Relato erótico

Hay que probarlo todo

Charo
13 de julio del 2019

Forman un matrimonio ideal, buenas profesiones, atractivos y sobre todo muy bien avenidos en el sexo. Les gusta experimentar “cosas” nuevas. Fue durante las vacaciones y en un club de intercambio donde lograron el mayor placer de sus vidas.

Carmen – Zaragoza
Luis y yo formamos un matrimonio joven, entrados en la treintena, y pese a tener tres hijos y a llevar bastantes años juntos, seguimos manteniendo una buena relación, basada en la amistad, el compañerismo y la pasión. Nuestras relaciones sexuales siempre han sido una gozada de compenetración, por lo que no hemos necesitado otras experiencias fuera de la pareja, ni siquiera en los momentos bajos, los normales problemas de convivencia que, por otro lado, dan lugar a reconciliaciones maravillosas.
Hacemos el amor al menos una vez al día y no siempre en la cama. De lo bien que nos lo pasamos podrían hablar los vecinos, aunque ahora con los niños es más complicado perder la cabeza y dar rienda suelta a las cuerdas vocales. Por eso aprovechamos cuando están fuera, para lo cual a mí me gusta ir sin braguitas, siempre lista para volver loco a Luis que está deseando subirme la minifalda, agarrarme por el culo y follarme contra el sofá o la cocina.
A menudo nos gusta darle un poco de morbo a lo nuestro, ya sabéis, lo típico. Ver películas porno, hacernos fotos con la polaroid o grabarnos en vídeo, pero también nos gusta follar en situaciones límite con la emoción del peligro a ser sorprendidos, en la playa o en el campo, en los probadores de los grandes almacenes, en los jardines públicos, etc. Ni la edad, ni los hijos, ni nuestras responsabilidades laborales (yo soy médico y mi marido profesor) nos han curado de estas locuras, al contrario, cada vez nos seduce más el morbo, el juego y la fantasía. A veces, cuando estamos jodiendo, nos imaginamos historias y orgías en las que participamos los dos. Hay una fantasía mía que siempre pone a cien a Luis. Yo estoy desnuda, tumbada en una playa solitaria y se acercan dos jóvenes que me comen toda y me dan polla hasta la saciedad, vienen más parejas que se van sumando hasta que toda la playa es una orgía. A mí también me excita la fantasía de mi marido de hacer un trío con una exuberante jovencita.
Hace un tiempo que hemos decidido que la vida son tres días y hay que aprovecharla. Hemos comprado revistas de intercambios, hemos navegado por Internet. El solo hecho de pensar en realizar nuestra fantasía de un trío o de participar en una orgía me pone a cien, y enseguida me lanzo a comérsela a Luis, mientras está en el ordenador y terminamos con un par de corridas de campeonato. Hasta ahora no habíamos pasado de ahí, pero este verano nos decidimos y fuimos a un pub liberal de los que abundan en la costa donde veraneamos, un local de intercambios en cuya puerta ya sentimos la emoción y el frenesí de todos nuestros deseos. Habíamos cenado en un restaurante cercano, una cena romántica, de esas de velas y música de fondo, en la que Luis no paraba de hacerme la boca agua porque jugaba, bajo el mantel, con su pie entre mis muslos, y como habréis imaginado, sin bragas de por medio, terminó con el pie empapado.
Nuestra conversación era cada vez más picante y yo me moría de ganas de ser follada a tope. Al llegar al local me puse un poco nerviosa, incluso temí ver a algún conocido, pero ya íbamos muy alegres por el vino y el deseo. La relaciones públicas nos introdujo con exquisita amabilidad y con la mayor normalidad nos enseñó el pub y todas las estancias.

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Cuando nos sentamos a tomar una copa, ya más relajados, vimos a nuestro alrededor varias parejas, una de ellas muy atractiva. Enseguida cruzamos nuestras miradas. Nosotros también estamos bastante potables. Luis es un morenazo con unos preciosos ojos verdes y yo, que me llamo Carmen, iba verdaderamente despampanante, con mi cabellera rubia suelta y un ajustado y liviano vestido rojo de tirantes.
Cuando volvió la relaciones públicas para preguntarnos si todo iba bien, le dijimos si aquella pareja eran clientes habituales y si nos los podía presentar, nos dijo que sí y pronto estábamos tomándonos una copa y charlando juntos.
Se llamaban Felipe y Ana, estaban casados y eran realmente divertidos. A los dos les gustaba el deporte y se notaba por sus cuerpos que estaban para mojar. Incluso, tengo que reconocerlo, me gustó Ana, morena y guapísima, con la que congenié enseguida. Felipe y Luis fueron derivando su conversación hacia nosotras y empezaron a bromear sobre lo mucho que nos gustaba la marcha y lo bien que lo hacíamos en la cama.
– ¿En la cama solo? – dijo Ana.
Enseguida estábamos hablando de nuestras posturas favoritas y de nuestras fantasías. La conversación iba subiendo de tono, entre risas y roces.
– Como sigamos así, mi marido va a reventar la cremallera – dije entre risas de todos.
– Es cierto – añadió Ana que ni se lo pensó para palparle el paquete a Luis.
– De lo que no hay peligro es de que tú mojes las bragas, porque no llevas – respondió mi marido.
– ¿Será verdad? – preguntó Felipe al tiempo que me subía el vestido para comprobarlo y yo separé las piernas, dejando a la vista mi pubis.
– Esto se está desmadrando demasiado y yo como soy muy formalita me voy a bailar como una buena chica. ¿Te vienes Luis? – dijo Ana mientras se llevaba a mi marido a la pista.
Yo me quedé hablando con Felipe, que me dijo que había constatado que yo era rubia auténtica por el color del pubis y yo le contesté que no me pensaba ir esa noche sin comprobar si él era moreno auténtico. Nuestras parejas, mientras tanto, estaban ya magreándose al son de una música lenta. En un momento dado, Ana que se dejaba sobar las tetas por mi marido, le bajó la cremallera y le agarró la polla.
– Nosotros vamos con retraso – le dije a Felipe.
– Pues ya sabes dónde cogerte – me dijo mientras me tomaba la mano y me la llevaba a su bulto, que estaba pidiendo guerra – ¿O prefieres bailar?
– No, creo que lo que hay que hacer es llevarnos a aquellos dos al jacuzzi, antes de que empiecen con “otro baile” – dije yo – Nos vamos al jacuzzi, ¿venís? – les pregunté y pronto estábamos los cuatro desnudos, disfrutando del burbujeo.

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Realmente Felipe y Ana estaban riquísimos. Él tenía un culo de locura y su polla, que apuntaban bien alto, era casi más grande que la de Luis. Ana tenía unos pechos grandes y redondos, con unos pezones largos y oscuros que realmente llamaban la atención. El sexo lo llevaba depilado del todo.
– Esta noche nos vamos a poner las botas – me dijo Luis al oído empezando a besarme apasionadamente.
Mientras me besaba, Felipe y Ana se acercaron, ella agarró la tranca a mi marido y Felipe comenzó a tocarme las tetas y luego el culo, hasta que poco a poco pasó a mi raja, comenzando a juguetear con mi clítoris y a meterme el dedo en el chocho. Luis y yo seguíamos dándonos lengua como locos y yo estaba ya que me corría. Para descansar, me separé de mi marido y me dirigí a Felipe, al que tomé su instrumento con una mano, mientras me agarraba a su culo con la otra. Eché un vistazo y Ana ya estaba comiéndole la polla a Luis, que se había sentado en el borde del jacuzzi y tenía en sus tetas dónde agarrarse también.
– Ya está bien de que nosotros siempre vayamos rezagados – me dijo Felipe mientras me cogía por la cintura, me sentaba al lado de mi marido y se ponía a comerme de arriba hasta abajo.
Al poco de llegar a mi coño, ya no aguanté más y me corrí. Sin perder tiempo, Felipe se la clavó a su esposa por detrás, mientras ésta seguía comiéndosela a Luis como quien tiene hambre de semanas. Ana se corrió como una loca y al oírla, mi marido no aguantó más y le llenó la boca de semen. Rápidamente me lancé con el ánimo de pillar algo, acerqué la boca y mi lengua, en la polla de Luis, se encontró con la lengua de Ana, en la que pude saborear aquél jugo. Mientras nos dábamos la lengua y nos tocábamos mutuamente los pechos, Felipe me introdujo su tranca y creí que iba a desmayarme de gusto. Era inmensa, muy gruesa y se movía como una máquina.
Entretanto, mi marido acercó su lengua a las nuestras y nos besamos los tres a la vez, mientras Felipe seguía embistiéndome como un toro salvaje. Volví a correrme de nuevo y me revolví a tiempo para que Felipe se corriera en mi boca. No nos habíamos dado cuenta que otras parejas habían entrado en el jacuzzi, a las que habíamos puesto a cien.
Allí ya no cabíamos tantos, era demasiada jodienda para una jacuzzi. Así que nos fuimos los cuatro a una cama redonda, en un cuarto contiguo, donde había otras parejas haciendo de todo. Aunque me acababa de secar, ver a tanta gente en una orgía sin límites, hizo que me mojara de nuevo rápidamente. Mientras nos hacíamos sitio en el colchón, iba hablando con Ana, que me dijo que era la primera vez que besaba a una mujer y que, mientras lo hacía, había deseado saborear mi sexo, a lo que yo le contesté que la noche era muy larga.
Dicho y hecho, enseguida estábamos en acción. Nada más sentir la lengua de Ana en mi entrepierna, me puse cachonda y le dije que aquello había que hacerlo del todo bien y girándome, comenzamos un 69 que estaba en todo lo suyo cuando nuestros marido vinieron con unas copas.

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Al vernos, Luis y Felipe se empalmaron rápidamente y comenzaron a masturbarse a nuestro lado, a meternos mano y a animarnos:
– Cariño – me decía Luis – cómele el coño a esta putona que enseguida me la voy a follar yo.
Al tiempo estábamos los cuatro follando, nosotras a cuatro patas nos dábamos la lengua con frenesí, mientras Felipe me volvía a follar y mi marido hacía lo propio con Ana. A partir de ahí los jadeos fueron en aumento y cambiamos varias veces de pareja. Por un rato follamos con nuestros maridos respectivos que, al final, se corrieron a la vez sobre nuestras tetas, que nos limpiamos la una a la otra a base de lengua. Yo ya había perdido la cuenta de mis corridas, estaba cansada pero seguía cachonda. Mi marido estaba reponiéndose y Felipe se fue al aseo. Mientras Ana encendía un pitillo, me dediqué a disfrutar viendo a las otras parejas de al lado. Me dio envidia ver a una mujer que era poseída por dos jóvenes, uno por el chocho y otro por el culo, mientras ella le comía la polla a un tercero.
Comencé a masturbarme y al verme Ana, sin decirme nada, se acercó, puso su coño pegado al mío y comenzamos a restregar nuestros labios y nuestros clítoris. Nuestros jadeos animaron a Luis y a Felipe, que nos metieron sus trancas en nuestras bocas mientras continuábamos disfrutando del roce de nuestros coños. Entonces Ana le dijo a mi marido:
– Quiero que me metas tu pollaza por el culo, que me voy a correr como una zorra.
Yo me puse a cuatro patas y le dije a Felipe que me follara hasta llenarme el coño de leche. Realmente estaba siendo una noche inolvidable y yo estaba como una perra en celo. Por eso no dudé en acercar mi boca hasta uno de los chicos de al lado y comerle su polla sin mediar palabra. Se acercaron los otros dos chicos y mientras me sobaban las tetas, se pajeaban.
Yo seguía disfrutando de las embestidas de Felipe y, ya puestos, me puse a contentar a los tres chicos, que fueron turnando sus pollas en mi boca. Oí como se corrían Luis y Ana, que estaban alucinando con la visión, y se corrió Felipe dentro de mí. Al final, ellos tres estaban exhaustos y adormilados y yo no paré hasta que aquellos otros tres mozos se corrieron sobre mí.
Nos hubiéramos quedado durmiendo un día entero, así que decidimos irnos antes de que amaneciera y refrescarnos en la playa. Nos bañamos desnudos los cuatro y coincidimos en que era una pena no proseguir la fiesta en la playa, así que quedamos para el sábado próximo para pasar la noche en una cala apartada que conocían ellos. Nos preguntaron que si podían invitar a otra pareja a pasar la velada.
– ¿Cómo son? – les pregunté.

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– ¡Mmmmhhh! – me contestaron al unísono Ana y Felipe, con lo que no hubo más que hablar.
Pero eso ya es otra historia que contaré otro día, porque desde hace un rato tengo a mi marido con su lengua entre mis labios inferiores y voy a tener que…
Un beso muy húmedo para todos.

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