Relato erótico
Insatisfecha
Los fines de semana va al pueblo de sus padres y es normal encontrarse a unas vecinas maduritas que van a coser con su madre. Aquel día se estaban quejando de la poca atención que les dedicaban sus maridos.
José Antonio – Guadalajara
En el barrio hay un par de vecinas de esas a las que se les nota que no las atienden lo suficiente sus maridos, quizás por llevar casados mucho tiempo y, para ellos, el joder siempre con la misma es pura rutina.
Sé que los dos por separado, visitan los clubs de la zona mientras que ellas, deben conformarse con el polvo quincenal.
Encarna tiene 45 años, es bajita, poco pecho, pero buenas caderas y culo gordo. Es morena a igual que Nieves pero esta tiene un cuerpo estupendo. Dos buenos melones, un par de muslazos, cintura estrecha y un culo que provoca cuando anda. Tiene la misma edad que Encarna. Se por mi madre que, cuando están sentadas juntas y con otras vecinas tomando el fresco en la sombra, les gusta hablar de sexo. El día de la lotería estaban sentadas con mi madre en casa, cosiendo, y al ver que no nos había tocado nada oí decir a Nieves:
– Me conformo con que más tarde mi marido me achuche en la cama.
– apuntó Encarna- que el muy cabrón vino anoche con dos copas y me la metió sin más preámbulos hasta correrse y después se dio la vuelta. De nada sirvió que le dijera que no me había enterado. ¿Sabéis que me dijo? ¡Métete el dedo! Le voy a poner unos cuernos como los de un toro.
Yo estaba oyendo todo desde la habitación contigua y prestaba mucha atención a aquella conversación. Mi madre les decía que no era para tanto pero Encarna contestó:
– Si le parece que no hay para tanto que desde hace quince días nada de nada y cuando me lo hace me dice que me meta el dedo. ¡Quien cogiera uno de 23 años!
– Yo – añadió Nieves -a uno de esos le iba a sacar hasta la última gota.
Con la charla se me había puesto la polla empalmadísima y no dudé en sacármela haciéndome una paja allí mismo pensando en esas dos calentorras.
Por la noche decidí salir a tomar un café y cuando regresaba a casa, a eso de las diez y media, pasé por casa de Nieves, encontrándome con Encarna quien, al verme, me dijo:
– ¡Que bien que te encuentro, así podré irme contigo a casa!
Nieves, en la puerta y con una sonrisa, comentó:
– ¡Ojo con lo que hacéis! y tú ten cuidado, José Antonio, que Encarna te puede devorar.
De mi casa a la de Encarna hay menos de cien metros y al llegar a su puerta me dijo:
– ¿Quieres tomarte una copa en casa?
Entramos, Manolo, su marido, estaba de viaje. Mientras me servía una copa me dijo:
– Acostumbro a ir a dormir muy tarde, me quedo viendo la tele.
Me daba cuenta de que estaba salida como una perra y por eso la miré a los ojos fijamente diciéndole:
– Que lástima que yo no esté más tiempo en el pueblo, con las cosas buenas que hay por aquí…
Encarna se puso colorada y cuando se dio la vuelta para colocar las botellas en el mueble, la agarré del brazo. Ella no se movió y yo, levantándome de la silla me coloqué pegado a su espalda pasando mis labios por su cuello mientras mis manos acariciaban a un tiempo su estómago y su vientre. Mi polla se apretaba contra su culo.
– ¿Que haces José Antonio? -me dijo en un susurro- Quita…quita…aquí no…
Volvió la cara y nos besamos chocando nuestras lenguas. Encarna removía el culo sin atreverse a dar la vuelta hasta que, por fin, bajé una mano para subirle la falda y llegar a su braga que encontré mojada. Ella me sujetó la mano con una de las suyas apretándola contra su coño y me dijo, separándose un poco:
– No, aquí no…vamos al corral.
Salimos al patio interior y de nuevo la abracé sintiendo bajo mis dedos su apetitoso culo.
– Espera -me decía Encarna- No tengas prisa…tengo tantas ganas como tú de…”eso” – y apretándome la polla por encima del pantalón añadió- ¡Que pedazo de polla tienes, cabronazo! Ya verás lo que te hago…
La levanté en vilo por detrás apretándome a ella a tope y así llegamos a una pequeña puerta, ella abrió el cerrojo y me dijo:
– Es el almacén de los trastos viejos y ahí tengo un colchón.
La apoyé en una pared y comencé a meterle mano bajo la falda tocando sus carnes invadidas por la calentura. Ella tiró de mi cinturón y bajó mis pantalones hasta dejar mi polla al aire. Me la agarró y la sobó con ganas hasta que se la metió en la boca y ¡cómo mamaba la condenada! De vez en cuando se la sacaba para decirme:
-¿Te gusta esto?
Yo le apretaba la cabeza y ella volvía a metérsela en la boca, mamando con verdadera ansia. Cuando descubrí el colchón la hice levantar. Ella misma lo tiró al suelo y se echó encima levantándose la falda y bajándose aquella braga color hueso. Tenía el coño cubierto de vello negro que se tocó metiéndose los dedos en la raja mientras yo terminaba de quitarme los pantalones. Me puse encima de ella y la besé, lamiendo sus tetinas poco desarrolladas pero de gordos pezones negros, duros como piedras. Encarna me agarró la polla y abriendo bien sus muslos, la colocó enfrente de su chocho diciéndome mientras apretaba mi espalda:
– ¡Fóllame, aquí me tienes… métemela dentro, cabrón! – Lanzó un largo gemido al sentir como mi polla iba entrando en su estrecho coño.
– ¡Aaaah…! -decía- ¡Siiii… no pares de moverte, cariño…qué rica, que rica la tienes… aaaah…!
Era como una anguila. No se estaba quieta con las manos ni con las caderas.
– ¡Chúpame los pechos…me da mucho gusto ahí…!
Y yo se los apretaba con mis labios en forma de ventosa, hasta que, cambiándola de postura, hice que ella me follara a mí y la miraba como se apretaba los pechos y como se mordía los labios.
– ¡Te lo voy a dar! – me dijo de pronto – ¡Te lo voy a dar…siii…yaa, yaaaaa… me corrooooo… siiii… aaaah…!
Se echó encima de mí, contrayendo su coño, le di la vuelta sin sacarla, quedando ella ahora debajo y, como si en ello me fuera la vida, la bombeé a toda velocidad mientras ella decía:
– ¡Otra vez… si, otra vez…ah, otra vez me corro… aaaah…!
Como yo sabía que no tomaba nada, saqué mi polla cuando empezaba a correrme y Encarna, en su delirio, me dijo:
– ¡Trae, trae, déjame que te la chupe… córrete en mi boca!
Chorreé su cuerpo de leche, pero la mayor parte fue a parar a su garganta. Cuando la hubo dejado bien limpia de restos de semen, me dijo:
– Parece que se te afloja pero, ahora verás.
Me masturbó un buen rato con las manos, mientras yo hacía lo mismo con los dedos en su encharcado coño hasta que exclamó:
– ¡Venga, José Antonio, fóllame de nuevo!
Se puso en la posición del perro y se la metí en el coño hasta notar que mis huevos chocaban contra su culo y ella me decía:
– Sabía que lo harías de maravilla pues tienes toda la pinta, cabronazo.
Acabamos a las cuatro y media de la madrugada totalmente sudados, a pesar del frío que hacía de noche en el pueblo, nos vestimos y la acompañé a su casa, mientras no dejábamos de sobarnos y besarnos, creo que si tardamos un poco más en llegar acabamos desnudos y follando de nuevo como animales en celo.
Después de esa noche, seguimos viéndonos todos los fines de semana que yo voy al pueblo y coincide que su marido está de viaje.
Un saludo para todos.