Relato erótico

Interesante desconocida

Charo
22 de septiembre del 2019

Solo la había visto una par de veces pero, estaba totalmente “pillado”. Se la encontró en un mercadillo y la fue siguiendo, primero con la mirada y después supo donde vivía. Al día siguiente la espero en el rellano de su casa. Nunca se hubiese imaginado lo que pasó.

Quique – Burgos
Estaba mirando en el mercadillo artesanal alguna pieza de porcelana para hacerle un regalo a una amiga que se casaba en unos días. De pronto noté un pinchazo en el pecho, podía detectar su presencia sin ni siquiera haberla visto, pero sabía que estaba cerca. Destilaba un olor que mi cuerpo y mente capturaban. Me volví y allí estaba, unos metros más atrás que yo.
Seguí dando la espalda, imaginando como me seguía con su mirada. Sin poder evitarlo, nos perseguíamos entre los tenderetes. De nuevo, mi corazón parecía salirse del pecho, mis pulsaciones se aceleraban continuamente, mis manos sudaban, mi vello se erizaba y mi sexo se endurecía y palpitaba, deseoso de sentirla. Como me hubiera gustado que las cosas fueran más fáciles y poder expresar cuanto la deseaba, cuanto quería sentirla, abrazarla, besarla, chuparla, pero algo nos frenaba a los dos, quizás el miedo al rechazo del otro, quizás pudor, quizás al engaño a nuestras respectivas parejas, aunque en ese momento todo se volvía turbio, todo era secundario, todo era borroso, menos tú y yo. Se acercó mucho más a mí, yo esperaba ansioso, quería decir cosas como: “nena, quiero follarte”, “quiero que nuestros cuerpos se fundan”, pero esas palabras no salieron de mi boca.
Preguntó por el precio de algo al vendedor del puesto en el que yo estaba y por primera vez oí su voz, cálida, transparente y sensual. Otra vez me observó, le miré y sonreí como diciendo “¿qué hacemos aquí?”, “vayamos a un hotel y hagámoslo”. Tampoco esas palabras salieron de mi boca. De nuevo nos perdimos entre la gente.
Llegué a casa muy excitado, me metí en la ducha, ya desnudo, imaginaba mis manos recorriendo su cuerpo y mi lengua saboreando su piel. Mientras mano empezaba a masturbarme, imaginaba mi boca por sus labios vaginales y como le besaba y mordía los pezones. Tuve un orgasmo profundo que sentí maravilloso, y ella no se apartaba de mi mente. Creo que soy víctima de una hipnosis o algo parecido, quiero quitarla de mi cabeza, pero no puedo. Después de nuestro encuentro en el mercadillo, empezaba a ver claro que aquello era más que casualidad. Cuando comenzó a alejarse, rodeé los puestos sin perderla de vista. No vivía muy lejos de allí, vi como entraba al portal y esperé hasta que vi luz en una ventana. No iba a ser difícil saber cuál era su puerta. Volví a casa y tras intentar leer un libro sin éxito, me metí en la ducha, tan excitado como el día anterior.
Toda esa tarde y el día siguiente lo pasé esperando que llegase el atardecer, imaginando su cuerpo desnudo, como podría ser acariciarlo, besarlo recorriendo todo su cuerpo hasta llegar a su coñito, deslizar la lengua por toda ella, sintiendo su sabor.

Al atardecer, llegué a su casa y me colé en el portal. Me senté en el rellano, en la parte superior, a esperar. Sabía que era una chiquillada y que podía estar esperando durante días, que podía vivir con alguien, que me podía meter en un lío… pero merecía la pena. Después de un buen rato, pude escuchar pasos en la escalera. Una sola persona, era ella. Metió la llave en la cerradura, mientras yo contemplaba sus piernas largas, perfectas, y como la blusa blanca, atravesada por la luz de la ventana de la escalera, transparentaba su sujetador y marcaba la cintura, envolviéndole al mismo tiempo en un halo dorado. Pensé que lo último que podía ser era un ángel, eso seguro. Abrió la puerta cuando la saludé. Dio un pequeño respingo, pero volvió la cabeza despacio. Por la forma en la que me miraba, había reconocido mi voz. No llevaba las gafas de sol y por primera vez podía contemplar sus ojos verdes, que me miraban intentando aparentar indiferencia o sorpresa, aunque un brillo en el fondo le delataba.
– ¿Qué haces ahí?
– Te esperaba.
– ¿Qué quieres?
– Contemplarte un poco más. El bus y el mercadillo me han sabido a poco.
Tal como estaba, apoyándose con un brazo en el marco de la puerta, con las piernas cruzadas y la luz dándole de medio perfil, resultaba irresistible. Por la forma en la que sonreía, vi que se sentía halagada.
– Ah, muy bien. ¿Y qué esperas, que me quede aquí parada toda la tarde para que me contemples? No soy una estatua. ¿Crees que soy como ellas?
– No puedo saberlo, las estatuas del parque están desnudas, no puedo comparar en igualdad de condiciones.
Iba a replicar cuando bajó la mirada durante un instante y después volvió a mirarme con un brillo ambiguo.
– ¿Qué estás insinuando? ¿Estás loco? Ni siquiera te conozco, ni siquiera sé cómo te llamas. Debería meterme en casa y cerrar la puerta de una vez.
– Puedes hacerlo, o puedes…
– Estás loco, definitivamente…
Se giró para entrar, abriendo la puerta del todo. Cuando ya estaba dentro, se dio la vuelta lentamente. Vi que calculaba que en cualquier momento podía cerrar la puerta antes de que yo llegase hasta donde estaba, y me miró, no puedo olvidar esa mirada. A veces me parece que era muy dulce, como si quisiera besarme, y al mismo tiempo salvaje, de animal en celo. Lentamente, dejó caer el bolso al suelo, muy despacio se desabrochó la minifalda, que cayó al suelo sin hacer ruido. Se acariciaba las piernas, sonriéndome con complicidad, haciendo oscilar las caderas, moviéndose despacio, como al ritmo de una música que solo ella escuchaba. Giró hasta darme la espalda, levantando los brazos por encima de la cabeza, y dejándome ver unas braguitas negras que se adherían al culito más bonito que había visto en mi vida. Sin darse la vuelta, giró la cabeza, supongo que para comprobar el efecto que estaba haciendo en mí. Metió la mano por debajo de la blusa y sin quitársela, se desprendió del sujetador, que cayó al lado del bolso y de la minifalda. Se volvió hacia mí, poniendo las manos sobre el pecho, como cubriéndose las tetas, deslizándolas despacio hacia abajo. Cuando sus manos estaban a la altura de la cintura, pude ver que tenía los pezones muy duros, y que se marcaban bajo la blusa.
Tiró de ella hacia arriba y dejó al descubierto sus tetas, redondas y hermosas como las había imaginado. Las acariciaba suavemente, y en su mirada me parecía ver que me decía que me acercara y las acariciara yo. Sus manos bajaron hasta la cintura, recorriéndola primero y después deteniéndose sobre el sexo. Dudó durante un momento y después deslizó un dedo por debajo de la braguita. Muy lentamente, y sin dejar de bailar, me dejó contemplar cómo se acariciaba.

Yo creí que iba a explotar, tenía una erección tremenda y me sentía como si mi polla fuera a romper el pantalón vaquero. Me pareció que ya no aguantaba más, estaba pensando en levantarme e ir hacia ella cuando de repente oímos ruidos de pasos en la escalera. Me asomé hacia abajo y escuché detrás de mí como recogía a toda prisa la ropa y cerraba la puerta. Estaba claro que no podía quedarme allí e hice como que bajaba las escaleras, cruzándome con dos personas que subían. Salí a la calle y miré hacia arriba. Probablemente estaría mirando por la ventana, pero ya no me atrevía a subir otra vez. Volví caminando hacia mi casa, intentando reconstruir lo que había ocurrido, que todavía no terminaba de creer. De pronto se produjo el milagro, cuando el semáforo se puso en verde, alguien me llamó desde un coche, cuando giré la cabeza, no pude más que sonreír y sentirme feliz, era ella, pero esta vez no se iba a escapar.
– Anda sube -me dijo mientras abría la puerta.
Rápidamente subí al coche y sonriéndole con dulzura le dije:
– Hola otra vez.
A partir de ese momento, apenas dijimos nada ninguno de los dos, ella conducía sin saber exactamente dónde ir y yo no dejaba de observarla. De vez en cuando me miraba de reojo mi bulto bajo el vaquero, que delataba mi excitación. Se dirigió a un aparcamiento subterráneo con tres plantas, bajamos hasta la tercera planta donde apenas había cuatro o cinco coches dispersados por el enorme parking. Aparcó en el fondo y apagó el motor.
– ¿Dónde lo habíamos dejado? -me preguntó toda insinuante.
Sin dejar que le respondiera, se fue desabrochando la blusa lentamente hasta quitársela por completo. Sus tetas salieron jubilosas mientras yo iba desabrochando mi camisa. Soltó el botón de su falda y se despojó de ella. Reclinó su asiento y me ayudó a quitarme el vaquero, bajo mi calzoncillo podía verse algo que quería salir y jugar con ella. Me sacó el slip, dejándome desnudo, me observó detenidamente. Me abalancé sobre ella tumbándola en el reclinado asiento, le bajé lentamente las braguitas observando con detenimiento como aparecía todo su cuerpo desnudo frente a mí. Me eché sobre ella y me besó en los labios, después nuestras lenguas jugaron dentro de nuestras bocas y cerrando los ojos hicimos nuestro deseo realidad. Volví a incorporarme y a mirar su cuerpo con detenimiento, su coño bien recortadito y húmedo se me ofrecía apetitoso y abriéndose de piernas, comencé a besarle por el interior de sus muslos, ella cerraba los ojos, pero los volvía a abrir, parecía no querer perderse mi cara metiéndose entre sus piernas.

Mi lengua rozó los pelitos de su pubis y mis manos subiendo por sus muslos y caderas, acariciaron su ombligo llegando hasta sus tetas.
Mis dedos rozaban sus duros pezones y noté como un gran escalofrío recorría su cuerpo. De pronto, con mi lengua llegué hasta su clítoris y chupando sus labios vaginales, logré hacer que se corriera como una posesa, se agitaba mientras agarraba mi cabeza y acariciaba mi pelo. No dejé de besar ni de chupar su sexo, parecía disfrutar mucho haciéndole eso.
Al rato se incorporó y empujándome sobre el sillón cambió las posiciones colocándose sobre mí. Esta vez recorrió ella mi cuerpo con su mirada, al tiempo que acariciaba con la palma de sus manos mi torso y cintura, con sus afiladas uñas apretaba mis tensados músculos. Se echó sobre mí y me besó. De nuevo nuestros labios se mordieron y nuestras lenguas se mezclaron en un profundo beso. Podía notar mi polla deseosa de ser destrozada, la cogió con su mano y empezó a masturbarme. Se arrodilló frente al sillón y la puso cerca de su cara sin dejar de pajearme, y sin dudarlo comenzó a besarme, agarrándola de la base con su mano. Rodeó mi glande con su lengua, con círculos concéntricos.
Su saliva se mezclaba con mis jugos que lamía y saboreaba. Se introdujo toda mi polla en la boca, hasta rozar su garganta, y así permaneció unos segundos, con toda mi verga dentro de su boca. Entonces con suavidad fue sacándola hasta la punta y apretando sus labios volvió a bajar sobre ella. Con una de mis manos acariciaba su culo y ella seguía metiéndose mi polla lentamente en la boca, sintiéndola, disfrutándola. Aceleró el ritmo, yo no quería cerrar los ojos, quería ver su cara y boca devorando mi tiesa polla.
No pude aguantar más el orgasmo y justo cuando sacó su boca y lengua de mi glande, me corrí con fuerza, soltando chorros de leche sobre su lengua, sus labios, su cara, su pelo. Con mi glande golpeó su lengua y aún solté algún chorro que se perdía en su garganta. La agarré por la cintura e incorporándome la besé a modo de agradecimiento. Me sonrió y casi sin hablar, nos dijimos todo con nuestras miradas.
Nos preparábamos para culminar nuestra deseada fiesta, cuando oímos pasos acercándose desde el otro lado del parking. No era cuestión de que nos pillaran en plena faena y vistiéndonos precipitadamente, sin podernos poner toda la ropa, arrancó el coche y salimos de allí como si hubiéramos cometido un terrible delito. Mientras conducía, guardaba silencio, con el sabor de su sexo aún en mi boca. La observaba mientras giraba en los cruces, deshaciendo el camino que habíamos hecho. Sí, íbamos hacia su casa. Íbamos en silencio, sabiendo que cualquier cosa que dijésemos iba a resultar artificial, forzada, fuera de lugar.
Subimos las escaleras, las mismas escaleras en las que hacía solo un rato, había contemplado como se desnudaba para mí. Apenas nos conocíamos y, sin embargo, nos conocíamos desde siempre. Cerró la puerta y cogiéndome de la mano, me llevó hasta su habitación. Aunque no había nadie más en la casa, cerró la puerta, y mirándome, se quitó la blusa. Sus tetas, redondas y pesadas, preciosas, hechas para ser acariciadas y besadas, aparecieron ante mí, ahora sin prisas.

La cogí suavemente por la cintura y la acerqué hasta la cama, la misma cama en la que dormía todas las noches, y la hice tumbarse. La besé despacio, había esperado mucho ese momento, y lo disfruté con calma, bajando después, sin dejar de besarla, por su cuello, hasta su base. Levante la cabeza para preguntar.
– Sé que esto va a sonar extraño, pero, ¿cómo te llamas?
Al responder, su voz sonó mimosa, casi soñolienta.
– Cris, ¿y tú?
– Quique. Te adoro, Cris.
Continué bajando, encontrando uno de los pezones, rosado, ligeramente duro, irresistible, lo besé, lo lamí, rodeándolo con mi lengua, sintiendo su forma, mientras la escuchaba respirar un poco entrecortadamente. Seguí bajando, dejando un pequeño rastro de saliva, hasta encontrar su ombligo, pequeño y delicioso, como si fuera un pequeño guardián del tesoro que me esperaba un poco más abajo. Levanté la cabeza para contemplarla, tenía los ojos cerrados, la piel ligeramente cubierta de sudor, la boca algo entreabierta… Estaba irresistible. En aquel momento el mundo podía haberse hundido tras de mí, porque yo no me habría enterado. Continué bajando, un mechón castaño, muy suave, que recorrí hasta humedecer, guardaba su chochito. Hundí mi cabeza entre sus piernas, mezclando mi saliva con sus jugos vaginales, sintiendo los labios, buscando su clítoris con la lengua, emborrachándome con el olor y el sabor, sintiendo como acariciaba mis hombros y mi pelo.
– Vamos, no puedo esperar más, quiero tenerla dentro. ¡Métemela!
Terminó de desnudarme y cogió mi polla con la mano, sintiéndola, acariciándola. Penetrarla era lo que más deseaba. Subí, dejando que su mano me guiara, y la besé al mismo tiempo que entraba dentro. No sabía quién era, no me importaba, solo sentía que me fundía dentro, sintiendo mi polla cada vez más dura, y a ella debajo, jadeando, mirándome, besándome. Se abrazó a mí obligándome a que girásemos unidos, hasta quedar debajo de ella.
Colocando sus manos sobre mis hombros, se erguió, mostrándome sus tetas, que oscilaban mientras subía y bajaba sobre mi polla. Sentí como los músculos de su vagina me sujetaban, exprimían, sentía que no iba a durar mucho, mientras el ritmo de su respiración aumentaba, poco a poco, hasta que sentí que se corría sentada sobre mí, la vi sobre mí, con los ojos cerrados, esos ojos verdes que había perseguido, sudando, acariciándose los pechos con las dos manos, deshaciéndose sobre mí, al mismo tiempo que yo explotaba, sin poderlo resistir más, sintiendo como chorros de semen chocaban contra las paredes de su vagina.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, juntos, fundidos en sudor, el uno sobre el otro, sin separarnos, contemplándola dormida sobre mí, acariciando lentamente su pelo húmedo, hasta que acepté que tenía que marcharme. La última imagen que tengo de ella, es dormida, desnuda, en su cama. No sé si volveremos a vernos, porque a los pocos días tuve que marcharme y ahora vivimos en ciudades diferentes, pero espero que algún día nos volvamos a encontrar…
Un abrazo.

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