Relato erótico

Haciendo amigos

Charo
29 de septiembre del 2018

La entidad bancaria en la que trabajaba lo trasladó a un pueblo pequeño.
Está soltero, vive en un apartamento y suele ir a desayunar y a veces a comer a una cafetería. Llegó una camarera nueva, joven y muy agradable.

Rubén – La Coruña
Amigos de Clima, me he decidido a compartir con vosotros mi última aventura sexual en la confianza de que gozaréis con ella, al leerla, tanto como yo al redactarla. Para poder saborearla cómodamente, estimo necesario que nos situemos. Me llamo Rubén y tengo ahora treinta y seis años, estoy soltero sin compromiso y empleado bancario, actualmente destinado en un pequeño municipio entre Coruña y Ferrol, en el que resido desde hace tres meses.
Mis cometidos bancarios me dejan bastante tiempo libre y de ahí la decisión de contaros esta placentera aventura y quizá otras que, sin duda, me buscaré.
Vivo, solo, en un pequeño apartamento y busco insistentemente, como casi todos los solteros, las oportunidades de gozar, sanamente, de la sexualidad ya que creo que esta es uno de los mayores bienes con que contamos los seres humanos. Y una vez debidamente situados, podemos entrar ya en materia.
Acostumbro a desayunar en una cafetería que hay al lado de mi apartamento. También suelo visitarla en algún momento de la tarde o por la noche antes de subir a dormir. El caso es que hace un mes aproximadamente comenzó a trabajar allí, como camarera Lola. Lola es una chica de 22 años y soltera, bastante simpática, según me fui percatando a través de nuestras charlas, sobre todo en la del desayuno, ya que estamos prácticamente solos a esa hora tan temprana. También comprobé desde el primer día que, sin ser una belleza, resultaba muy atractiva. Es morena, ojos grandes, pelo liso peinado en cola de caballo, no muy alta pero con las curvas en su sitio y una delantera destacada, seguramente como consecuencia de su pequeña estatura.
Un mes, a base de dos o tres charlas diarias, fue tiempo suficiente para poder enterarme de que no tenía novio ya que, hacía unos cuatro meses, cortó una relación de la que hablaba con desagrado. El caso fue que la semana pasada mientras ella me servía el desayuno hablando de una película en cartelera, Lola indicó, en un momento de la conversación, que le agradaría verla y yo, sin pensármelo demasiado, la invité a llevarla al Ferrol en su primera tarde libre. Tuvo unos segundos de meditación pero Lola aceptó mi propuesta contra lo que yo esperaba de una primera invitación.
El jueves pasado la recogí en su casa a las siete de la tarde y en mi coche nos desplazamos a Ferrol. Se había arreglado muy por encima de los días de trabajo y resaltaba, sobre todo, el rojo de sus gruesos labios y su peinado en media melena con flequillo. Vestía pantalón vaquero, una blusa y sobre todo ello una chaqueta de piel cerrada con cremallera, con lo que parecía una pequeña muñeca.

Al sentarse a mi lado, en el coche, nos saludamos con un beso en la mejilla y la conversación, durante el trayecto, no tuvo mayor interés.
Nos instalamos en las cómodas butacas de la sala, dispuestos a disfrutar de la película. Yo había pensado iniciar alguna leve maniobra de aproximación y deleitarme con algún roce, aunque, en la oscuridad de la sala y oyendo su respiración a mi lado, me di cuenta de la necesidad de avanzar poco a poco pues nuestro conocimiento era muy escaso. Aún así llegué a pasar mi brazo a través de su espalda de forma que la mano reposaba en un costado por debajo de su axila. Ella no protestó y, por el contrario, se acurrucó contra mí, por lo que durante el resto de la película acaricié y disfruté del calor producido por una de sus tetas, que comencé rozando por encima de su blusa, profundizando en el magreo cada vez con más intensidad. Pero tuve miedo de perder aquello que había conseguido y no hice nada más. Todo el tiempo que duró la película allí estuvo mi mano, sintiendo la tela del sostén y sobándolo pero nada más, excepto un acercamiento un poco forzado, de mi pierna a la de ella que tuvo que advertir. Me estaba poniendo muy a tono y creo que ella también, pues con sus movimientos ante las escenas de la pantalla en ningún momento trató de apartarse de mí, más bien volvía siempre a recostarse en mi hombro y presionar mi pierna con la suya.
Salimos de la sala pasadas las nueve y media y con naturalidad, la invité a cenar. Ella aceptó, tal y como yo esperaba y nos trasladamos a un conocido mesón de las afueras. Al aparcar frente al restaurante observé que se encontraba tensa por lo que, cautamente, le pregunté:
– ¿Algo no va bien, Lola?
– Pensaba en los problemas de la protagonista de la película – me dijo – Al igual que ella me preocupa mi situación en este momento…
– ¿A qué te refieres? – la interrumpí.
– Escucha Rubén… con tu experiencia habrás notado, ya en el cine, que en tu compañía lo paso muy bien.
-Tú has pagado el cine y vas a pagar la cena, es un comportamiento totalmente diferente al que estoy acostumbrada ya que en mi grupo solemos pagar cada uno lo suyo, aunque vayamos en pareja. Tu forma de actuar y de tratarme me hace especialmente vulnerable y perdona si me equivoco, pero tú pretendes terminar, después de la cena, lo que has iniciado en el cine y esto me hace sentir mucho miedo. No estoy tomado ningún anticonceptivo y el preservativo no puedo ni verlo…

– Lola, Lola, me había preocupado, olvida tus miedos y disfruta de nuestra noche. No había pensado en follar pues para mi es demasiado pronto y no hay la intimidad necesaria. ¡Hay bastantes formas de pasarlo bien! Deja todo lo de la noche a mi cuenta. Mi placer, hoy, es tu compañía. ¿Te das cuenta que es la primera vez que estamos solos?
Mis palabras consiguieron tranquilizar a mi amiguita y la cena tuvo lugar dentro de una charla distendida sobre sus futuros planes de trabajo. Al terminar le dije:
– ¿Sabes que deseaba hacer ahora?
– No lo sé. Aún no conozco tus aficiones.
– Me gustaría bailar contigo y tenerte en mis brazos, pero no puede ser pues bailo muy mal.
– ¡Estupendo! Tú mal y yo nada, aunque confieso que sería un final bonito para esta noche.
– Escucha, voy a llevarte a un pub que conozco donde podemos sentarnos cómodamente y también estar uno cerca del otro, no será como bailar pero se le parece bastante.
El lugar que le había propuesto y en el que Lola nunca había estado, tenía una pequeña pista de baile, música que permitía hablar a los que no bailaban y unas mesitas instaladas en una zona en penumbra, con una doble butaca unida que permitía la total intimidad de las parejas.
Tres o cuatro parejas bailaban en la mini pista y no había muchos parroquianos en la zona oscura por lo que fue sencillo abordar una buena mesa y después de ordenar las consumiciones, volví a pasar mi brazo izquierdo sobre su espalda como en el cine pero, sin más pérdida de tiempo, mi mano derecha se deslizó muy lentamente desde su vientre por debajo de la blusa después de desabrochar dos botones inferiores, hasta alcanzar las copas del sostén. Percibí su agitación mientras mis dedos ascendían sobre su delicada piel. Ella se dejaba y me atreví, sin deshacer el abrazo, a besarla en la boca con un primer beso que la tomó por sorpresa, seguido de un segundo más prolongado, sorbiéndole la lengua y el labio inferior, contacto que sin duda no había probado nunca ya que ella misma continuó por su cuenta con su lengua y dientes durante un buen rato.
Al finalizar el chupeteo bucal, la recosté sobre mi regazo y terminando de desabrochar la blusa puse al descubierto su coqueto sujetador. Con las yemas de mis dedos dibujé, sobre la piel descubierta, unos suaves y gozosos recorridos. Lola cerró los ojos y comenzó a suspirar casi imperceptiblemente, lo que aproveché para sacarle una teta fuera de la copa del sostén, inclinándome sobre ella y comenzando una mamada del rosado pezón para pasar después al otro haciendo la misma maniobra. Al morderlos suavemente ella se removió sobre mi regazo en evidente señal de excitación. Volví a situarla sentada a mi lado, con las dos tetas fuera del sujetador, y comenzamos un nuevo beso mientras situaba la mano de ella sobre mí endurecida virilidad, por encima del pantalón. No se sorprendió.

Aceptó mi insinuación y comenzó a manosearlo. Ella misma abrió la cremallera, poco después, y tomándolo con todos los dedos, procedió con un frenesí que yo no esperaba, a iniciar los deliciosos movimientos de sube y baja, lo que hacía con pausas y variaciones de presión que yo no me suponía en una chica tan joven.
Durante este tiempo yo mamaba y mordía sus tetas por toda su perfumada piel mientras sobaba, sobre sus vaqueros, la parte interna de los muslos sin llegar a tocar, en ningún momento, su entrepierna que se percibía caliente en mis acercamientos. Un par de veces ella misma interrumpió mis fricciones apretando sus piernas. Supuse que estaba tratando de enfriarse momentáneamente. Cuando lo hacía, mi mano pasaba a titilar su ombligo o a recorrer su espalda hasta que ella me facilitaba volver a los muslos abriendo de nuevo las piernas. Creo que, en lugar de enfriarse, se calentaba más. Al cabo de unos cinco minutos susurré a su oído:
– Lola, voy a correrme.
– ¿No te apetece que te ordeñe? – me dijo con voz excitada mientras cambiaba de tipo de caricia para recorrer el enloquecido instrumento de arriba a abajo, casi sin rozarlo y sin mover la piel.
– Me gustaría resistir más tiempo y aprovechar todo el placer que puedes darme pero… ya no puedo más… ¡Pon la otra mano sobre la punta para que la leche no salga disparada y no me sueltes después de correrme!
– No hables y disfruta de mi compañía. Creo que sé lo que tengo que hacer para que te relajes como te mereces.
Abandonó la caricia para comenzar una serie de presiones circulares utilizando dos dedos, que fue realizando desde la base del falo hasta llegar al glande a través de cuatro o cinco apretones. Esto me resultó desesperadamente inaguantable.
– ¡Oooh… sigue…! ¡Lola… no puedo más, que gusto me das, oooh sigue… necesito sentirte!
Al percibir mi culminación tan a punto, volvió a la caricia inicial del sube y baja y en un instante comenzaron mis pulsaciones y se desbordó la leche, cuyos chorros fueron a parar a la mano que colocó encima del pito, tal y como le había dicho. Tampoco me soltó y muy suavemente, aprovechando la cremosidad del semen, acarició la totalidad del rabo hasta que este perdió totalmente su turgencia.

– ¡Lola, oh Lola, me has llevado al éxtasis, nunca gocé tanto con una paja! Entre tu mano y tus tetas, has conseguido llevarme al paraíso. Ahora prepárate porque tú también vas a gozar.
Se arregló la ropa en lo posible, pagamos las consumiciones y salimos del local tomando el coche para regresar conduciendo por carreteras secundarias a fin de buscar un sitio apropiado para lo que me proponía, pero eso ya os lo contaré en una próxima carta.
Beso y hasta muy pronto.

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