Relato erótico

La curiosidad me hizo… gozar

Charo
5 de octubre del 2019

A veces uno nunca se imagina las cosas que pueden llegar a pasar. La llegada de unas vecinas nuevas, cambio por completo el comportamiento sexual de su mujer.

Enrique – Alicante

Me llamo Enrique, tengo 48 años y mi mujer se llama Carmen y tiene 39. Llevamos unos 15 años casados y durante este tiempo nuestro sexo ha funcionado correctamente.
Durante un tiempo mirábamos películas porno y yo intentaba añadir nuevas formulas a nuestra vida sexual, por ejemplo, que se tragara mi leche, o que se dejara dar por el culo, pero nunca lo conseguí. Mi mujer es muy tradicional y no sabéis lo que me costó que me la chupara.
Hará cosa de dos años se fueron los vecinos de la puerta de al lado y a los dos meses vimos que llegaba un camión de mudanzas y que había gente en el piso.
Al cabo de unos días estaba mi mujer tendiendo la ropa en el patio interior y oyó unos gemidos de mujer que llegaban de casa de los nuevos vecinos. Le pareció que estaban en la habitación, que está justo delante de la nuestra y disimuladamente, miro entre las cortinas.
Lo que vio la dejó descolocada, había una mujer tendida encima de la cama, con las piernas abiertas y otra mujer le estaba comiendo el chocho. Lo debía hacer muy bien porque la que estaba tumbada gritaba como una loca y por lo visto se corrió un par de veces. Entonces cambiaron de posición y era la otra la que le comía el chocho, entonces agarró un consolador enorme y se lo metió hasta el fondo. Según me contó mi mujer, disfrutaban muchísimo.
Aquella noche cuando llegue a casa la encontré muy diferente, me puso la cena y cuando tomábamos café me contó lo que había visto. Cuando acabó vi. que estaba muy caliente y pensé que era el momento de sacar provecho, le cogí la mano y le dije:
– Voy a proponerte algo, vamonos a la cama, te desnudas y me dejas que te ponga un pañuelo en los ojos. Venga, seamos un poco más fantasiosos.
Debía ir muy cachonda porque me dijo que si. Fue al cuarto de baño, oí el agua de la ducha y cuando paso un tiempo prudencial fui a la habitación. Me la encontré desnuda encima de la cama y con un pañuelo de cuello al lado. Se lo puse y le pregunté si veía algo, me contestó que no.
Entonces fui al baño, me lave la polla y del altillo del armario cogí un consolador que había comprado hacia tiempo, pero que nunca me había atrevido a sacar. Era grande, más o menos como mi polla que debe medir unos 18 cm. Además tiene un apéndice que sirve exclusivamente para el clítoris.
Me acerqué a mi mujer, le di un buen morreo, mientras con la mano le hacia una paja. Fui bajando por sus tetas, su vientre, y llegué a su chocho. Hasta aquel día, incluso había protestado cuando quería comerle el coño, pero por lo visto la escenita de las vecinas le había hecho cambiar de opinión.
Le abrí los labios y me concentré expresamente en su clítoris. Carmen empezó a moverse como una culebra, gemía y decía susurrando que era muy bueno. Seguí sin parar y al poco rato intentó apartarme la cabeza diciendo que se corría, pero yo le dije:
– No me apartes cariño, quiero que te corras en mi boca. Esta noche quiero que te vuelvas loca.
Me hizo caso, y seguí con la lengua hasta que se corrió como una fuente. Entonces creí que había llegado el momento del consolador. Lo puse en marcha y cuando oyó el ruidito que hacia, me pregunto:
– ¿Que es ese ruido que oigo? Quiero sacarme el pañuelo.

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Yo le contesté, que se quedara quieta, y que se dejara hacer. Puse lubricante en el cipote de plástico y empecé a metérselo despacito. Cuando ya iba a protestar, la lengüeta de plástico había llegado a su objetivo, y por lo visto le daba gusto, porque se calló y empezó a mover las caderas.
Se lo metía y lo sacaba con rapidez y hasta el fondo, pero la muy guarra lo que quería era el trabajito del clítoris. Entonces le di la vuelta al consolador, la lengüeta le tocaba el culo, el consolador se lo metía hasta el fondo y con mi lengua le lamía la pepitilla. Se puso a gritar como un putón y gritando decía:
– Así, no pares, voy a correrme. Oh, cariño, nunca había sentido tanto gusto, no pares, no pares…
Viendo lo que había disfrutado, le saqué el pañuelo y le dije:
– Te das cuenta que vale la pena hacer cosas nuevas. Ahora quiero que me acompañes al salón y no digas nada, haz lo que yo te diga.
La tumbé en la mesa y yo me puse a su lado. Me miraba con cara de sorpresa, pero se calló. Le hice abrir las piernas, volví a lubricar el aparato, y se lo metí en el coño. Esperé a que estuviera cachonda y entonces le metí mi gorda y tiesa polla en la boca. Se quedó parada, pero estaba tan caliente que la agarró con la mano y me la empezó a mamar y a pajear como nunca lo había hecho.
Yo seguí follándola con el consolador y noté que se corría, por lo rápido que me la pajeaba, pero no la deje descansar. Parecía otra mujer, tenia cara de vicio y de gusto y le gustaba mamarme la polla. Entonces noté que quería correrme, pero no le dije nada y me corrí, mientras aceleraba su follada. No intentó ni apartarse, sino todo lo contrario, se tragó la leche y me limpió hasta la última gota. Se levantó y nos fuimos a la cama. Nos besamos y comentamos que había sido una noche increíble.
El siguiente fin de semana yo trabajaba todo el sábado, llegué más o menos a las diez y me contó lo que le había pasado. Me quedé pasmado.
Por lo visto, cuando se levanto sobre las nueve de la mañana, volvió a oír gemidos en la habitación de enfrente. Volvió a mirar entre las cortinas y vio otra vez a las dos mujeres. Estaban en posición de 69 y comiéndose el coño como locas. Se corrieron, se levantaron y desaparecieron de la habitación. Carmen me confesó que llegó a tocarse el chocho mientras las miraba, nunca lo había hecho.
Se fue a dar un baño, y cuando salió estaban llamando a la puerta. Era una de las mujeres que había visto follando. Le dijo que se llamaba Cristina y que quería pedirle un favor. Se presentó como la nueva vecina y quería saber si sabía como funcionaba la caldera de la calefacción. Mi mujer se quedó muda de la sorpresa, porque mientras la otra le hablaba, me comentó que se la imaginaba comiéndose el chocho de su compañera y se sonrojó.
Le dijo que se esperara un momento que iba a vestirse que acababa de salir del baño, a lo que la vecina le dijo:
– No te preocupes, puedes venir con el albornoz. Solo estamos mi pareja, que se llama Nuria y yo.
A mi mujer le daba un poco de corte, pero cogió las llaves del piso y se fue con ella. En cuanto entraron en el otro piso, la otra mujer, Nuria se presentó y Carmen se quedó con la boca abierta. Iba con tanga y sujetador. No era muy alta, estaba metidita en carnes, pero tenia unas curvas divinas.
No os he contado como es mi mujer. Debe medir 1,58, grandes tetas, cinturita estrecha y un buen culo. Va al gimnasio tres veces por semana y esta dura como una piedra.

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Me contó que se fueron a la cocina a ver la caldera de la calefacción, mi mujer la puso en marcha, ya que era igual como la nuestra y cuando iba a marcharse, la invitaron a desayunar, en agradecimiento por su ayuda. Tomaron un café con leche y le enseñaron el piso. Lo habían dejado muy bonito. Cuando llegaron a la habitación en la que mi mujer las veía follar, sonriendo le dijeron:
– Creemos que esta habitación ya la conoces, ya que nos has estado espiando y creemos que te has puesto muy caliente mientras nos mirabas. ¿A que si?
Carmen se puso colorada como un tomate y no sabia que decir, al final comentó:
– No voy a negarlo, pero es que nunca había visto a dos mujeres juntas y sobre todo disfrutando tanto.
De pronto y sin que se lo esperara, Cristina se acercó y le pegó un morreo intenso, mientras con la mano le tocaba el chocho, ya que mi mujer iba sin bragas. Según ella intentó resistirse, pero empezó a gustarle y no quiso pensar en nada más. Entonces, Cristina le sacó el albornoz y la hizo tumbar en la cama mientras le decía:
– Hemos pensado que ya va siendo hora que sientas lo bien que nos lo montamos las mujeres, déjanos a nosotras y verás.
Me contó que estaba avergonzada, y que se resistió, pero por otro lado estaba tan caliente que tenia ganas. Pensaba en mí y no quería serme infiel, pero creyó que como eran mujeres…
Nuria, se acercó a su boca y empezó a darle besos. Primero suaves, luego con lengua, pero con una ternura que Carmen se iba calentando por momentos. De pronto notó una mano que le abría el chocho, y de repente una lengua que le trabajaba el chocho. Era increíble el gusto que sentía, le lamía todo el coño, por dentro, por fuera, pero cuando ya volvió a comerle el clítoris, Carmen, entre gritos y espasmos dijo que se corría. Cristina no paró hasta que le arrancó dos orgasmos.
Entonces le dijeron que se levantará, Nuria se tendió en la cama y le dijeron a mi mujer que pusiera su coño encima de la cara de Nuria. Así lo hizo, mientras tanto, Cristina agarró un consolador no tan gordo como el nuestro y empezó a comerle el culo. Nuria cogió a mi mujer de las caderas y acercó su chocho a su boca.
Aquello era una locura, una le comía el culo y la otra le devoraba el chocho. Según mi mujer, se corrió dos veces más. De repente, notó como Cristina intentaba meterle el consolador en el culo, al principio le dolía, pero, como Nuria la estaba volviendo loca de gusto, se relajo y se colocó bien para que le follaran el culo. Le faltaban palabras para explicarme lo que sintió.
Cuando se relajaron un poco, se levantaron y sonriendo le dijeron:
– ¿Qué te ha parecido como nos lo montamos, has disfrutado?
Mi mujer les dijo que nunca había logrado correrse tantas veces, que yo era un buen amante, pero que hasta que las había visto a ellas, era una mujer muy cortada para el sexo.
Entonces la tumbaron en la cama, y Cristina colocó su coño encima de la cara de mi mujer y dijo:
– Cariño, ahora quiero que me des mucho gusto, quiero correrme en tu boca.

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Mª Jesús, confiesa que se quedó de piedra, nunca había pensado que se vería en aquella situación, pero como Nuria empezó a lamerle el coño, lentamente y la estaba calentando, ni se lo pensó, agarró a Cristina y la acercó a su boca. Se recreó en el clítoris y cuando notó que Cristina empezaba a jadear y a moverse, le metía la lengua dentro del chocho. Estaban como locas, a mi mujer le estaban haciendo un trabajito que la enloquecía, y Cristina empezó a gritar diciendo que se corría. Cuando le llego el orgasmo, Carmen la acercó a tope y sorbió toda la corrida como una posesa, mientras ella se corría en la boca de Nuria. La cosa siguió un rato más y entonces mi mujer les dijo que tenía que irse, y que estaba avergonzada de lo que había pasado, pero que había gozado como nunca. Le preguntaron si se volverían a ver y ella dijo que no lo sabía.
Cuando acabó su relato, me pidió perdón, pero cuando vio la cara que ponía me dijo:
– Creo que estás cachondo, pero ¿no te has enfadado?
Acariciándome la polla le dije:
– Al contrario mi amor, me has puesto como una moto, y por mi, podéis quedar para mañana mismo, pero eso si, quiero verlo desde la ventana de casa.
Carmen no se lo pensó ni un minuto, fue a casa de sus nuevas amigas y quedaron para el domingo sobre las 7 de la tarde.
Lo que vi aquel día, y por supuesto, muchísimos más, os lo contaré en otra ocasión.
Besos para todos los lectores de Clima y de Charo Medina y uno muy especial para ti querida Charo.

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