Relato erótico

La casa de los espejos

Charo
21 de julio del 2020

Hace años que entabló amistad con un feriante propietario de la casa de los espejos. Fue a verlo y le presentó a una chica que los ayudaba esporádicamente para sacarse un dinerito extra. Era joven y muy guapa. Cuando lo invitó a visitar el laberinto a última hora de la noche no lo dudó ni un momento y aceptó.

Mario – MADRID
La gente dice que es bueno tener amigos abogados, periodistas, albañiles, pero no se suele decir que el mejor amigo que puede tener alguien…es un feriante. Como cada año, la Feria había llegado a la ciudad, así que decidí acercarme, mas que para subirme a alguna atracción, para ir a saludar a mi amigo Antonio. Antonio es un chaval que yo conocí hace ya muchos años y es el hijo del dueño de “La casa de los espejos”, ya sabéis, ese laberinto compuesto de espejos, donde no consigues salir sin haberte llevado un buen golpe, llegando a ser algo agobiante al no encontrar la salida. Y exactamente junto a la salida, estaba Antonio para ayudar a aquellos que se pusiesen demasiado nerviosos.
Cuando me vio se acercó a saludarme y tras un fuerte apretón de manos, empezamos a hablar, pues no le veía desde la última vez que estuvo la Feria donde yo vivo. Por lo visto ahora, temporalmente, les ayudaba una chica, Adela, la hija de unos vecinos suyos que para sacarse un dinero extra ayudaba de vez en cuando al padre de Antonio. Justo en ese momento, como si nos hubiera oído, se acercó una chica que resultó ser ella. Era rubia, ojos verdes, delgada, y llevaba en ese momento un mono de trabajo, algo sucio ya que había bastante polvo en el ambiente. Antonio nos presentó y me comentó que estaba empezando la carrera de Empresariales, y que mientras conseguía en la Feria algo de dinero para sus gastos. Resultó ser una chica bastante simpática e interesante. Estuvimos hablando un buen rato, hasta que me tuve que ir, pero Adela me pidió que esa noche volviese, que le había caído bien y que me dejaría pasar gratis a la atracción. Yo le di las gracias, y me fui no sin darle vueltas a eso de que me dejaría pasar gratis. ¿Llevaba alguna segunda intención? Por supuesto no iba a quedarme con la duda.
Pasó el día, llegó la noche y volví a la Feria. Fui a darle dos besos a Adela que me había abierto la puerta de la taquilla y me invitó a sentarme a su lado en un pequeño taburete.
– Te dije que te dejaría entrar gratis. ¿Qué tal si comenzamos con la visita? -me dijo-
Me cogió de la mano y arrastrándome y aprovechando que el padre de Antonio había ido un momento al baño, nos metimos dentro del laberinto. Fuimos avanzando hacía un sitio donde uno de los espejos tenía un pequeño picaporte que daba a una salita, también rodeada de espejos, con una especie de colchón. Adela me comentó que lo descubrió una vez de casualidad y que le habían explicado que aquello servía de lugar de descanso los días que hacía demasiado calor en la caravana y era verdad que se notaba algo mas de fresco que fuera. Acto seguido me empujó sobre la colchoneta y se bajó la cremallera del mono que al caer y para mi sorpresa, dejó un precioso cuerpo absolutamente desnudo.

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Ante mí vi una mujer delgada, pero con unas tetitas muy atractivas y suculentas, y una matita de vello rubio que cubría su pubis. Se abalanzó sobre mí, atrapando mi cabeza entre sus piernas, y dejándome todo al alcance de la lengua, así que la agarré por las nalgas y empecé a lamerle todo muy fuerte, para que notase con intensidad mi lengua recorrer de arriba abajo toda su rajita, apretando mi cara contra ella y dejando que entrase en su interior, rozando con mi nariz su clítoris. Adela gemía y gemía y en un rápido movimiento, se levantó y se puso de forma para hacer un 69. Mientras yo volvía a devorar todo su coñito, ella sacó mi verga del pantalón y suavemente, comenzó a besarla, dándole primero pequeños besitos inocentes desde la punta hasta los huevos hasta que, de golpe, se la introdujo dentro de la boca y usando su lengua, me dio un “masaje” como nunca me habían dado hasta entonces. A la intensidad de su mamada yo correspondía con un cunilingus mucho más rápido y fuerte, lo que hacía que Adela lanzase intensos gemidos de placer. Así estuvimos varios minutos, hasta que por fin, pasamos a la acción.
Ella se tumbó de espaldas a mí, recostada sobre un costado, para que yo pudiese abrazarla por detrás. Eso hice, agarrando en mis manos sus tetas, y atrapando con dos dedos sus pezones. Adela separó ligeramente sus piernas y yo, lentamente, me fui introduciendo en ella con cierta dificultad, que ella disfrutaba ya que al no acertar bien por la difícil de la postura, rocé con la cabecita en mas de una ocasión su clítoris, haciéndole emitir pequeños ruiditos de placer, a la vez que me daba cariñosos besos en la mejilla. Finalmente, y una vez bien acoplado, empecé a entrar dentro de ella despacito, despacito, hasta que mi miembro había desaparecido dentro de ella. En esa postura, ella ligeramente abierta de piernas de espaldas a mí, empecé a bombearle. Despacio al principio, pero acelerando progresivamente. Ahí estábamos entregándonos al placer, yo la penetraba sin descanso, y ella también colaboraba, apretando sus músculos vaginales para sentir mejor cada movimiento.
Estábamos a punto de explotar, yo notaba mis huevos que no podían mas y su rajita ya estaba mojadísima, por lo que no tardábamos mucho en acabar, ella tras una serie de fuertes embestidas por mi parte, y yo sobre su vello púbico, como ella me había pedido, mezclándose mi esperma con sus fluidos conforme estos se iban deslizando hacía abajo.

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Luego descansamos abrazados durante unos 15 minutos. La atracción ya había cerrado y mientras nos volvíamos a vestir, oímos pasos en el laberinto. Salimos y ahí estaba Antonio, dándose un paseo por si alguien se había perdido y cuando nos vio, pareció muy sorprendido, pero no tardó mucho en darse cuenta de lo que había pasado y me lanzó, sonriendo, una mirada como diciendo “Que cabrón eres”. En fin, todo lo bueno se acaba, y la Feria se tuvo que ir, menos mal que iba a volver el año siguiente y yo la iba a esperar con más ganas que nunca, para volver a entrar en “La casa de los espejos”.
Besos, Charo.

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