Relato erótico
Gracias a mi “herramienta”
Desde que se había separado su vida sexual no era muy “agitada”. Se consideraba un hombre del montón, pero eso sí, tenía una buena “herramienta”. Decidió poner un contacto en Clima y conocer a una pareja para montarse un trío, solo para ella.
Rogelio – Bilbao
Soy un hombre separado de 42 años. Físicamente soy del montón, pelo castaño, estatura mediana, algo gordito pero muy bien provisto de polla ya que, en plena erección, me mide sus buenos 20cms. Pensar que muchas mujeres hubieran dado todo lo que tenían por catar una verga como la mía y mi mujer despreciándola. Al separarme y estar solo decidí probar nuevas formas de sexualidad y me anuncié en una revista ofreciéndome a un matrimonio para probar mi primer trío. Les ponía las medidas de mi polla e indicaba que los dos para ella. Entre salir mi anuncio y recibir respuestas, pasó algo más de un mes. De las seis cartas que recibí me quedé con una de un matrimonio de 43 y 45 años, porque eran los únicos que incluían fotografía de los dos desnudos y ella estaba muy buena. Di las gracias por carta a los que había desechado y tras fotografiarme desnudo con una polaroid delante del espejo del armario de mi habitación, mandé carta y foto a este matrimonio que decían llamarse Inés y Darío.
Me contestaron prácticamente a vuelta de correo, incluyéndome un número de teléfono y hora de llamada. Llamé y se puso él. Estuvimos hablando un rato sobre mi experiencia, mis gustos, etc. Fui sincero y le dije que de experiencia en tríos ninguna. Al final quedamos para vernos, él y yo, el sábado siguiente, a las seis de la tarde, en una céntrica cafetería. Fui muy puntual pero él ya estaba allí, sentado en una mesa. Gracias a las fotografías, nos reconocimos en el acto, se levantó para darme la mano, comprobando yo su elevada estatura, y me senté frente a él pidiendo una copa cuando vino el camarero. La fotografía que me había mandado, así como la de su mujer la mostraba estupenda, a él no le hacía justicia. No me lo había imaginado, a pesar de estar desnudo totalmente, tan alto y tan fuerte.
– A mi mujer – me dijo en un momento dado – lo que más le ha gustado de ti es el tamaño de tu polla – sonreí porque ya esperaba esto, pero él añadió- Pero me perdonarás si yo dudo de que sea cierto. Nuestra experiencia nos ha demostrado que no cuesta nada trucar una foto.
Le miré con cara de ofendido mientras le aseguraba que muy lejos estaba de mí la idea de engañarles.
– Esto tiene fácil solución – dijo de pronto, levantándose – Ven.
Le seguí sin saber donde me llevaba, hasta que me di cuenta de que entrábamos en los lavabos. Nos metimos en un reservado, cerró la puerta y como la cosa más natural del mundo, me dijo en voz baja:
-Sácatela.
-¿Que qué…? – exclamé.
– Es la manera más fácil y sencilla para saber que la tienes como mi mujer desea y espera – dijo.
Aún no sé porque lo hice. Me bajé la cremallera y me la saqué. Darío alargó la mano, me la cogió y tiró de ella para sacármela entera. El contacto de la mano, la primera mano de hombre que sentía en esa parte, no me causó el asco que yo esperaba.
Darío pareció darse cuenta de ello pues en vez de sacar la mano lo que hizo fue moverla y con gran vergüenza por mi parte noté como la polla se me iba poniendo tiesa.
– Bien, a mi mujer le gustará – dijo soltándomela y mirándosela sonriente.
Dio media vuelta y salió del reservado, rápidamente me escondí la polla y le seguí. Ya en la calle, me dijo que si quería ya podía acompañarle a su casa y me presentaría a su mujer. Acepté en el acto. La mano de Darío en mi polla, el morbo de lo ocurrido, me habían puesto a cien. En su coche llegamos a su casa, subimos al piso, abrió y ya en el salón, nos salió a recibir Inés. Llevaba, como todo vestido, una especie de camisón cortísimo, blanco y transparente, y unos zapatos de alto tacón con lo que su estatura aventajaba en algo la mía. El camisón dejaba ver unas piernas largas, de muslos muy bien torneados, y la transparencia del mismo unas tetas grandes y redondas, de pezones en punta, y el negro color de los pelos de su coño. Mi polla estaba dura a más no poder. Inés dio dos besos a su marido y a mí me tendió la mano. Sin soltármela le preguntó a Darío:
– ¿Se la has visto… como la tiene?
Me sentí un poco como un animal que llevan al mercado. El marido apoyó sus manos en mis hombros y le contestó:
– Tranquila cariño, se la he visto y se la he tocado… te gustará.
Entonces ella me dio sus labios, entreabriéndolos para recibir mi lengua. Mientras nos dábamos un beso de tornillo, mis manos no paraban de sopesar y apretar aquellos dos melones sintiendo como mi polla amenazaba con romperme el pantalón. Y más cuando ella, bajando una mano a mi entrepierna, me la acarició al mismo tiempo que con la otra me acariciaba el culo. Cuando yo le subí el camisón desnudando sus pechos y comencé a lamerle los pezones, ella me fue desabrochando el cinturón, luego el pantalón y lo dejó caer al suelo. A continuación hizo lo mismo con la camisa, sacándomela. Me quedé con los zapatos y el slip. Entonces ella se apartó de mí, se quitó el camisón, dejándome admirar su completa desnudez, aquella carne maciza, con muchas curvas, los grandes pechos, el profundo ombligo y el triángulo negro de aquel coño que yo tanto estaba deseando penetrar. Me animó a quitarme los zapatos y calcetines y así nos quedamos los dos desnudos. O mejor los tres pues al girarme vi que Darío también estaba en pelota viva sentado en un sillón y masturbándose una verga que no tenía nada que envidiar a la mía.
– Ahora comprenderás porque las quiero grandes – me dijo Inés cogiéndome la polla y masturbándomela lentamente – Acostumbrado mi coño con la de mi marido, no puedo quererlas menores.
Me llevó hasta el sofá y allí nos abrazamos, besamos y sobamos a placer hasta que ella, apretándome de los hombros, medio a entender claramente lo que quería. Me coloqué de rodillas entre sus preciosos muslos, acerqué mi boca al peludo coño y sacando la lengua, comencé a comérmelo lo mejor que sabía. En este momento Darío se levantó, y acercándose a su esposa le metió el enorme tarugo en la boca.
Ella comenzó a chuparlo mientras removía la parte baja de su cuerpo a impulsos del placer que mi lengua le estaba dando. No tardó en correrse, atragantándose con la polla de su marido que debía de estar golpeándole la garganta. Me tragué todos sus juegos pues no paré de lamer y chupar hasta que toda la zona estuvo seca. Al reponerse un poco, nos hizo poner a los dos de pie frente a ella, cogió las dos vergas y las comparó. Realmente eran casi iguales de longitud y gordura. En esta postura mi cuerpo estaba pegado al suyo y notaba la carne de un hombre contra mi carne y una vez más pensé que no me daba el asco que yo esperaba. Tampoco me molestaba. Pero Inés, entonces, hizo algo que me puso a prueba de verdad. Cogió la mano de su esposo y le puso en ella mi polla, luego cogió mi mano y me hizo coger la polla de su marido.
El marido empezó a masturbarme muy lentamente y yo, tras unos momentos de duda, le imité. La verdad es que no sabía lo que me estaba ocurriendo. Un hombre me tocaba la verga y yo no hacía nada para apartarme, al contrario, le meneaba con ganas la suya. Al tenerlas los dos duras y tiesas, Inés nos hizo soltarlas y cogiéndonoslas ella, nos llevó a su habitación. Allí se tumbó en la cama y los dos nos dedicamos a acariciarla y chuparla por todas partes. Inés no paraba de gemir hasta que, cogiéndome la polla, se la llevó a la boca haciéndome adoptar la posición del 69. La chupaba de maravilla y por miedo a correrme en su boca y no en su coño como yo deseaba, me di prisa en comerle el chocho. De nuevo se corrió lanzando ahora grandes gritos. Precisamente fue esto lo que me llenó de estupor. ¿Como era posible que gritara así si continuaba chupándome la polla? Me giré y con un asombro infinito, vi que quien me la mamaba de aquella manera tan fenomenal no era ella sino… ¡su marido! Era tal mi placer que no dije ni hice nada. Continué allí, a cuatro patas sobre la mujer y con la sabia boca de su marido mamándome la verga.
Todo y queriendo correrme en el coño de Inés, me hubiera quedado allí quieto gozando de aquella colosal mamada sino hubiera sido que ella, notándolo, apartó a su marido diciéndole:
– Venga, cariño, ya tendrás tiempo de chupársela, ahora la quiero yo.
Me di la vuelta y me coloqué encima de ella pero tuvo que ser el marido quien me la cogiera y la llevara al coño de su mujer. La penetré de un golpe hasta que mis cojones chocaron contra la carne de sus nalgas. Ella levantó sus piernas, cruzándolas en mi espalda y empezamos a follar cada vez a un ritmo más loco.
– ¡Sí, que gusto, como con mi marido… fuerte, empuja, fóllame fuerte… eso es, así… oooh… ya, ya… me voy a correr, sí… dame tu leche, lléname el coño con tu leche… ya… ya… aaah…!.
Le hice caso pues yo tampoco podía aguantar más y me corrí lanzando mis chorros de leche caliente en el interior de un coño que no lo era menos. Quedé destrozado a su lado y entonces ella llamó a su marido diciéndole:
– ¡Ahora tú, amor, métemela, fóllame… dame también tu leche!
El hombre no se lo hizo repetir, la penetró tal y como había hecho yo y al poco rato los dos se corrían como habíamos hecho nosotros, prácticamente a la vez. Estuvimos un rato descansando, ella entre los dos. Con sus manos nos acariciaba las pollas y nos besaba en la boca alternativamente. Nosotros sobábamos sus tetas y lamíamos y chupábamos sus tiesos pezones. Tanta caricia acabó por excitarnos de nuevo a los tres. Entonces Inés me hizo quedar tumbado en la cama y colocándose ella a horcajadas sobre mi cabeza, me colocó el coño en la boca.
Aquella mujer era insaciable. Pero también debía serlo Darío ya que, en el acto en que yo empecé a chupar el coño de su mujer, él se tragó mi polla y volvió a ofrecerme una de aquellas mamadas tan sensacionales. Esta vez no me preocupé. Ya que le gustaba mamar pollas me decidí a darle también mi leche y cuando Inés se corrió, chillando, contra mi boca, mis cojones explotaron una tonelada de esperma contra la garganta de aquel hombre que la mamaba mejor que las mujeres. Ahora yo no podía más y, al parecer, Inés también estaba muy satisfecha. Me dejaron duchar y tras vestirme y despedirme de Inés con un beso y de Darío con un apretón de manos, quedamos para otro día.
Un saludo para todos los lectores.