Relato erótico

Hay que controlar

Charo
28 de agosto del 2018

Llevan muchos años casados pero sus relaciones sexuales siguen siendo apasionadas y con muchas fantasías. Hicieron realidad a una de estas fantasías pero, la mujer, cree que se les ha ido se las manos.

Pilar – Palencia
Soy una mujer casada que ya ha cumplido sus 50 y pico de años pero no por ello he dejado de ser una calentorra y mucho menos Jesús, mi marido, un hombre de 60 años, aún muy atractivo y potente. Para nosotros el sexo siempre ha tenido una importancia enorme, gozando de él casi a diario e incluso añadiéndole nuevas ideas para que nunca muriera este amor al placer. Así nació nuestro interés para simular situaciones distintas a las normales que, día a día vivíamos. Yo simulé ser una prostituta y él un desconocido cliente, él un vendedor de libros, el empleado del gas el cartero, hasta que mi marido tuvo una idea que me pareció genial. Iba a simular ser un ginecólogo al que yo acudía para que revisara mi estado. Nuestro propio piso sería el consultorio. El día elegido para este juego, yo saldría de casa después de comer y tres horas más tarde, regresaría empezando toda la simulación.
Llegué al consultorio, simulando estar muy nerviosa, aunque en realidad lo estaba pero no por el miedo sino por la excitación que llevaba en mi cuerpo. Esperé en la sala, la de mi propia casa, naturalmente, unos 20 minutos hasta que el “doctor” apareció, con su bata blanca, y me hizo pasar a su consulta. Me hizo algunas preguntas de rutina, entre ellas, haciéndome sonreír sin quererlo, si yo era virgen. Cuando terminó me dijo:
– Desvístase y póngase esta bata, por favor. Enseguida vuelvo.
Me dio una batita blanca. Me quité el suéter que llevaba y el sujetador blanco de encaje notando como mis pezones se ponían duros, me quité los jeans y el panty que hacía juego con mi sujetador. Todo aquello me excitaba, no pude contener el pasar mi dedo por el clítoris y me sorprendí al notar que ya estaba mojada.
Temiendo que el “doctor” se diera cuenta, me limpié con mi braga y me puse la bata. Mis pezones erectos, que tengo largos y se me ponen muy duros cuando estoy excitada, se notaban mucho a través de la tela y esto me excitó aún más. Salí del vestidor y me subí en la camilla ginecológica, evidentemente alquilada por mi marido para aquella sesión tan especial, como el doctor me indicó.
– Vamos a ver, tranquila – me dijo.
Me abrió un poco la bata y uno de mis gordos y ya caídos pechos, quedó al aire. Son de gran tamaño y mis pezones, como he dicho, son largos y rosados. Tomó el pezón entre sus dedos y apretó un poco, después fue recorriendo todo mi pecho con sus dedos. Yo estaba muy excitada y empezaba a apretar los músculos de mi vagina. Cuando terminó con un pecho, pasó al otro. Mientras me revisaba, me miraba a los ojos y me preguntaba si sentía alguna molestia. Cuando terminó me dijo:
– Ahora coloque los pies en los soportes, por favor.

Hice lo que me ordenaba y subí los pies a los estribos que tenía la mesa. En el acto sentí como todo mi coño y supongo que también el agujero de mi culo, quedaban a la vista expuestos y noté como de mi raja manaba el líquido de mi suprema excitación. El doctor me separó los labios del coño y sentí de esta manera, aún más mi humedad.
– Muy bien, veo que ya está más relajada – dijo, empezando a darme masaje en el clítoris.
Yo comencé a respirar más fuerte, tratando de aguantar el orgasmo pero notando como uno de sus dedos me penetraba. Me estaba volviendo loca de placer.
– ¿Se siente cómoda? – me preguntó.
Le dije que sí, mientras me seguía metiendo el dedo. Acercó su cara a mi vagina, tanto que podía sentir su respiración, me abrió el coño con dos dedos, sentí como la punta de lo que supuse era su lengua, se posaba a la entrada de mi conejito y por instinto empujé mi cuerpo hacia abajo para que entrara. Lo hizo de un solo empujón. Sentí que me partía en dos. El empezó a moverse mientras con el dedo me daba masaje en el clítoris. Así tuve mi segundo orgasmo.
De pronto sacó su polla y me empezó a chupar de nuevo el coño, sentí como separaba mis nalgas y bajaba hasta mi ano, chupando y tratando de penetrarlo con la lengua. A decir verdad era la primera vez que alguien me hacía eso ya que, por extraño que parezca incluso mi marido nunca me había penetrado por el culo. La sensación era fenomenal. Metió un dedo, pero con mucho trabajo. Entonces tomó un poco de la jalea que había en la mesa donde tenía sus instrumentos y la untó en su dedo y en mi ano, notando entonces como su dedo entraba sin ningún esfuerzo.
– Póngase floja – me dijo – no le va a doler mucho.
Antes de que yo pudiera reaccionar, me cogió una muñeca y, con una fina correa, me la ató a la pata de la camilla y lo mismo hizo con la otra. Luego también ató mis rodillas en los soportes. Estando así, completamente abierta y atada, no podía moverme ni escapar. Tuve miedo pero también casi me corro de la excitación.
Mi marido, el falso doctor, entonces se untó jalea en la polla y la puso en la entrada de mi ano. Insisto en que nunca me la había metido nadie ahí así que cuando sentí el primer empujón grité y me quise zafar pero me fui imposible y él, bien agarrado a mis caderas y me la fue metiendo más y más. Sentía dolor pero también placer así que me empecé a mover las caderas todo lo que podía y él, entonces, me metió el dedo en el coño sintiéndome penetrada por los dos conductos. Gocé como nunca, me apretaba los pezones y gemía, mientras yo empujaba hacia abajo para sentir toda su polla dentro. Me corrí como una loca al tiempo que recibía toda la descarga de sus huevos en mí recién abierto culo. Cuando estuvimos vestidos me dijo, besándome con cariño:

– No hay ningún problema, su salud es buenísima, pero de cualquier manera quisiera que viniera la próxima semana por una segunda opinión.
– Como usted diga, doctor – le contesté, devolviéndole el beso.
Desde este día nuestro juego preferido era este del doctor y la paciente, descubriendo yo el interés de mi marido en metérmela por el culo donde, al final de la sesión, siempre acaba lanzando su descarga de esperma. Así estábamos cuando un día, tras haberme llenado el recto con sus leche, permaneciendo yo atada a la camilla y con mis dos agujeros más que expuestos mi marido, en vez de desatarme, abrió la puerta y ras ella apareció Fernando, un amigo nuestro de toda la vida, un hombre de 65 años, alto, fuerte y atractivo.
Al verle quise morirme. Mi vergüenza era tremenda. Intenté protestar, preguntarle a mi marido qué hacía allí Fernando, pero no me salían las palabras pero lo que más me llenó de estupor fue oír a mi marido que me decía:
– Este es mi doctor ayudante que también te va a reconocer.
Fernando se acercó a mi, se bajó la cremallera del pantalón y se sacó una polla casi el doble que la de mi marido y gorda como un pepino, la apuntó a mi raja y de un golpe, ayudado por mis jugos, me la metió hasta los huevos.
Grité más de rabia y vergüenza que de dolor, pero al cabo de un rato de estar aquella verga entrando y saliendo de mi coño, mis gritos eran ya gemidos de placer y así, sin poderlo evitar, me corrí casi llorando de rabia por el gusto que estaba recibiendo sin desearlo. Pero lo peor vino cuando Fernando, que no se había corrido, me la sacó del encharcado coño y apuntó en el agujero de mi culo. A pesar de que, como he dicho, mi marido había cogido afición a metérmela por ahí, el tamaño de la de Fernando me hizo gritar de dolor pero el grito se murió en mi garganta al meterme, mi marido, su verga en la boca para que se la chupara. Era la primera vez que tenía dos hombres gozando con mi cuerpo y así, sin poderlo evitar y cuando mi marido, o el mismo Fernando, empezó a acariciarme el clítoris, me corrí tragándome la leche de mi marido por la garganta y la de nuestro amigo por el culo.
Mi marido me soltó de la camilla cuando Fernando ya se había ido y tuvo que ayudarme a bajar pues me dolía todo el cuerpo, no solo por el rato de haber estado atada sino también por el escozor de mi coño y de mi culo. Miré a mi marido. La verdad es que yo estaba muy enfadada y avergonzada. Se me había follado un amigo sin mi permiso y no solo por el coño sino también por el culo.
La verdad es que había disfrutado como nunca, así que opté por no decir nada y aceptar el hecho consumado.

Pero mi aceptación significó que la cosa podía continuar y desde este momento, sobra decir que lo estamos repitiendo todas las veces que él, mi marido, el falso doctor, quiere, y no solo con Fernando sino con otros amigos nuestros e incluso con hombres completamente desconocidos para mi.
No obstante, hace unos días que empiezo a sentir cierto temor ya que, la última vez que simulamos lo del ginecólogo fueron cuatro hombres, además de mi marido, los que se me follaron por el coño, el culo y la boca.
Aunque disfruto, creo que ha llegado el momento de hablar con mi marido para que se lo tome con calma. Con un par de hombres por sesión, creo que es suficiente.
Os mando muchos besos a todos los lectores de esta estupenda revista que tantas “ideas” nos ha proporcionado.

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