Relato erótico

Insaciable

Charo
25 de diciembre del 2018

Ya nos contó en otra ocasión como, sin saber porque, una mujer apareció en la tienda donde trabaja y quiso follar con él. Se liaron y supo que lo que quería era vengarse de su marido que le había puesto unos bonitos cuernos.

Pedro – MADRID
Querida Charo, ya te dije que mi historia empieza cuando acudí a contestar el teléfono en el salón de ventas de la tienda de muebles donde trabajaba y al otro lado de la línea, una voz de mujer me saludó por mi nombre y me dijo llamarse Eugenia. También te conté como acabé follando con esta mujer y terminaba diciéndote que no habían pasado ni cinco minutos cuando Eugenia quería hacerlo de nuevo y le expliqué que para un hombre no era tan fácil volver a estar en forma pero, a pesar de todo, le dije:
– Pareces una niña con muñeca nueva, pero hay una forma de que me excites fácilmente, tienes que hacerlo con tus manos y tu boca.
– ¿¡Qué!? -exclamó- ¡Yo no soy capaz de hacer eso, eso lo hacen las putas!
– Eso lo hacen las parejas cuando quieren darse todo tipo de placer, no hay nada sucio ni eso te rebaja, yo mismo quiero besar tu sexo pero lo que pasa es que te da vergüenza -le dije.
Tomé una de sus manos y me llevé el dedo a la boca lamiendo con mucha delicadeza mientras ella me miraba atenta, luego coloqué mi dedo medio en sus labios y ella los abrió levemente, lo deslicé suavemente hacia el interior de su boca y pisé su lengua diciéndole:
– Chúpalo despacio mientras con tu lengua lo lames y la giras alrededor, así muñequita, aprendes rápido, deja que yo te enseñe a ser mi mujer y ya verás lo que vas a disfrutar de ahora en adelante.
Yo estaba empezando a excitarme viéndola mamarme el dedo, pero me controlé, quería que me excitara con su boca y como ella estaba desesperada por sentirme de nuevo se dejó llevar dócilmente hasta que mi verga quedó a escasos milímetros de sus labios.
Eugenia me dio un beso fugaz en la cabeza y yo la sostuve delicadamente acercando mi arma a su boca, ella abrió sus labios y me dejó penetrarla cuando ya mi erección comenzaba a manifestarse, comenzó a chupar mientras yo le indicaba el movimiento que quería y en menos de un minuto ya había llenado su boca con mi dureza y quiso que la penetrara de nuevo pero yo, en cambio, me acomodé de tal forma que logré alcanzar su sexo y pegando mi boca lo besé metiendo mi lengua como si fuera su boca para luego chupar su clítoris y darle fuerte con la lengua. Eugenia se estremeció de placer y arreció la mamada que me estaba brindando. Fue difícil en aquella posición, pero me las arreglé para asir sus manos y le provoqué un nuevo orgasmo con mi boca que la hizo llorar de placer, luego la puse sobre sus rodillas y ella se asustó pues creyó que la iba a penetrar por detrás pero me encargué de tranquilizarla y la ensarté en el coño desde atrás.

Ella se agarró del borde del colchón y aguantó mis empujes hasta que volvió a acabar presa de espasmos fortísimos. Fue la primera vez que se corrió sin que yo sujetara sus manos y así la hice correr cuatro veces y entonces le avisé que yo volvería a lograrlo. Se movió con una impetuosidad que me impresionó, arrancándome un orgasmo que todavía permanece vivo en mi memoria.
A partir de ese día Eugenia se convirtió en mi amante, me llamaba a cualquier hora y sobre todo, cuando su marido andaba de viaje, me hacía ir a su casa y se me entregaba con una pasión desbordada. Una vez, incluso, le permití que me clavara las uñas en la espalda y debo reconocer que casi sentí arrepentimiento, parecía una gata y no se controlaba cuando se estaba corriendo.
Siempre intenté convencerla de que me dejara iniciarla en el sexo anal, pero a ella le daba terror. Según me dijo, ni su marido bajo amenaza la había logrado convencer. Una tarde que estábamos entregados a nuestra pasión, la hice mamarme la polla mientras le cogía las tetas pues quería que recibiera mi leche en su boca y justo cuando logré mi orgasmo, ella me rechazó y yo bañé sus bellas facciones y su cabello con inmensos chorros de semen.
Se enfadó, un poco molesta, pues todavía no había acabado de entrar en el sexo y sus variantes pero yo le expliqué con mucha paciencia que eso era tan normal que ella misma ya se había corrido muchas veces en mi boca y que esa era una fantasía que me gustaría realizar con ella y entonces ella se atrevió a hablarme de la suya.
Su fantasía era que un amante ocasional se la follaba con dureza y con bestialidad, mientras la escuchaba mi polla se puso a tope.
Después de meterle el dedo en el coño durante un rato, me coloqué sobre ella y la penetré desde atrás amenazándola para que lograra un orgasmo. Logró tres en fila y entonces salí de su chocho y enfilé mi arma contra su estrecho y aún virgen culito. Eugenia dio un brinco y apretó muy fuerte gritando:
– ¡No se te ocurra hacerme eso porque te mato, desgraciado!
Yo no le contesté, dejé caer saliva sobre su estrecho orificio y presioné de nuevo con mi glande. Eugenia seguía profiriendo amenazas y apretando con fuerza su esfínter pero yo, colocando la punta de mi polla justo a la entrada, le hablé al oído:
– Sigue apretando así que cuando te canses te vas a abrir como la cueva de Alí Babá y entonces yo entraré a cobrar mi tesoro.

– ¡No lo vas a lograr desgraciado! Cuando te dije que me violaras no me refería a eso…
Todavía apretó como un minuto hasta que se produjo la magia, sus músculos se aflojaron y mi hinchada cabeza se abrió paso a través de su esfínter que de inmediato se cerró alrededor del cuello de mi verga. Más que un grito fue un alarido de muerte:
– ¡Ay, maldito, me vas a matar!
Yo me quedé inmóvil y le susurré:
– Tranquila muñequita, ya lo peor pasó deja que tu delicioso culito se amolde a mi tamaño y entonces vas a gozar de una follada que te convertirá en adicta.
Siguió protestando y suplicándome que se lo sacara pero yo me mantuve firme sin moverme hasta que sentí que aflojaba sus músculos, cuando por fin se dejó caer desmadejada y sollozando, supe que había llegado el momento de consumar la penetración. Comencé a moverme pero sin desplazarme para irla acostumbrando, ella gritaba cada vez y yo me acerqué a su oído y le hablé muy tiernamente:
– Mira, mi vida, estás gritando más por miedo que por dolor, tranquilízate y confía en mí, ya verás que pronto me lo vas a agradecer.
Guardó silencio y se relajó toda, pero me dio su aprobación. Comencé a moverme hacia adentro, penetrando un milímetro cada vez y lubricando su pasaje con saliva hasta que me tuvo todo adentro, entonces retrocedí muy despacio y volví a entrar con la misma delicadeza. Eugenia apretaba sus dedos contra el colchón y gemía en silencio, pero yo sabía que pronto estaría rogándome que le diera duro. Era demasiado ardiente como para no sentir placer de esa forma y así fue. De pronto comenzó a sisear como acostumbraba cuando sentía algo muy placentero y noté como empinaba el culo como buscando mi verga, entonces mis movimientos se hicieron más largos y fuertes mientras deslicé una mano y le acaricié el clítoris, el efecto fue mágico.
Su cuerpo se tensó y su culo me apretaba de tal forma que no pude controlarme y le inundé los intestinos con mi leche. Me mantuve dentro de ella haciendo palpitar mi verga a voluntad pues estaba seguro de que ella lograría otro orgasmo y no me equivoqué. Al cabo de un rato me salí delicadamente de su interior, solté sus manos y piernas y me tumbé a su lado. Eugenia me besaba apasionadamente mientras me agradecía que la hubiera iniciado en algo tan placentero.

Dejó que me fumara un cigarrillo mientras me acariciaba por todas partes y besaba cada rincón de mi cuerpo, provocándome una erección con su boca y dejó que me descargara en ella, tragando todo lo que le entregué. Un buen rato más tarde, me volvió a excitar y ella sola se enterró mi ariete en su delicioso culito hasta que ya no pudo meter ni un milímetro más.
Durante tres años fuimos amantes y en este tiempo, no había nada que yo le pidiera que Eugenia no estuviera dispuesta a realizar conmigo.
Hasta otra y muchos besos, Charo.

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