Relato erótico

Guapa, sexy y caliente

Charo
28 de abril del 2019

Aún a riesgo de parecer un “poco” creída e inmodesta, se considera una mujer muy guapa, atractiva y con un cuerpo de escándalo. Nos cuenta uno de los calientes encuentros que vivió con su novio. Promete enviarnos alguna más de sus experiencias.

Amalia – Sevilla
Me llamo Amalia, tengo 25 años, sevillana y me considero una mujer guapa, muy atractiva y sexy, con un precioso cuerpo de 1,71 de estatura, con piel trigueña aceitunada, cabello negro muy abundante y brillante, que me llega hasta la mitad de la espalda, ojos marrones claros tirando a amarillos. Tengo una magnífica figura la cual cuido a diario en el gimnasio, con senos firmes, aunque pequeños pero muy preciosos de donde brotan un par de pezones oscuros como dos frescos capullos, un trasero durito y levantado, caderas algo anchas y muslos muy bien formados. ¡Esa soy yo! Sé que no soy muy modesta, pero es lo que hay.
En cuestiones de sexo he tenido variadas experiencias tanto con mujeres como con hombres, aunque debo confesar que disfruto mucho más el contacto con el sexo femenino, cosa que mi novio desconoce. Mi actividad sexual con otra persona se inició desde muy joven, con un chico del instituto, un año mayor que yo, quien tuvo la dicha de desflorar mi preciosa almejita. Ese bello momento terminó de despertar en mí juvenil cuerpo todos los deseos sexuales que hasta entonces había tenido represados, los que tal vez, por temor o por mi corta edad, estuve siempre cuidando que no se desbordaran. En esa oportunidad no hice ningún esfuerzo por evitarlo. A esta hermosa parte de mi vida le dedicaré un testimonio muy especial en otro momento, por ahora, después de terminar de contar brevemente sobre mis primeros años, explicaré, con lujos de detalles, por qué lo que me sucedió hace un año le dio un vuelco a mi vida íntima.
Desde muy joven descubrí las sensaciones eróticas que alberga mi cuerpo, por lo que pronto disfruté con mis dedos de las bondades de mi vagina y las dulzuras de mi clítoris, al principio por esa curiosidad natural, después por deseos incontrolables. De esa manera, la satisfacción a solas pasó a ser parte de mi rutina, la que, para la época, disfrutaba mucho en aquellos lugares donde me sentía confiada que mi privacidad, como el baño o mi habitación, algunas veces con la placentera compañía de mi querida amiga Nora. Hoy en día me continúo masturbando y lo hago con gran placer.
Pues bien, después de mostrar un pequeño panorama de mi persona, paso a contar lo que me sucedió con mi novio Luis, un sábado por la noche, un año atrás.
Os extrañaréis que inicie la narración de mi vida con lo sucedido esa noche con Luis, pero, como dije antes, ese día comencé a iniciar una nueva etapa de mi vida sexual que ya a estas alturas la gozo maravillosamente. Con Luis mantengo una excelente relación, que, a pesar de no compartir el techo diario, siempre tenemos contacto casi todos los días y sesiones largas de sexo por lo menos tres veces por semana, largas horas muy húmedas y satisfactorias hasta dejar el lugar de nuestro encuentro impregnado de sexo y mi chocho hinchado de placer. En ese aspecto, él es muy creativo, poseedor de una pasión desbordada, que ha sabido manejar las mías espectacularmente. Mis orgasmos con él son los más grandiosos que he tenido. No hay limitaciones cuando estamos en la cama ni existen técnicas sexuales que no hayamos probado. ¡El es único!

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Hace dos semanas, Luis apareció en mi apartamento mostrando una felicidad infinita. Nunca lo había visto así. No había terminado de cerrar la puerta detrás de él, ni darme tiempo para preguntarle el motivo de tanta alegría, cuando me estrechó entre sus brazos buscando de inmediato mi boca con la suya. El intento por hablar para pedirle una explicación de tanta felicidad era acallado con su lengua que se entrelazaba juguetona con la mía, por lo que decidí responderle con igual pasión. Yo vestía una camiseta de algodón que me llegaba a las rodillas y un minúsculo tanguita. Mis duritos y redondos senos estaban libres como a mi me gusta tenerlos. Sin separar nuestros labios, alcanzamos el sofá que teníamos a un lado donde me sentó en el borde. Se había colocado de rodillas entre mis muslos que sobresalían del mueble. Sus manos buscaron mis senos por debajo de la camiseta, mientras nuestras bocas continuaban unidas. Sentía el calor de aquellas varoniles manos que acariciaban mis pechos, de los dedos presionando mis ya erectos pezones y de su lengua dentro de mi boca escudriñándola toda en su interior.
Nuestros labios no paraban de restregarse uno sobre el otro, enjuagados por nuestras salivas. La temperatura iba en aumento a la par de la excitación que estábamos experimentando. Allá abajo, en el interior de mi velludo chocho, los jugos comenzaban a lubricar mi adorada cavernita. Conociendo el comportamiento de Luis en estos casos, sabía que en breves segundos se apartaría de mi boca para buscar con la suya mis deliciosos pechos. ¡Y así sucedió!, Comenzó a besarlos por todos lados, recorriendo con sus labios y con su lengua cada uno de ellos. Yo estaba desesperada porque capturara con su boca mis duros pezones, que para el momento ya estaban a reventar.
No esperé por mucho tiempo para ver cumplidos mis deseos porque el titilar de la punta de su lengua sobre los preciosos botoncitos de mis senos así me lo anunciaba, provocando esa deliciosa sensación que me hacía estremecer, más aún, cuando empezó a succionarlos sin detener los movimientos de la lengua. Gemía, pedía más mientras él respondía con sus caricias, a la vez que sentía como mi vagina se inundaba de espeso líquido lubricante, los que se desbordaban de mi rajita para deslizarse entre mis nalgas, empapando a la vez la delgada tela de mi tanguita.
Mientras Luis chupaba mis pezones con fervor, yo alcanzaba con mis dedos el centro de mi mojada braga y justamente ahí, comencé a desplazarlos de arriba hacia abajo y viceversa sobre la tela, entre los labios vaginales, sobre mi duro clítoris. La locura se fue apoderando de mí. A la vez que frotaba los dedos sobre el clítoris mis caderas danzaban suavemente. El calor se iba adueñando de todo mi ser. Así estuve disfrutando de aquellos preliminares hasta que la lengua caliente de Luis sustituyó a mis dedos para tomar posesión de aquel delicioso y oloroso terreno mojado. Sin perdida de tiempo, fue desplazando su lengua sobre la tela en el mismo lugar donde antes lo habían hecho mis dedos. No dejaba de revolotearla entre los labios y sobre el clítoris.

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El goce que estaba experimentando en ese momento aumentaba más y más, mis sentidos estaban que estallaban, me revolcaba sobre el sofá abriendo mis piernas lo más que podía para facilitarle el trabajo a Luis. Sin control, mi cuerpo se agitaba, mi vientre se revolvía al compás de mis caderas.
Apoyando mi culo sobre el asiento, ayudaba a mantener ese ritmo ondulante y erótico contra los labios abiertos de Luis, quien para ese instante ya había apartado a un lado el borde de la tanga. Ahora su lengua estaba donde debía estar: directa en mi vagina. La metía todo lo que podía, la agitaba dentro moviéndola en círculo, la desplazaba entre los labios a la vez que la empujaba y la sacaba muy rápidamente. De repente su boca hizo presa de mi sensible e hinchado botoncito, succionándolo a la vez que lo castigaba con latigazos continuos de su lengua. Ya yo no sabía de mí y me dejé llevar en la más exquisita elevación que toda mujer pudiera desear. Mis gemidos se fueron convirtiendo en profundos ecos de agonía. Pellizcaba mis pezones y subía mi culo para presionar mi vulva agitada contra la boca de Luis, evitando de esa manera que se separara de mi coño ni un milímetro. Mientras más su lengua castigaba mi frutita, más la locura se apoderaba de mi. El lo sabía. Sabía que un vendaval orgásmico se acercaba hasta su boca, que un huracán en erupción estallaría dentro de mí, quemando su intrusa lengua con mi ardiente lava. ¡Ahí venía, lo sentía y no podía detenerlo!
Mis muslos comenzaron a vibrar, a sacudirse, mi cuerpo a arquearse sin detener los movimientos desboscados de mi vientre y mis caderas, mis muslos se cerraban presionando su cabeza, la que apretaba fuertemente sin importarme si se ahogaría o no en aquel delicioso pozo. Luis se aferraba con mayor intensidad a mi vagina enloquecida, hasta que un electrizante sacudón que recorrió mi espalda, agitó mil veces todas las fibras de mi cuerpo. Mil veces también, la lengua de mi amante golpeaba el centro de mi clítoris sin dar muestra de querer detenerse. ¡Como me conocía Luis, como me hacía gozar! Parecía que en ese momento moría. Desfallecida y desparramada caí sobre el sofá, con las piernas completamente abiertas, en interminables espasmos de placer y con Luis entre los muslos, quien no daba muestra de detener tan fantástica mamada. No había pausa y Luis no tenía la más mínima intención de apartar su boca de mi coño ni su lengua de mi erecto clítoris. El conocía perfectamente que detrás de este primer orgasmo se desencadenaría una serie de acabadas cada vez más intensas.
Yo tampoco quería que se despegara de ahí, por lo que empujé con mis manos su cabeza contra mi vulva, sin dejar de sacudir mi vientre contra su boca de abajo hacia arriba, presionando lo más que podía contra ella. En esa situación podía sentir los dientes clavándose en mi carne. Sabía que le partiría los labios con el hueso pélvico, pero eso no me importaba. Luis también lo estaba disfrutando a lo máximo. Todo aquello acabaría cuando él así lo quisiera, y que los interminables orgasmos se detendrían momentáneamente solo cuando su lengua se hubiera desconectado de mi hambrienta pepita.
Para Luis la fiesta apenas comenzaba. De repente Luis se desprendió de mi coño y tomando mis piernas las echó a los lados de mi pecho colocando mi sexo en una posición elevada, junto con el hoyito de mi culo que quedaban totalmente expuestos ante él. Yo le ayudé sosteniendo mis piernas en esa posición para que pudiera hacer su trabajo con mayor facilidad. Agarró su inmenso y grueso pene colocándolo entre los dos labios y de un solo golpe lo empujó todo. ¡Que delicia! ¡Que sabrosura!

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Sentirme perforada sin que las placenteras sensaciones que estaba saboreando, y que segundos antes se habían apoderado de todos mis sentido, se hubieran disipado aún. Luis se encontraba fuera de si, metiendo y sacando sin contemplación aquel inmenso hierro encendido.
Tomando control de mi misma, comencé a responder a sus envestidas con mis caderas y con mi vulva, la que empujaba contra su cuerpo sin detener los movimientos. Nuestras bocas se juntaron y nuestras lenguas nos transmitían todo el mensaje sensual que estábamos viviendo en ese momento. Aquel inmenso y dulce falo, tan largo y grueso como muchas mujeres lo desearían, llenaba mi mojado chocho. Todo él dentro de mí, perforándome desenfrenadamente. Sus vellos enredados con los míos, su piel contra la mía, mientras Luis combinaba perfectamente el mete y saca con el rotar de sus caderas. Eso me estaba sacando de mis casillas.
No quería perderme nada de aquella hermosa herramienta que llenaba todos los espacios de mi caliente vagina, por lo que decidí cubrí su trasero con mis piernas a manera de tenaza, presionando sobre sus nalgas con los talones. Ante el taladrar interminable de Luis y sus movimientos rotatorios que excitaban mi clítoris con sus pelos y su vientre, de nuevo una corriente comenzó a subir otra vez por mi espalda hacia el cerebro, esparciéndose a la vez por todo mi cuerpo y de nuevo, fui perdiendo el control. Los espasmos volvieron a aparecer, repitiéndose uno detrás de los otros, haciéndose cada vez más intensos, más deliciosos. Ya era imposible detener lo que se había desprendido de mis entrañas y aferrando mis manos fuertemente a la cintura de Luis empujé su cuerpo hacia el mío a la vez que sacudía descontroladamente mis caderas, mi vientre, mi culo. El, por su parte hacía lo mismo, esta vez con mayor energía.
– ¡Dale cariño, no pares…así… así… córrete conmigo que voy a acabar… siií… fóllame duro… duro… duro… lléname con tu leche caliente…! – gemía yo.

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Empecé a correrme, a soltar el más intenso de los orgasmos, que se desbocó sin control cuando el primer chorro de leche caliente golpeó las paredes de mi vagina. El grueso y duro pene de Luis se sacudía dentro de mí como víbora herida cada vez que soltaba con fuerza sus chorros de semen.
Lo que sigue ya os lo contaré en una próxima carta.
Besos de los dos.

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