Relato erótico

La criada perfecta

Charo
29 de agosto del 2018

Estaba buscando una persona para que organizara el servicio doméstico de su casa. Entrevistó a una mujer que le pareció muy adecuada. Estaba separada, podía quedarse a dormir y tener su día libre y necesitaba el trabajo.

Mónica – Madrid
Me vinieron a ver muchas mujeres de todas las edades, hasta que llegó Mercedes y me quedé prendada de ella al considerar que iba a ser la criada ideal. Mercedes tenía 34 años y era rubia, con el pelo suelto en una larga melena, muy rizada, con los ojos marrones muy claros, que refulgían en un sinfín de tonalidades al incidir en ellos la luz.
Me dijo que estaba separada y que necesitaba trabajar porque tenía graves problemas económicos. La contraté dejándome llevar por un impulso y la verdad es que me sentí muy satisfecha de mi elección. Pronto, agradecida por haberle resuelto su situación personal, se dedicó a ejercer las funciones que le encomendé con entusiasmo y pude comprobar que era una mujer trabajadora, discreta y limpia, ganándose muy pronto mi confianza y amistad. Nuestra relación era buena, respetándonos mutuamente nuestros roles de señora y sirvienta, hasta que un domingo por la mañana, ella me llevó, semidesnuda, el desayuno a la cama.
Iba vestida con una camisola que realzaba sus grandes pechos y el vientre algo redondo, marcando su monte de Venus, ya que me di cuenta de que iba sin ropa interior, aunque por ser las dos mujeres, no creí que tal detalle tuviera mucha importancia. No obstante me quedé mirando con una extraña sensación de deseo sus muslos morenos por el bronceado, muy prietos y bien torneados, al igual que sus piernas que me gustaban más que las mías. Cuando desayuné, esa mujer hermosa y dueña de un cuerpo sensual que cualquier hombre hubiera deseado, quiso darme un masaje por la espalda, al decirle que me dolían las cervicales y yo lo acepté con mucho gusto, ya que deseaba que acariciase mi cuerpo con esas manos suaves, de uñas bien cuidadas, que ni fregando, ni lavando se le estropeaban, porque se las arreglaba con esmero.
Yo suelo dormir cubierta mi desnudez por un camisón y ella al pedirme que me tendiera boca abajo me lo subió hasta el cuello. Me sentí un poco violenta al quedar mi pompis y espalda al aire. Afortunadamente ella no hizo ningún comentario sino que acariciando mi cuello con sus manos, me dio masajes rotativos que después descendieron por la columna vertebral hasta mi cintura. Me quedé en silencio cuando posó sus manos como dos palomas de seda en mis nalgas y pellizcó los glúteos carnosos, hasta que su dedo dibujó la línea divisoria de mi trasero y sin previo aviso, tras rodear mi esfínter anal, me metió un dedo fino y atrevido en mi rosa fruncida, como si fuera un supositorio de carne, vibrante y excitante, que me hizo añorar la polla de un hombre, aunque con su habilidad convirtió en un excelente sucedáneo.
Mercedes no contenta con horadar mi trasero con su dedo corazón, añadió a la incursión anal el índice y con los dos juntos metidos hasta los nudillos, me hizo sentir un placer extraño, algo que me hizo sentir una humedad que hacía mucho no tenía en mi sexo.

Sacó los dedos de mi canal posterior y me acarició la vagina, que al contacto con sus dedos se abrió sintiendo como ella, iba con pleno conocimiento de la anatomía femenina introduciéndose de una forma sutil, tan diferente a la violencia que los hombres empleaban al penetrarme. Yo notaba que me derretía en oleadas de líquidos íntimos, que brotaban al exterior haciéndome disfrutar hasta convertirme en esclava de sus caricias. Me abrió los muslos, mi flor quedó al alcance de su lengua y Mercedes barrió intrépida mis agujeros encharcados, abiertos al límite para dejar pasar a ese apéndice que me horadaba mi intimidad, sintiéndome la mujer más feliz del mundo.
El orgasmo superlativo me hizo cerrar los ojos y pedirle que siguiera metiéndose más y más, aunque sabía que era imposible, pero la sentía tan dentro de mí que no pude evitar que otro orgasmo más fuerte que el anterior, me hiciera recobrar mi autoestima y sentirme orgullosa de ser mujer.
Me dejó, de repente, descansar y al pedirle que por favor siguiera repasándome mi coño y mi culo, ella me obligó a darme la vuelta y aún siendo la dueña de la casa, su jefa, no me opuse a seguir sus ordenes, olvidándome de mi egocentrismo, de ese rol que con orgullo y hasta con tiranía desde hacía años ejercía.
Me llamó “puta”, “desgraciada”, “miseria humana” y hasta me dio dos azotes. Le rogué que me besara en la boca, que me acariciara los pechos y ella se quitó su camisola y le vi esas tetas grandes y su vientre que me excitó. Tenía mucho vello en su sexo, y yo me atreví a ponerle las manos, temblando por la excitación, en su raja de labios gruesos, y hurgué en su intimidad, cosa que jamás imaginé podría hacer con una mujer.
Ella jadeaba excitada y obedeciéndome, me ofreció su boca carnosa y sensual, nuestros labios y lenguas se fusionaron mientras jugaba con sus pezones, rotándolos y notando en las yemas de mis dedos la superficie rugosa de sus aureolas oscuras. Sin saber que hacía, me abrí de piernas y brazos, exponiéndole mi chochito a su voracidad bucal, mientras que ella se colocaba tumbada sobre mí en posición inversa. Nunca imaginé que dos mujeres podrían darse tanto gusto la una a la otra, pero igual que le chupaba y besaba su chumino, ella me hacía lo mismo a mí y ese 69, que siempre me pareció asqueroso, hecho entre un hombre y una mujer como es lo normal, protagonizado por dos mujeres me pareció lo más natural del mundo, desterrando de mí cualquier complejo de culpabilidad, que mi mente encorsetada por las leyes de una educación mojigata, podía afectarme.
Fui estopa que ardió voluptuosamente por el fuego de sus caricias íntimas. Al fin, cuando ambas nos saciamos tras bebernos los jugos que manaban sin cesar de nuestros chorretes, obedecí sus ordenes de nuevo y esperé a que regresara provista de un consolador para follarme como a una mujer hambrienta de polla, quedándome unos minutos sola, desnuda y mojada por su saliva y mis zumos.

Cerré de nuevo los ojos y pensé que era un amante maravilloso el que iba a joderme y no una mujer dominante, que se olvidaba de que era mi criada, para convertirse en mi Ama.
Cuando regresó, me ató una venda en los ojos y me hizo arrodillar sobre la cama con los brazos extendidos y las muñecas atadas por unas esposas, a los barrotes, inmovilizándome. Luego me metió un pañuelo en la boca, para evitar que gritara y me amordazó.
No me resistí y esperé a que ella se colocara el consolador de látex atado a su cintura, como me dijo. Mis pechos tenían los pezones erectos y el roce del vibrador gigante por las areolas, me excitó y sentí que temblaba de emoción, de gusto, abriendo el pompis para que al fin me penetrase, metiéndome en mi coño hambriento esa espada de goma, que simulaba ser el miembro viril de un amante superdotado. Al fin noté unas manos fuertes que me cogían de los pechos. Eran grandes, callosas, pero… ¡No eran las de una mujer! Me quedé quieta, aunque sentía el temor a lo desconocido. ¿Quién era ese hombre que osaba abrirme las nalgas y posar su manaza en mi coño tan sensible y excitada? Me metió casi toda la mano en mi coñito y sentí dolor, pero no podía moverme, ni gritar. Me resigné a mi suerte y supliqué mentalmente que quien fuera no me destrozara ni mi culo, ni mi chocho.
Él jadeaba, y de repente una cosa muy dura y muy larga se posó en la abertura de mi coño. Noté que estaba lubricado perfectamente cuando ese monstruoso apéndice se introdujo en mi canal vaginal, cuando se introdujo a fondo en mi intimidad, llenándome con el instrumento que palpitaba en mi interior, que comenzó a bombearme mientras el roce de unos testículos, grandes y llenos, me golpeaban en el ano. Nunca imaginé que podía ser follada por alguien al que no conocía, por un desconocido que me manoseaba las tetas, me pellizcaba las nalgas y me clavaba en un polvo largo, gozoso, con unas emboladas insoportables. De repente me olvidé de mis prejuicios y moví el culo al compás de sus embestidas. Yo quería ser partícipe de un juego que me hacía volver a vibrar, disfrutar de mi sexo, al ser mucho mejor, algo incomparable a cualquiera de los actos sexuales que había compartido con los hombres que pasaron por mi vida.
Cuando se corrió dentro de mí y noté llegar el río de semen a mi interior, unas manos de mujer me tocaron los pechos y pellizcaron mis pezones, que estaba a punto de explotar cuando una lengua de seda, sin duda la de Mercedes, lamió sus puntas. El hombre desconocido, con el miembro lubricando con su semen y mi flujo, se puso esta vez a la entrada de mi ano y embistió con delicadeza, tratando de no hacerme daño, aunque al ser tan estrecho mi conducto supuse que me iba a reventar con esa polla tan gigantesca.

Me relajé y colaboré en la enculada, más que por ayudarle, para evitar cualquier desgarro de consecuencias imprevisibles. No sé como sucedió, pero lo cierto fue que esa gran polla se metió en mi culo y pellizcándome con rudeza las nalgas, me enculó un sinfín de veces. Cuando él se corrió, tras martirizarme el trasero con ese pollón, caí derrotada, humillada, pero satisfecha al haber gozado lo indecible con mi follador desconocido.
– Ya has superado la prueba, maldita cerda – me dijo Mercedes, mientras me quitaba la venda de los ojos, la mordaza y me soltaba las esposas que inmovilizaron mis muñecas, sometiéndome a sus vejaciones.
Al volverme casi grité. Tenía ante mí desnudo a un hombre fornido, musculoso… ¡negro! Era como un Hércules de color oscuro y sin querer, o queriendo, me fijé en su pene que era tan inmenso, que flácido después de follarme, era más el doble en tamaño que los de la mayoría de los hombres con los que tuve alguna relación a través de los tiempos.
– ¿Quién es “eres” tú, para follarme? ¡Voy a denunciarte! – le dije recobrando mi dignidad de mujer rica y poderosa.
– No lo harás, marrana. He rodado en vídeo los jueguecitos lésbicos que has tenido conmigo, con tu criada. ¿Quieres que las imágenes de ese vídeo salgan publicadas en las páginas de una revista sensacionalista?
Me imaginé el escándalo que se armaría con esa información denigrante, que destruiría mi reputación y mi futuro personal y profesional.
Temblé al pensar en las risas que a mi costa se iban a echar mis competidores y en la ocasión que les ponía en bandeja a mis enemigos, incluidos mi ex y sus familiares, para acabar conmigo.
– ¿Se puede saber quién eres tú? – le pregunté al hombre al que mi criada Mercedes hacía una felación para beberse esa leche espesa que expulsaba su polla por sus mamadas otra vez en forma.
– No seas tonta Mónica y ayúdame a comernos al alimón esta tranca, que es la de mi amante y dueño y que ha pasado la noche acostado en mi cama, mientras tú dormías la mona, tras la borrachera que cogiste, en casa de tu amiga Piluchi, la amante de ese tal don Miguel, que es al parecer un pez más que gordo… ¡gordísimo!
Me di cuenta de que tenía todas las de perder y olvidándome de mis trasnochados prejuicios racistas, me postré sumisa arrodillada ante esa polla descomunal, el tercer brazo, como le llamaba, o su hermanita pequeña y al alimón Mercedes y yo nos dimos un atracón de leche.

Después “Tom”, como lo llamé yo, al hacerle interpretar el papel de esclavo de dos mujeres enloquecidas por su polla, nos jodió en todas las posturas y yo agotada, pero satisfecha, comencé una nueva etapa sentimental en mi vida, que me proporcionó un sinfín de emociones. Gracias a la polla y a los cojones de mi “Tom”, que trabaja a mis órdenes como chofer y guardaespaldas, bueno y también como semental insaciable, he logrado relanzar mi empresa a unas cotas de prosperidad, que jamás imaginé que podía lograr, por culpa de mi insatisfacción sexual, que mi negrito me curó.
Un beso muy caliente para todos de una mujer que ha vuelto a “vivir” el buen sexo.

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