Relato erótico

“Jardinero” para mi “jardin”

Charo
13 de agosto del 2020

Después de varios intentos, se separó de su marido. Después del disgusto, su cuerpo pedía marcha y bromeaba con sus amigas diciendo que necesitaba un “jardinero” para cuidar su “jardín”. Al final lo encontró y con la “herramienta” a punto

Magda – Pamplona
Después de muchas idas y venidas con mi ex termine quedando nuevamente sola y con el corazón destrozado. Cuando esto pasa las mujeres como yo nos ponemos más bellas que nunca.
Sera porque, como las flores, después del crudo invierno renacen con más fuerzas y con toda la energía.
Por naturaleza soy alegre y sensual, pero necesitaba volver a sentirme deseada, dar unos mimos a mi autoestima.
Ya tenía mi vida organizada como para tener en mente querer volver a intentar una nueva pareja. Pero si necesitaba mi “jardinero”
Bromeaba con mis amigas con la idea de publicar un aviso que dijera:
“Busco jardinero de 25 a 35 años, fuertes brazos, con herramientas en muy buen estado, trabajo part-time, 1 o 2 veces por semana. Estado civil indiferente. Para cuidar exclusivo y exquisito Jardín. Se ofrece buena paga en especies, continuidad laboral y reserva absoluta.”
Resultaba graciosa mi oferta, pero era lo que quería en este momento de mi vida.
Así fue como apareció Erik. Joven, carilindo, músculos firmes. Seductor, encantador, casado e infiel. Un coctel estimulante.
Trabajábamos en la misma empresa, en distintos sectores y muchas veces lo cruzaba por los pasillos, en esas ocasiones él utilizaba todos sus trucos de Casanova barato frente a mí.
No era el tipo de hombre que me gusta, sabía cómo era. Pero me divertía con seguirle el juego.
Un día buscando alguna forma de llegar a mí, me hizo el comentario de que tenía dolor en la espalda; y yo empecé a jugar mi primera carta. Me acerqué y puse mi mano suavemente encima de su hombro, lo amase con mi dedos y le dije que tal vez necesitaba unos masajes.
Quedo mirándome y me dijo:
-Y tú, ¿me los harías?
-Claro, ¿por qué no? quedarías como nuevo.
Eso fue todo y me aleje.
Vino tras de mí, y me dio un papel escrito que decía:
-“Envíame un mensaje” y un número de teléfono.
Después de varios días lo envié, ese fue el comienzo de un juego de seducción.
Los mensajes de textos se convirtieron en el fuego que alimentaba el deseo entre ambos. No resultaba fácil concretar esas ganas, solo había miradas sugestivas, roces provocativos en cualquier lugar que eran posibles y saludos con besos muy insinuantes.

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Cada día, él esperaba que yo aceptara tener ese encuentro. No podía continuar alimentando su ilusión. Una tarde a la salida del trabajo me estaba esperando, me pidió que subiera a su coche. Nos dimos un beso en la mejilla, con vergüenza, esperando que uno de los dos tomara la iniciativa. Éramos dos fugitivos escondiéndonos. Hablamos y acordamos en pocas frases lo que queríamos: Él, una amante y yo mi jardinero.
No hubo más palabras, el deseo era más intenso. Nos recostamos uno sobre el otro entre abrazos, besos y caricias. Sus manos querían todo en un instante. Conocer mis senos, mis rodillas, mis piernas.
Subió por debajo de mi falda y con su dedo índice frotaba mi clítoris por encima de mi tanga, me estaba mojando, sentir el roce de su piel en mi cuerpo me excitaba. Mis manos se apoyaron sobre su pantalón, quería palpar su erección, sentir su miembro. Me gustaba el sabor de sus labios, el aroma de su cuerpo.
Queríamos hacerlo ahí sobre los asientos, pero la luz del día nos delataba y cada transeúnte que pasaba se colgaba por las ventanillas a mirar.
Me sentí incómoda, estábamos ex poniéndonos demasiado. Nos despedimos con un beso interminable, excitadísimos, esperando a que llegara el lunes. No iba a resultar fácil vernos, él tenía sus horarios muy vigilados por su mujer.
Aquella noche recibí un mensaje de texto pasada la medianoche, era él pidiendo verme aunque sea un rato, pensé que estaba loco, no tenía una excusa para salir de mi casa a esa hora. Después de varios mensajes acepte. Ya estaba en mi cama durmiendo, me levante, tome una manta y baje las escaleras, al pasillo de mi casa, vestida como estaba con un camisón corto de seda y encajes. Me quede detrás de la puerta esperando, tratando de no hacer ruido y despertar a alguien más en mi casa, y alertar a mis mascotas que les encanta ladrar.
Oí golpear suavemente mi puerta, abrí y era él. Miramos para todos lados y entró. No podíamos subir, así que nos quedamos en el pasillo iluminado apenas por la luz de la luna que entraba por una ventana.
Nos lanzamos nuevamente a besarnos y abrazarnos, los tirantes de mi camisolín cayeron y mi desnudez quedo expuesta a sus ojos. Comenzó a acariciarme de forma lenta, el roce áspero de sus manos me enloquecía, quería sentir la humedad de sus labios en mi cuerpo. Comenzó besando mi cuello, bajando por mis hombros, tomo mis tetas como una copa y mordisqueo uno a uno mis pezones, mi corazón se acelero y mi respiración se volvió agitada… mis gemidos aumentaron cuando su mano bajo a mi pubis y sus dedos se deslizaron para jugar en mi clítoris. Yo estaba delirando de placer.

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Fui directo a la cremallera, su miembro endurecido quería salir por encima del cinturón. Lo tome con toda la palma de mi mano, como una sartén por el mango, quería palpar sus medidas, su textura, familiarizarme con cada detalle. Mis dedos bajaron acariciando sus testículos, suaves y preciosos. Sentí deseos de llenar mi boca con ellos. Tire la manta sobre el suelo, no había demasiado espacio, él bajo un poco su pantalón, dejando a mi vista su polla erecta, se sentó apoyando su espalda contra la pared y abrió sus piernas, me arrodille entre ellas, agache mi cabeza y comencé a lamer y chupar, mi lengua le estaba dando una lección inolvidable, subía y bajaba saboreando cada una de sus partes, me gustaba su sabor. Su mano acariciaba mis cabellos, y la otra buscaba la humedad de mi chocho, me las arreglé para que mi chocho estuviera a su alcance sin dejar de tener la polla en mi boca. Con dos de sus dedos me penetraba, se humedecía y los intercalaba en mi ano. Mis gemidos eran más fuertes y no podía más, quería follar. Me incorporé y puse el preservativo en mi boca, con una mano tome su miembro, apoye su glande y lentamente con mi lengua fui colocándoselo. Fue rápido.
Así arrodillada abrí mis piernas sobre sus muslos, y como una barra de acero entro en mi coño ardiente y lubricada. Empecé a moverme subiendo y bajando, entrando y saliendo y con cada golpe su polla tocaba mis entrañas. Mis tetas se refregaban en su pecho, él me las apretaba, las chupaba. Entre gemidos lo besaba para no gritar y despertar a todos, pero los perros nos escucharon y empezaron a ladrar. Yo no podía parar, sentí como una corriente eléctrica subía por mis músculos vaginales y estallaba en mi interior. Era un orgasmo tras otro.
Me relaje y volví por más. Él estaba asustado, pensando que alguien nos iba a encontrar, pero su polla continuaba rígida, me pidió calma, pero continúe moviéndome hasta sentir como otra vez un orgasmo estallaba violentamente.
Respiramos profundamente, rodeo mi espalda con un fuerte abrazo y movió su pelvis tratando de meter todo su miembro hasta el fondo y así acabo llenándome de leche.
La situación de poder ser descubiertos en cualquier momento nos había generado mucha adrenalina. Quedamos inmóviles, acariciándonos suavemente, tratando de tranquilizar nuestros corazones.
La primera visita de mi jardinero había sido memorable y fugaz, pero había mucho más para hacer un este jardín sediento de sexo.
Un beso para todos.

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