Relato erótico

Infiel por casualidad

Charo
14 de marzo del 2018

Nunca había pensado que podría serle infiel a su marido, pero aquella noche ocurrió. Fueron a una boda de un amigo de su marido y en cuanto entró al restaurante lo vio. Era un hombre atractivo y además se parecía a su cantante favorito. No se arrepiente ni mucho menos de lo que pasó ni de lo que pasaría después.

Pilar – Murcia
Querida Charo, lo que te cuento ocurrió durante la fiesta de bodas de un amigo de mi marido. Apenas vi a aquel invitado, noté su increíble parecido con mi cantante romántico preferido. No voy a decir que era una gota de agua pero en gran medida se parecía bastante. El tipo se dio cuenta que me llamaba la atención, pero el problema era que él también estaba comprometido. Su mujer lo tenía bien vigilado y no era para menos, pues después de todo, esa clase de hombre era el bocado de cualquier mujer que se precie.
La verdad es que yo parecía una mocosa adolescente, súbitamente me sentía atraída hacia él y disimulando lo mejor que podía, miraba lo que hacía y lo que no mientras bailaba con mi marido, cuidaba de mis hijos, bebía un sorbo de mi copa de champán o comía algún que otro bocadito.
Como en toda fiesta de bodas siempre hay pequeños rituales que son insalvables y que hacen que el ritmo de la fiesta vaya variando. Que sí las fotos con el pastel, que sí el vals, que si la ceremonia de la liga, el baile en general y así. En uno de esos paréntesis, con la excusa de ir a averiguar qué estaban haciendo los niños, salí del salón en dirección a los jardines. Mi marido estaba tan entretenido conversando con algunos de sus amigos que casi ni notó mi ausencia.
Antes de salir a los jardines busqué con la mirada la copia de mi ídolo y vi que estaba en su mesa, abrazado a su mujer, con quien parecía tener una animada conversación. En un segundo nuestros ojos se encontraron, y sonreí. He de reconocer que era un hombre muy elegante, lucía un traje negro, camisa blanca, corbata azul marino de seda, zapatos acordonados lustrados de manera impecable y de vez en cuanto había visto como la mano de su esposa repasaba la solapa de la chaqueta, algún detalle de la camisa o el nudo de la corbata. Lo sorprendente era que a esa altura de la fiesta se conservara tan impecable, como si recién acabara de llegar.
Esa noche yo había decidido ponerme un vestido negro que se ajustaba perfectamente a mi cuerpo, era elegante pero provocativo, lo acompañé con una chaqueta corta preciosa.
La fiesta estaba en su apogeo, en un salón rodeado por un amplio parque donde había juegos para los niños, amplio aparcamiento y en un sector un enorme jardín muy bien cuidado, con árboles y bancos en los cuales sentarse. Mis hijos no estaban ahí pero fingí buscarlos dando un corto paseo, pero en realidad guardaba la secreta esperanza que él se deshiciera por un momento de su esposa y prefiriera, por un momento, darse una vuelta bajo la noche estrellada.
Me senté en uno de los bancos a esperar y de pronto la figura de mi hombre se asomó a la puerta y luego, decidido, encaró hacia el aparcamiento.

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Con seguridad iba a su coche y yo, para darle un margen de posibilidades, me levanté. Volvimos a mirarnos, él continuó su marcha y yo decidí seguirlo como si tal cosa. Cuando descubrió que estaba tras sus pasos, pero a una discreta distancia, se desvió hacia la zona donde la iluminación era muy escasa y se detuvo cerca de un jeep Land Rover. La cabina del vehículo se interponía entre él, el jardín y la puerta de entrada al salón.
Cuando rodeé el todoterreno para llegar hasta él, me llevé la gran sorpresa, pues estaba orinando como si tal cosa. Me quedé petrificada en el lugar mientras él continuaba en lo suyo, ahora mirándome con una pequeña sonrisa. Convengamos que es muy probable que mi verdadero cantante preferido tuviera mejor estilo para mostrar sus atributos masculinos pero podemos coincidir que este tío mostraba el suyo, no solo con orgullo, sino con total desfachatez.
Cuando terminó no la guardó, por supuesto, dejó que colgara flácida luego de sacudirla un poco para sacarse las últimas gotas de su orina. Así las cosas yo también tenía que mostrar mi jugada por lo tanto miré para un lado, luego para el otro y una vez que comprobé que nadie nos miraba, metí mis manos debajo del vestido ante su atenta y sonriente mirada, para quitarme las bragas muy lentamente. Para ello apoyé una de mis manos en el Land Rover y sin agacharme ni nada, saqué primero una pierna y luego la otra. Casi sin demora el diminuto puñado de encaje negro fue a parar al suelo.
Él extendió su mano, yo le di la mía y de inmediato me dio un leve tirón que desencadenó tres cosas casi de manera simultánea. Primero nos estrechamos en un abrazo y luego nos besamos. Besaba de maravilla, con intensidad, con ganas, empujando con firmeza su lengua contra la mía y por último con la misma mano que me había ofrecido llevó la mía hasta su flácido sexo que agarré de inmediato para comenzar a meneárselo.
Un momento después hizo que me apoyara de espalda contra el vehículo, se agachó mientras levantaba mi falda y sin dudarlo ni un segundo su rostro se hundió entre mis piernas para dejar que la lengua hiciera un magnífico trabajo en mi clítoris. No solo quise mostrarme más que dispuesta a gozar la improvisada sesión oral sino que separé un poco más mis piernas en tanto que una de mis manos hundía mi bajo vientre con la intención de levantar más arriba mi secretísimo botoncito de placer dejando que me proporcionara una de las mayores delicia de esa noche. Y no me decepcionó para nada.
Con una mano me apoyé en su hombro durante mi vehemente y profundo orgasmo y un segundo después tenía la punta de mi chaqueta en la boca para morderla con fuerza ahogando, así, la intensidad de mi climax con lo cual quedó su cabeza debajo de mi falda, pero a él no pareció importarle, pues se le veía y sentía muy entusiasmado en continuar moviendo su lengua entre mis labios del coño. Visto desde arriba era como si tuviera una pelota delante de mi vientre, aunque después me pareció cómica dicha situación.

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Pero él no se conformaba con dejar contenta a su secreta admiradora, él también reclamaba su parte y mientras yo le proponía ir hasta mi coche o el suyo, sentía su aliento con el inconfundible olor a sexo femenino, pero él tenía sus propios planes. Levantó mi vestido por delante, lo cual era una ventaja porque la chapa del Land Rover estaba algo fría para apoyar el culo en ella.
Su erección era firme e hizo que separara mis piernas un poco aunque yo le advertí que sería muy difícil hacerlo así ante la diferencia de estatura, pero él respondió que no me preocupara.
Pude sentir su glande jugar entre mis labios vaginales hasta que se produjo el milagro por lo cual he decidido replantearme mi agnosticismo ya que toda esa masa erecta entró de un empujón. Solté un suspiro que casi se pareció a un grito ahogado. Nunca jamás hubiera creído que un hombre me haría gozar de esa manera en un aparcamiento, sobre un coche, durante una fiesta de bodas de un amigo de mi marido.
El movía sus caderas de manera ondulante y en cada embestida me levantaba un poco, tanto que solo lograba sostenerme en la punta de los pies mientras nos besábamos al borde de la desesperación, sin dejar de abrazarnos. Para no perder el equilibrio me aferraba a él, con fuerza, en tanto su sexo entraba y salía de mí prodigándome demasiado placer para ser cierto y de vez en cuando, tanto él como yo, mirábamos para todas partes buscando posibles intrusos o fisgones.
En eso estábamos cuando me abrazó con fuerza para soltar un inconfundible quejido empujándome más arriba mientras me llenaba con su esperma. Nos quedamos quietos un momento más, luego nos separamos y mientras me limpiaba sus restos con un pañuelo de papel y él hacía lo mismo con su sexo. Nos habíamos intercambiado los teléfonos para volver a vernos “en condiciones”. Después de eso él se fue a buscar a su esposa y mientras yo buscaba mis bragas para volver a ponérmelas.

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Cuando regresé a la mesa, mi esposo me ofreció más champán llenando otra vez mi copa. Mis piernas temblaban y mi corazón desbocado daba la impresión que iba a salirse por mi boca en cualquier momento en tanto pude ver en la pista, bailando con su mujer, al hombre que mantenía inmaculada sus ropas a pesar de su experiencia reciente conmigo.
Yo me acurruqué contra mi esposo mientras este jugaba con los cabellos de mi nuca preguntando por los niños.
Besos para todos.

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