Relato erótico
¿Intercambio? … proximamente
Accidentalmente conocieron a sus vecinos. Una pareja joven, atractiva y muy lanzada. Tuvieron un encuentro sexual muy placentero y nos lo cuenta con todo detalle.
Joana – BARCELONA
Amiga Charo, te recuerdo que desde hace unos meses, estoy conviviendo con Pedro, mi pareja actual, en un bonito piso cerca de la Universidad. Mi nombre es Joana, tengo 28 años y después de un largo tiempo saliendo de forma estable, hemos decidido disfrutar de nuestra relación viviendo bajo el mismo techo.
También te conté como conseguimos ligar con Daniel, nuestro vecino, y su amiguita María, acabando mi relato en el momento en que el chico se acoplaba a mi trasero, apretando y restregando su paquete contra mis nalgas mientras, me rodeaba con sus brazos y, me atrapaba por los pechos con ambas manos. María me guiñó el ojo y lanzó una risa nerviosa y excitada, se apretó a mí de tal forma que mi cuerpo quedó como un el relleno de un bocadillo entre los dos. Ella comenzó a besar a Daniel que inclinaba la cabeza por encima de mi hombro.
Daniel se había desprendido de su batín, luego me quitó la faldita que llevaba dejándome solo con un tanga negro y el top que cubría mis tetas. Todo el poderío de su torso se dejaba sentir sobre mí, por arriba su musculosa tenaza y más abajo sentía la dureza de su virilidad entre mis glúteos. Pronto sus largos dedos se precipitaron por mi monte de Venus, se abrieron paso, apartando el triángulo de tela para dibujar con sus yemas el trazado de mi hendidura depilada y húmeda. María, entonces, viendo que yo estaba muy salida, se separó de nosotros y se dispuso a marcharse.
– Me voy al salón con Pedro, para ir poniéndolo a tono – dijo al salir.
– Sí, María, sorpréndele y comienza la fiesta con él. Después nos reuniremos – balbuceé
Al quedarme a solas con Daniel pude liberar mis ansias, me volví de cara a él y observé que debajo del calzoncillo tenía un enorme bulto que estaba a punto de reventar y llegaba hasta su cinturilla. Me besó en la boca, invitándome con su lengua caliente a intercambiar nuestra saliva. Deslicé mi mano a su entrepierna y agarré todo su paquete que estaba en ebullición, a juzgar por una pequeña manchita que tenía en la tela. No pude contener más mis impulsos y metí la mano. Luego, le bajé el calzoncillo hasta las rodillas y Daniel se quedó con su imponente desnudez, su polla muy tiesa, que se movía cimbreante en el aire por las palpitaciones de su excitación.
Él adelantó su pelvis desafiante y me presentó su arma enrojecida y tiesa como un garrote. No pude por menos que aceptar su invitación y disfrutar de tan rico manjar. Me incliné todo lo que pude y busqué con mi boca el amoratado capullo, apenas me cabía, le hice unas breves e intensas mamadas y después le lamí el tallo de arriba a abajo, hasta que empezó a bramar como un verraco en celo.
– ¡Oooh… aaaah…! – rugía Daniel.
Me arrancó el tanga de un tirón y me agarró por las nalgas levantándome hasta tener mi chocho a la altura de su polla. Abrí las piernas abrazándome a él y empotró su verga caliente en mi coño inundado y bien lubricado, entrando y saliendo en frenético movimiento.
Después de unos minutos, desenvainó su polla y en brazos como me tenía, me llevó hasta una mesa de la cocina que estaba junto a nosotros. Me sentó sobre el borde de la mesa, me abrió las piernas y dejó mi coño expuesto, se inclinó sobre mí, y abriéndome las piernas como un compás, metió su cara sobre mi sexo y una lengua de fuego comenzó a moverse como una pequeña víbora.
Yo me retorcía, agitando mis piernas por la tortura de tanto placer inacabado. Sus sabias maniobras linguales fueron elevando mi excitación y en pocos minutos sentí el primer orgasmo.
Continuó dibujando su mapa de placer sobre la piel de todo mi cuerpo, me incrustó un beso denso y largo en la boca y metió su durísimo miembro, insertó la cabeza en la entrada de mi raja y con una firme estocada me lo clavó en varias etapas, entraba suave, muy suavemente, vibrando dentro del brasero de mi sexo. Luego se inclinó sobre mí, besó, lamió y mordió mis pechos tensos y palpitantes por la excitación, mientras su verga hostigaba mi coño en llamas.
Nuestra cópula era perfecta y empezamos a vocalizar nuestro frenesí, con rugidos y gemidos, cada vez mas altos hasta que Daniel no pudo reprimir una explosiva corrida, irrigando mi coño con su primera leche del día. Yo me abracé a él para que siguiera empujando su tronco, se sentía ahora menos contundente, pero pude encontrarle un ángulo de roce más directo sobre mi clítoris y pronto me llegaron las convulsiones de un trabajado e increíble orgasmo.
– ¡Mi amor, que corrida más bestia! – dijo él, suspirando satisfecho, extrayendo su pene, bajándome de la mesa y dándome un abrazo, cogiéndome por el culo con su mano – Para empezar no ha estado nada mal, ¿eh? – añadió acariciándome el mentón con la otra mano.
– Ha sido fabuloso Daniel… ¡Que morbo tiene esto! – respondí animada.
– Ahora vamos a buscar a María y a Pedro que también estarán haciendo de las suyas – añadió él.
Entre tanto lo que había ocurrido en el salón es que María se había dirigido allí, en busca de Pedro, para cumplir su misión. Antes de entrar, se procuró un pañuelo de seda y avanzó sigilosamente por detrás de Pedro, que estaba repantigado en el sofá. Sin que él se diera cuenta, llegó y le puso el pañuelo sobre los ojos, atándoselo por detrás de la cabeza. El se dejó llevar por la sorpresa y siguió el juego.
– A ver… ¿quién será? – se interrogó a si mismo.
Tal como se había imaginado, juraría que no era Joana la que estaba junto a él, lo cual quería decir que estaba entretenida con alguien en otro escenario de la casa y que ellas habían puesto en marcha una sesión de intercambio. Se dejó llevar con naturalidad, sin hacer preguntas, como si estuvieran haciendo algo habitual.
María se había pegado al respaldo del asiento y enredaba sus dedos entre el cabello de Pedro, mientras con la otra mano le acariciaba la nuca suavemente. El giró su torso, sentado como estaba, y se puso de frente. Orientado por la respiración y el aroma del cuerpo de ella, calculó su posición, extendió sus brazos y sus manos se encontraron sobre los senos de María. Sintió entre sus manos unos pechos tiernos y turgentes, perfectamente modelados, que latían al contacto de sus dedos. Ella hizo por escabullirse y dando la vuelta se sentó al lado de Pedro, muy pegada a él. Luego ella, que dominaba la visión, le cogió la cabeza y puso sus labios sobre los de él, atornillándose en un beso profundo y mojado, con sus lenguas de fuego abrasando cada rincón de sus bocas.
Pedro sintió que el volcán de su preconcebido deseo se había puesto en erupción. La realidad de tener entre sus brazos a la princesita de su vecino, dispuesta a ser suya, le embriagaba de gusto y le entorpecía la razón. No sabía por donde empezar, intentó quitarse el pañuelo y liberar su vista, pero ella se lo impidió diciéndole que no, que era una condición que salvaría ella cuando creyera que había llegado el momento. Las manos de Pedro se deslizaron impacientes, tanteando el cuerpo próximo de María y atinaron a meterse por debajo de la camiseta que ella llevaba puesta. Acariciaba sus ricas tetas, con un deleite inusual al sentir que sus dedos aferrados a los endurecidos pezones, estaban haciendo efecto sobre ella.
María, fustigada por la calentura, agarró la camiseta que él tenía puesta y tiró de ella hacía arriba, sacándosela por su cabeza. Así pudo masajear con destreza el torso velludo de Pedro y dejar caer sus pequeñas manos mas allá de ombligo, posándolas sobre su hinchado paquete, comprobando con una risita maliciosa que allí dentro había una auténtica pieza de artillería dispuesta para ser usada. El, al sentir el contacto de sus finas manitas sobre su sexo, se desabrochó el cinturón y de un brusco tirón se bajó los pantalones hasta los pies, quedándose en un pequeño calzoncillo tanga, que apenas cubría su polla tiesa, a punto de asomar por el extremo de arriba.
En esta situación, él continuó despojándola a ella primero de su estrecha blusa, después la sacó su pantaloncito y el tanga, palpando vorazmente la desnudez que iba descubriendo y su mano, sin tregua, se deslizó en busca de la deseada gruta del placer. Le rozó el interior de los muslos con la yema de los dedos y ella se abrió instintivamente para que sus dos primeros dedos llamaran a la puerta de aquel brasero que ardía y exhalaba una rica aroma de hembra joven y encelada.
Al frotar suavemente su coño, un poco abierto por la excitación que la embargaba, e introducir sus dedos en su húmedo portal, frotando cuidadosamente de norte a sur, María se estremecía de gusto, retorciéndose sobre el sofá.
Ella sintió con urgencia un fuerte deseo de albergar entre sus piernas la potente verga de Pedro, le retiró el calzoncillo y asió la tiesa polla que él tenía en una increíble erección, prácticamente pegada al vientre. Ahora era María la que llevaba el mando, agarrada a la pértiga de Pedro, como si fuera un preciado tesoro que no quería que le quitaran por nada del mundo. Intentó pajearlo suavemente, pero no pudo resistir la tentación de llevarlo a su boca y dispensarle una devota mamada, primero delicadamente y después con embeleso, le iba lamiendo el tallo en todas las direcciones.
Él no quería ser menos y procedió a corresponderle como merecía. Se inclinó bruscamente sobre su coño, enfiló su lengua ardiente sobre la pequeña protuberancia y comenzó a restregarla hábilmente, hasta notar que iba endureciéndose y creciendo un poco más.
Del coñito de María manaba una abundante humedad y ella casi se ahogaba, respiraba con fatiga y falta de oxígeno. Pedro, al ver que ella había perdido el control, se deshizo del pañuelo para contemplar a su rica hembra, preparada para completar la primicia de su copulación. La tomó por la cintura, la hizo sentarse sobre él, de forma que se acoplara sobre su mástil enhiesto que apuntaba al techo, para con un ligero tanteo notar que tenía el glande entre sus labios y de un decidido empellón le deslizó todo el largo de su polla hasta el fondo.
Ella de cara a él, abrazada a su cuello, ensartada completamente, se removía como si estuviera cabalgando y él le impulsaba terribles embestidas con su pelvis. Después de unos minutos agitándose un cuerpo sobre el otro, Pedro sintió un violento estremecimiento y eyaculó abundantemente, en dos o tres sacudidas que expulsaron todo su semen en las entrañas de María. Ella siguió aún unos segundos aferrada a la verga, que parecía disminuir por momentos y antes de que su dureza hubiera desaparecido aún pudo llegar a un delicioso éxtasis, en medio de contracciones convulsas, electrizantes, en su zona genital.
Daniel y yo llegamos al salón, en el preciso momento en que nuestras respectivas parejas estaban jadeantes, entre gruñidos y gemidos, gozando de los últimos estertores de su orgasmo. Nos sentamos juntos los cuatro y mientras tomábamos una copa más, vinieron las confesiones más o menos sinceras, sobre las sensaciones que nos habían quedado después de la experiencia vivida con el cambio de papeles. No entramos en detalles para no crear malos rollos y al final decidimos, por unanimidad, que debido a la intensidad de nuestra primera sesión, no íbamos a prolongar más actos por esa noche.
Quedamos en organizar otro encuentro el siguiente fin de semana, para hacer el intercambio rotatorio los cuatro en la misma cama, introduciendo en nuestro próximo banquete sexual variantes más incitantes y creativas. De nuestros futuros lances espero seguir narrando las incidencias en forma de un nuevo relato.
Pedro y yo, poco después, regresamos a nuestra casa y reconocimos que el morbo y la improvisación de ésta práctica eran muy estimulantes, nos pusimos a hablar sobre los pormenores de lo sucedido y sin darnos cuenta, nos fue subiendo la temperatura, hasta que concluimos en un polvo largo, indescriptible, que esa noche tenía un sabor especial y fue sin duda el mejor desde que empezamos a disfrutar juntos de nuestra sexualidad.
Nos felicitamos por haber encontrado a esta pareja tan simpática, atractiva y compenetrada con nosotros para poder gozar en increíbles y locas noches de maravilloso erotismo. No se podía pedir más, considerando que teníamos una mina de oro a pocos pasos de nuestra casa.
Saludos de todos.