Relato erótico
Increible pero cierto
Lo que iba a ser un fin de semana tranquilo, en el campo y trabajando en uno de sus libros de cuentos, se convirtió en una de sus mejores experiencias sexuales.
Rogelio – La Rioja
Deseo explicar algo que sucedió hará unos meses, durante un fin de semana. Lo que viví sólo lo creía posible como argumento de película porno o historieta inventada de revista guarra. Pero no se trata de una historia inventada, sino asombrosamente real y lo mejor de todo es que el protagonista que el caprichoso destino escogió para tal honor, fui yo.
Soy aficionado a escribir cuentos, cuentos que suelo enviar a diversos concursos literarios, con nula suerte hasta ahora. No debo ser lo suficientemente bueno. Pues bien, aproveché un fin de semana en el que no tenía ningún plan concreto, para ir a mi casa de la Rioja Alavesa para corregir y terminar de adecentar un par de cuentos a fin de enviarlos a los correspondientes concursos.
Antes de irme, en un kiosco, además de los periódicos y revistas que acostumbro a leer, compré la revista Clima para leer las historias que se publicaban, ya que me ponen muy cachondo pues son historias reales, vividas por gente como yo, o como esa señora que ayer me dedicó una estupenda y caliente sonrisa cuando, casi involuntariamente, mis ojos se clavaron en sus tetas y sus pezones aprisionados en una blusa una talla inferior a lo que a su cuerpo correspondía. Llegué hacia las dos y media de la tarde al pueblo y tras comer un delicioso guiso de patatas al curry que yo mismo cociné, me despeloté en el salón, cogí la revista y leí una historia cachondísima de una señora de Logroño que ponía los cuernos a su marido en su propia casa y en su propia presencia. Mi erección era ya tremenda.
Logroño está bastante cerca del pueblo donde yo estaba y esa cercanía y esa posibilidad de conocerla añadían un matiz de morbosidad que me encendía sobremanera. Naturalmente, mi calenturienta imaginación se puso a funcionar y me masturbé con los ojos cerrados mientras esa señora, en mi mente, restregaba mi polla entre su estupendo par de tetas y después me la chupaba. Cuando abrí los ojos, la señora ya no estaba allí. Lo que sí estaba era el acostumbrado goterón alrededor de mi ombligo, fruto de una corrida llena de placer. Alumbrado por la calentura y el deseo, me volví a instar a mí mismo a atreverme de una vez por todas a poner un contacto en la revista y dar por fin entidad real a esa fantasía que me ronda desde hace algún tiempo. Pero sabía que era un pensamiento derivado de la calentura del momento y que dentro de un rato lo habría olvidado y que un poco por cobardía y otro poco por pereza, lo dejaría para más adelante. Después de un buen rato escribiendo y corrigiendo frases, hacia media tarde, para despejarme y airearme, decidí dar una vuelta con la mountain bike. El paisaje alrededor del pueblo es fantástico. Los caminitos entre viñas y el aire en mi cara en las cuestas, me brindaban una sensación de alegre libertad.
A lo lejos había una furgoneta pequeña. Una de esas de reparto, concretamente una Seat Trans. Debido a lo intrincado del caminito para llegar hasta donde estaba y sin que viniera a cuento, fantaseé y acudió a mi mente la historia de la pareja de Logroño que había leído en la revista.
Me acusé, sin demasiada convicción, de ser un cachondo y un vicioso, mientras seguía camino hacia un bosquecito que veía allá a lo lejos. El caminito por el bosque era circular y al final de dicho camino llegué a una especie de promontorio desde el que podía ver más de cerca la furgoneta. Me paré a descansar un rato diciéndome a mí mismo que tenía que dejar de fumar ya que estaba más cansado de lo habitual. Me bajé el coulotte y mientras meaba al lado de un árbol, miré distraídamente hacia la furgoneta. Cuando me la estaba sacudiendo para echar las últimas gotitas, la puerta trasera de la furgoneta se abrió y salió una señora, vestida solamente con medias y liguero, que se puso a mear ahí mismo, a escasamente cuarenta metros y mirando hacia el lugar donde yo estaba, con una cachonda sonrisa instalada en su rostro.
Casi inconscientemente, avergonzado e incluso asustado, me escondí detrás de un árbol pero seguí mirando hacia ella. La tentación era demasiado fuerte ya que el morbo que me producía el ver a una mujer desnuda y meando en pleno bosque era muy fuerte. La mujer acabó de mear y se restregó una mano por el chocho, en mi opinión excesivamente peludo, y con esa misma mano me hizo indicaciones para que me acercara. Asomé la cabeza y oí que, con este tan peculiar acento riojano, me decía:
– Venga mirón, acércate, que desde aquí me verás mejor.
Al principio, medio acobardado, no reaccioné, ya que soy muy tímido, y continué allí, detrás del árbol con la polla casi a punto de explotar aprisionada en el coulotte elástico. Pero al final, en esta ocasión, el deseo ganó, en su peculiar batalla, a los melindres y avancé, nervioso, hacia la señora. Me acerqué a ella y me encontré con una mujer rellenita, de unos treinta y cinco años, morena y más guapa de lo que desde lejos parecía. ¡Y qué tetas! Dos redondos melones con pezones gordos y aureolados como a mí me gustan. Cuando llegué a su altura y sin decir una palabra, conservando aquella sonrisa irónica, me bajó los tirantes del coulotte y al hacerlo descender por mis muslos, mi polla saltó como un resorte pegándose casi a mi ombligo.
Al parecer esto la puso muy cachonda ya que, casi de un salto, se puso de rodillas y, cogiéndomela con una mano, se la metió en la boca empezando a chupármela con una fruición y una intensidad que yo no había sentido hasta ahora en ninguna de las mamadas que me han hecho. Su boca parecía una bomba de vacío. Se notaba que tenía experiencia.
Pensé en aquellos momentos que ella ya había chupado unos cuantos rabos. A ratos me pasaba la lengua por el capullo como quien chupa un helado y al momento siguiente se la tragaba hasta la empuñadura, succionando arriba y abajo. Después pasaba a chuparme los huevos, moviéndolos dentro de su boca con la lengua como un delicioso caramelo y luego más abajo, casi hasta llegar al ano. Al darse cuenta, por mis contorsiones y suspiros, de que yo estaba a punto de correrme me dijo:
– ¡Eh, eh… espera chaval… que yo también quiero llegar a esto…!.
Me tiró al suelo de un ligero empujón. La tierra y las piedrecitas se me clavaban en el culo.
Tenía la polla con una erección tremenda y el capullo de color rojo, casi morado. Un color que sólo tiene cuando está muy excitado. Ella, sin dejarme reaccionar y con una rapidez increíble, como si fuera lo que más necesitaba en el mundo, se sentó encima de mi cara, pegando su peludo coño a mi boca. Le chupé el chocho y el culo hasta que ella empezó a dar grititos mientras su cuerpo se retorcía en temblores y estertores de placer como nunca había visto en una mujer. Sin saber si ya se había corrido, ella de pronto se agachó hacia adelante y en la posición del 69 volvió a tragarse mi polla y la bomba de vacío, su estupenda boca, empezó de nuevo a trabajar. Parecía que quería sacarme el semen sin que me corriera. Es algo complicado de entender pero con ello quiero decir que chupaba con tanta intensidad que daba la impresión de querer tragarse mi leche directamente, sin pasar por mi placer.
Pero la que sí se corrió fue ella y en cuanto sentí los jugos en mi boca ya no resistí más y entonces sí que me fui yo también dejando su cara y su boca con anchos goterones de semen que le bajaban por las mejillas y que ella recogía con los dedos y los saboreaba en su boca. Cuando me tumbé hacia atrás para coger aire, descubrí a un hombre, que no había visto hasta este momento, apoyado en la puerta del coche y que se estaba masturbando. Se acercó, con su polla completamente tiesa, a la boca de su mujer y se corrió también en su cara. Ella acabó con la cara perdida de semen pero en un minuto ya lo había recogido con sus dedos y tragado todo con una cara de zorra y una mirada felina que volvieron a ponérmela dura. Entonces, levantándose, ella me ofreció el culo, redondo y grande. Extraordinaria visión, con las vides al fondo. Estaba manchado de tierra y tenía piedrecitas. Le pasé las manos, le di unas palmaditas y luego un ligero masaje, cosa que me la volvió a poner definitivamente dura, igual de dura que al principio. Le chupé el chocho y el culo desde atrás, los dos a cuatro patas.
El cabrón de su marido, a nuestro lado y sin perder detalle, se estaba pajeando otra vez. Al cabo de un rato de estar así, ella se apartó, nos puso un condón a cada uno e hizo tumbar en el suelo a su marido. En el acto se sentó sobre su polla, clavándosela entera en el coño y luego, cuando ya la tenía toda dentro, se tendió hacia adelante. Escupió en su mano y frotó la saliva en el agujero de su culo, lubricándolo de forma artesanal. Me miró de reojo y con una sonrisa torcida me indicó que se la metiera en el culo. No me lo pensé dos veces. La invitación era mucho más excitante de lo que yo esperaba. Deseaba follármela pero si era por el culo mucho mejor. Apoyé mi glande en su agujero y apreté.
Al poco los dos ya estábamos dentro de ella. Al principio mi polla le costó entrar ya que mi capullo es bastante gordo y el agujero no estaba lo suficientemente lubricado. Para solucionarlo escupí también en mi mano y unté el capullo de saliva. Ahora, tras apretar nuevamente, ya entraba perfectamente. Su marido y yo nos acompasamos. Cuando él entraba en su chocho yo salía del culo.
Después, los dos entrábamos a la vez en una cadencia de locomotora. Ya no eran grititos, eran berridos en toda regla los que ella lanzaba. Nos corrimos los tres.
Primero ella, después su marido y luego yo. Nos quedamos así, según estábamos. Unos encima de otros, los dos todavía dentro de ella. Después, sentados en la tierra y fumando un cigarrillo, hablamos. Me contaron que eran un matrimonio de Logroño a los que les gustaba salir a follar al campo. No eran los mismos que la historia que había leído en la revista por lo que así supe que en Logroño había más de un matrimonio al que le gustaban los tríos. Ellos ya tenían experiencia, para mí fue la primera vez pero estoy seguro de que no será la última ya que fue una experiencia que tardaré en olvidar.
Me dieron las señas y prometimos repetir la experiencia más adelante. Me habían propuesto repetir esa misma noche, en casa de ellos o en la mía, pero les dije que mejor lo dejábamos para otro día, que ya les escribiría para quedar para la siguiente ocasión. Por aquel día había tenido suficiente.
Ya os contaré si tenemos más encuentros. Un abrazo.