Juegos de cama

Era su cumpleaños y su marido, que estaba loco por ella, le monto una “fiesta” especial. Le dijo que se arreglara, fueron a un lujoso edificio y cuando llegaron a la puerta de un apartamento desconocido para ella, le dijo que se pusiese un pañuelo en los ojos que confiara en el.

Sandra – MADRID
La historia que contaré me sucedió el día de mi cumpleaños, cuando mi esposo me invitó a salir. Yo no sabía donde me llevaría, así que me tenía ansiosa, además de vestida muy sexy. Llevaba un vestido de color azul con un escote que nada dejaba a la imaginación de los hombres que me mirasen, era ajustado al cuerpo y resaltaba mi figura, aún perfecta para mis treinta y tantos años, dos hijos y más de diez años de casada.
Me llevó a un edificio muy elegante, asegurándome él, que me gustaría mucho la sorpresa. Yo no pregunté nada, subimos al ascensor y él marcó al quinto piso. Llegamos al lugar y nos dirigimos a una puerta, entonces él sacó de su chaqueta un pañuelo y diciéndome que tenia que confiar, vendó mis ojos y yo accedí sin preguntar.
Noté que se abría la puerta, me hizo pasar, cerró la puerta tras de mí y comenzó a besarme muy apasionadamente, comenzando a recorrer mi cuerpo con sus manos pero, de repente me quedé paralizada al sentir otras manos en mi cuerpo y unos besos en mi nuca. Yo no podía ni quería moverme pues eran cuatro manos las que recorrían mi cuerpo desde arriba hasta abajo y eso sí que me excito mucho. Podía sentir como mi sexo se comenzaba a humedecer sin poder saber quien era mi esposo y quien era ese extraño sujeto de manos suaves y grandes, que me besaba por todas partes y sus manos recorrían mis turgentes pechos, caderas, piernas y glúteos. ¡Como me calentaba aquel jueguecito!
En un momento quise sacarme la venda de mis ojos, pero una mano me lo impidió diciendo una voz muy varonil, parecida a la de mi esposo:
– Esto es tu regalo de cumpleaños, no lo arruines.
Fue muy excitante comenzar a sentir unas manos que recorrían mis entrepiernas llegando justo a mis bragas, que ya estaban muy húmedas por lo caliente de la situación. Hasta ese momento yo había estado quieta, sin hacer nada, pero fue entonces cuando comencé a participar, tocando a uno de ellos, su pecho, cara, respondiendo a los besos hasta que me llevaron a otra habitación y me hicieron sentar al borde de una cama, me sacaron el vestido y me quedé solo en ropa interior, sujetador y braguita, todo lo cual era de color rojo.

Yo no daba más de la calentura cuando noté una boca besando mis pechos. Era una delicia, sentir como lamían y mordisqueaban mis pezones por encima del sujetador mientras la otra boca besaba mi espalda.
– ¡Oooh… ¡Sí… seguid… seguid…! – les rogaba yo.
A continuación me recostaron en la cama y me sacaron las bragas y ahí comencé a sentir como uno de ellos me besaban mi entrepierna, lamiendo con su lengua muy suavemente haciéndome lanzar grititos de placer:
– ¡Así, así, más… oooh… no paréis…!.
La calentura ya comenzaba a quemar mi piel y esa lengua que estaba en mis pezones me tenía al borde del orgasmo, pero la que estaba en mi clítoris, el cual ya estaba muy duro y grande, subía y bajaba. De repente noté un fuerte olor a verga que me trastornaba y me hacia perder el control. Rápidamente me senté al borde de la cama y tenía dos vergas contra mi boca. Una de esta entró en mi boca y enloquecí, la aprisioné en mis manos y me pude percatar al parparla que era como la de mi marido, pero por el olor a macho que emanaba, era del otro. Empecé a succionarla con locura, ya que hacía más de 10 años que no lamía una verga diferente a la de mi esposo, se la lamí una y otra vez, me tragué su cabeza y toda su extensión y me gustó esa cabeza que era como un huevo de grande y emanaba un fuerte olor.
Besé esa verga, subiendo desde sus testículos hasta la cabeza, sintiendo los gemidos y la rigidez del cuerpo de ese hombre, que no sabia quien era, pero mientras recorría la otra con mis manos notaba como se ponían rígidas y me las volví a meter en mi boca alternadamente lo cual, al sacarlas, me daban un poco de su lubricación, la que me ahogaba y me resecaba la garganta por su espesor, pero eso despertó mi instinto calentándome al máximo.
Entonces me acomodaron muy bien en el borde de la cama, me cogieron las piernas, me las levantaron y entonces sentí una verga, caliente y muy gruesa, que entraba en mí de una estocada por lo lubricada que estaba. Sus movimientos eran armónicos, entrando y saliendo de mi interior. La sentía cada vez más grande, más dura y muy caliente. Yo estaba apunto de explotar de placer y succionaba más y más la otra verga que tenía en la boca hasta que aquel hombre, gruñendo y gimiendo, me lanzó su leche caliente espesa y muy abundante en la boca. Yo tragaba y tragaba, porque abajo me tenían ensartada hasta los testículos.
– ¡Así… así… seguid así! – decía yo.

El que estaba abajo se corrió y el sentir como me entraba esa leche caliente me arrastró hasta llegar al clímax. Mi orgasmo fue brutal. Comencé a juntar mis piernas para extender el orgasmo que estaba sintiendo mientras ese hombre me daba su leche, que fue mucha ya que comenzó a salir de mi vagina a borbotones. Cuando la verga que estaba lamiendo y había descargado en mi boca su leche caliente, comenzó a colocarse dura y más caliente que antes, se bajó, se acostó en la cama y me hizo cabalgarlo. Era una delicia, un enorme placer sentir una verga caliente, grande y extra dura en mi coño.
Yo subía y bajaba gritando de placer hasta que le dije al que estaba besando que me enculara.
– Vamos… – le grité – ¡Métemela en el culo, dame por detrás!
Se colocó detrás de mí, me dio un par de nalgadas y comenzó a lamer mi ano, introduciéndome su lengua dejándome muy mojada y cuando sentí como trataba de entrar en mi culo una gran cabeza, me puse muy caliente y le ayudé tomando mis nalgas para abrirlas y así pudiera introducirla. Era una mezcla de dolor y placer, pero me quedé muy quieta, hasta que metió toda la polla en mi culo y entonces comencé a moverme haciendo que los dos se calentasen mucho. El de abajo me embestía con toda sus fuerzas, su verga era más gruesa a cada embestida, y el que me daba por el culo se calentaba al máximo al sentirme eufórica de placer porque comencé a sentir como su verga también crecía dentro de mi culo.
Pero eso no era suficiente para detenerme, y le dije a ambos:
– ¡Venga, folladme si piedad, meted toda vuestra verga… toda, la quiero toda en mi coño y culo… así… así… venga, dadme vuestra leche calientita, echádmela en mi interior!
Que bien me sentía, ensartada por dos vergas gruesas y calientes. Al poco comenzamos a coordinar los movimientos los tres, que en un momento era un solo movimiento. Podía sentir el que estaba en mi culo como se estremecía de placer e introducía su verga hasta al fondo para sentirlo como me llenaba de leche. La podía sentir caliente y en abundancia. El que estaba abajo llegó conmigo en un orgasmo largo y mojado. El se quejaba y contorsionaba de placer, diciéndome que fantástica era yo para follar.

Fue en esos momentos cuando grabé en mi memoria y retina que nunca antes había sentido ese tipo de orgasmo múltiple de vagina, teta y ano.
Nos quedamos acostados los tres, uno al lado del otro. Yo no podía ni siquiera sacarme la venda de los ojos, estaba tan exhausta que solo sentí que uno de ellos se levantó y me miró, pues podía sentir su mirada en todo mi cuerpo, se vistió, se inclinó, medio un largo beso y se marchó.
Desde ese día hasta el de hoy nunca he podido saber quien fue el que me folló junto a mi esposo.
Besos y hasta otra.