Relato erótico
Instintos irrefrenables
Nunca se hubiera imaginado que gracias a su trabajo haría nuevos “amigos”. Aunque está casada reconoce que, en ocasiones, es difícil resistirse a los “instintos”.
Patricia – MADRID
Amiga Charo, me llamo Patricia, tengo 31 años, mido 1,64 y peso 57 kg. Soy rubia, pelo liso, melena larga y ojos pardos. Uso gafas, pero llevo unas gafitas pequeñas que me dan un aire muy intelectual y mis amigos me dicen que me hacen muy interesante, pero cuando quiero estar guapa o si he de salir a bailar, me pongo unas lentillas que tengo de color verde que levantan pasiones.
Trabajo para una empresa de mensajería y precisamente este hecho fue el que me llevó a cometer mi primera infidelidad ya que estoy casada, algo que no había dicho. Mi trabajo consiste en llevar toda clase de cartas y paquetes pequeños.
El verano pasado, en el mes de septiembre, llevé a una zona residencial alejada del casco urbano, un paquete a una vivienda nueva. Aquel día hacía un calor tremendo y yo iba bastante fresquita para ir al trabajo. Un vestido de tirantes cortito con un estampado verde y azul y unas sandalias con un dedito de tacón blancas que con lo morenita que me había puesto ese verano y lo que se me había aclarado el pelo me sentaba el conjunto genial. Además la natación, deporte que practico, ya me había definido músculos y estaba muy guapa.
Llamé a la puerta y una voz de hombre muy firme contestó. Me identifiqué y me abrió la verja. Aquí es donde empiezan a amontonarse en mí los sentimientos, los nervios, el trastorno, no sé como decirlo, pero en cuanto vi al hombre que me abrió la puerta… ¡Que hombre!
Atravesé el pasillo del jardín con temblores de piernas y llegué frente a él en la puerta. Apenas acerté a darle los buenos días y saludarlo cuando ya me temblaba la voz y casi no podía explicarle lo que le llevaba. Así, con los nervios y sudadita, encendida más bien, solté una sonrisa y un… “¡vaya calor!”. Enseguida y muy amable, me devolvió la sonrisa y me ofreció un vaso de agua. Apenas acerté a decir un “sí, gracias”, y acepté.
Matías, que así se llamaba, tenía unos 38 ó 39 años, moreno, dorado por el sol, con los ojos azules y el pelo recortadito y mojado. Debía salir de la ducha porque su piel se notaba fresca y llevaba los antebrazos todavía mojados. Olía muy dulce, era un olor mezcla de roble y hiedra que me sedujo totalmente. Llevaba un pantalón deportivo largo, unas deportivas destalonadas y una camiseta blanca algo ceñida que le marcaba unos pectorales musculosos.
Era alto y ancho de espalda y pensé “¡Madre mía, este debería nadar conmigo!”. Dejé volar mi imaginación y me sorprendí con él en la piscina sin nada de ropa, bien fresquitos…
De pronto, salió con el vaso de agua, que bebí y sinceramente, me refrescó lo suficiente como para sacar el valor de levantar la mirada y verle sonreír.
Estaba claro que me lo estaba notando, andaba como sonámbula, embaucada por su olor y su frescura y me habría lanzado en sus brazos en ese mismo momento.
– ¿No quieres pasar? – me dijo.
– No – contesté rápidamente.
Sí quería, vaya que sí quería, pero mejor no, no sabía lo que me podía pasar y ya estaba bastante nerviosa, nunca había estado con ningún nombre que no fuese mi marido, y con este… este me lo habría comido entero. Me imaginé enseguida con él allí mismo, en la entrada. Si lo que veía era así de atractivo, ¿como debía ser su polla? Se la comería entera. Le arañaría la espalda suavemente mientras él me empujaría contra la pared, que bueno… más…
– ¿Bueno, y donde he de firmar? – dijo, mirándome fijamente a los ojos y adivinando mis pensamientos.
Al bajar la vista para mirar la carpeta que llevaba en las manos, esa en la que llevaba los papeles para firmar la entrega y que a estas alturas ya no recordaba entregar, observé con pavor que mis pezones se habían puesto duros como piedras y que mi respiración era tan intensa que elevaba mi pecho al hacerlo.
¿Pero como podía yo delatarme de aquel modo? ¿Qué comportamiento era ese? Perdí los papeles de una forma tremenda, y casi sin poder calmar mi respiración saqué la documentación, se la ofrecí y le indiqué el lugar de la firma.
Para mi sorpresa, no la cogió para apoyarse en el mueble de la entrada sino que se puso a mi lado, piel con piel, tocándose nuestros brazos y se recostó un poco agachando la cabeza al firmar de un modo que pensé “¡Me está mirando las tetas, me las está mirando!”. Efectivamente, así lo hizo, y yo me estremecí más aún. Una gota de sudor frío rodó por mi espalda y acerqué mi cuerpo unos centímetros, apenas uno o dos, pero suficientes para que con aquel jadeo pudiera ver mi precioso escote talla 95 de duros pezones.
Me sorprendí deseando que lamiera con su lengua mi cuello cuando en aquella extraña posición se incorporó y mirándome a los ojos y sin decir una palabra me devolvió el bolígrafo sin separarse apenas de mi lado. Frente a frente, las miradas clavadas, como a un palmo de distancia, perdida, desencajada, pidiéndole con todo mi cuerpo que me tocase, me levantase el vestido y recorriera con su mano mi sexo que ya estaba empapado, palpitando bajo mi tanga, pero en vez de eso, me dio un suave beso en los labios, lo que se dice un pico y susurró:
– ¿Ya está todo?
No sé por qué me contuve, me maldije cuarenta veces una vez que salí de esa casa por haber dicho que sí. Di las gracias muy educadamente, recogí los documentos firmados, los guardé en la carpeta y me fui con mi coñito aún palpitante y chorreante, a continuar con mi trabajo.
Anduve todo el día abrumada, sin percatarme apenas del calor ni de lo que me decían, sobrecogida por aquel hombre del que obtuve un dulce beso quizás agradecido por mi reacción o quizás no, según me indicó el abultado paquete que observé al despedirme. Desde la puerta, justo antes de mi salida, me llamó preguntándome mi nombre, pero me hice la tonta y no le respondí.
A los dos días de esto, cuando yo había follado con mi marido como loca siete u ocho veces intentando calmarme y sofocar mi fuego, me dijeron en la oficina que un señor había llamado preguntando por una empleada que respondía a mi físico, decía vivir en esa dirección que tanto me había costado localizar y que yo ya no olvidaría y dijo que yo había dejado olvidado allí un documento, para que pasara a recogerlo. Yo sabía que no era verdad y decidí hacer como que ya lo había recogido y olvidarme del tema. Y eso hice hasta hace unos días.
El día 2 de enero de este año nuevo trabajé y cuando recogí la documentación del día tuve una sorpresa. ¿Adivináis? Exacto, mi querido Matías. Pensé que con un poco de suerte, con las fiestas, tendría a sus hijos en casa o bien, que quien me abriría la puerta sería su mujer. A pesar de esto la sola idea de volver a verlo disparó mi imaginación y algo dentro de mí me decía que esta vez no dejaría pasar la oportunidad, si es que surgía, o no, no debía hacerlo, me invadían las dudas, quiero a mi marido, yo eso no lo hago… Bueno, pensé, seguro que no pasa nada.
Como aquel día llegué, llamé a la puerta y una voz de hombre muy firme contestó. Tranquila, está en casa, ¿y qué?, buenos días…, le das los papeles… con suerte no te recordará o no te reconocerá pues en el verano yo llevaba el pelo recogido y ahora iba suelto.
Yo vestía una falda de pana, sin llegar a ser mini pero sin alcanzar la rodilla, unas medias y unas botas altas de terciopelo color chocolate sin tacón. Una camisa blanca y una cazadora corta y ceñida. Como hacía tanto frío llevaba una bufanda a juego con las botas y crema, con sabor a frambuesa en los labios, para que no se me cortasen del aire.
Se abrió la puerta. Concentrada como estaba en controlar mis instintos, todo se vino abajo cuando por efecto del aire y al abrir la puerta un remolino tiró mi melena rubia sobre mi cara que apenas se veía tras tanto pelo y un portazo enorme resonó en el interior. Fue todo lo que vi, o no vi, mejor dicho, pero escuché la voz de mi ansiado hombre riéndose por lo ocurrido y diciendo:
– Me temo que tendrás que pasar o saldremos volando.
La verdad es que me pareció de lo más normal y oportuno dadas las circunstancias. Entré y mientras me despejaba el pelo de la cara, Matías cerraba la puerta y se dio la vuelta.
– ¡Vaya! – exclamó con una sonrisa que me derritió y mirándome a los ojos se acercó y añadió bajito – ¡La chica más bonita de la oficina! Pasa, estoy haciendo café pues pareces tener frío, ¿quieres uno calentito?
No me dejó ni contestar, entró hacia la cocina mostrándome su espalda ancha y su culete apretado. Olía igual de bien que entonces y su aroma se esparcía por la estancia y se mezclaba con el del café.
– En realidad no tengo mucho tiempo – dije yo.
– ¿En serio? -contestó- ¿pero cómo es que trabajas hoy? ¿No descansáis en vacaciones? – añadió haciéndome un gesto para que le siguiera, para que entrara.
Me sorprendió tanta familiaridad, después de todo no me conocía de nada. Nuestro encuentro fue intenso pero ya hacía de eso un tiempo, y sin embargo, parecía gratamente sorprendido. Yo, aunque más tranquila, sin tantos calores, decidí tomarme un café con aquel hombre y averiguar más. Al entrar en la cocina confirmé mi teoría de que esa era la casa de mis sueños, al fondo una cafetera eléctrica de las de café humeaba y Matías debió notar en mi cara lo sorprendida de mi expresión y como recorría aquel lugar con los ojos.
– ¿Te gusta? – preguntó.
– Todo lo que hay en esta casa me gusta mucho -respondí sin pensar.
No me di cuenta pero Matías se había situado justo delante de mí y bajando la cremallera de mi cazadora respondió de nuevo muy bajito:
– A mí me gustas tú -y sin apartar la mirada de mis ojos, me quitó la chaqueta, la bufanda y acercándose a mi oído susurró un – Ponte cómoda – tan cercano que pude notar el calor de su cuerpo y el encendido del mío.
Se me aceleró la respiración y se encendieron mis mejillas, un escalofrío me hizo estremecer. Noté al instante como mis pezones empujaban la camisa blanca y no los oculté.
Me senté en uno de los silloncitos de la mesa del office y le dije a Matías que me gustaba el café cortado.
– Vale, un cortado para Patricia – respondió.
– ¿Cómo sabe mi nombre? – pregunté asombrada.
Matías me recriminó por hablarle de usted y tras decirle que en realidad estaba allí tomándome un café con él, sin conocerle de nada, empezó a decirme:
– Estoy separado, tengo una hija de 3 años, me gusta la natación y la practico – lo sabía, lo sabía, esa espalda y ese culo… y acercándose a la mesa a dejar los cafés, de pié como estaba yo aún, me abrazó por la cintura y preguntó – ¿Qué más desea la dama saber…?.
Yo ya estaba empapada, deseosa de besarle, abrazándole ese pecho fuerte y lamiéndole la oreja, volvió a susurrarme al oído:
– Me encanta el olor de tu perfume, desde este verano no lo he podido olvidar.
Fue entonces cuando yo perdí los papeles recordando la excitación de aquel instante y como una posesa recorrí su cuello, lamiéndolo mientras le desabrochaba la camisa, bajé por su pecho chupándolo más abajo a cada botón que desabrochaba. Yo sentía sus pequeños pezones brotar y respiraba y gemía de placer con cada lametazo. Entonces desabroché mi camisa y le di a chupar mis tetas mientras las apretaba como queriéndoles sacar jugo. Le quité el cinturón de cuero y le bajé la cremallera del pantalón y allí brotó su enorme paquete, todo para mí, me decía cómeme y le veía cómo lo hacía saltar él con sus movimientos. Me lancé a por esa enorme y gruesa polla, que estaba realmente deliciosa, y no podía parar de chupar, le acaricié los huevos y la recorrí con la lengua de abajo a arriba hasta que estuvo bien empapada y comencé a chupársela entera, metiéndola y sacándola de mi boca hasta que me pidió que parara o le iba a hacer estallar de placer.
Entonces me puso de pié, me cogió por la cintura y como si de una pluma se tratara me sentó en la mesa, levantó mi falda, me bajó las medias, el tanga, y allí quedé con las piernas muy abiertas enseñándole mi monte recortadito y le llevé la mano a jugar con sus dedos en mi raja. Le indicaba cada movimiento y le decía cómo me gustaba mientras me despojé de mi camisa y mi sujetador para mostrarle bien las tetas.
Esto debió excitarle tanto como a mí porque empezó a comerme el coño de un modo que me enloquecía, metiendo bien adentro su lengua y sacándola poco a poco hacia mi clítoris, y luego más deprisa y jugueteando al mismo tiempo en mi interior con sus dedos mientras me decía “que coño más rico” una y otra vez. No pude aguantar más y un fuerte ardor subió desde mi sexo por mi espalda y recorriendo todo mi cuerpo le sujeté la cabeza pidiéndole que no parase y rodeándole con las piernas alcancé un orgasmo indescriptible y tan intenso que me hizo palpitar durante largo rato mientras mi amante no dejó de comer en todo momento mientras me miraba por encima de mi pubis picaronamente.
Yo ya no podía más y le pedí que entrara dentro de mí. La noté entrar muy despacio, como a mí me gusta, resbalando jugosamente, bien adentro, bien hondo, y le vi mantenerse así unos segundos mientras dejó caer su cabeza hacia atrás de placer, siguió entrando y saliendo despacio un par de veces más y yo creí que iba a enloquecer pero ya no pudo aguantar más y aceleró las sacudidas hasta que, mirándole a los ojos le anuncié mi inminente orgasmo y en ese instante los dos nos corrimos juntos. Noté estallar su semen caliente en mis entrañas, lo que me dio un placer tremendo, me relamía de gusto y entonces acercó su boca a la mía y sin sacar su polla de mi interior siguió besándome un rato con frenesí. Clavó sus preciosos ojos azules en mí y sin dejar de abrazarme sonrió y me dijo que iba a hacer de nuevo los cafés.
Salí de aquella casa a las dos horas, dispuesta a acabar mi trabajo y me despedí de mi amante del modo más natural, sin hacer más preguntas y sabiendo que algún día, mi trabajo, me llevará de nuevo a él.
Todos mis besos, querida Charo,