Relato erótico
Impensable para mi
Tenía ganas de ir al cine y al final su marido le dijo que podían ir aquella misma noche. No sabía qué película irían a ver, pero le hacía ilusión.
Nieves – Madrid
Desde hacía meses le insistía a mi marido, tenía muchas ganas de ir al cine a ver una película y él se hacía el desentendido. Hasta que una tarde me sorprendió, me invitaba al cine. Ni siquiera pregunté por la película, de hecho no me importaba, mi deseo era salir de las cuatro paredes de casa. Me alegré y rápidamente me arregle. Llegamos al cine, ni siquiera me enteré del programa. Entramos. Mi vista no es nada buena, sufro de miopía, por esto siempre nos sentamos en las filas más alejadas de la pantalla. La sesión ya había empezado, estaban pasando los anuncios y trailers. Medio encandilados todavía, nos sentamos en la segunda fila, casi en el centro. No avancé más, ya que en la siguiente butaca había una persona. Después de los anuncios hubo un breve encendido de la luz; pude ver a la mujer de mi lado, estaba acompañada por un hombre; me dieron la impresión de ser otro matrimonio como.
Tan solo al inicio de los primeros créditos de la cinta fue evidente, se trataba de una película erótica, no sabía hasta donde de pornográfica, pero de que tendría escenas de sexo explícito no había duda. Entonces entendí, mi marido me invitó no tanto por complacerme, sino para complacerse él mismo; me encogí de hombros dispuesta a disfrutar del filme. Con solo ver las primeras escenas deduje que sería una de esas películas en las que lo menos importante era la trama. Me inquieté; luego me dije, la verdad no tengo porqué no gozar de esto, así tendré buenas fantasías para mis ricas masturbadas.
Masturbarme ha sido el maravilloso sucedáneo para las insuficiencias de mi macho, y no solo por los problemas de erección, sino por lo insulso de su forma de acariciar, si decidía hacerme algunas caricias, claro. No obstante mis dulces, ricas, prologadas y frecuentes masturbadas, mi insatisfacción sexual era apabullante. Si a esto se agrega mi libido exaltada, se pueden imaginar mi estado de ánimo y también mi disposición a gozar de la película.
En la pantalla una hermosa jovencita hacía una presentación de algo en la cabecera de una larga mesa ocupada por hombres y mujeres, ellas hermosas, ellos galanes seleccionados. La presentación terminaba y uno de los hombres se acercaba a la ponente para invitarla a cenar. Ella, sonriendo coqueta, le decía que ya tenía cita. Pantalla negra para dar paso a la bella jovencita del brazo de una de las mujeres apenas entrevista sentada a la larga mesa, tomada de su brazo; ambas cruzaban una calle aparentemente para dirigirse a un edificio donde se podía leer: Restaurante. Y sentí… Las butacas de ese cine son amplias, los mismo los reposabrazos; yo tenía mi brazo plácidamente aposentado allí, en el brazo de la butaca y otro brazo se situó sobre el mío, me alarmé.
Y lo hice porque la extremidad ajena bien pudo situarse en el amplio espacio de la butaca sobrante. Me giré y la vi mirándome; su sonrisa y su mirada fueron sumamente inquietantes; retiré mi brazo aún viéndola, ella continuó con la sonrisa y el brazo en la butaca. Volví a la película más inquieta y desconcertada. Si fuera un hombre el atrevido, seguramente no me hubiera desconcertado, hubiera retirado el brazo y ya. Para colmo, la porno se iniciaba; las jovencitas estaban en el restaurante, en una mesa; la mesa estaba aislada. Las manos de las mujeres se entrelazaban, las sonrisas de una para la otra eran amplias, significativas, eróticas. Luego una de ellas miraba en todas direcciones, para seguidamente acercar su rostro a la otra para depositar un beso largo y sostenido en la boca de la jovencita ejecutiva.
Mis estremecimientos iniciales se multiplicaron; no tenía explicación válida para ello y sin embargo, algo me decía, te estremece el recuerdo del brazo ajeno. Hasta apreté los muslos, sin duda un reflejo de autoprotección, pero pensé, ¿de qué me protejo?, para contestarme: ¡caramba, me protejo de la vecina!
La secuencia en la pantalla donde las jovencitas continuaban a los besos, y sus manos vagaban ya por los muslos desnudos de ambas; las minifaldas de las dos eran escandalosas, ya lo había observado cuando cruzaban la calle, las minifaldas apenas bajaban un poco de la raíz de las nalgas, no sé, tal vez ese apretón de muslos, aunado a la secuencia vista, motivaban a mi chocho a pegar de saltitos, y sentía los pezones erectos, mi intranquilidad se fue al infinito.
Mis manos sobre el regazo eludiendo descansar mi brazo en la butaca, no fuera a ser el regreso del ajeno, este pensamiento me turbaba y lo hacía en el sentido de continuar con mi protección y al mismo tiempo acariciar mis muslos. Mi faldita era igual de escandalosa a las de la película. Y ese lento caminar de mis manos en los muslos me hacían tiritar de emoción, ¿excitación? Me pregunté, y sentí sonrojos abrumadores. La vecina me observaba, no la veía pero sentía el peso de su mirada clavada en mí.
La jovencita ejecutiva, cínica, tocaba los senos de la otra, joven también, aunque se apreciaba de mayor edad, y carajo, para volverme loca, dentro de mí deseé tener una mano precisamente en mis senos, y para colmo, bajé la mirada y vi los muslos de la vecina desnudos, la faldita casi en la cintura. Con más estremecimientos aparté rápido la vista para llevarla a la pantalla donde las jóvenes estaban entrando a una residencia cogidas de la cintura y besándose prolongadamente.
Mi chocho se encargó de decirme: estás excitada, y lo dijo mojándose de manera ostensible. Bueno, estuve a punto de pedir a mi marido que nos fuéramos, o yo retirarme sola, dejándolo a él a continuar excitándose con la pantalla. En lugar de eso, quizá desquiciada, coloqué de nuevo mi brazo en el reposabrazos de la butaca, pretextando “cansancio” del mismo. Claro, el otro brazo concurrió a la cita de inmediato. Ahí lo dejé, aunque mi mano del otro lado ascendió a mi rostro para enjugarlo sin razón. Entonces fue la mano, sí, la ajena, inició una levísima caricia en mi brazo entumecido de emoción; eso no lo admití en ese momento, ahora lo digo así, aquella tarde continué pretextando cansancio y era natural, en la estrechez del reposabrazos, los brazos se tocaban, nada para alarmarse, decía mi conciencia erotizada ya. Y luego, el soponcio. No lo sabía, en la oscuridad de ese cine me enteré: los reposabrazos de esas butacas se pueden retraer como en los aviones; ella dejó mi brazo, luego inició el movimiento para elevar el reposabrazos, yo, en las nubes del desconcierto y la excitación en aumento. Los movimientos de la otra fueron una excelencia de discreción, nadie, excepto yo, se percató. Ahora se sumaba a mi desconcierto, la incertidumbre de a dónde deseaba ir la “intrusa”, así continuaba calificándola. No tardé en saberlo, la mano audaz se posó en mi muslo desnudo e inició una suave ¡y cachonda! caricia en mi muslo desnudo. Mis estremecimientos eran ya temblores importantes, y mi coño ya estaba escandalosamente mojado, era sin lugar a dudas, una hermosa catarata de jugos.
La mano ascendía con suavidad, sin prisas, la sentí llegar al límite mismo de la ropa, para luego descender al mismo paso. La miré, me sonreía de una forma deliciosa, así sentí esa preciosa sonrisa. Luego, la mano apretó. Las jovencitas estaban entrando a una lujosa habitación, se situaban frente a frente, los besos eran a lenguas paradas y fuera de las bocas; las manos de ambas en las nalgas de la otra; enseguida una, la más ansiosa, bajaba las manos hasta tomar la falda de la otra, la elevaba, la de la falda levantaba los brazos para permitir la salida del minivestido sensacional, y sorpresa, estaba desnuda bajo el vestido, por eso la belleza del cuerpo deslumbró en la pantalla y…
En mis emociones erotizadas, vi los senos maravillosos y los pezones endurecidos, nada les pedían los propios, y la mano ajena sobre mis muslos andaba ya en las meras alturas. De pronto y para otra sorpresa mía, la mano se fue, pero no era así, solo fue por mi mano, la cogió y la llevó a sus muslos, ahí la dejó, mi mano sentía la suavidad de esa piel extraña. Esa tersura de mujer solo conocida en mis propios muslos, me fascinó. Su mano regresó a mi muslo y así se inició una inédita competencia de manos para ver cuál de ellas acariciaba más y mejor.
Yo, haciendo esfuerzos, apenas si podía acallar mis ya evidentes jadeos, ella hacía lo mismo, me pareció. Mi chocho se contraía cuando la vecina recorrió las nalgas al borde de la butaca, por eso sucedieron dos cosas, la primera y más alarmante, los muslos se separaron ampliamente y mi mano quedó en íntimo contacto con los pelos de su coño… ¡No llevaba bragas! Aún con los esfuerzos de ella, pude escuchar un sonido claramente suspirante.
Después, la mano ajena apretó mi muslo y me hizo separar la pierna y bajar un poco el cuerpo al borde de la butaca, era claro, deseaba sentir con su mano lo mismo que sentía la mía.
En la pantalla las cuatro manos andaban por los hermosos cuerpos desnudos de las protagonistas, y una metía los dedos en el coño de la otra, acercando la cámara a primer plano y con esta toma se veía perfectamente los dedos metiéndole en el coño. Me estremecí aún más y ya me era necesario algo en mi chochito encharcado. Quizá esto me “obligó” a bajar mi culo hasta el borde mismo de la butaca, sin importar mi marido. La miré, me vio, sonrió y ya su mano estaba entrando por mis braguitas y acariciando mis pelos, entonces decidí quitarme las braguitas para no estar en desventaja. Sorprendida, fui por la mano ajena para colocarla en mis adorables pelitos, en mi jugoso coño que ya clamaba por caricias, y claro, mi mano se fue hacia su coño. Ella tiró todavía más adelante las nalgas, con los muslos abiertos de par en par. Y, sin el estorbo del reposabrazos, mi mano pudo agilizar sus dedos, y los dedos ajenos, atendiendo a mis deseos, se metieron en mi vagina empapada y deseosa de placer. En la pantalla la más jovencita chupaba el coño de la otra, y se despertó en mí el deseo de chupárselo a mi vecinita. Dejamos de ver la pantalla para concentrarnos en las miradas mutuas, en el continuo fruncir de los labios enviando besos a la otra y los dedos acariciando suave, tiernamente los coños respectivos, con lentitud estudiada, las dos igual, reprimiendo los jadeos y los gemidos, y más, mucho más, los movimientos de las nalgas desatadas por la enorme excitación. De mi marido ni me acordaba.
Mi vecina era guapa, en una secuencia luminosa la vi, jovencita. En la pantalla una acercaba la lengua a la vagina depilada de la otra y se acercaba al clítoris mientras le metía los dedos en la vagina, esto hizo que culminara un orgasmo en mí tras tener sus dedos jugando en mi duro clítoris con mucha experiencia, la explosión de placer fue maravillosa, de una potencia nunca imaginada.
Mis dedos apresuraron la marcha, deseé, loca de deseo, provocar esa misma explosión en la vagina tan deliciosamente acariciada por mis deditos. Y sí, ella detonó su orgasmo, lo sentí por cómo apretó los muslos deteniendo mis dedos y echó la cabeza hacia atrás. Mi orgasmo no se detenía, continuaba incansable, lo mismo los deditos sabios se movían sin descanso y en la pantalla las chicas hermosas caían en el fabuloso 69 y las cámaras hacían tomas de las lenguas penetrando una y otro chocho y en la banda sonora estallaban los gritos orgásmicos de las dos en la pantalla, casi en simultaneo con los nuestros. Al retraer mis nalgas, mis desnudos muslos detectaron el asiento empapado de mis jugos y sonreí enviándole un sentido besito a la vecina, suspirando sin ruido, francamente agradecida.
Volví a la pantalla, ahí las muchachitas se besaban amorosas mientras sus manos hacían recorridos por nalgas, senos y coños; las sonrisas eran maravillosas, reflejaban fielmente la satisfacción de ambas. Pantalla negra para volver a una mansión donde dos agraciadas jovencitas, más jóvenes que las otras, desnudas, se acariciaban mutuamente los pechos. Las secuencias posteriores no diferían de las ya vistas, sin embargo sí propiciaron el regreso…
Ahora fueron mis manos las del regreso a los muslos increíbles de mi vecina, ella sonrió, abrió los muslos, empujó las nalgas al borde del asiento y al mismo tiempo, con sus manos levantaba discretamente la faldita, ya con mis dedos enrolados con los pelos mojadísimos, abrí los labios verticales y ella hizo un ligero movimiento a sus nalgas dando su aprobación, y la mano ajena no se hizo esperar, regresó calmada y tierna a mis muslos aún juntos.
La hice esperar, no bajé las nalgas, tampoco abrí los muslos, ella me veía sonriendo y su mano acariciaba deliciosamente la piel de mis muslos, ya mis dedos nadaban en esa inapreciable piscina, mi coño reclamaba acción, mis muslos se abrieron de par en par y las nalgas se fueron al borde del asiento, no se apresuró a entrar a la cueva de las delicias, se entretuvo acariciando mis pelos, disfrutando de la excitante humedad, yo deseaba intensamente la penetración de los deditos, por eso, instintos en acción, elevé las nalgas con cuidado pero con efectividad, para que los dedos entendieran la necesidad inmensa de su deseada penetración; eso hicieron, acariciaron más leve, más tierna, más cariñosamente mis labios llenos de pelos, y luego, para mi enorme satisfacción y mi candente admiración, los dedos se metieron en el chochito.
En la pantalla gran acercamiento a las lamidas sensacionales de coños que se estaban dando, y ni cortos ni perezosos, nuestros orgasmos se detonaron sin que los dedos dejaran de acariciar los respectivos clítoris, fuente del inmenso placer de las dos.
En la pantalla se escucharon los gritos de los orgasmos de las protagonistas, segundos después de los nuestros. Tal vez emití un gritito irreprimible y mi marido me miró, pero por fortuna en ese momento yo estaba con los ojos en la pantalla y había bajado mi faldita, lo cual hizo que volviera a mirar la pantalla donde las jovencitas se metían los dedos en sus respectivas coños sin dejar de mamar. No obstante permaneció un tanto inquieto, lo sentí y lo comprobé al percibir sus casi constantes abandonos de la pantalla para verme con el ceño fruncido. Miré a mi vecina, ella sonreía y se encogía de hombros indicándome estar al tanto de nuestra desdicha.
En fin, ya no fue posible volver las manos a donde tanto había disfrutado, gozado del placer de acariciar otro coño, otros pelos, otras ninfas, otro clítoris, pero los ojos continuaron solazándose con la celestial visión de los hermosos muslos que continuaron desnudos hasta poco antes del fin de la cinta. Ambas, puestas de acuerdo con los ojos, hicimos castos movimientos para colocar las faldas en el lugar adecuado. Ella, más presurosa, hurgó en su bolsa, luego sacó algo, yo intrigada, no dejaba de verla. Ahora fue claro su suspiro; vio a su acompañante, luego al mío, estiró la mano y depositó en la mía una tarjeta, yo me apresuré a ocultarla en la palma de mi mano.
Encendiéndose las luces, ella tocó por última vez mis muslos con el grave riesgo de ser vista por cualquiera. Nos enfrentamos al ponernos de pie, la sonrisa de ambas fue maravillosa, hasta muy afectuosa la sentí, eso quiso expresar la mía. Siguiendo en su onda audaz, frunció los labios en el beso final. El acompañante le tocó un hombro para señalarle la salida, luego se dio la vuelta y pude ver sus caderas y sus nalgas, ambas preciosas.
Yo permanecí de pie viéndola irse, me atreví a una discreta despedida con mi mano cuando ella caminaba por el pasillo camino de la salida. La tarjeta punzando en mi mano. Mi marido me instó para salir, lo seguí con los muslos resbalosos y al caminar las sensaciones orgásmicas se dejaron venir, aunque no fueron suficientes para llevarme a un nuevo orgasmo. Por esto me metí en el baño y me encerré para masturbarme. Entonces me di cuenta que mis braguitas se quedaron dentro de la sala. Eso me calentó más y mi masturbada fue sensacional.
Esa noche no pude dormir recordando el inmenso placer con los dedos de una mujer. Por la mañana, temblando de emoción, marqué el número de la tarjeta y ¡me contestó ella! Fue el comienzo de una larga amistad y un placer desconocido hasta ese día e inmejorable hasta hoy.
Besos de las dos.