Relato erótico
La desconocida
Se ha trasladado desde hace unos meses a un pueblo cercano a la capital. Aquel día se cruzó con una mujer muy atractiva y llamativa. No la conocía pero al día siguiente ya sabía quién era, en un pueblo se conocen todos. Estaba casada y tenía un negocio.
Ramón – Palencia
Desde hace unos meses y por motivos laborales he ido a vivir a un pueblo cercano a Palencia. Tengo 31 años y me llamo Ramón. Desde siempre me sentí atraído por las mujeres. Sé que esto no es nada nuevo pero mi abanico abarcaba un amplio grupo, desde la hermosa jovencita hasta la más voluptuosa y sensual de las mujeres.
Un día de invierno tuve la ocasión de ver a una hermosa mujer. Lo primero que me llamó la atención fue que ella llevase una minifalda hasta medio muslo con el frío que hacía esa noche. Era alta, rubia, boca sensual y deseables formas.
Como en los pueblos pequeños se conoce todo el mundo no me costó nada identificarla. Unos 45 años, casada y con varios hijos. Al cruzarnos nos miramos y pude contemplarla totalmente, aunque con disimulo. Chaqueta oscura y blusa color crema, medias y zapatos de tacón completaban aquella visión provocadora y sensual.
No la volví a ver durante la semana pero su imagen no se borraba de mi cabeza hasta que, por casualidad, un día, dando un paseo, la vi venir calle abajo. Tras saludarme y dedicarme una preciosa sonrisa, la vi perderse en la próxima esquina. Minutos más tarde, cuando yo regresaba a casa, la vi en un apartado mirador. Pensé en acercarme pero no lo hice para no asustarla o que creyese que la estaba siguiendo.
Al día siguiente volví a verla en el mismo lugar y esta vez, todo decidido, me dirigí hacia donde ella estaba. A medida que me acercaba, pude verla bien. Estaba sentada, llevaba una blusa de colores claros que moldeaba su pecho y una falda hasta las rodillas que ocultaba parcialmente sus bien formadas piernas.
Me invitó a sentarme allí, con ella, a su lado y comenzamos a hablar hasta que, al cabo de un rato y ante mi sorpresa, me preguntó:
– ¿Te gusto, te sientes atraído por mi? – mi afirmativa respuesta le debió agradar ya que entonces añadió – ¿Puedo besarte?
Nos acercamos y dimos rienda suelta a nuestros deseos. Mis manos no dejaban de recorrer su desconocido cuerpo y al llegar a introducir mi mano bajo la falda y tocar su coño por encima de la braga, comprobé que estaba totalmente mojada.
– Se me está haciendo tarde – me dijo de pronto -Tengo que abrir mi establecimiento y debo marcharme.
A pesar de todo quedamos para vernos al día siguiente en el mismo lugar. La vi alejarse, quedándome allí solo y con una enorme erección entre mis piernas.
Repetimos los encuentros durante algunos días, gozando fugazmente el uno del otro hasta que ella dijo que tenía una casa, que había sido de sus padres, que ahora se encontraba vacía y podríamos utilizarla nosotros. La idea me encantó y quedamos para el próximo domingo por la mañana. Llegamos por separado, para no llamar la atención y tras cerrar la puerta y pasar a la cocina, comenzamos a besarnos. Ella parecía tener prisa pero yo la fui calmando ya que había tiempo de sobra. Entonces ella me preguntó con una sonrisa maliciosa:
– ¿Te gustaría verme las tetas?
Sin darme tiempo a contestar, se levantó el suéter y me mostró el sujetador blanco que las cubría. Era la primera ocasión que yo tenía de gozar de aquella visión y pude comprobar que no eran ni muy grandes ni muy pequeñas. Acercándome, deslicé mis manos por su cintura mientras nos besábamos para luego acariciar su culo y sus piernas al tiempo que ella se desabrochaba el sujetador. La ayudé a quitarse el suéter y la senté en la encimera comenzando a chupar y lamer sus tetas mientras mis manos se perdían entre sus muslos.
Entonces ella quiso que nos fuéramos al salón y allí, empujándome al sofá, me dedicó un sensual y sugerente striptease para acabar de quitarse la ropa y que hizo que mi polla se endureciese totalmente. Al momento me desnudé y tras colocarse ella sobre mí, nos comimos un buen rato la boca hasta que me levanté y tumbándola, comencé a lamer su cuerpo, desde la boca hasta los pies, deteniéndome en los sitios más excitantes y que ella me iba indicando con sus incontenibles suspiros. No dejaba de ofrecerme sus tetas hasta que la acerqué al borde del sofá y separando sus piernas me dediqué a comerme aquel palpitante coño, que se encontraba abierto ante mis ojos. Ella exclamó que eso era una guarrada pero, reconociendo que era la primera vez que se lo hacían, le indiqué que solo tenía que dejarme hacer y disfrutar.
Acabé por introducirle varios dedos en el coño al tiempo que mi lengua se afanaba para darle todo el placer que me fuese posible.
Sus manos apretaban mi cabeza contra su coño y pude, por fin, gozar de sus jugos pues acabó corriéndose en mi boca. Tumbado en la alfombra, le pedí que se pusiese sobre mí para montarnos un excitante 69. Ella, mirándome, me dijo:
– Me parece que hoy voy a probar cosas que nunca pensé pudiera realizar.
Nos aplicamos y aunque ella no era muy experta, le dije que lo dejásemos pues temía reventar en su boca y no era esa mi intención. Entonces ella me pidió que se la metiese en el coño. Colocándome encima y tras meterle varios dedos en la suculenta raja, llevé mi polla a la entrada y acabé por ensartarla hasta los huevos.
Comenzó a gemir diciéndome que no parase y así estuvimos un buen rato, follando y acariciando mutuamente nuestros cuerpos hasta que ambos conseguimos alcanzar el orgasmo. El placer había sido completo y compartido. Permanecimos hablando como cosa de media hora hasta que me levanté y fui a ver la casa llegando a un dormitorio. Me tumbé en la cama esperando que, ante la tardanza, ella pudiera venir a buscarme y así lo hizo. Sonrió al verme tumbado sobre el colchón y contoneando sus voluptuosas formas se acercó a mi.
– Si quieres, estoy dispuesto a repetir – le dije.
Ella, en silencio, se arrodilló y empujándome llevó sus manos a mi polla acariciando antes mis piernas y muslos. Se la metió en la boca, pasando toda la lengua de arriba a abajo y cuando me la puso a gusto se levantó, sentándose sobre mi estómago. Me la fue guiando hasta la entrada de su coño y de un ligero movimiento se la introdujo hasta llegar a rozar su culo con mis huevos.
Cabalgaba con mucha fuerza hasta que, dejándose caer hacia adelante, empezamos a besarnos apasionadamente. Me esforcé por no correrme para que ella pudiese gozar plenamente pero tras muchos intentos y sintiéndola saltar y moverse sobre mi, no pude contenerme y me corrí. Al tranquilizarme y tras sacársela, decidí que tenía que llevarla al orgasmo así que, ayudándome de la boca y de los dedos me pues en el empeño. Al finalizar me confesó que nunca había intentado ni la mitad de las cosas que habían hecho hoy, bien sea por pudor o por asco.
– Estoy dispuesta a seguir probándolo todo -me dijo- pero con la condición de que solo sea contigo, sin terceros y que nunca lo haremos por el culo pues mi marido lo intentó una vez y me hizo mucho daño.
Aunque yo le dije que alguna vez podríamos intentarlo, ella dijo que eso nunca y yo acepté. También me dijo que algún día podía ir a visitarla en su lugar de trabajo, prometiéndole que me presentaría el día menos pensado y sin previo aviso. Estaba claro que el morbo también le gustaba y excitaba.
Un día, esperando el momento adecuado, me presenté, ante su sorpresa, cuando despedía a un cliente y tras hacerme pasar, cerró la puerta con llave para no tener sorpresas desagradables y pasamos a una pequeña habitación donde, antes de que me diese cuenta, ya se había abalanzado sobre mi cuello y besándome frenéticamente, me decía que no pensaba que me fuese a atrever a asomarme por allí.
Le desabroché la blusa y me dediqué a trabajar sus pechos tras desabrocharle también el sujetador. Huyendo del alcance de mi boca, ella se arrodilló y tras desabrocharme los pantalones y tirar de mis calzoncillos, se amorró a mi polla obsequiándome con una fabulosa mamada. Se esmeró hasta conseguir que me corriera en su glotona boca, recogiendo todo mi néctar con la lengua y tragándoselo ante mi sorpresa, pues anteriormente me había dicho que no le gustaba hacerlo.
Después de concederme este profundo placer, se levantó y comenzó a arreglarse pues, según me dijo, tenía que salir a hacer algunos encargos, pero yo también tenía ganas de disfrutar con su cuerpo y mientras se colocaba la ropa, me puse detrás de ella deslizando mis manos por debajo de su blusa hasta llegar a sus fenomenales teta que comencé a masajear. Ella susurraba que no podía ser pues se le estaba echando el tiempo encima pero ante mi exploración añadió que podía dejarlo para la tarde. No le hice caso e introduje una de mis manos bajo su falda mientras que con la otra trabajaba sus tetas y tras ver como se quitaba las bragas le levanté la falda enrollándosela en la cintura y le metí la polla en su mojado coño comenzando un salvaje metisaca hasta corrernos los dos casi en el acto debido a la excitación que nos consumía. Volvimos a encontrarnos en multitud de ocasiones, tanto en aquella casa como en el establecimiento que ella regentaba, dando rienda suelta a nuestros sentimientos más salvajes y desenfrenados. No había postura, forma o imagen que no intentásemos.
Ella se esforzaba en hacerme reventar solo con chupármela y yo me pasaba largos ratos amorrado y deleitándome por hacerla retorcerse de placer comiéndole el coño. Lo hicimos también sobre la mesa de la cocina, en el suelo y en el baño.
Alguna noche coincidíamos en un local de ambiente, ella con su marido y algunos amigos y yo con los míos. No dejábamos de mirarnos pero intentando no llamar la atención de nadie. Luego, en nuestras reuniones íntimas, solíamos comentarlo mientras imaginábamos si hubiésemos intentado algo en los lavabos o en algún rincón apartado de la vista de la gente.
Pero todo lo bueno siempre acaba, por unas causas o por otras, y en el fondo ambos sabíamos que estábamos jugando con algo muy peligroso y tras hablarlo y sincerarnos, decidimos que lo mejor era dejarlo, pues no podíamos estar tentando la suerte tantas veces ya que cualquier error o indiscreción podía desembocar en un escándalo. Aún y así, pensamos que lo mejor era disfrutar por última vez del polvo de la despedida. Y así lo hicimos.
Saludos.