Relato erótico
Juegos de cama
Se llevan muy bien y especialmente en el sexo se lo han montado de maravilla. Son fantasiosos y se han inventado un juego que les ha hecho vivir momentos de gran placer. La visita inesperada de un amigo de la universidad fue un incentivo más.
Miguel Ángel – MADRID
Amiga Charo, desde hace tiempo Elisa y yo venimos practicando una serie de juegos en los que el perdedor tiene que obedecer tres órdenes directas del otro. No son nada del otro mundo, simples partidas de cartas o de algo similar. Y sólo se está obligado a cumplir los mandatos del otro en caso de apetencia, nunca hemos hecho algo que no queríamos, y este
pequeño juego nos ha llevado a vivir situaciones interesantes.
Yo, la verdad, no suelo ganar mucho, pero cuando lo hago nunca perdono a Elisa. Supongo que a ella no le importa demasiado pues hasta ahora no se ha quejado. Lo que cuento aquí es una de esas veces.
Aquel día Elisa iba a volver tarde del trabajo, había surgido algo a última hora y tenía que quedarse un poco más. De todas formas me prometió que vendría a cenar y eso esperaba pues, aunque ella no lo sabía, teníamos compañía. Esa mañana me había llamado un antiguo amigo al que hacía tiempo que no veía ya que se había ido a trabajar a Kenia con su familia. David, era un antiguo compañero de colegio hijo de un diplomático keniata que había estudiado la carrera en España y al que luego había perdido de vista hasta hace unos días. Me alegró que me llamara y le invité a cenar a casa.
Estuvimos hablando y bebiendo vino hasta que llegó Elisa. Él me había contado que no se había casado y que llevaba una vida muy ajetreada de un lado a otro del globo. Antes de que mi esposa llegara le enseñé las fotos de nuestra boda para que la conociera y fue educado al resaltar los encantos de Elisa, pero algo en el brillo de sus ojos, sonreí y me disculpé un momento para ir al dormitorio a preparar una cosa para Elisa.
Cuando llegó mi mujer le presenté a David y les dejé hablando un ratito, mientras iba a la cocina a preparar la cena. Un poco más tarde Elisa vino por un poco de vino para ella y con la copa vacía de mi amigo.
– Parece simpático.
– Lo es. Hace tiempo que no lo veía, pero no ha cambiado nada.
– No me habías hablado nunca de él.
– Se fue con sus padres a Kenia después de terminar la carrera y eso fue antes de que nos conociéramos. Supongo que no ha surgido el tema de conversación.
– Es una pena que esté tan lejos, es muy guapo y tengo a más de una amiga en la oficina a las que les gustaría conocerle.
– Supongo que tienes razón. David siempre tuvo un cierto atractivo para las chicas desde el colegio. En aquella época no había mucha gente de color, siempre supusimos que ese era su éxito.
– ¿El éxito de quien? – preguntó el amigo.
David se había acercado a la cocina, posiblemente cansado de estar solo en el salón. Parecía algo mareado por el efecto del vino. Pero era cierto lo que mi esposa decía, tenía un cierto atractivo que ni yo me atrevería a negar.
– El tuyo. Me has conquistado a la mujer con sólo aparecer, hay cosas que nunca cambian – me sonreí ligeramente y continué – Decía Elisa que eres demasiado guapo para estar tan lejos.
Sé que Elisa me miró fijamente porque sentí como se me clavaban sus ojos en el cogote y percibí cierto rubor en la cara de mi amigo.
– Le decía a este gracioso que tengo unas amigas que se morirían por conocerte. Pero este interpreta las palabras como quiere.
Elisa cogió la botella de vino y el sacacorchos y fue al salón. David me hizo compañía un rato, sin quitar la mirada perdida de la ventana, y luego dijo que iba al salón a ayudar a poner la mesa. Yo sonreí y le dije que no se preocupara que ya me las apañaba yo solo en la cocina. Desde allí les escuché reírse y noté como la atracción había sido mutua.
Al poco apareció de nuevo Elisa y me dio un ligero cachete en el culo. Su voz iba cargada de un falso enfado difícil de fingir.
– Eres un poco cretino. Mira que decirle lo que te había dicho…
– ¿Acaso le he mentido?
– No, pero…
– ¿No te parece atractivo?
– Si claro, pero sabes que no…
– No hay más peros que valgan. ¿Por qué no me haces un favor y te cambias? Te he dejado algo encima de la cama.
– ¿No estoy lo suficientemente guapa para ti? No me apetece cambiarme de ropa.
– Lo supongo, pero sería bueno que lo hicieras.
– ¿De qué hablas?
La miré fijamente y sonreí todo lo pícaro y seductor que sé. Supongo que se había dado cuenta de lo que iba a pasar, más o menos. Ya que se me acercó, me dio un beso en la mejilla y desapareció.
Cuando llevé la cena a la mesa tardó poco en aparecer. Estaba sonriente y venía haciéndose una coleta con su sedoso cabello pelirrojo. Lucía un vestido vaquero con peto y minifalda, que se abrochaba en una hilera de botones frontales que acababan en un escote descarado. Elisa se solía poner aquel vestido con una camiseta debajo, ya que decía que se le veía el sujetador, lo que era cierto como podíamos comprobar, pero lo llevaba como si fuera lo más normal del mundo ir sin nada más.
Comprobé que al sentarse David se dio cuenta de que el sujetador y lo que contenía era fácilmente visible en cuanto mi mujer se movía ligeramente. No sé si mi amigo se extrañó por aquel cambio de ropa pero,
puedo dar fe de que no le disgustó en nada.
Los tres intentamos mantener una conversación normal, aunque ninguno parecía estar demasiado pendiente de nada, todo era superfluo. Había un ligero ambiente enrarecido que poco a poco se fue calmando, al parecer aquello ya no turbaba a David, con lo que decidí dar el siguiente paso.
– Elisa, acompáñame a la cocina a traer el segundo plato.
Los dos nos levantamos y recogimos lo que había en la mesa antes de salir del salón. Ella fue generosa con su escote y se agachó demasiado para coger el plato de mi amigo. La cara de embarazo fue suficiente para mí. Una vez en la cocina saqué la carne en salsa de la nevera y la coloqué en la fuente.
– ¿Lo hago bien?
Había un ligero temblor de ansiedad en su voz, aquello me excitó mucho. Sabía lo que ella quería, pero no estaba dispuesto a eso, no de momento.
– Sí. Ahora quiero que te quites aquí el sujetador y que se te olvide abrochar el último botón. Déjalo encima de la placa.
Elisa obedeció con presteza y se sacó el sujetador por un brazo. Luego desabrochó el botón y me miró coqueta. Se agachó un par de veces, se giró hacia los lados. Desde luego ya no se le veía la ropa interior, ahora asomaban ligeramente sus tetas, enormes, blancas y duras excitando a la vista. Pero había algo que no me convencía, Elisa se tendría que esforzar mucho para que se le viesen una vez nos sentásemos.
– Mejor suéltate otro botón, están demasiado oprimidas. Bueno, si quieres esta orden como anexo a la anterior, de lo contrario lo puedes dejar donde está.
Me miró y dudó un momento hasta que finalmente se desabrochó el botón que le había pedido. Ahora nadie tendría que hacer esfuerzos para verla, en cualquier movimiento ligeramente brusco se le saldrían y mientras, el escote llegaba a mostrar lo suficiente como para que me empalmase de solo pensarlo. De no haber querido seguir con la juerga la hubiera tumbado sobre el suelo de la cocina y la hubiera hecho el amor.
– Mejor ahora, ¿no? – preguntó.
– Desde luego. Voy ahora al salón, tomate un minutito antes de salir y sírvenos en los platos, yo dejo la fuente allí.
Rellené la copa de David con la segunda botella de Rioja que habíamos abierto. Su mirada se quedó fija en la ropa de mi esposa, seguramente sorprendido, y absolutamente excitado, algo que todos nos dimos cuenta. Bajó la vista al plato y bebió un largo sorbo del vino que le acababa de poner. Elisa servía la comida sin dejar de hablar, sin darle importancia a que una de sus gordas tetas casi estaba fuera.
Nadie parecía creer que lo estuviera haciendo a propósito. Y aunque disimuló muy bien, estoy seguro que se dio cuenta de que cuando sirvió a mi amigo, este no la miró a la cara en ningún momento. No le culpo, yo tampoco lo hice.
El segundo plato fue más hilarante que la ensalada de espinacas que hice de primero. David se esforzaba por no mirar a mi mujer a las tetas cada vez más rebeldes, mientras que Elisa se esforzaba porque sí lo hiciese. Una de sus manos se deslizó por debajo de la mesa y me apretó con fuerza mi duro pene.
Aquello, junto a que ya habíamos acabado me hizo recordar que quedaba el postre. Me levanté de la silla disimulando como podía y fui a la cocina. Desde allí llamé a Elisa. Tardo poco en aparecer. Se restregó contra mí y me besó la oreja. Yo sonreí y la separé ligeramente.
– Venga Miguel Ángel, no seas malo, ¿has visto lo que parece guardar en los pantalones?
– Sí, pero todavía me quedan órdenes.
– Solo una.
– ¿Una?
– Sí. La ropa, lo del sujetador y una más.
– Cierto, bueno yo lo de la ropa no lo contaba como tal. Pero ya veremos si eres tan generosa como para darme otra más. No es la primera vez, y no te ibas a arrepentir.
– Ya veremos.
– De momento quiero que desaparezcan tus bragas, déjalas con el resto de la ropa interior. Y luego quiero que te las apañes de tal modo, que cuando te levantes la próxima vez de la mesa, tu vestido se abra de arriba a abajo.
Me miró sorprendida y excitada y pareció a punto de protestar, posiblemente no sabía como hacer lo que le decía, pero no iba a ser yo quien se lo dijese. Tenía la cabeza con demasiadas hormonas como para eso.
– Vale, no sé como lo haré, pero vale. ¿Luego me quedo así?
– No, sorpréndete y ven a la cocina. Yo vendré a darte la última orden, o a proponértela mejor dicho.
Cogimos los tres sorbetes de limón al cava y vodka y fuimos al salón. David parecía haberse calmado un poco y aunque evitaba mirar a las voluptuosas curvas de mi esposa no lo lograba. Elisa le acercó el vaso y se disculpó un momento para ir al baño. Cuando regresó me percaté de que varios de los botones del vestido estaban a medio poner. Se sentó y los tres nos terminamos el sorbete sin dejar de hablar. Se empezaba a notar que el alcohol estaba haciendo efecto. David ya no disimulaba y miraba directamente al canalillo de mi esposa, que había dejado que sus dos tetas asomasen hasta casi la aureola del pezón. Yo estaba como una moto.
– Bueno, voy a por más.
No sé muy bien como lo hizo, pero al levantarse a por más sorbete el vestido se quedó en la silla y ella se mostró en toda su desnuda plenitud. Con aquel cuerpo de gimnasio que había torneado su cintura y redondeado su talla cien de sujetador. Mostrando su diminuta mata de pelo, que aunque no se dejaba afeitar si me dejaba recortar. Se quedó desnuda delante de nosotros el tiempo suficiente para excitarnos a los dos antes de coger el vestido y salir lentamente hacia la cocina.
Cuando escuché como se cerraba la puerta solté una carcajada, esperando relajar el ambiente como lo haría alguien que no esperaba eso y cuya mujer se acababa de quedar desnuda delante de una visita. David me miró sorprendido y turbado por lo que acababa de pasar y se rió levemente, no entendía nada, pero me seguía el juego.
– Espero que no estés cortado. Por mi no te preocupes, ha sido gracioso.
David me miró y me dijo que no pasaba nada, solo que estaba sorprendido por lo que había pasado y que esperaba que mi mujer no se sintiera turbada, que eso le podía pasar a cualquiera. Si, es posible, pero todavía no sé si es muy normal que la gente no lleve ropa interior debajo. Supongo que los dos obviamos esa parte. Yo, por que conocía la respuesta y él por que era mejor no menear el asunto.
– Bueno voy a verla y de paso traigo unas copas. ¿Qué bebes?
– No sé si debería tomar algo más, estoy un poco borracho.
– ¿Has venido en coche? No, ¿verdad?, pues date un capricho.
Entré en la cocina con la intención de servir tres whiskys con cola, y allí estaba Elisa, deseosa, expectante. Me miró excitada, todavía no se había puesto el vestido y lo apretaba en las manos con fuerza.
– Creí que no venías.
– Tenía que disimular un poco. Vengo a poner tres copazos.
Pasé a su lado y la rocé ligeramente con la mano en una teta. Ella se estremeció ante la caricia y me intentó sujetar la mano para que no la quitara.
– No, todavía no. ¿Por qué no pones tú las copas mientras yo te miro? No te pongas el vestido todavía, pero ¿me dejas darte una orden más?
Yo sabía que estaba excitada hasta el éxtasis, pero no sería la primera vez que se negaba a darme ese placer, aunque fuese en su beneficio. Solo que esta vez nada había empezado, jugaba con ventaja.
– Sí, dime.
– Lleva las copas al salón mientras yo voy al baño. Cuando me reúna con vosotros quiero verte chupándosela, no sé como lo harás, pero tienes unos cinco minutos para que esa verga dura, caliente y negra esté en tu boca. Luego ya nos dejaremos llevar. Si lo consigues, bien, si no terminaremos la copa y le dejaremos marchar atónito y confundido. Y esta noche habrás perdido la oportunidad de volver a follar con dos tíos.
Elisa asintió y se terminó de abrochar el vestido. Luego colocó los vasos en una bandeja. Se detuvo antes de salir.
– Es un placer obedecer tus órdenes. Siempre lo es. Te quiero.
Salió de la cocina y me metí en el baño. Allí tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no masturbarme al imaginarme lo que estaba pasando en el salón. Conté los segundos como si se hicieran horas y pasado cinco minutos me dirigí al comedor. Elisa no me defraudó. Nunca lo hace. Hoy todavía no sé como convenció a mi amigo para poder chupársela, pero no quiero saberlo. La cuestión es que allí estaba ella, con el vestido totalmente desabrochado y chupando a fondo un duro pene de ébano que parecía derretirse en su boca. David estaba sentado en la silla y se había desnudado del todo. No me vio entrar, aunque Elisa sí, con lo que aceleró su mamada. Se estaba esforzando a fondo, engulléndose cada uno de los centímetros de piel negra de mi amigo. Mientras que con la otra mano se estaba masturbando como una loca. Allí estaba yo, de pie, viendo como mi esposa se la estaba chupando a David, y la verdad es que tenía un empalme digno de mención.
Lo que sigue, amiga Charo, te lo contaré en una próxima carta.
Besos.