Relato erótico

Intercambio de “papeles”

Charo
5 de junio del 2018

Son hermanas y siempre se han llevado muy bien. Cada noche hablan de sus cosas, y también de cómo les van las relaciones con sus respectivos novios. Aquella noche, su hermana le preguntó una cosa que les llevo a una situación muy especial.

Ana – Gerona
Me llamo Ana. Mi hermana Noemí y yo siempre lo hemos compartido todo, desde nuestra ropa, incluyendo las prendas íntimas, hasta los secretos más inconfesables. Cada día al llegar a casa por la noche nos sentábamos en la cama y nos relatábamos lo acontecido en todo el día: Nuestros encuentros amorosos con nuestros respectivos novios y todas las intimidades habidas y por haber. Todo lleno de morbo, poniéndonos más calientes de lo que veníamos. Yo le hablaba de Juan Carlos, mi novio… y ella a mí del suyo, Alfonso.
Una noche Noemí estaba diferente y me sorprendió en el momento que me pidió algo a lo que no parecía atreverse.
– Ana, quiero pedirte un favor – me dijo.
– Dime.
– No, no sé como pedírtelo.
– Vamos Noemí, no seas tonta, ¿acaso te he negado alguna vez algo? – le pregunté.
– No Ana, ya sé que no, pero…
– Venga, ¿me lo cuentas o qué?
– Vale, pero no te enfades. Es que siempre hablamos de nuestros chicos pero tengo una duda: ¿Cuánto le mide la polla a Juan Carlos?
– ¿Cómo?
– Joder, lo que oyes.
– Pues no tengo ni idea, pero… ¿por qué te interesa eso, Noemí?
– Pues porque Alfonso la tiene gigante y él dice que es normal, pero no sé, no he medido otra y no puedo saberlo, yo creo que es enorme y él insiste en que no.
Al final decidimos que les mediríamos la polla y nos lo contaríamos.
El resultado resultó prometedor: 17 centímetros, desde la base que tocaba sus huevos hasta la puntita. Pero cuando Noemí me dijo la suya, no me lo podía creer.
– ¿20 centímetros? Venga ya, Noemí… – dije incrédula.
– En serio, es cierto.
En ese momento nos miramos y tras un breve silencio nos reímos a carcajadas… aun sabiendo que solo era como una especie de chiste. Sin embargo fue mi hermana la que propuso proveerme de la prueba a través de una foto siempre que yo cumpliera mi parte y le trajera la foto del aparato de mi novio.
Podemos seguir compartiendo la información, pero para salir de dudas, de verdad, tendríamos que verlas.
– Pero ¿En carne y hueso?
De nuevo nos partimos de risa, con esa ocurrencia de Noemí… sin embargo, estaba convencida que esa idea nos excitaba a ambas y la curiosidad podía más que nosotras.

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– No me apetece mucho la idea – decía ella sin demasiado convencimiento por su parte.
– Tengo un plan.
Noemí me miraba con los ojos como platos, sabiendo que mis invenciones siempre eran impetuosas, pero su intriga por comprobar de primera mano, lo que parecía evidente en las fotos, podía con ella y desde luego conmigo también.
– ¿Cuál es ese plan, a ver…? – me preguntó más que interesada.
– Muy fácil, como el fin de semana que viene nos vamos los cuatro a la nieve, podemos montárnoslo en el hotel.
– Sí, claro, en habitaciones separadas… hija, no sé cómo.
-Tenemos que ponernos de acuerdo hermanita. Les atamos las manos a la cama, les tapamos los ojos con una venda y les decimos que vamos a jugar a la gallinita ciega, luego quedamos a una hora y cuando estén a tope, después de que les hayamos hecho unos cuantos juegos eróticos, hacemos rápidamente el cambio de habitación y durante 5 minutos tendremos tiempo más que de sobra de comprobar si tenías razón.
– Trato hecho, Ana.
Seguimos con el plan. Fuimos al hotel. Media hora antes de la medianoche, ya tenía a Juan Carlos tumbado en la cama, sorprendido de ese juego lascivo de atarle y de estar a mi merced, con sus manos firmemente atadas al cabecero sin posibilidad ninguna de soltarse y un buen trozo de tela cubriendo sus ojos y casi toda su nariz, para que no hubiera ninguna rendija de luz. No quería imaginar que todo se fuera al traste por una tontería.
Puede que todo hubiera llegado demasiado lejos ya, pero la cosa no parecía querer detenerse, al fin y al cabo, a modo de consuelo pensábamos que era la demostración de las mediciones previas.
Después de lamer a mi chico su pecho, su ombligo, parte de sus muslos y jugar con mi nariz y mis labios en su miembro, conseguí dejarle el mismo en su máxima expresión, exultante, vigoroso, cimbreante y a la espera de que terminara la faena de un momento a otro.
Dieron las doce en punto y abrí la puerta de mi habitación con sumo cuidado, dejándola entreabierta, esperando que mi hermana hubiera hecho lo propio al otro lado del pasillo.
Apenas unos segundos después apareció Noemí vestida, al igual que yo, como también habíamos planeado, con un camisoncito corto. Ahora quedaba la prueba de fuego y comprobar los tamaños respectivos de los aparatos de nuestros novios. Nos hicimos la señal de silencio y le recordé al oído, una vez más, que solo se podía mirar… nada de tocar. Nos sonreímos y en ese instante mi novio, cansado de esperar con su verga en ristre, pronunció mi nombre:

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– Ana, ¿qué pasa? ¿Por qué has parado?
Le di un empujón a mi hermana y esta se subió a la cama para que él notara que el juego continuaba. Los ojos de Noemí no se apartaban ni un momento de la verga de mi chico. Sin más demora, algo temerosa y nerviosa a la vez, acudí a la habitación de ella, donde me esperaba la sorpresa. Cuando me acerqué a la cama comprobé ya desde lejos que ella no me había mentido en lo más mínimo. Ante mis ojos, desnudo, al igual que mi chico, se encontraba Alfonso con su polla apuntando al techo y con un tamaño evidentemente muy superior al de Juan Carlos. Me subí rápidamente a la cama para que notara que su supuesta novia seguía allí jugando, pues ya se le veía nervioso esperando más acción.
– Venga nena, cómemela ya… – dijo de pronto.
Esas palabras dichas así, como quién no quiere la cosa, son muy fuertes y claro, la tentación es superior a todo lo demás. Primero pasé mis manos por sus musculosos muslos, hasta que me topé con sus huevos, los rocé ligeramente y después con mis dedos, jugando con ellos.
– Joder nena, que bien, sigue, preciosa. – repetía él.
Evidentemente yo no podía hablar, tan solo seguir admirando como esa verga de 20 centímetros me llamaba a gritos. Era impresionante. En otro momento hubiera dicho que tres centímetros no llevan a ninguna parte, pero en ese instante, creo que significaba el viaje al paraíso. A pesar de que habíamos hecho el trato de no tocar el miembro de nuestros respectivos cuñados, no pude evitarlo, algo me llamaba a cogerla en mi mano y aun dudando unos segundos, así lo hice. Era una maravilla… la más grande que había tenido la suerte de ver en mi vida, incluyendo las de las películas porno y ahora estaba entre mis dedos. Casi instintivamente comencé a subir mi mano y a bajarla agarrando firmemente ese trozo de carne palpitante. Era una delicia, tan dura, tan grande… Alfonso gemía con mi paja y sus suspiros aun me ponían más caliente, por lo que aceleré el ritmo. Era algo inconsciente pero tremendamente excitante.
De pronto me entró el remordimiento recordando lo convenido con Noemí y me desenganché de aquella tranca, casi como si fuera una culebra venenosa y chistosamente así lo parecía, pues se mecía como una cobra a punto de atacar después de haberla soltado de mi mano tan de repente.
Salí de aquel lugar, temerosa de mi misma y avergonzada por haberle hecho la faena a mi hermana, tocándole el enorme miembro a su chico, algo que habíamos acordado firmemente no hacer.

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No sabía si sería capaz de perdonarme ese pequeño impulso, pero cuando llegué a mi habitación, la escena con la que me topé borró todas mis dudas. Mi novio seguía tumbado en la cama atado, pero mi hermana ya no estaba como yo la dejé, sentada al borde de la cama, sino arrodillada a los pies de Juan Carlos y comiéndole frenéticamente la polla con toda la pasión. No podía creerlo ni aun viéndolo con mis propios ojos. Mi primera intención debía haber sido gritarle “pedazo de puta, saca la polla de mi novio de tu asquerosa boca”, sin embargo no salió nada de eso, sino un pensamiento lascivo y morboso de ver como su lengua y sus labios le hacían una felación de bandera, ante la inocencia de mi chico, que parecía estar gozando como un enano.
Entonces me acordé de lo que tenía al otro lado del pasillo y eso me dio aun más morbo y más calentura. Presurosa y caliente me dirigí hasta allí y de un golpe me subí a la cama ubicándome entre las piernas de Alfonso. No me faltó tiempo para engullirle la polla, repitiendo lo que acaba de observar en mi habitación de la mano de mi hermana o mejor dicho de su boca… Y una verga como la que tenía delante, no se ve todos los días, por lo que no me costó devorarla como si me la estuviese comiendo mamándosela con todas las ganas. Mi boca la tragaba con deleite. Alfonso gemía cuando mis labios se apretaron contra su gigante miembro. Y me excitó sobremanera cuando al hacerlo le oí pronunciar el nombre de mi hermana.
– Sí, sí, Noemí, joder como la chupas… lo haces como nunca…
Mi boca y mi lengua querían agradecérselo y la única forma era seguir callada, pero chupando con avidez aquel regalo que tenía delante y que era la polla más grande del mundo.
Volví a pensar en mi hermana, intentando poner un poco de orden a toda esa locura y salí corriendo de nuevo hacia mi habitación, intentando parar lo imparable… como así fue, pues al llegar de nuevo me encontré con la estampa más inimaginable: mi hermana de espaldas a mí, completamente desnuda se estaba metiendo la polla de mi novio hasta lo más hondo de su coño y apoyada en su pecho le estaba cabalgando como una pertinaz amazona, mientras yo, sin poder volver a pronunciar palabra y excitada por la escena y por los jadeos de ambos, regresé al otro cuarto, donde tenía esperándome una gigante columna del placer que anhelaba seguir devorando con gusto.
– Noemí, vamos, nena, quiero follarte – decía Alfonso ciego con su venda tumbado en aquella cama sin saber que no era su novia, la que abordaba nuevamente su miembro, sino su cuñada hambrienta y cachonda.
Me quité el camisón y copiando la postura de Noemí, me subí sobre el cuerpo desnudo de su chico disponiendo mi coño abrazando su polla. La tomé entre mis dedos, la orienté a la entrada de mi sexo caliente y me la clavé hasta que me hizo derramar lágrimas de gusto.

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Comencé a cabalgar a mi cuñado y a follármele sin importarme nada más, solo cabalgar sobre ese miembro duro y tan grande que se iba colando una y otra vez y llenándome completamente. Intenté no gemir, pero fue imposible, más aun oyéndole a él, como también gozaba de aquel polvazo y creo que no se daba cuenta del canje, porque al estar atado, no percibía las distancias. Aunque me hubiera gustado durar más tiempo, no tardé en correrme, casi sin poder catar en condiciones aquello que era la cosa más extraordinaria del mundo dentro de mí, ni cuando él también me inundó con su semen caliente en mi interior, en varios potentes chorros que notaba arder en lo más profundo de mi vagina.
Me levanté temblorosa y cuando volví la vista me topé con los ojos de mi hermana que nos había estado observando en esos últimos instantes de nuestra espectacular sesión de sexo salvaje…
Ambas sonreímos, sabiendo que era imposible haberse contenido teniendo delante el pecado más deseado. Naturalmente que casi no hubo palabras entre nosotras y ambas sabíamos que había sido inevitable romper las reglas.
Solo un abrazo de nuestros cuerpos desnudos selló nuestro compromiso de perdonarlo y de haber hecho una locura que ambas deseábamos más de lo imaginado.
Volví a mi habitación y cuando le solté la venda y las cuerdas a mi chico, me miró de una forma muy tierna y solo me dijo:
– Gracias cariño, ha sido genial.
Follamos como locos e imagino que mi hermana hizo lo propio con su chico, experimentando la sensación más increíble que ninguna hubiéramos imaginado, el intercambio prohibido, sin que los chicos se hubieran enterado. Bueno, al menos, nunca supimos si se dieron cuenta, ni tampoco quisimos saberlo, tan solo recordarlo nosotras y experimentar la sensación más extraña y morbosa del mundo.
Saludos para todos.

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