Relato erótico

Juego con sorpresa

Charo
12 de noviembre del 2019

Tenían unas fantasías sexuales que hacia que sus relaciones fueran calientes y apasionadas. Aquel día, las fantasías se hicieron realidad.

Raquel – BARCELONA
Me llamo Raquel, llevo 10 años de casada y jamás había tenido en la cama a otro hombre que no fuera el que es hoy mi marido. Antes de casarme había tonteado con otros, pero nunca pasó de magreo por aquí y toqueteo por allá, pero lo que se dice acostarme no me había acostado más que con mi marido. Me casé con 24 años, ahora con mis 34 aun estoy de muy buen ver.
Ya siendo novios me dejó perpleja cuando me dijo que no le importaba si me acostaba con un amigo, siempre y cuando se lo dijera a él antes y le contara que tal me había ido. Como estaba locamente enamorada de él y lo sigo estando, me negué rotundamente, incluso llegando a molestarme bastante su propuesta. Pero esa propuesta se transformó en una de mis fantasías más obsesivas y utilizadas en varias sesiones de “sexo individual”, dejándome llevar e imaginándome haciendo el amor con amigos nuestros y después contándoselo a él, valorando el polvo, explicándole lo que me hizo uno, lo que me hizo otro. Como tenía mucha confianza en él, se lo conté y pareció no darle mucha importancia, pero más tarde me di cuenta que tomó buena nota del asunto.
Pasado un tiempo, haciendo el amor, empezamos a “jugar” como si fuéramos otras personas. A veces él era un ladrón y yo la dueña de la casa, otras veces era una delincuente que había sido pillada in fraganti robando y tenía que pagar por ello, a veces él maestro y yo la alumna y otras simplemente yo era una puta y él el cliente exigente. Este juego nos permitía utilizar un vocabulario y unas maneras muy distintas, pudiéndonos insultar humillar sin por eso molestarnos. Siempre él tomaba el mando, cosa que a mí me encantaba y entraba en el juego haciendo de puta, sumisa, ladrona, de alumna… Casi siempre me tapaba los ojos para que me metiera más en el “ajo” y pudiera jugar con la imaginación. Me ordenaba que me tumbase, por supuesto desnuda, y él de pie a mí alrededor recorría mi cuerpo, soltando comentarios tipo:
– Buen culo tiene la puta esta… sepárate las nalgas… esta guarra está encharcada, hay que follársela… mirad que coño tiene…
Al final siempre acababa follándome como él solo sabía, aunque a veces a mitad del polvo se paraba, se levantaba y hacía como si fuera otro el que me iba a empezar a follar, cambiado de postura y tocándome como reconociendo un nuevo cuerpo. A veces, sin más, acercaba su miembro a mi boca, obligándome a lamérsela, yo seguía con mis ojos tapados, no dudaba en correrse dentro de mi boca, y la verdad que me excitaba muchísimo el simple hecho de pensar que me estaban follando varios, que varios me miraban, me sobaban y al final acababa siempre quitándome el vendaje de los ojos y besándome. Todo esto se convirtió en un juego habitual incluso yendo a más ya que no se limitó a ordenarme que no moviera las manos si no que me ataba. Pero a mí me seguía gustando.
Un día de verano me ordenó que fuera a mi peluquería habitual y me depilara íntegramente el sexo, yo me negué, pero él me dijo:
– Tú misma, pero si quieres sexo tendrás que obedecerme.

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Me dejó sin sexo durante tres semanas, yo lo echaba de menos y siempre que me acercaba me hacía la pregunta:
– ¿Cómo tienes el coño? – hasta el día que acepté y me fui a mi peluquería habitual.
– ¿Todo? – me preguntó la chica.
– Sí, todo.
Me sentía ridícula, miraba hacia abajo y veía mi raja desnuda y mis labios marcando la entrada a mi vagina. Nada más llegar a casa se lo hice saber, me dio un beso y me dijo:
– No te vas arrepentir, quiero que esta tarde salgas y vuelvas a las cuatro llevando esto que está en la bolsa y nada más que esto, y no quiero que lo abras hasta el momento que te cambies en el coche, metida en el garaje.
– De acuerdo, cariño.
A las dos me marché de casa, estaba nerviosísima y daba vueltas, metida en el coche hasta las cuatro y cuarto que metí el coche en el garaje de la urbanización y por fin abrí la bolsa. Había un papel que leí: 1º. Coge y ponte el camisón. Era un camisón completamente transparente y muy corto, me llegaba a tapar justo las nalgas. No debes de llevar nada más que eso puesto y en tu mano derecha el antifaz, pero sin agujeros para los ojo, y en la izquierda el regalo que abrirás arriba en casa. Era una caja de cartón, alta como la de una colonia. 2º. Una vez llegues a la puerta cerrada del dormitorio antes de entrar, abrirás tu regalo, te pondrás el antifaz, entrarás y obedecerás.
Salí del coche descalza y prácticamente desnuda, solo con el mini camisón, que no tapaba nada, corrí hasta el ascensor, que afortunadamente estaba en la planta y no lejos del coche. La puerta de casa estaba abierta, entré, no estaba él, había un silencio casi asustadizo, llegué ante la puerta del dormitorio, abrí el regalo y ¡sorpresa! Un vibrador enorme de goma en forma de un gigante y grueso pollón, sonreí, pero no me imaginaba con semejante juguete dentro de mí. Me coloqué el antifaz y entré.
– Hola preciosa, ¿qué te ha parecido tu primera sorpresa? – refiriéndose al enorme juguete.
– Bien, amo, me ha encantado – contesté, entrando como siempre en el juego.
– Pues hoy vas a quedar saciada del todo, ya lo verás, no te faltara nada, pero tendrás que confiar en mí.
– Amo, sabes que confío plenamente en ti.
– Bien, pues puedes empezar. Acércate, súbete de pie encima de la cama, acaríciate los senos, acaríciate y deja caer con sensualidad el camisón.
Me subí tal y como me ordenó y simulando un baile de strip-tease, contoneando caderas acariciándome ingles, pechos y culo, acabé soltando los dos hilos que sujetaban el camisón y quedé totalmente desnuda, con mi sexo totalmente depilado.
– Vaya, vaya, vaya, muy bien, ahora túmbate, separa las piernas, quiero que te toques, que te masturbes y que juegues con tu juguete nuevo.

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No entendía muy bien el juego, pero seguía las órdenes a rajatabla y comencé a masturbarme. Empecé a separar mis piernas y a tocarme, notando que la simple excitación por el echo de “¿qué me hará? o ¿qué habrá maquinado esta vez? me había excitado de manera que tenía el coño empapado, y de repente me dijo:
– Sigue masturbándote, guarra, que te veamos todos.
Eso hice, después me obligó a ponerme a cuatro patas, a separar mis nalgas, a meterme el dedo en el coño y en el comienzo del ano. Yo estaba excitada y movía mi cuerpo caliente, apretaba mis pechos, pero no era suficiente.
– ¡Te quieres meter ya el juguete, o prefieres que lo hagamos nosotros! – me gritó.
El hecho de que hablase en plural me excitaba más, era como imaginar que me estaba masturbando ante mirones. En un silencio, oí como el ruido de un motor y al no tener las manos atadas me fui a quitar el antifaz, pero rápidamente me lo impidió y recrimino.
– ¿Qué estás haciendo?
– ¿Qué suena? – le pregunté nerviosa.
– Es un video que te estoy haciendo…
Yo me enfadé y le dije que no lo hiciera, que si me tenía siempre a su disposición, para que quería grabarme.
– ¡Cállate! Veo que no confías en mí, si quieres lo dejamos y si decides seguir es con todas las consecuencias, sabes que no haré uso del video, pero te esperan grandes sorpresas y estoy seguro que te encantaran recordarlas.
No sabía qué hacer, él se me acercó, me abrazó, necesitaba ese contacto, ya podía hacer lo que quisiera conmigo. Tras un largo silencio dije:
– Estoy a tu entera disposición Amo y haré lo que me pidas, te quiero.
– Y yo a ti, putita, pero ahora vamos a seguir jugando.
– Me he quedado un poco fría… – dije.
– Tranquila, que nosotros te recalentamos… Ponte de pie.
Lo hice y con unas plumas empezó a juguetear con mis pezones, después bajó por el interior de mis muslos, me hizo separar las piernas, jugó con mis labios vaginales, sentía cosquillas y de repente noté un pene rozando mis nalgas. Me asusté, ya que la voz de mi marido parecía haber salido por el lado opuesto y además era un pene más grande y largo que el de él, pero pensé en el “juguete”. De repente me dijo:
– ¿Qué te parece la polla de Alberto?
Alberto era un amigo suyo de la infancia, soltero y golfo donde los haya, vivía en Tarragona y además hacia mucho que no sabía nada de él, por lo que pensé que seguía poniéndome a prueba para que me quitase el pañuelo de los ojos y decidí seguirle el juego:

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– Me gusta, amo – dije.
– Si es así, arrodíllate y cómetelo, pero sacando la lengua, chapándole los huevos, como una gran puta.
Me arrodillé, seguía mosqueada porque la voz parecía estar más alejada, pero tampoco me podía imaginar otra cosa. Coloqué la boca a la altura del gran rabo y al tocarlo definitivamente me di cuenta que esa polla no era la de mi marido y cuando fui a reaccionar, la persona me cogió la cabeza y me clavó su miembro entero en la boca. Fue cuestión de segundos, sentí una boca en mi pecho derecho, una mano pequeña como la de una mujer acariciándome mi otra teta y las manos inconfundibles y expertas de mi marido en mi excitadísima y encharcada raja, jugando únicamente él sabe con mi clítoris.
Tuve que seguir, ya sé que parece increíble, pero ya no había marcha atrás. Me manipularon como una autentica muñeca hinchable. Lamí ambas pollas, me introdujeron ambas por los dos agujeros, mientras lamía lo que era el coño de la chica, o mujer, o vete tú a saber. La sensación de que hubiera por el medio una mujer era aun más morbosa, excitante, innovadora, vamos que gocé lamiendo la raja de esa mujer, que dicho de paso tenía también totalmente depilada.
Tras varios orgasmos seguidos y tener el coño y ano escocidos, mis “torturadores” decidieron acabar con la farsa. Me hicieron poner de pie y el tal Alberto habló:
– Muy bien esclava, acabas de ganar 300 euros. ¿Qué te ha parecido?
Como no sabía que contestar, se rieron y habló ella:
– ¿Tienes ganas de ver la cara de tus amos? – contesté que sí, tragando saliva – Pues las verás en la próxima sesión, pero ya será una sesión menos familiar.
Se fueron, mi marido se me acercó y me dijo:
– Quédate aquí mientras despido a nuestros invitados.
Fue oírles salir de la habitación y me quité el vendaje, la cama estaba desecha, la cámara de video abierta, o sea se habían llevado la cinta y había 300 euros encima de la mesilla. Entonces entró mi marido.
– Hemos quedado para el sábado, cariño – dijo nada más verme.
¿Eh…? Esto… vale, digo, vale cariño y… gracias por tu sorpresa.
– De nada mi amor y ahora vamos a gastar esa pasta en una buena cena.
Se me acercó, me besó y me demostró que me quería más de lo que yo pensaba.
Saludos y si algo ocurre ya os lo contaré.

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