Relato erótico

Iniciación anal

Charo
7 de febrero del 2020

Lo que nos cuenta ocurrió hace muchos años. Era su primera novia, la habían educado muy estrictamente del sexo ni hablaban. Notaba que era una chica caliente, ya que cuando le metía mano, ella respondía a tope.

Eduardo – Ávila
La primera vez que la di por el culo a una chica, yo tenía 25 años y ella tenía 20. Lo mejor de todo es que ella era virgen, pero no sólo del culo, no se crean: aquella fue su primera vez, pero de todas, todas.
Llevábamos ya más de medio año de novios. Cuando la conocí, María no había tenido la más mínima experiencia con el sexo, ni siquiera se había besado con un chico. Incluso para aquella época (hace unos 20 años) y el ambiente social (una pequeña ciudad española de provincias) era bastante mojigata. Había recibido una educación extremadamente rígida en relación al sexo y los chicos, la verdad es que su madre era una puritana histérica y todo la escandalizaba. Por ello nunca había tenido ninguna relación sentimental, aún menos de carácter íntimo, ni tan siquiera se había besado con un chico. Toda su percepción del asunto eran una serie de ideas románticas sobre el amor en las que el sexo estaba completamente marginado.
Era una chica bastante tímida, llamaban la atención sus lindos ojos almendrados y su precioso cutis, enmarcados por un cabello liso y muy negro que peinaba con melenita muy corta. Su cuerpo era esbelto aunque no estaba muy desarrollado, de hecho, sus tetas eran más bien pequeñas, pero muy bien formadas y erguidas, con unos preciosos pezones, grandes, sonrosados y en punta ; también su piel era muy blanca y suave, pero sobre todo tenía un culo muy apetitoso: redondito, duro y respingón. Vamos que María era un verdadero caramelito.
Como suele ocurrir con esta clase de chicas que van de estrechas (y de románticas, que esa es otra) la chavalina resultó ser una auténtica calentorra. Al principio, bastaba con morrearla un poco y magrearla por encima de la ropa para que entrara en una especie de trance, con los ojos en blanco. Pero no había manera de ir a más con ella, cuando le proponía de metérsela me salía con que le daba mucho miedo y que no estaba preparada.
Un día, estando solos en mi casa, y después de tres meses de salir, conseguí meterle mano debajo de las bragas y le hice una paja: me bastó con apretarla el chichi con fuerza durante unos instantes para que se corriera con auténtica desesperación. Esto lo volvimos a repetir y en las siguientes ocasiones yo me sacaba la verga (se pueden imaginar ustedes que se me ponía como una barra de hierro) y se la ponía en la mano, pero la muy pazguata no hacía otra cosa que apretarla extasiada pero sin darle al manubrio, así que mientras yo la hacía correrse como una cerda a mi me dejaba empalmado y sin satisfacción.
Lo cierto es que durante meses no tuve otra que pajearme (lo hacía a diario) imaginándome que la estaba dando por el culo, fantasía recurrente que llegó a convertirse en una auténtica obsesión para mí. Tampoco conseguí que me la chupara, pues rechazaba mis propuestas al respecto con una expresión de asco y me decía que si yo la quería de veras y la respetaba no podía pedirla que hiciera algo tan degradante (según ella).

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Un día que estábamos solos en un lugar muy apartado, a la orilla del río, logré –creo que de milagro- convencerla para que nos bañáramos desnudos, pues no llevábamos bañador. Bueno, desnudo del todo me bañé yo, porque ella no se quitó las braguitas en ningún momento. Creo que con tanto morreo y magreo y de ver mi polla durísima y sentirla apretarse contra su cuerpo, se puso más cachonda de lo habitual (yo estaba que explotaba) y al salir del agua la tumbé boca abajo sobre la arena y me puse sobre ella. La agarré de las tetas desde atrás, estrujándoselas bien y empecé a frotar y apretar con fuerza el carajo contra su duro y suave culito tan sólo protegido por aquellas finas braguitas para así conseguir un poco de satisfacción.
Ella empezó a jadear como si me la estuviera follando de verdad, con el rostro congestionado rojo como un tomate, lo cual me excitó de tal manera que ya no pude contenerme: la bajé las braguitas de un tirón y le anuncié que iba a metérsela. Yo esperaba que ella protestara pero no dijo nada, se quedó quieta jadeando con la respiración muy agitada, se ve que estaba muy caliente y al fin se iba a dejar follar. Yo sabía que ella tenía mucho miedo de quedarse preñada, pero ahora no decía nada la muy puta, en cualquier caso yo no estaba dispuesto a arriesgarme a hacerle un bombo, además de que vi que era el momento de aprovecharme y llevar a la práctica mi obsesión de sodomizarla. La separé los cachetes del culo y dejé al descubierto su virginal ojete, pequeño y sonrosado. Le metí el dedo índice bien ensalivado y ella emitió un quejido y protestó, poniéndose toda tensa intentó retirar el culo, pero yo la sujeté y seguí introduciéndola el dedo. Ella estaba toda asustada y me dijo:
-¡No por aquí no!
Le metí la punta del capullo y poco a poco parecía que iba entrando. Yo sentía como ella cerraba su ano con todas sus fuerzas, apretándome la verga, incluso haciéndome daño a mi también. Así que no espere mas, la sujeté con todas mis fuerzas y empecé a bombear, ella daba fuertes gritos cada vez que la embestía, pero, poco a poco, los gritos se convirtieron en gemidos.
Yo, disfrutaba bien a gusto perforando aquel culito virgen, estrechito, caliente y suave que no paraba de contraerse deliciosamente en torno a mi nabo. Estuve casi medio minuto barrenándola, gozando con aquella maravillosa sensación de dominio y posesión, de estar sometiéndola y humillándola…
Ella gemía y sollozaba, pero me di cuenta que estaba moviendo su trasero tratando de que la penetración fuera más profunda, ¡la muy puta estaba disfrutando de la enculada! Puso la cara de lado para poder coger aire mejor y entonces pude ver que estaba roja como un tomate, jadeaba y resoplaba sin parar con la boca abierta de la que caía un hilillo de baba al tiempo que ponía los ojos en blanco.

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Ya podía meter y sacar mi polla con facilidad aunque todavía no entraba toda entera dentro y ella seguía gimiendo y apretándome la polla con fuertes e intensas contracciones de su esfínter, disfrutando del mete y saca. Tenía la espalda toda mojada del sudor de modo que mi cuerpo resbalaba sobre el suyo, yo la cogía las tetas y pellizcaba sus pezones. En un momento ella me dijo algo pero no lo entendí y entonces me lo repitió más fuerte con voz ronca y desencajada:
-Me corro, me corro, no pares que me muero de gusto.
Esto me puso a mil y empecé un mete y saca frenético que se la metía cada vez más profundo hasta que sentí como un latigazo y le descargué un tremendo chorro de lefa; a partir de ahí seguí echándole en el recto toda la leche que tenía acumulada, empujando desesperadamente para meterle el palo hasta el fondo y empujándole todo el “plastón”, al tiempo que le susurraba al oído:
-Toma guarra, toda la leche para ti…- y otras lindezas-
Ella aguantaba mis “inyecciones”, sofocada de vergüenza a más no poder, sintiendo cómo le llenaba hasta rebosar, su tierno agujerito recién desvirgado.
Después de descargarle cuanto tenía en los huevos, todavía seguía teniendo el palo bastante duro, así que se lo dejé dentro un ratito más, bombeándola despacito, y luego se lo saqué. Ella permaneció boca abajo, con la cara hundida en la arena, sin dejar de jadear, así que aproveché para echarle un vistazo al ojete pues nunca había visto un ano recién desvirgado.

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Lo tenía muy dilatado y enrojecido, pero aún así me pareció un agujero muy pequeño y pensé que era increíble que mi rabo le hubiera entrado por semejante estrechez.
Después ella se quejaba de lo que le dolía pero, muy pícaramente me dijo que ya lo repetiríamos, pero más despacito.
Besos.

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