Relato erótico
Intercambio de maridos
Trabajaban juntas y a veces fantaseaban con la idea de intercambiarse los maridos, mejor dicho, la que fantaseaba era su compañera. Ella no se acababa de decidir. Su amiga le dijo que podía cenar juntos y dejar que la noche por si sola “funcionara”.
Ángela – Huelva
Conocía a Maite desde hacía mucho tiempo, somos compañeras de trabajo, ella es una chica joven de 30 años, de pelo largo moreno, de grandes pechos y muy hermosa. Yo soy algo mayor, pues tengo 38 años, soy morena, tengo el pelo corto y aunque no deba decirlo yo, también soy bastante atractiva. Las dos estamos casadas y siempre habíamos comentado en broma que a ella le gustaba mi marido y a mí el suyo. Ella es mucho más liberal que yo y siempre que puede saca el tema del sexo en sus conversaciones y aprovecha para hacerme comentarios en broma sobre hacer intercambio de parejas, sin embargo, yo no le hago caso, pues aunque la idea me excita, mi educación y el no saber como reaccionaría mi marido me hacen desistir.
Hace días ella volvió a hacerme la misma proposición que, por supuesto, yo no me tomé en serio y le contesté que mi marido no lo admitiría. Sin embargo ella insistió y me propuso una solución. Podríamos quedar a cenar en mi casa o en la suya los cuatro y luego ya veríamos como evolucionaba la situación. Todo sin compromiso. A mí me pareció bien y la invité el fin de semana.
Cuando abrí la puerta el sábado, me quedé asombrada. Maite llevaba un vestido súper ajustado que marcaba su figura y hacía que sus pechos aparecieran aún más grandes de lo que son y para rematarlo su escote era tan grande que casi podía verse su ombligo. Saludé a Carlos, su marido, que llevaba un traje y que estaba realmente atractivo, y los hice pasar al salón, allí le presenté a Juan, mi marido, pues él y Carlos nunca habían coincidido y no se conocían.
Mi marido no apartó la mirada de los pechos de Maite durante toda la cena y Carlos no dejó de mirarme a mí, que aunque no llevaba un vestido tan ajustado como el de mi compañera, mi blusa blanca dejaba entrever mis duros pezones. Durante la cena hablamos de todo, y al final terminamos hablando de sexo. La cosa subió tanto de tono que yo llegué a estar totalmente mojada, tanto que tuve que acariciarme por debajo de la mesa, cosa que creo que también hizo Maite.
Terminada la cena yo me levanté para recoger la mesa pues necesitaba calmar mi calentura, pero mi sorpresa fue que Carlos se ofreció para ayudarme. Al entrar en la cocina yo fui a dejar los platos en el fregadero y sentí como él se acercaba a mi espalda, me abrazaba y comenzaba a besarme el cuello y tocarme los pechos. En otra situación no lo hubiera permitido, pero me gustaba tanto y estaba tan caliente que le dejé hacer. Me apartó a un rincón de la cocina y allí nos besamos introduciendo nuestras lenguas en la boca. Él me agarró por el pelo y haciendo fuerza me hizo poner de rodillas delante de él, con su otra mano bajó la cremallera de su pantalón y sacó su enorme rabo que comenzó a pasar por mis labios con la intención, por supuesto, de que lo chupara. Yo nunca había hecho eso, aunque lo había visto hacer en las películas y no debía ser muy difícil.
No tuvo que insistir mucho, abrí la boca, la introduje entera y le hice la mejor de las mamadas que yo podía hacer y a él pareció gustarle porque al poco tiempo descargó su leche espesa en mi cara y boca. Me levanté y limpié mi cara con una servilleta y salimos fuera de la cocina como si nada hubiera pasado.
Al llegar al comedor me encontré con lo que menos me esperaba. Maite estaba de rodillas haciéndole una mamada a mi marido. Carlos no pareció sorprendido, pero yo sí. Nos quedamos un instante contemplando la escena sin que ellos se percataran de nuestra presencia. Maite de rodillas lamía y recorría con su lengua el largo instrumento de mi marido, mientras él agarraba su cabeza haciendo un movimiento como si estuviera penetrándola. Cuando Juan me vio, se asustó y me miró como diciendo “no sé cómo ha ocurrido”. Pude ponerme histérica y haberle gritado pero después de lo que yo había hecho y de lo caliente que estaba, la situación me gustó.
Cuando reaccioné hice lo único que me pareció correcto, me arrodillé y comencé a chupar la polla de mi marido compartiéndola con Maite. Ella al verme me besó, fue un beso húmedo por la cantidad de saliva que tenía en su boca después de chupar la polla de Juan. Carlos se agachó a nuestras espaldas y nos levantó el vestido hasta la cintura a las dos. Maite no llevaba bragas pero yo sí, aunque eso no fue un impedimento puesto que mis braguitas rojas fueron quitadas de inmediato con mi ayuda.
Carlos comenzó a chuparnos el coño y el culo a las dos. Nunca había sentido nada igual, era la primera vez que sentía una lengua en mis partes más íntimas. Maite y yo chupábamos la polla de Juan al unísono y un reguero de saliva caía por su duro rabo hasta sus huevos. Cuando Carlos nos hubo humedecido bien a las dos, agarró su polla y me la clavó en el coño hasta los huevos. Comenzó a bombearme con fuerza y yo creí morirme de gusto.
No sé si por nuestra mamada o por la imagen de verme penetrada por otro hombre, pero Juan no aguantó más y se corrió en nuestras caras llenándonos de su cálido esperma. Nunca había visto a mi marido soltar tanta leche. Después de su descarga, mi marido se retiró a una silla para seguir observando la escena mientras Maite se colocó delante de mí con sus piernas abiertas al máximo y con la intención, supongo, de que le comiera su precioso chochito. Estaba totalmente afeitado y se veía riquísimo. Yo no soy lesbiana como supondréis y nunca se me había ocurrido ni siquiera pensar en tener sexo con una mujer, pero en esta situación y con un chochito tan lindo y limpio, no pude evitar la tentación y me lancé a chuparlo con ganas. Su sabor era estupendo y su olor embriagador.
Yo estaba en éxtasis, solo chupaba y chupaba mientras recibía embestidas de Carlos con gran fuerza que me producían orgasmo tras orgasmo.
Mi marido contemplaba la escena sentado esperando a que su polla se recuperara, cosa que ocurrió rápidamente. Cuando su polla estuvo bien dura se levantó y fue a por Maite que, viéndolo, le ofreció todo su culo colocándose a cuatro patas. Juan colocó la cabeza de su polla en la entrada del ano de Maite y despacio, pero con fuerza, comenzó a metérsela. Se veía que Maite era toda una experta, que lo había probado todo porque la polla entró sin ninguna dificultad en su trasero. Ella estaba frente a mí y a cada embestida de nuestros maridos aprovechábamos para besarnos.
Carlos sacó su polla de mi rajita e intentó meterla en mi ano, me hizo mucho daño y grité. El apartó su polla de mi trasero e hizo intención de volver a meterla en mi coño:
– ¿Qué haces? – pregunté yo – ¡Métemela en el culo… vamos… métela!.
El volvió a intentarlo y con gran dolor consiguió que fuera entrando centímetro a centímetro.
– ¡Eso es sigue… empuja… métela… no te pares… fóllame… aaah…! – yo gritaba casi sin control.
Mi marido follaba sin dificultad a Maite, que a veces me miraba y me sonreía con picardía. Al acabar, Maite se levantó y se acercó a mi diciéndome:
– Ven, colócate boca arriba.
Yo la obedecí sacando la polla de Carlos de mi culo dolorido. Ella se colocó encima de mí formando un 69 y en esta posición Carlos me penetró por mi rajita mientras Maite lamía la polla de su marido y mi coño cada vez que entraba y salía. Juan, por su parte, se la metió a Maite en su coño mientras yo chupaba su polla y el coño de mi compañera.
– Cuando os vayáis a correr avisarme, no quiero que se pierda vuestra carga – dijo Maite a los dos hombres.
Después de unos minutos de follada, Juan estaba ya apunto y avisó a Maite:
– Me voy a correr… Maite… ya… ¡Date prisa!.
Ella se levantó y fue a la mesa, cogió un plato y lo acercó a la polla de Juan, él se corrió sobre el plato llenándolo con su espeso semen. A continuación Carlos se acercó a su mujer y ella colocó el plato debajo de su pene que empezó a disparar grandes chorros de esperma sobre el plato mezclándose con el que había soltado mi marido. Cuando acabó Maite colocó el plato en el suelo y me lo ofreció. Lo entendí enseguida y me puse muy caliente.
Me lancé sobre él como una gatita con hambre y empecé a lamer el contenido del plato. Ella se unió a mí y entre las dos lamimos hasta la última gota de semen que había en él. Nuestras bocas y lenguas se juntaban en el plato entre un baño de esperma que mojaba nuestros labios y cara.
Fue algo increíble, acabé agotada sucia y sexualmente saciada. Desde entonces los fines de semana no son lo mismo, solemos quedar todos y cenar unas veces en mi casa y otras en la suya.
Ahora estamos pensando en incluir alguna pareja más o una mujer más, ya veremos, pero eso ya es otra historia.
Besos, querida amiga.