Relato erótico

Gracias a un resbalón

Charo
24 de junio del 2018

Decidió darle una sorpresa a su novia y se compro unos bóxers transparentes. Su novia lo llamo y le dijo que lo recogería en casa de su hermana para después ir al chalet de la montaña que tenían sus padres. Lo que ocurrió, aun no se lo ha quitado de la cabeza

Eduardo – Córdoba
Mi nombre es Eduardo, tengo 32 años y aunque tengo novia desde hace seis, todavía no he pensado en casarme, más aún después de lo que me ocurrió una tarde de abril con Cristina, la hermana de mi novia.
Cristina era una chica de 31 años, morena, ojos verdes y un cuerpo casi perfecto. Sus pechos eran redondos y firmes de un tamaño ideal. Había estudiado para auxiliar de enfermería y desde hacía dos años trabajaba en una clínica dental de la ciudad. Últimamente estaba aprovechando el tiempo libre para aprender a dar masajes y poder así ganarse algún dinero extra en casa.
Todo empezó un viernes en el que me decidí a darle una sorpresa a mi novia. Nunca había tenido ningún detalle picante con ella, así que pensé que ya iba siendo hora y fui a una boutique de lencería para comprarme unos calzoncillos que la sorprendiesen. Me decidí por unos estilo bóxer de color negro muy finos y transparentes. Estaba impaciente por estrenarlos.
Al día siguiente me levanté dispuesto a ponerme los nuevos calzoncillos y visitar a mi novia que estaba sola en casa, pues sus padres habían salido a pasar el fin de semana en su chalecito de la montaña. Me duché y justo cuando estaba totalmente enjabonado sonó el teléfono. Salí como pude, resbalando y dándome un tremendo porrazo que me dejó muy magullado. Obviamente cuando llegué hasta el teléfono ya habían colgado. Miré el identificador de llamadas y vi que era mi novia la que había telefoneado. La llamé y me dijo que iba a salir a comprar unas cosas y que luego iría a casa de su hermana Cristina. Quedamos que en lugar de ir a su casa, pasaría por casa de su hermana donde la recogería y nos iríamos a su casa.
Cuando llegué, Cristina estaba sola, su marido estaba trabajando. Nos pusimos a charlar un rato cuando de pronto sonó mi móvil, era mi novia para avisar de que se le había hecho tarde y que todavía tardaría más de una hora en llegar, así que si quería ir a algún sitio podía hacerlo. Sinceramente, el dolor que tenía por todo el cuerpo hacía que no tuviese demasiadas ganas de moverme así que decidí quedarme allí. Al comentar con Cristina lo que me había pasado al salir de la ducha se ofreció a darme unos masajes para aliviar el dolor que tenía y así al mismo tiempo le servía a ella como práctica. La idea era bastante tentadora puesto que me encontraba muy dolorido y aceptaría cualquier cosa que pudiese mejorar mi estado, así que acepté su ofrecimiento.
Cristina encendió la estufa para calentar un poco la habitación y colocó unas toallas sobre el sofá para que me acostase encima. Me quité la camisa que llevaba dejando al descubierto mi torso mientras Cristina fue a por las pomadas y aceites que usaba para dar los masajes. Al llegar me preguntó donde notaba el dolor y le dije que por todo el cuerpo, sobre todo la espalda y también estaba bastante dolorido en la cadera y el muslo de la pierna derecha. Cristina que invitó a quitarme también los pantalones para poder masajear también la pierna y sin pensarlo dos veces lo hice.

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Mi cuñada había venido numerosas veces con mi novia y conmigo a la playa y a la piscina por lo que no me importaba demasiado que me viese en calzoncillos. Fue cuando empecé a bajar los pantalones cuando me percaté que llevaba los bóxer transparentes. Quedé inmóvil, no sabía qué hacer, me decidí y me los quité. Intenté no darle importancia a este hecho y me tumbé rápidamente boca abajo.
-¡Que calzoncillos más sexys llevas! -me dijo mi cuñada-
Yo simplemente sonreí y no hice ningún comentario. Al instante noté las manos de Cristina sobre mi espalda. Solo sentir como acariciaba mi piel ya me producía mejoría de las dolencias que tenía. Poco a poco fue aumentando la intensidad del masaje. Cada vez estaba más relajado. Después de más de un cuarto de hora frotándome la espalda, pasó a las piernas. Yo permanecía con los ojos cerrados, no deseaba que aquello acabara jamás. La verdad es que había aprendido muy rápido a hacer masajes.
De pronto me dijo que me diese la vuelta. Yo pensaba que no sería necesario e intenté persuadirla pero insistió en que era necesario para completar bien la recuperación. No tuve más remedio que hacerlo. Ya boca arriba Cristina siguió dando masaje a las piernas pero su mirada no dejaba de dirigirse a mi polla que poco a poco empezaba a aumentar de tamaño. Ella seguía frotando y no se premeditadamente o por accidente alguna que otra vez su brazo rozaba mi polla sobre el calzoncillo. No tardé en advertir que era premeditado puesto que cada vez lo hacía con mayor frecuencia, hasta que una de sus manos pasó suavemente por encima de mi polla repetidas veces. Era evidente que ella lo deseaba y que yo no hacía nada por evitarlo, así que le dije que si no le importaba, me iba a quitar los calzoncillos porque eran nuevos y no quería que se manchasen con las pomadas que estaba utilizando. A Cristina le parecía perfecto. Me los quité y ella observaba fijamente como mi polla saltaba como si tuviese un resorte al bajar el bóxer.

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Se puso más pomada en las manos y siguió con el masaje aunque ahora cada vez subía más arriba, hasta que llegó a mis genitales. Siguió frotando mi polla, primero con una sola mano y luego con las dos al mismo tiempo. Yo acerqué mi mano a su cintura y lentamente la introduje por debajo de la blusa que llevaba. Subí hasta encontrarme con uno de sus senos. No llevaba sujetador y pude juguetear con sus pezones que en ese momento se encontraban duros y firmes. La sensación de tocar aquellos pechos que durante tanto tiempo había admirado me produjo todavía más excitación. A continuación mi mano bajó hasta meterse por dentro de unas mallas negras que cubrían sus piernas mientras ella ya se había llevado mi polla a la boca y lo chupaba con mucha energía. Debajo de las mallas no llevaba más que un diminuto tanga que me permitía disfrutar de su precioso trasero.
Poco a poco le fui bajando el tanga hasta que dejé al descubierto su preciosa rajita, rodeaba de una pequeña mata de vello bien perfilado. Mis dedos penetraban dentro de su vagina una y otra vez mientras su lengua lamía mi polla entre tímidos gemidos.
No tardó demasiado en subir sobre el sofá y coger mi verga hasta introducirla en su coño. Por mi mente no pasaba nada más que disfrutar del maravilloso momento que nos estábamos dando Cristina y yo. Los gemidos de mi cuñada aumentaban de volumen mientras la penetraba y mis manos acariciaban sus pechos. Me incorporé lo suficiente como para que mi lengua alcanzase sus pezones que habían crecido enormemente y mis manos estrujaban sus nalgas y las empujaba con todas mis fuerzas hacia mí. Mi boca buscó la suya, se encontraron y se fundieron en un largo e intenso beso mientras que yo me corría en lo más hondo de Cristina, sin apenas reaccionar. De esta manera quedamos, completamente abrazados mientras mi polla seguía dentro de su coño. Pasaron unos cinco minutos sin que ninguno de los dos se moviese hasta que sonó el timbre.

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Ambos saltamos como locos y mientras yo me vestía, Cristina contestó por el interfono, era su hermana, mi novia. Yo ya estaba vestido mientras Cristina corría desnuda recogiendo las toallas y su ropa. Rápidamente se metió en el baño e inmediatamente llamaron a la puerta, abrí, era mi novia, me dio un beso y pasó. Me preguntó por su hermana y le conté que estaba en el baño. Nos sentamos en el mismo sofá en el que unos momentos antes estaba montándomelo con Cristina y encendimos la tele. Unos cinco minutos después salió Cristina que saludó y beso a su hermana, se sentó con nosotros y poco después mi novia y yo nos marchamos a su casa. Era el momento de estrenar una vez más el bendito calzoncillo transparente.
Besos a todos.

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