Relato erótico
Haciendo amigos
Les gusta ir a un club de intercambio de pareja que conocen. En cuanto entraron su marido se puso a hablar con la relaciones públicas. Ella, mientras tanto se fue a dar una vuelta y vio a un chico que le gustó.
Almudena – Madrid
Un domingo decidimos dar una vuelta por un conocido pub liberal de Madrid. Me puse un vestidito ajustado y muy corto que hacia resaltar mi figura muy propio para una ocasión como ésta. Se me veía un poquito del encaje de las medias y al poco que me agachase o sentase se me veía algo de las braguitas negras que llevaba puestas. Mi marido me decía que esa noche pondría caliente a más de uno y yo disfrutaba con esa idea, pues me excita muchísimo que me miren o que se me insinúen. Cuanto más atrevida sea la insinuación, mejor.
Llegamos al local bastante temprano, sobre las doce de la noche y, como era de esperar un día de éstos, no había mucha gente. Después de dos o tres copas el ambiente seguía igual de animado, pero los que empezábamos a animarnos éramos nosotros.
Había un chico, jovencito en la semioscuridad del local, que llevaba un buen rato sin dejar de mirarme desde el lugar donde estaba sentado. Cada vez que me giraba allí estaba él con su mirada puesta en mí e incluso una de estas veces hasta levantó su copa invitándome a que le llamara o a que me sentase a su lado. Mi marido estaba enfrascado en una conversación muy entretenida con la relaciones públicas y a mí se me ocurrió aceptar la invitación de este chico. Le pregunté a mi marido que si no le importaba que fuera a charlar con el chico aquel y, pensando que me estaba aburriendo, me contesto que adelante, que por él no había problema.
Me acerqué y el chico se presentó. Se llamaba Miguel, tenía 24 años (7 menos que yo) y lo cierto es que me resulto simpatiquísimo y atractivo desde el primer momento. Después de un buen rato de conversación, empezó a rondarme en por cabeza la idea de montármelo con él. Las copitas y la compañía empezaban a caldear “mi ambiente” y accedí a bailar con él. Mi marido seguía conversando con la relaciones públicas, pero se dio cuenta a donde me dirigía y ambos intercambiamos una mirada.
El chico estaba ya tan lanzado y viendo lo bien que respondía yo, no dudó en levantarme el vestido y sacarse la polla. La noté como una piedra entre mis piernas y las abrí para meterla entra ellas y bailar de esa manera. Él se movía como si me estuviera follando y tuve mi primer orgasmo.
Después de esta fenomenal corrida, pensé que debía decírselo a mi marido. Quería que viera en qué estado estaba y que se uniera a la fiesta, así que conseguí apartarme de Miguel para decirle que me acompañara hacia donde estaba mi marido y decidir como terminaríamos lo que acabamos de empezar.
-Parece que habéis congeniado, eh?- me dijo.
Se lo presenté y le conté al oído lo que habíamos hecho y lo que me apetecía hacer un trío con el chico. Mi marido es la persona más morbosa del mundo, le gusta (y a mí también) ponerme en las situaciones más raras y atrevidas y siempre me decía que le encantaría que alguna vez fuese yo la que tuviera la iniciativa. Nos dijo que prefería que nos fuéramos a nuestra casa, que había pocas parejas y muchos chicos solos y le ponía nervioso que todos estuvieran pendientes de nosotros. Así que fui al baño a retocarme mientras ellos se quedaron charlando sobre “sus cosas”.
Nunca hubiera pensado que ellos congeniaran tan bien en ese corto espacio de tiempo en el cual estuve yo en el baño.
Cuando volví ya estaba esperándonos en la puerta del local, el taxi que los dueños del local habían pedido para nosotros. Creí que los tres nos montaríamos en la parte trasera del coche y seguir con los preliminares mientras llegásemos a casa, pero no fue así. Extrañamente mi marido me abrió la puerta delantera del taxi y me dijo al oído que en esta ocasión, y para evitar tentaciones, yo iría delante para que reservara todas mis fuerzas para lo que se avecinaba. Me sonó un poco raro, y más verme allí delante, pero, me monte en aquel asiento.
Al poco de que el coche arrancara, mi marido indicó nuestra dirección al taxista y mi marido le preguntó cómo se llamaba.
– Armando- contestó el taxista.
– Armando, mi amigo y yo nos hemos apostado quinientos euros a que el conductor del taxi que nos viniera a recoger no dejaría que la chica que tuviera a su lado le hiciera una paja en el mismo coche mientras conduce.
El taxista se quedó de piedra y yo giré rápidamente la cabeza hacia atrás.
-Ni que decir tiene que si me ayudas a ganar esta apuesta la mitad serán para ti -añadió mi marido-.
Yo protesté, les dije que estaban locos, pero Miguel se apresuró a decirme que la apuesta la ganaría él, si alguno de los dos nos negábamos, y mi marido insistió en que me dejara hacer. Él sabe lo que me excita sentirme utilizada y consiguió que dejara de protestar.
-De acuerdo, me va a hacer una paja y encima me regalan 250 euros. Por mí ya puede empezar -dijo el taxista-
Dudé, pero fue un poco nada más. Me desabroché el cinturón, me acerqué al taxista y empecé a abrirle la cremallera sin ni siquiera mirarle a la cara. Solo veía su entrepierna. Metí la mano con dificultad y conseguí sacar su polla que aun estaba flácida y empecé a meneársela bajo la atenta mirada de Miguel y de mi marido.
La situación era extremadamente morbosa y yo no podía estar más excitada. La polla que tenia agarrada empezó a ponerse dura y fue cuando miré al taxista. Era un hombre cincuentón, de aspecto normal, ni gordo, ni flaco, ni feo ni guapo. Iba a atento a la conducción pero ya se le escapaba de vez en cuando un gemido que me hacia poner más empeño en lo que estaba haciendo. Su miembro era de un tamaño que se podía considerar corriente, aunque llamaba la atención lo durísimo que estaba y por lo gordo que tenía el capullo.
Yo estaba haciendo la paja al taxista sin ningún temor a que desde otros coches nos vieran, pues ese día y a esas horas apenas había trafico por donde estábamos circulando y aunque lo hubiera habido creo que, con la calentura que llevaba, tampoco me hubiera importado mucho. Igual hasta me hubiera calentado más saberme observada desde otros coches.
Al parar en un semáforo, el taxista se estiró en el asiento y se relajó. Ya notaba el magreo que estaba dando a su polla y lo disfrutaba. Yo también, y deseaba que eso se mantuviera así de duro hasta que llegáramos a casa. Aún no sabía que si tenían más planes para mí.
Oí decir a Miguel:
– El doble o nada, ¿a que no se la come?
No esperé nada. Me puse algo más cómoda, acerque mi cara y me la metí en la boca. Oí decir a alguien…”Joder”… También noté un cambio brusco en la marcha del coche. El taxista notó la humedad de mi lengua en su capullo y no pudo reprimir un gemido por el gustazo que le estaba dando. Ya estaba medio tumbada en mi asiento, con la falda totalmente subida y enseñando todo casi hasta el ombligo. Notaba que alguien me estaba metiendo la mano por debajo de mis bragas tocándome el culo y otra mano buscaba mis tetas.
Me corrí otra vez y mientras lo hacía saboreaba la polla del taxista con más ganas. Este me sujeto la cara y me aparto. Dijo que iba a parar el coche en un lugar que fuera adecuado y en cinco minutos nos llevó a una especie de descampado en el que había edificios en construcción.
Una vez allí hice ademán de volvérsela a chupar, pero mi marido dijo que eso había que hacerlo de manera más cómoda y me hizo salir del coche. Abrió la puerta del conductor, puso una chaqueta en el suelo y me hizo arrodillar sobre ella para poder así chupársela al taxista que permanecía sentado en su asiento
La polla de este hombre seguía durísima y cambió la idea que yo tenía sobre los hombres maduros, los cuales jamás me habían atraído. Estaba claro que hay que conocer algo para poder decidir y yo estaba disfrutando con mi descubrimiento.
A cuatro patas con mi boca ocupada, mi culito fue demasiada tentación para Miguel, el cual no esperó mucho para bajarme las bragas y metérmela de un golpe. Estaba completamente mojada y me la metió fácilmente bombeándome a gran velocidad. Parecía un conejito.
Mi marido estaba a mi lado magreándome las tetas, también con su polla fuera. Tal vez esperaba que se la cogiera y se la menease, pero mis manos estaban ocupadas, junto con mi boca, con la polla del taxista que me atraía de manera casi sobrehumana. Creo que nunca había tenido un aparato tan increíblemente duro y estaba como una niña con muñeca nueva, sin quererla soltarla.
Había pasado muy poco tiempo cuando Miguel dio un gritito y se corrió. Había sacado su polla y, refregándola por mi culo, derramó su leche sobre mí.
El pobre no había durado mucho, y después de decirme que lo sentía, limpió lo que me había echado con un pañuelo. Yo seguía enfrascada con lo que le estaba haciendo al taxista y apenas le hice caso. Parecía que, a pesar de estar con tres hombres, para mí solo existía una cosa, la polla del taxista y solo éste consiguió que dejara lo que estaba haciendo.
-Ahora me toca meterla a mí- dijo el taxista.
Me ayudó a que me incorporara y me llevó de la mano delante del coche. Terminó de quitarme el vestido y las bragas, me puso tumbada boca arriba sobre el capó y puso mis piernas sobre sus hombros.
Así me folló.
Jamás he disfrutado tanto una polla dentro de mí. Gritaba como una loca cada vez que me embestía y me corrí dos veces antes de que la sacara y me diera la vuelta para meterla por mi culo. Ese agujero lo tenía como el otro, totalmente dilatado, y sentí un placer enorme cuando noté como se introducía muy suavemente por ese agujerito.
Mientras, pude ver a mi marido y a Miguel y como se la pajeaban mientras nos miraban, pero volví a cerrar los ojos para sentir mejor a mi taxista. Totalmente boca abajo, con las tetas aplastadas sobre el capó, sintiendo el calor del motor del coche, aun con mi coño chorreando y ensartada por atrás, me vino el orgasmo más brutal que jamás he tenido y tras el cual quedé medio desmayada.
Me despejé un poco cuando ya íbamos de nuevo en el coche y Miguel no estaba ya. Parece ser que le habían dejado en un lugar que había indicado minutos antes. Me puse las braguitas y me arreglé lo mejor que pude antes de que llegáramos a nuestra casa y diésemos por finalizada la juerguecita de esta noche, la cual ni en sueños hubiera esperado que se hubiera desarrollado así.
Para mi marido fue una experiencia más, y así cree también que fue para mí. Sin embargo, al despedirnos de José Luis, el taxista, éste me dio su tarjeta y de vez en cuando me recoge para llevarme a aquel descampado para volver a darme por el culo.
Un beso