Relato erótico
Increíbles vaciones
Querían hacer unas vacaciones los dos solos. Siempre habían soñado con ir a Cuba y después de quince años de casados lo consiguieron. Lo pasaron mejor de lo que nunca se hubiesen imaginado.
Manuel – Jaén
Mi mujer y yo decidimos hacer unas vacaciones. Después de 15 años de casados decidimos viajar solos, queríamos que este viaje fuera especial y que fuera en un lugar donde habíamos anhelado por años, o sea Cuba, para pasar allí una vacaciones inolvidables.
Pensábamos pasar unos días en La Habana y luego en Varadero, ya que nos habían hablado muy bien de las playas y la calidez de su gente.
Al segundo día en la isla, salimos a cenar a un restaurante típico, no muy lujoso, pero muy bien atendido, donde comimos y bebimos hasta más no poder. Luego nos fuimos a la discoteca, que se encontraba en el último piso del hotel y allí seguimos bebiendo y bailando, contagiados del calor de la isla, y aprovechando la poca luz del lugar, nos tocábamos cuando podíamos y estábamos muy excitados y también algo borrachos, por lo que decidimos acercarnos a la barra a beber la última copa antes de ir a la habitación a terminar con esta calentura.
En el momento en que me giré para pedir una copa se me acercó una bella y joven cubana que dedicándome una sonrisa, me ofreció subir a mi habitación donde, por 30 dólares, me haría lo que yo le pidiera. La verdad es que me quedé mudo e inmediatamente me giré hacia mi mujer, pero ella también estaba siendo abordada por un joven de unos veintitantos años, con rasgos latinos, que le hablaba muy de cerca. Entonces le respondí a la chica que yo estaba con mi mujer y que decidiera ella. La joven sonrió y me dijo:
– Si tu mujer quiere también podemos hacer un trío.
Cuando se fue la chica y me sirvieron dos whisky, le pregunté a Carmen que le había dicho el cubano y ella, con sonrisa pícara, me dijo que le había ofrecido el mejor sexo y que por 30 dólares, podía hacer lo que quisiera. Después de reírnos de forma cómplice, le dije que no era mala idea hacer lo que siempre hablábamos y nos daba mucho morbo, es decir, hacer una fiesta privada de sexo en grupo. Ella, mientras miraba atentamente a la pareja bailando apretados, me dijo que no podría, que le daba vergüenza, pero que le gustaría ver al cubano follarse a la chica, que podía ser excitante ver un encuentro de esos dos cuerpos esculturales, teniendo sexo caliente. De pensarlo se le ponían los ojitos brillantes.
Le dije que si les ofrecíamos los 60 dólares les podíamos pedir que subieran a nuestra habitación y nos hicieran un show privado y así podríamos rebosar de morbo y luego nos echábamos el polvo más salvaje del mundo. Sonriendo con mucha picardía y sin sacarse el vaso de la boca, mi mujer se encogió de hombros como dándome su aceptación, así que le dije que subiera a la habitación, pidiera un par de botellas de champagne y que yo hablaría con ellos para coordinar el tema.
Hablé con Christian, que así se llamaba el fornido cubanito, y con Arlette, la joven mestiza, y subimos los tres a la habitación donde Carmen nos esperaba con cuatro copas de champagne y saludando a la pareja como si los conociera de toda la vida, los invitó a sentarse.
Comenzamos a hablar los cuatro, Carmen y yo, sentados en un pequeño sofá, y nuestros invitados en la cama, de sus vidas y de nuestro país mientras bebíamos el champagne.
De pronto Arlette comenzó a acariciar por arriba del pantalón al chico, sobándole la polla con delicadeza hasta que esta se le empezó a poner dura, notándose su miembro por la fina tela de sus pantalones. En esa situación la chica empujó al joven en la cama de forma que al estar él acostado con las piernas colgando, se le notaba el impresionante bulto de su polla erecta. Entonces Arlette, con mucha dulzura, le desabrochó el cinturón y bajándole la cremallera, tras apartar el calzoncillo, le sacó un enorme pollón de unos 20 cm, grueso, con muchas venas marcándosele como si fuera a estallar y ella, se la metió en la boca, succionándosela lentamente con la punta de sus labios.
En ese momento miré a Carmen y vi su cara llena de lujuria. No podía creer lo que veía, pero le notaba en la cara que devoraría esa polla sin pensarlo. Volví a mirar hacia la cama y ahora Arlette le pasaba la lengua al chico por los huevos suavemente, metiéndose la cabeza de la verga en la boca y volviendo a bajar con la lengua hasta los huevos, casi llegando a su ano. Ese fue el momento que sentí un escalofrío por la espalda, ya que un par de veces me lo hizo una mujer y creo que no hay sensación semejante que una te pase su lengua por el agujerito.
Cuando volví en mí, tratando de no perder detalle del momento, sentí que Carmen me acariciaba la polla que, para ese momento, ya me la había sacado y la tenía muy tiesa. Miré como mi mujer con una mano me masturbaba y con la otra se tocaba el coño rasurado, pero tampoco llevaba nada de ropa, estaba desnuda completamente y yo no me había dado cuenta de en que momento se lo había sacado todo.
A todo esto Arlette se subió encima de Christian, mostrándonos completamente su coño rosado, y se sentó lentamente sobre esa enorme polla que se metía poco a poco, centímetro a centímetro hasta que se perdió toda dentro de la chica, quedando solo los huevos fuera. En ese momento, a dúo, dimos un suspiro de gozo con mi esposa quién, casi de rodillas al pié de la cama, miraba como el chico penetraba a Arlette, mientras que de ese coño rosado salía una mezcla de jugos y lubricantes naturales que se podía oler a sexo en el ambiente.
Carmen me miró acercando su mano al sexo de la chica, animándose a tocar la verga del muchacho sin dejar de tocarse con la otra mano. En ese instante ya no me importaba que mi mujer gozará como una perra y solo quería unirme al grupo, así que se me ocurrió apagar la luz para no ver y poder gozar de lo que saliera en esa cama.
A oscuras me acerqué a la cama, tocando a ciegas los rizos inconfundibles de Arlette la cual, automáticamente, se giró y comenzó a comerme la polla de una forma increíble. Succionaba mi verga como si fuera un polo helado y eso casi me hace correr, pero cuando traté de llevar mi mano a su sexo, toqué con mi mano el rabo del chico que todavía lo introducido en el coño y también noté la lengua de mi esposa lamiendo aquel trozo, junto con la rica almeja de Arlette.
Esto ya se desmadraba de forma impresionante y a estas alturas Arlette me había tumbado en la cama y de espaldas a mi, con mi polla metida enteramente en su caliente coño, me follaba moviendo su culo como si estuviera bailando salsa, mientras que por la penumbra podía ver la silueta de Carmen a cuatro patas y como el chico la estaba penetrando a medias ya que ella daba pequeños gritos de dolor y placer.
Me ponía muy caliente oír como Carmen gozaba, porque aún que me estaba siendo infiel, era solo por placer y placer en conjunto, donde los dos estábamos gozando a más no poder. Era placer en estado puro.
Carmen ya gritaba de gusto, aparentemente el chico había metido toda su tranca en su rico coño y por el ruido, sus bolas golpeaban el gordo culo de mi mujer porque resonaba como si le estuviera dando cachetes en las nalgas. Con el último grito de Carmen cuando estaba llegando al orgasmo, me corrí simultáneamente con ella, pero dentro de la cubanita la que, después, se encargo de limpiarme la polla con su lengua.
Creo que mi polla, nunca alcanzó el estado de flacidez, nunca llegó a ponerse blanda si no que, con las chupadas de Arlette, se me puso tieso nuevamente.
Entre las sombras vi a Carmen tendida en la cama, sentada encima del chico, mientras que con una mano le acariciaba la polla y con la otra le tocaba el coño a Arlette. Pensé que Carmen, en este momento, iba aprovechar y se pegaría un lote con la chica, ya que aún que no me lo ha dicho, presiento que siempre le excitaba una relación lésbica y más con esta chica, que era preciosa.
Arlette estaba tan caliente como nosotros, y se puso a cuatro patas ofreciéndole el chocho a Carmen la cual ya estaba encima del chico, otra vez clavada por esa gruesa polla y sin pérdida de tiempo, se puso a comerle el culo y el coño a Arlette, por lo que dejé de masturbarme y decidí encender la pequeña lámpara de mesa para observar ese cuadro porno en vivo. Vi a Carmen que, entre subidas y bajadas, le metía la lengua a Arlette en su chocho y en cada vaivén salía de dentro de ella un tronco húmedo luego y se volvía a perder dentro de ella. Yo aún no sé como podía entrar esa polla dentro de mi mujer.
Al poco mi mujer se giró y me pidió que le diera por el culo por lo que, con mis dedos, le saqué jugos de su coño, casi tocando la polla de Christian, y le metí un dedo en el culo, que entraba como nunca pues además el agujero estaba lleno de sus jugos y de la leche que le caían por el culo, del polvo anterior.
Comencé a apretar la cabeza de mi polla en su ano llegando a perder la puntería con los gritos de placer de Carmen que decía obscenidades a todos los que estábamos allí. Cuando entró mi capullo en su culo, sentí como se quebraba en un escalofrío que comenzaba justo en su ano y terminaba en su nuca y al mismo momento que se relajaba del temblequeo, le metí lentamente la polla, llegando hasta un tope donde ya no entraba más, al mismo tiempo que por aquel culo sentía como entraba la tranca del cubano en su coño, casi acariciándome la mía por las profundidades de mi mujer. Confieso que eso me excitaba, así que continué empujando y sintiendo como mi polla cedía cada vez más hasta entrar a tope. Solo quedaban mis bolas fuera, húmedas de sus jugos.
En una de las embestidas suaves que nos pedía Carmen, sentí los espasmos del chico corriéndose dentro de mi esposa y ella, como esperando el momento de llegar juntos al orgasmo, me pidió que se la dejase adentro y no terminó de decir eso, que me estalló la polla a la vez que ella conseguía el orgasmo más intenso que había visto nunca y al momento sentí mi polla escupiendo leche hasta llenar su culo.
Terminamos los cuatros extenuados, tendidos en la cama y tras besarnos con Carmen, sin decir palabra, nos metimos en la ducha a relajarnos y sacarnos esa suciedad cómplice que sentíamos. Cuando estábamos los dos bajo el agua, entraron Christian y Arlette agradeciendo el dinero que les habíamos dejado sobre la mesa, que era bastante más que lo que habíamos pactado, y como último favor, educadamente, nos pidieron si nos podían asear ellos, a lo que dijimos que sí.
Fue el momento de Carmen, que casi sin mirar para arriba, se puso de espaldas al muchacho el cual se metió dentro de la ducha frotándole y enjabonándole la espalda, como si estuviera pintando un cuadro con las manos, y Carmen con los ojos cerrados, se estremecía y continuaba con sus manos agarradas entre si, a la altura de sus pechos, pero poco a poco fue entregándose a esas manos expertas que hacían las delicias de mi mujer. A esa altura yo estaba empalmado y quería mi turno de ducha con Arlette, así que después de que el chico enjabonase a Carmen, ella lo puso de espaldas y le enjabonó a él, acariciando su fibroso cuerpo, pasando la esponja por su duro culo y masajeando su pene hasta ponerlo duro nuevamente. Pero ella, al parecer, se avergonzó pues apartó las manos y mirándome a la cara, sonrió.
El chico comprendió y decidió dejar el turno a Arlette, por lo que se retiró a la habitación, quedándose Carmen envuelta en una toalla y mirando como Arlette me pasaba la esponja por todo el cuerpo, comenzando por mi espalda, mi pecho, bajando hasta mi miembro que, con la suavidad del jabón, se me excitaba más todavía hasta que Carmen, un poco celosa, le dijo a Arlette que ya estaba bien y pidiéndole que saliera le dijo que ella seguiría con el aseo de su marido.
Así es que Arlette, muy educadamente, nos saludó y se retiró a la habitación cerrando la puerta del baño, dejándonos en la intimidad donde Carmen, después de acariciarme y sobarme la polla, me hizo sentar en la misma ducha y poniéndose sobre mi miembro, echamos esa noche un polvo increíble, de más de una hora de pasión sin límites.
Tras este encuentro, nos volvimos a encontrar en la playa con Christian y Arlette y decidimos… pero lo que sigue lo contaré en una próxima carta.
Saludos y hasta pronto.