Relato erótico

Insaciables

Charo
5 de septiembre del 2020

Era la primera vez que se veían en persona. Habían chateado y se habían contado muchas cosas, y por fin quedaron para tomar un café. Se citaron cerca de su casa y si había feeling, podrían ir a su casa a rematar la “faena”

Carmela – Málaga
Le vi de lejos, cruzando la calle a toda prisa, haciendo frenar a un coche al no mirar antes de lanzarse a la calzada. Iba sofocado, la camisa se le había salido del pantalón y estaba despeinado. No me había mentido, era muy alto. Verle hizo que el nudo que tenía en el estómago desapareciera. Había llegado el momento de hacer realidad todos esos jueguecitos que habíamos planeado.
Entró en la cafetería, miró a su alrededor y me vio. Intentó mantenerse indiferente pero no lo consiguió y una sonrisa asomó a su rostro. Le miré y arqueé mis cejas.
– Llegas tarde –le solté. No pensaba ponérselo fácil.
– ¡Lo siento! Ha sido el autobús, que… -empezó a explicarme.
– Da igual –le interrumpí. Dejé algo de dinero para pagar el refresco que me había tomado mientras le esperaba en la mesa y me levanté. Me acerqué a él lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos que, como me había contado, eran azules-. ¿No me vas a dar dos besos?
Le sonreí, cogí su mano y sin decir nada más, le saqué de aquella cafetería que nos había servido como excusa para quedar. Sin soltar su mano, le conduje hacia el portal de mi casa. Con la otra mano, se alisó el pelo, intentando mantener una apariencia de serenidad.
Entramos en mi portal y por fin le solté la mano, dirigiéndome hacia mi ascensor. Me siguió sin pensarlo ni un momento. En el ascensor, hizo el amago de besarme en la boca, pero le paré, situando mis dedos sobre sus labios. Negué con mi cabeza, divertida, sonriendo. En su cara se leía claramente la frustración.
Colocó entonces una de sus manos en mi cintura, se veía que no podía aguantar sin tocarme. Cuando estábamos llegando a mi piso, él miró hacia la puerta y yo aproveché su distracción para bloquear el ascensor entre los dos últimos pisos. Teníamos unos minutos antes de que algún vecino se extrañara por la ausencia del ascensor, y tenía pensado aprovecharlos muy bien.
Mis manos se dirigieron sin dilación al botón de su pantalón vaquero, desabrochándolo con un solo movimiento. Bajé la cremallera con fluidez y, al mismo tiempo que su pantalón caía hasta sus tobillos, yo me dejé caer sobre mis rodillas. Su polla estaba empezando a reaccionar, pero yo no quería esperar. Bajé con decisión sus bóxer negros y acerqué mi boca, sacando la lengua para pasarla por sus huevos. Se estremeció y su polla dio un pequeño saltito, endureciéndose rápidamente. La recorrí con mi lengua sin darle tiempo a prepararse, mirándole a los ojos mientras lo hacía. Abrí la boca y con mis propias manos la metí en mi boca, hasta la mitad más o menos. Con una de mis manos acariciaba sus huevos y con la otra acariciaba el tronco de su polla, haciendo el movimiento al mismo tiempo que con mi boca. Su respiración era fuerte pero entrecortada.

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Cada vez que mi boca bajaba por su polla contenía la respiración. Tenía la polla durísima, su cara reflejaba un nivel de excitación bastante alto. Al parecer, había cumplido la condición que le había puesto para que nos viéramos: que no se hiciera una paja en toda la semana.
Sentí cómo su polla alcanzaba todo su esplendor dentro de mi boca y eso provocó que mi tanga se humedeciera inmediatamente.
Mi lengua no dejaba de recorrer esa polla con la que tanto había fantaseado. Hacía movimientos cada vez más rápidos, quería volverle loco y hacerle disfrutar. Oscar se dejaba hacer, apoyado contra la pared del ascensor, sus manos sobre mi cabeza y los ojos entreabiertos, mirándome, sonriéndome perezosamente.
Su polla no podía crecer más, ahora ya me la estaba metiendo hasta la campanilla y sentí cómo su cuerpo se ponía en tensión. Sus muslos, su estómago, sus manos sobre mi cabeza. Su orgasmo se acercaba y eso me animó a chupársela con más intensidad, moviendo mi lengua en pequeños círculos mientras mis labios la recorrían de arriba abajo.
Sentí el primer chorro, muy espeso, bajar por mi garganta. El resto de su corrida se quedó alojado en mi boca, sobre mi lengua. Cuando terminó de correrse, dejé que su polla, que no había perdido toda su dureza, saliera de mi boca y le enseñé su leche dentro de mi boca sin incorporarme. Su respiración era muy agitada, estaba sudando y me miraba con sorpresa, ya que no se esperaba que le hiciera una mamada en mi ascensor y que le enseñara su corrida en mi boca.
Sin apartar mi mirada de la suya, dejé que el resto de su leche bajara por mi garganta. Me relamí los labios, no queriendo desperdiciar nada, y le sonreí.
– ¿Te ha gustado mi recibimiento? –le pregunté.
Asintió rápidamente con la cabeza, aún recuperándose del orgasmo que acababa de sufrir.
Desbloqueé el ascensor y me incorporé. Sus pantalones y calzoncillos seguían en el suelo, sobre sus pies. Al sentir que nos volvíamos a mover, se inclinó para subírselos justo a tiempo, ya que en mi piso esperaban unos vecinos.
– Buenos días –saludé yo, sin pararme, ya que tenía prisa por entrar en mi piso.
Oscar no dijo nada, pero comprobé que sus mejillas estaban muy rojas y que mis vecinos debían haberse imaginado lo que podíamos haber estado haciendo durante el tiempo en que el ascensor estuvo bloqueado.
Entramos en mi casa y Oscar me agarró por la cintura, pegando nuestros cuerpos. Empezó a besarme con pasión. Al parecer, el pequeño encuentro con mis vecinos le había puesto más cachondo.

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Sus manos acariciaban mis pechos por encima de la ropa. Intentó desabrochar mis botones, pero le costaba, ya que quería quitarlos de en medio rápidamente. Le ayudé para acabar antes y mi camisa blanca quedó abierta, revelando mi cuerpo y un sujetador también blanco con encaje. Antes de quedar, me había pedido que mi ropa interior fuera de ese color y yo quise complacerle.
Sus manos se lanzaron a por mis pechos, deslizando mi sujetador hacia abajo, haciendo que mis pechos quedaran expuestos a sus caricias. Llevé mis manos a su cabeza para apartarle de mis pechos, pero no se dejaba. Seguía succionando mis pezones sin parar, no me daba tregua, no respondía a mis pequeños tirones de pelo. Pero la pasión que demostraba estaba claro que necesitaría encontrar una vía de escape. Sus manos se movían impacientes por mi culito, tironeando la tela de mi pantalón. Separó sus labios por primera vez de mis pechos para decirme:
– ¡Quítatelo! Quiero verte en esa ropita interior tan sexy que me prometiste…
Me dejó en el suelo y se apartó un par de pasos, como dispuesto a verme desnudarme. Sus ojos no paraban de recorrerme una y otra vez. Su mirada me estaba excitando muchísimo. Sus manos se dirigieron a mis pechos, pero me eché a reír y le paré la mano. Le di un pequeño tirón para que se levantara y ocupé su lugar en mi cama. Mientras tanto él se desnudaba a toda velocidad.
Se inclinó sobre la cama, separamos nuestros labios y me dejó caer, colocándose sobre mí un segundo después.
Se inclinó sobre mí y sin previo aviso me recorrió el coñito de un lametazo. Eso me hizo estremecer de los pies a la cabeza. Una de sus manos se agarraba a mi muslo y la otra comenzó a acariciar mi clítoris. Sentí cómo su lengua, por fin, se adentraba en mi coñito, haciéndome desear tener su polla entre mis piernas de una vez.
– Oscar, por favor…
Siguió follándome lentamente con su lengua, ignorando mis suplicas, su lengua me recorría de arriba abajo y luego se introducía en mí con fuerza, con decisión, haciendo que todo mi cuerpo reaccionara. Sus dedos sobre mi clítoris hacían que todo fuera aún más placentero, pero, a la vez, hacían que mi cuerpo estuviera completamente en tensión, esperando el orgasmo que no creía que tardase mucho en llegar. Me corrí abundantemente en su boca y no paro de sorber hasta que me relaje.
Con lentitud, se incorporó. Estaba de rodillas detrás de mí. Colocó su polla a la entrada de mi coñito, me metió la puntita, que entró resbalando por mis jugos, y se agarró con fuerza a mis caderas, empujando. Su polla entró en mi cuerpo hasta invadirme por completo. Mi espalda se arqueó, acomodándose ante esa invasión tan placentera.

insaciable

Una vez acoplados, su polla palpitando dentro de mi coñito, Oscar empezó a bombear lentamente, subiendo el ritmo poco a poco, haciendo que sus embestidas fueran más fuertes. Una de sus manos empezó a jugar con mi clítoris mientras seguía penetrándome rápido y fuerte, y eso desencadenó mi segundo orgasmo. Gemí, grité, susurré su nombre y me abandoné a las sensaciones que me provocaba.
– Carmela…
Eso fue todo lo que me dijo. Mi nombre. Pronunció mi nombre cuando empezó a correrse dentro de mí.
Como pudo, sacó su polla de mi coñito y se desplomó sobre la cama, arrastrándome con él. Se quedó tirado sobre la cama, agotado, respirando de forma errática. Yo estaba tumbada a su lado, recuperándome. Al cabo de un par de minutos, sus manos comenzaron a acariciar mis pechos, bajaron por mi estómago y encontraron mi coñito. Sus dedos jugaban con mi clítoris, aún muy sensible por mi último orgasmo. Lo acariciaba con delicadeza mientras metía uno de sus dedos en mi interior. Me estaba follando con su dedo muy lentamente, con suavidad, pero provocándome, haciendo que volviera a excitarme.
Admiré su cuerpo y me di cuenta de que su polla ya estaba dura otra vez. Me parecía imposible, se había corrido ya dos veces y estaba claro que quería más, pero parecía estar esperando a que yo tomara la iniciativa, no quería imponerse a mí.
– Eres insaciable, ¿eh? –le dije, dándole besos por su pecho y su estómago, bajando mi cuerpo, acariciando su piel, sus zonas más sensibles, palpando su visible erección.
Ese día, ambos fuimos insaciables. No podíamos dejar de disfrutar el uno del otro. No dormimos absolutamente nada, estuvimos jugando el uno con el otro y dándonos placer hasta que Oscar tuvo que marcharse para no perder el autobús que le llevaría de vuelta a su casa.
Saludos para todos.

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