran del todo inocentes (cosa que pude comprobar después).
Sucedió que un día de mucho trabajo tuve que quedarme unas horas más para terminar el trabajo de liquidación, por lo que nos quedamos ella, una chica llamada Claudia y yo, pero me sorprendió y gratamente que pasadas las 9 de la noche, le pidiera a Claudia que se fuera, cuando aún quedaba trabajo por hacer, ¡y más me sorprendió que se quedara a solas conmigo! Pero eso fue lo que sucedió, y cuando ya nadie quedaba en la empresa, salvo la gente de mantenimiento y limpieza en los pisos inferiores, empezó a resoplar cuando supuestamente algo le salía mal, o hacia algún comentario en voz baja como si fuera para ella solamente, pero lo suficientemente audible para llegar hasta mí, entonces me di cuenta que quería llamar mi atención y decidí avanzar hasta donde la prudencia me lo permitía, y en uno de los tantos resoplidos le pregunté qué era lo que le pasaba, y me contestó
– No sé lo que me pasa, hoy estoy hecha una inútil, nada me sale bien.
– Si te puedo ayudar en algo, solo tienes que decirlo -le contesté.
– Te lo agradecería, porque estoy agotada y ya no puedo más – respondió.
Al final “el problema” era una chorrada que una jefa como ella podía resolver muy fácilmente, lo que me dio pie para pensar que solo fue una excusa para romper el hielo. Una vez resuelto le pregunté si necesitaba algo más, a lo que respondió que no, por lo que me volví decepcionada a mi mesa de trabajo. Al ver que pasaba el tiempo y no había progreso, decidí que debía hacer algo y rápido, tomando coraje y sin importarme lo que pasara, me levanté de mi silla y le dije que tenía que preguntarle algo muy importante, ella me miró un poco desconcertada.
– ¿Te acuerdas de lo que pasó en el ascensor? -dije
– No, ¿qué pasó?
Su respuesta no me convenció para nada, ya que yo sabía que no podía olvidarse de aquel momento tan fácilmente, así que fui lo más directa que pude, como siempre.
– Pasó que no puedo sacarme de la cabeza el beso que te di y tengo unas ganas de repetirlo…
Ella me miró y noté su nerviosismo, quería hablar y no podía, giro la cabeza hacia la puerta y dijo.
– Alguien puede entrar en cualquier momento…
Esas palabras significaban que no me rechazaba, es más, era una aceptación de lo que le proponía, y esto me llenó de alegría, había conquistado a aquella mujer, solo faltaba consumar la conquista y que mejor lugar que esa oficina donde estábamos solas y sin nadie cerca que interrumpiera. Me acerqué suavemente a su oído y le dije que nadie vendría a molestar y que, si ella no quería seguir, que me lo dijera, que no me molestaría. Pero no dijo nada y ese fue el último peldaño de la escalera que me llevaba a su boca.
La besé con tanta pasión y tanta fiebre que me quedaron ardiendo los labios, pero no me importó, besé sus labios, sus ojos, sus mejillas, recorrí con mi lengua los lóbulos de sus orejas y lamí su cuello, aquella piel tan suave y perfumada me emborrachaba, en ese momento entendí lo que siente un hombre cuando besa mi cuerpo, seguí disfrutando de la piel de Raquel hasta que me separé para ver su rostro, que estaba en profundo éxtasis, y contemplar a esa mujer tan excitada me provocó una onda de calor que casi me ahogó.
Traté de recuperar el ritmo de mi respiración y cuando lo logré, deposité mis manos en sus pechos, sin dejar de besarla, y pude descubrir que estaban erectos. Con cada caricia de mis dedos, un suspiro de Raquel inundaba el ambiente, y me llenó de satisfacción que pudiera darle placer a una mujer con solo acariciarla.
Poco a poco se fue animando y me apretó los pechos, como si quisiera amasarlos, me besó tan profundamente como lo había hecho yo y por último, sin dejar de mirarme, me desabrochó la camisa blanca y levantó mi sujetador, dejando mis pechos al aire, que se movían rítmicamente al compás de mi agitada respiración. Bajó su cabeza y pude sentir por primera vez una lengua femenina sobre mis pezones, y os juro que esa sensación no se borrará jamás. Fue entonces que escuchamos una puerta que se abrió y nos asustamos, por lo que rápidamente acomodamos nuestras ropas como pudimos y mientras le acariciaba el cabello, apareció uno de los guardias de seguridad que estaba haciendo su ronda y nos vio a través de la ventanilla de la oficina, Raquel se puso pálida y me di cuenta que metería la pata si yo no actuaba rápido, así que la tomé de los cabellos con más firmeza que violencia, y la empujé sobre su silla y le grité.
– Ahora te salvas porque no estamos solas pero la próxima vez no te va salvar nadie.
Y diciendo eso y poniendo la mejor cara de furia, me retiré de la oficina, pasando al lado del vigilante que me miró sorprendido y con miedo de que le pegara a él también. Mientras fichaba mi salida escuché como el hombre le preguntaba a Raquel porque la había empujado y si quería que me detuviese, a lo que ella le contestó que no, que el tema ya lo arreglaría de otro modo. Dicho esto, el vigilante se retiró sin sospechar lo que realmente había pasado. Mi rapidez de reflejos nos salvó de un verdadero escándalo y además empezó a correr el rumor de que nos habíamos peleado y eso hizo que tuviéramos una coartada perfecta para continuar con lo que habíamos dejado inconcluso.
Después de aquel encuentro en la oficina, Raquel no volvió a hablar de tema, solo charlábamos del trabajo, evidentemente se había asustado por lo del vigilante que casi nos sorprendió en plena batalla lésbica, entonces al ver que no daba señales de continuar lo que habíamos dejado, decidí llamarla por teléfono para concertar una cita en una cafetería, pero ella me dijo que no quería saber nada del tema y que estaba arrepentida de lo que habíamos hecho.
Esta respuesta me decepcionó, pero igual insistí para que nos viésemos por última vez y después nunca más tocaríamos el tema, pero nuevamente me dijo que no, entonces le dije que iría igual y que la esperaría a las 7 de la tarde. Me vestí, aunque esperaba que ella no fuera, unos tejanos, una blusa ajustada, sin sostén. Salí y cuando llegué al café, ella ya estaba allí, lo que no dejó de sorprenderme. Le pedí que entráramos a tomar algo y me dijo que no, que solo vino para decirme que olvidáramos lo que pasó, le dije que un café no quitaría ni agregaría nada a la situación y finalmente la convencí.
Cuando nos sentamos, los hombres que estaban en el café nos miraban, lo que era lógico ya que las dos éramos atractivas, y además a mí se me marcaban mucho los pechos. Luego de unas palabras sobre el trabajo, le dije que no tuviera miedo que yo jamás le contaría a nadie lo que había pasado en la oficina aquella noche, y que después de que nos despidiéramos nunca más le tocaría el tema.
– ¿Por qué me besaste en el ascensor? -fue su pregunta.
– En realidad, no lo sé, lo único que sé es que me gustó mucho.
Cuando dije esto ella se puso colorada y me dijo:
– A mí también.
Eso me dio pie para acelerar a fondo e invitarla a mi casa, que quedaba a 10 minutos de allí. Al principio, como siempre, dijo que no, pero luego aceptó. Salimos, paramos un taxi y bajamos enfrente de mi casa. Cuando entramos yo estaba muy excitada, le dije que quería terminar lo que habíamos dejado y su respuesta fue apoyarse en la pared. Me acerqué y posé mis labios sobre los suyos suavemente, ella me hundió la lengua y nos quedamos así un buen rato, besándonos profundamente y tocándonos los pechos. Le quité el suéter y luego la camisa, y ella me quitó la blusa dejando mis pechos al aire. Volvimos a besarnos, ella me lamió los pezones y yo me calenté mucho con la visión de su boca atrapando un pezón entre los labios, levanté su cara con las dos manos y la volví a besar, ella acarició mi trasero y luego buscó el cierre de mi pantalón, lo abrió para luego meter su mano en mi sexo, que ya estaba empapado. Me quité el pantalón y volví al juego, ella se había quitado el suyo y al fin pude contemplar su cuerpo hermoso. Nos pegamos acariciándonos las tetas mutuamente, le quité la ropa interior y ella quitó mi tanga, que era lo único que me quedaba.
Así seguimos abrazadas hasta que me separé de ella y la arrastré hasta mi cama, la tiré encima y me coloqué sobre ella, poniendo mi muslo derecho entre sus piernas para comenzar a frotarlo contra su sexo. Ella lanzó un suspiro y eso me puso en las nubes, así que decidí cruzar la última barrera. Me puse al pie de la cama, me arrodillé, la tomé de las pantorrillas y la atraje hacia mí, dejando su sexo frente a mi cara. Era la primera vez que veía un sexo femenino tan cerca mí y contemplarla me quito el aire, la tenía depilada y los labios tenían los bordes brillantes, lo que significaba que estaban húmedos. Me quedé sin saber si me animaría a hacerlo o no y cuando estaba a punto de retirarme, vi la cara de Raquel excitada, contemplándome y allí fue donde decidí ser realmente bisex, apoyé mi boca bien abierta sobre toda su sexo, devorando todo, labios, clítoris y hasta el bello de su pubis, luego introduje mi lengua bien al fondo y al fin pude sentir el sabor de una mujer en mi boca.
Después me dediqué a recorrer aquella maravilla con suavidad, metiendo mi lengua entre todos los pliegues, cada tanto succionaba su clítoris como si chupara una cereza, me encantó hacerlo.
Me levanté y subí a la cama, me puse al revés que ella y puse mi sexo frente a su cara mientras hundía mi cabeza entre sus piernas, al rato sentí su boca recorriendo mi clítoris, ¡fue hermoso! Estábamos en pleno 69 y así acabamos. Me quedé respirando agitada a 5 centímetros de aquel sexo y podía ver cada tanto pequeños espasmos, y allí supe que jamás dejaría de degustar aquel manjar. Luego nos levantamos y nos dimos un baño donde probamos cosas nuevas para nosotras, como masturbarnos mirándonos, y eso nos dio nuevos orgasmos. Nuestro encuentro terminó a las tres y media de la mañana, ella se quedó a dormir y ese no fue el único encuentro, pero sí fue el más deseado. Hace mucho que no veo a Raquel, pues la trasladaron a otra ciudad, aunque hablamos por teléfono. De ella me queda el dulce recuerdo de su cuerpo y el sabor de su sexo…
Un beso.